lunes. 29.04.2024
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Mapa que muestra la distribución de la raza humana. Por James Reynolds, 1851.

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En el tomo 2 de Histoire des Sciences et des Savoirs coordinada por Dominique Preste, figura un mapa dibujado en 1884 por Guyot. Su título es Johnson’s world, showing the distribution of the principal races of man, y está extraído del Nuevo Atlas familiar ilustrado del mundo de Johnson. Aparecen aquí y allá nombres de grupos humanos. Un sistema de signos convencionales nos remite a conceptos de razas mezcladas o intermedias, subrazas –malaya, americana, australiana– y razas principales. Estas son tres: negra o africana, amarilla o mongólica y blanca o raza normal (sic).

Un saber aparentemente neutral e inofensivo como la cartografía legitima el prejuicio racial, aportando su granito de arena a la justificación de la expansión imperialista. De la lógica interna de esa clasificación se infiere que todo individuo no-blanco pertenece a algún colectivo más o menos sub-normal. De ahí es fácil pasar a la convicción de que ellos se sitúan en estadios atrasados de evolución, o directamente son seres inferiores. Esto avalaría su sujeción, la dominación colonial, la reducción a la servidumbre e incluso su exterminio, ya que son incapaces de gobernarse. No importa gran cosa que lo hayan hecho durante siglos, quizás no mejor, pero tampoco especialmente peor que los blancos. Decretados menores de edad a perpetuidad, serán entregados atados de pies y manos a tutores civilizados. Habrá que esclavizarlos por su propio bien. El resto, como se suele decir, es historia. O según lo expresaría Hamlet, es silencio.

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Exposición colonial en París.

En el mismo volumen encontramos una ilustración que constituye un manifiesto del ambiente que propició tantas catástrofes. Es el cartel de una Exposición de etnografía colonial, en el marco de la Exposición Universal de 1889 en París. En horario de 10.00 a 18.00, por un módico precio desde tribuna o el doble a pie de pista –todos somos blancos y poderosos, aunque unos más que otros–, se promete acceso a hábitos, costumbres, viviendas o combates. El macabro asunto es presentado cual si de una función circense se tratara. Pero no del Circo del Sol, sino de uno de aquellos en los que se infligía torturas a especies variadas.

Un saber aparentemente neutral e inofensivo como la cartografía legitima el prejuicio racial, aportando su granito de arena a la justificación de la expansión imperialista

Esas exhibiciones mórbidas y denigrantes, calificadas de zoo humano con toda frescura en publicidad y prensa, jamás tuvieron pretensión didáctica; no intentaban difundir ni entender otros modos de vida, aun de forma torpe, zafia y ofensiva. Eran la puesta en escena de la superioridad del hombre blanco, de su dominio sobre la naturaleza y sobre los demás hombres, reducidos al estado de animales domésticos. Glorificaban al Amo del mundo, que graciosamente aceptaba compartir migajas de su apoteosis con aquellos siervos que podían permitirse adquirir una localidad.

Es bastante difícil soslayar la expansión europea, la conquista y expoliación de territorios, el exterminio directo o indirecto de poblaciones, su aculturación y degradación a siervos en su propia tierra. Eso sí, siempre habrá mentes preclaras, con millones de votos detrás, para proclamar que «nosotros no colonizamos, sino que hicimos una España más grande». Sin duda la multitud de indígenas borrados del mapa en las primeras décadas de la Conquista se habrían alegrado de colaborar en tan encomiable empresa histórica.

Declaraciones de esta índole, que mezclan hipocresía e ignorancia, dejan pequeños los viejos lemas sobre la «misión civilizadora» y la «carga del hombre blanco». Ya vendrá alguno a contarnos que la trata de esclavos, que convirtió el Atlántico en una inmensa tumba acuática que no se sabe si era mejor evitar, dado el destino final, era un caso de movilidad exterior. «El trato de los esclavos era más duro –una vida "útil" de siete años más o menos– donde y cuando las posibilidades de sustituir este "capital de explotación" eran mayores y más baratas» (Gunder Frank La acumulación mundial). ¡Siete años! Claro que a quién le importaban esos detalles, mientras los beneficios fueran cuantiosos. ¡Y vaya si lo fueron! «El comercio de esclavos fue, sin discusión, el negocio más lucrativo del siglo XVIII».

Pero la brutalidad y la violencia no se reservaban para los extraeuropeos. Aquí mismo, las rebeliones rurales y urbanas fueron aplastadas a sangre y fuego, con la colaboración de todos los poderes. La imposición del nuevo régimen socioeconómico exigió la destrucción de formas de vida, redes de solidaridad y culturas populares. La privatización –enclosure– de campos que eran comunes precipitó a muchos campesinos en la miseria y el hambre.

El desmantelamiento de cualquier propiedad que permitiera subsistir fue esencial para la constitución de un proletariado sin más posibilidad de ganar el sustento que vender o alquilar su fuerza de trabajo. «Al llevarse adelante los cercamientos […] una serie de hombres que previamente vivían sobre y de la tierra se vieron obligados a abandonarla, y otros se vieron reducidos a la condición de jornaleros sin tierra trabajando a cambio de un salario» (Wallerstein El moderno sistema mundial vol. I). Las consecuencias de esta expropiación masiva no se hicieron esperar. «Esta usurpación […] llevó al abandono de los pueblos y a la emigración».

La liquidación expeditiva de movimientos heréticos, muchas veces expresión de descontento social, de desafección, llenó Europa de cadáveres

La liquidación expeditiva de movimientos heréticos, muchas veces expresión de descontento social, de desafección, llenó Europa de cadáveres. Y qué decir de ese otro crimen de masas, la represión de la brujería, enmarcada en la lucha por domesticar a la mujer y hacer de ella una criada multiservicios gratuita. «Todos los miedos, profundamente arraigados, que los hombres albergaban respecto a las mujeres (fundamentalmente por la propaganda misógina de la Iglesia), fueron movilizados en este contexto. […] Las brujas fueron acusadas simultáneamente de dejar impotentes a los hombres y de despertar pasiones sexuales excesivas en ellos» (Federici Caliban y la bruja). El género femenino fue otro pagano de ese proceso tan suave. En el mundo real, las víctimas del nacimiento del capitalismo fueron muy numerosas, los efectos nocivos que produjo su eclosión se extienden a nuestros días, y son millones quienes los sufren.    

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No contentos con velar la realidad a base de cuentos y espejismos, algunos inventan el pasado. No ha mucho, uno de esos teleconomistas que proliferan como setas cantaba una encantadora nana sobre los orígenes del capitalismo. Habría sido el corolario ineluctable del despliegue de la razón y de los progresos científicos y tecnológicos. Todo habría sucedido de forma suave y pacífica, en un entorno tranquilo cual balsa de aceite. En otras palabras, esa Transición también habría sido modélica. Debe de ser una característica de la especie.

Hubo tiempos de mayor cuantía intelectual en los cuales ni sus más acérrimos defensores negaban las convulsiones catastróficas que acompañaron su advenimiento. El debate versaba sobre su intensidad o necesidad, y en particular sobre si a largo plazo los beneficios habían superado los costes, si bien se daba por sentado que los hubo. Hoy topamos con un revisionismo total. Lisa y llanamente se niegan tales quebrantos; si acaso, se trataría de unos cuantos millones de casos aislados.

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