domingo. 28.04.2024

Algunas veces, así lo pienso, es necesario ganar, sentir la experiencia del éxito, cambiar la postura humillante y dolorida del derrotado.

Hace poco, he oído una nueva canción de Ismael Serrano que se llama así: “saber ganar”. Porque si uno repasa su peripecia vital, aunque se considere un perdedor, ha ganado muchas veces, ha sobrevivido a la tribulación, el fracaso, la pena, el desatino y la actitud del vencido.

Hay que ganar de vez en cuando. En este sentido, me he aplicado el consejo y he colocado en mi jersey unas cuantas insignias otorgadas por un tiempo y unas instituciones benignas. Son todas, las insignias me refiero; pacíficas, cívicas, y tributarias de una especie de despilfarro emocional. Todas ellas contingentes y controvertidas en lo que se refiere a su merecimiento. Eso sí, estoy orgulloso de estos pequeños pedazos de metales innobles, sencillos, aleatorios y circunstanciales. Debo confesar que su diseño me complace, me llena de paz, recuerdos, sentimientos de deber cumplido, saudades que confortan, actitudes positivas y fiestas alocadas que sirven para saltar hogueras.

Se va hacer imprescindible echar un vistazo primario a la fotografía que os adjunto. En ellas, sin ningún orden ni concierto se colocan, una tras otras en mi jersey, como si medallas de un guerrero se tratase. Vamos con ello. De izquierda a derecha:

He colocado en mi jersey unas cuantas insignias otorgadas por un tiempo y unas instituciones benignas. Son todas pacíficas, cívicas, y tributarias de una especie de despilfarro emocional

La primera. Un pensador de Rodin con mascarilla. Entregada por el periódico digital Nuevatribuna como colaborador frecuente y, teóricamente, bien considerado. Una llamada de atención a una tendencia innata, como la de cualquier ser humano, al pensamiento, la reflexión, la lectura, la escritura. Esa voluntad de desvelar la realidad, mantener la curiosidad, la necesidad de ponderación de los juicios apresurados, imaginar un mundo mejor y mantener mi libertad de expresión. Escribir tantos textos, algunos literarios – un libro, muchos artículos -, administrativos, peticionarios y reivindicativos. Todos manifiestamente mejorables. ¿Cuántos papeles habré firmado? Papeles de protesta, condena, petición, justas reclamación de desheredados y amnistías internacionales. ¡Yo qué sé! Un aluvión de papeles perdidos, comprometidos y dispersados por el viento de la historia. Un derroche de sentimientos, empatías varias, desconsuelos asumidos, salas de embarque, de vaya usted a saber, qué vuelos solidarios. ¿Habrán sedimentado en alguna ubicación benigna, encontrados tierras feraces, o fueron sentenciados a la indiferencia, las papeleras sin reciclajes y la lumbre destructiva? En fin, el pensamiento es una insignia que no puede encontrar asiento.

La segunda. Hospital Ramón y Cajal con reproducción de la firma del insigne Premio Nobel. Ésta la otorga la Unidad de Personal por ser sénior en el nosocomio. Tras 43 años y 53 días de laburo, principalmente en el Hospital, pero también en otros Centros de Trabajo, soy ahora un jubilado. He sido estudiante, suplente, interino, laboral fijo y estatutario. ¿Qué no me habrá pasado en mi ejercicio profesional? ¿Cuánto esfuerzo, cuánta esperanza con éxito y sin él? Una vida dedicada, casi en su totalidad laboral, a una noble Institución. ¡Madre mía, he sido testigo de tantos avances sanitarios, tecnológicos, informáticos, terapéuticos y clínicos; entonces inimaginables allá en los finales de los setenta! He intentado dar lo mejor de mí, humanizando la asistencia, el dolor, la ansiedad, la desesperanza, la agonía, la curación y la alegría del restablecimiento; lo digo honradamente.

 Tantas anécdotas, tantos reconocimientos a otras y otros mejor preparados que yo, innumerables sensaciones de laburo compartido en noches interminables, en feriados señalados. Deslumbramiento del conocimiento de la Ciencia, éxtasis de la comprensión de lo que creía abstruso e inalcanzable, paciencia en la adversidad, reflexión antropológica sobre el sufrimiento y la muerte. Pérdida, triunfo, incertidumbre, satisfacción, alegría y despedida de personas, familiares, amigos ajenos y próximos. Todo a pulmón, todo a pulmón para comprender que mereció la pena compartir tantas experiencias, saltando olas. ¿Quién podría negarme esta insignia de verdadero agradecimiento, de falsa plata?

Un reconvertido sindicalista que aprendió templanza, sosiego, estudio, reflexión, negociación unida, ponderadamente, a la movilización imprescindible, a veces, voluntarista

Tercera por la izquierda. Aquí llegó la izquierda. Flores para conmemorar más de 44 años en Comisiones Obreras, concretamente, en el Sindicato de Sanidad que, ahora con el “aggiornamiento” necesario, se nomina como Sindicato de Sanidad y Servicios Sociosanitarios de CC.OO. Un jovencito desnortado proveniente de la Clase Obrera, siempre creyó que su suerte estaba unida a muchos otras/os Trabajadoras/Trabajadores.

Mucha utopía, más ideología, entusiasmo, sincera necesidad de cambio y justicia para el Mundo Mundial y su país. Un reconvertido sindicalista que aprendió templanza, sosiego, estudio, reflexión, negociación unida, ponderadamente, a la movilización imprescindible, a veces, voluntarista; todo ello enseñado por un docente imperturbable: la realidad. Un trajín de papeles, reuniones, encuentros, desacuerdos, desastres, errores de bulto, éxitos parciales, temblores de calles, manifestaciones, encierros, soufflés desinflados, solidaridad y recuentos de salvados y perdidos.

Yo utilicé la puerta giratoria, a los cinco años, dejé mi actividad a tiempo completo como sindicalista, para volver nuevamente a la asistencia sanitaria en hospitalización; echaba de menos la “mina”. Os aseguro, creedme, que no he obtenido ninguna ventaja o privilegio de mi actividad como “liberado sindical”, mucho menos cuantías inconfesables. Oye, yo no fui nunca un “cantamañanas”, un “pesebrista”, un beneficiario de “chiringuitos”, o un “estómago agradecido”. Lo digo, por la propaganda neoliberal desbocada y mendaz del neoliberalismo imperante contra el Sindicalismo de Clase. En definitiva, no me arrepiento de nada, sino que me siento orgulloso, feliz y coherente conmigo mismo. Ya sé, ya sé, a pesar de todo, las hostias siguen cayendo para los mismos: los pobres, los desfavorecidos, el precariado y para todos aquellos que hablan de más. ¡Qué gente tan extraordinaria, en determinados contextos y circunstancias, me he encontrado: santos laicos! Ahora, jubilado, sigo afiliado, sigo comprometido, sigo mirando un horizonte utópico que yo no veré, pero que sigue moviendo el “motor que mantiene la sala de máquinas engrasada y eficiente”.

Ya sabéis por qué me pongo todas estas insignias. No se trata sólo de un adorno vano. Es mucho más para mí, me conforman, me definen, dignifican y autentifican

Cuarta y última. Insignia del Museu do Aljube. Oficialmente: Museu da Resistência e Liberdade. Llegó, por fin, mi vena lusofila. Aljube, en portugués, significa en la etimología árabe de la lengua lusa: cisterna, pozo. En el portugués normalizado y actual se utiliza para designar una cárcel oscura, prisión o caverna. Bueno, vamos a explicarnos. El edificio do Aljube, al lado de la Catedral de Lisboa- a Sé - era la sede de la policía política de la dictadura salazarista. Bien, ahora, ya después de la Revolución de los Claveles - 25 de Abril do ano 1974 – fue reconvertido en un Museo para el reconocimiento de las víctimas, para la alegría de la Democracia, para la celebración memorialista de los opositores, la reafirmación y agradecimiento de los que sufrieron y murieron para conseguir “A Liberdade em Portugal”. Memoria histórica, reconocimiento y reparación; lo que es imposible en mi país, España.

Os imagináis aquí, los sótanos y dependencias de tortura de la policía política franquista (Brigada Político-Social), en la antigua Dirección General de Seguridad - el emplazamiento actual del Gobierno de la Comunidad de Madrid -, reconvertida en un Museo similar. La reivindicación postergada, indefinidamente, del homenaje de todas y todos los que se hicieron doler. Muertos, torturados, damnificados, humillados, encarcelados y ultrajados, por “el delito” de esforzarse por traer a España la Democracia, los Derechos Humanos y las Libertades Cívicas.

Esta última insignia me la regaló un amigo y compañero de Comisiones Obreras, “un rojo” inteligente, sabio y consciente de la realidad actual.

Infortunadamente, en el edificio de la Puerta del Sol, la Casa del Reloj de los fines de años, no existe ni una triste placa que recuerde lo que allí aconteció durante la abominable dictadura. Páginas no leídas, cicatrices no cauterizadas, silencios insondables, pretéritos imperfectos que siguen creciendo como enredaderas tupidas y enmarañadas. No obstante, no me doy por vencido, la lucha se pierde sólo si abandonas.

Ahora, ya sabéis por qué me pongo todas estas insignias. No se trata sólo de un adorno vano. Es mucho más para mí, me conforman, me definen, dignifican y autentifican. ¡Qué no se pierdan nunca estas insignias, posiblemente, merecidas! Por fin, ganar; ganar por goleada. Saber ganar sin pose afectada ni falsa modestia.

Insignias, que no medallas, pacíficas y cívicas de un hombre normal