lunes. 29.04.2024
sergio_massa_noche_electoral_argentina_2023
Sergio Massa, tras la derrota en la noche electoral.

@jgonzalezok |

Este domingo (10 de diciembre) se completa la transición en Argentina, al asumir el nuevo presidente Javier Milei. La vicepresidenta del gobierno saliente, Cristina Kirchner, ya se despidió de sus colaboradores en el Senado -los vicepresidentes argentinos presiden la cámara alta-, con una frase significativa: “Yo no me voy a ningún lado, ya saben dónde encontrarme, voy a estar aquí cerquita, a dos cuadras, en el (Instituto) Patria”.

Si alguien pensaba en una retirada de la dos veces presidenta y actual vicepresidenta, estas palabras parecen indicar lo contrario, a pesar de la dura derrota sufrida este 19 de noviembre, que la cuentan entre las principales responsables del descalabro electoral. El Instituto Patria fue creado en 2016 por instrucciones de Cristina Kirchner después de que el peronismo perdiera las elecciones frente a Mauricio Macri un año antes, convirtiéndose en el centro de operaciones del kirchnerismo y la sede real del peronismo, por encima de las estructuras partidarias.

Nunca en sus 78 años de historia el peronismo había sufrido una derrota tan demoledora como esta última

Nunca en sus 78 años de historia el peronismo había sufrido una derrota tan demoledora como esta última. Milei ganó en 21 provincias -de un total de 24- con algo más de 11 puntos de diferencia. El kirchnerismo perdió incluso su bastión de Santa Cruz, la provincia patagónica que gobernaba desde 1999, primer mandato de Kirchner como gobernador, aunque conserva ocho mandatarios provinciales propios y en el parlamento tendrá 108 diputados y 33 senadores, reteniendo la primera minoría.

Desde 2003, el peronismo estuvo dominado por el kirchnerismo, que silenció cualquier disidencia. Néstor Kirchner y su esposa y sucesora, Cristina, protagonizaron entonces un nuevo “cambio de piel” en el peronismo, repudiando el neoliberalismo del fallecido presidente Carlos Menem (1989-1999). El peronismo es algo más que un partido, legalmente conocido como Partido Justicialista: es un movimiento populista, que necesita un caudillo fuerte que oriente a la tropa, sea cual sea la orientación del momento. Tras el fallecimiento en 1974 de su fundador, Juan Domingo Perón, solo Menem y los Kirchner lograron ejercer un liderazgo indiscutido.

El papel exacto que juegue Cristina Kirchner en el inmediato futuro es incierto, aunque alguno va a tener. Más allá de ella, solo uno de los gobernadores peronistas tiene proyección política nacional: Axel Kicillof, reelecto en Buenos Aires, que fue el último ministro de Economía de Cristina Kirchner, entre 2013 y 2015. Y que viene hablando de dejar de vivir de Perón, Evita, Néstor y Cristina: “Hay que componer una nueva canción, no cantar una que nos sepamos todos”, dijo, insistiendo en construir una nueva utopía. “Yo no me dedico a la música, soy militantes y dirigente”, le contestó Máximo, el hijo de Cristina, presidente del Partido Justicialista en la provincia, exhibiendo la difícil relación que mantienen.

Kicillof tendría a su favor el apoyo de la ex presidenta -también puede jugarle en contra-, si es que esta no quiere estar en primer plano, pero no se le reconocen condiciones de líder. Tampoco es realista pensar que el hijo de Cristina pueda encabezar el movimiento, no heredó las condiciones políticas de ninguno de sus progenitores y solo se justifica que haya tenido alguna proyección política por su condición de hijo.

La implosión del peronismo se explica por el balance catastrófico del gobierno de Alberto Fernández. Datos de la UCA (Universidad Católica Argentina) actualizaron esta semana los números de la pobreza, que llegó en el tercer trimestre al 44,7% de la población, de los que 9,6% están en la indigencia. La inflación y otros indicadores económicos y sociales son estremecedores.

En estos cuatro años el peronismo vivió una feroz lucha interna que complica pensar en el futuro. La designación de Sergio Massa como el candidato presidencial logró silenciar momentáneamente la disputa, ante la posibilidad de obtener el premio mayor, otros cuatro años de peronismo en la Casa Rosada. Pero la derrota volvió a poner al desnudo el laberinto en que se encuentra.

Cristina Kirchner se despegó de cualquier error del gobierno saliente, afirmando que en un sistema presidencialista -como es el argentino- es el primer mandatario quien toma las decisiones. Olvida, sin embargo, que ella le marcó la cancha en todo momento y que forzó a Alberto Fernández a cambiar el rumbo de su gobierno en numerosas oportunidades. Por tanto la vicepresidenta integraría lo que en otras ocasiones en Argentina se calificó como “mariscales de la derrota”. En este elenco están también Máximo y La Cámpora, la agrupación interna integrada por jóvenes -hoy ya todos peinan canas- que crecieron desde arriba, que coparon muchos puestos en el Estado, especialmente los que tenían presupuestos abultados, y que supieron granjearse la antipatía del peronismo tradicional por exhibir el poder que les otorgaba ser “los pibes para la liberación” que encantaban a Cristina.

La derrota todavía no provocó una autocrítica seria de los responsables, pero empiezan los pases de factura. Alberto Fernández reconoció que no se podía pensar que el peronismo perdió porque la gente está equivocada, “perdimos porque evidentemente el problema inflacionario se profundizó con la falta de dólares”.

La primera autocrítica abierta por la derrota se conoció recién una semana después de las elecciones, y partió de un disidente. Fue Fernando Gray, el intendente (alcalde) de la localidad del conurbano bonaerense de Esteban Echeverría, que tiene una vieja querella con Máximo Kirchner: “Tras la derrota del peronismo en las elecciones y sin mediar convocatoria, pronunciamiento o tan solo un gesto político de los órganos partidarios, corresponde que el presidente del PJ (Partido Justicialista) Nacional, Alberto Fernández, y quien se arroga la presidencia del PJ bonaerense, Máximo Kirchner, presenten sus renuncias. Ni más ni menos que lo hecho por Néstor Kirchner después de la derrota del 2009”. Gray era el presidente del partido en la provincia de Buenos Aires, pero fue desplazado para darle el cargo a Máximo, el hijo de la dinastía bipresidencial.

El peronismo, que tiene una imagen de imbatible, perdió en estos cuarenta años de democracia cuatro elecciones presidenciales (1983, 1999, 2015 y 2023) y varias legislativas. La última en 2021, cuando perdió 5,2 millones de votos en solo dos años. La última gran victoria peronista fue en el ya lejano 2011, cuando Cristina Kirchner sacó el 54 % de los votos. Era una Cristina que recogió la solidaridad popular con su reciente viudez -su marido, el ex presidente Néstor Kirchner había fallecido un año antes- y que tenía un país con índices socioeconómicos infinitamente mejores que los actuales.

La actitud del peronismo en la oposición dependerá mucho de quién esté al frente de este espacio

Una pregunta que empezará a responderse a partir de este 10 de diciembre es la actitud del peronismo en la oposición y que dependerá mucho de quién esté al frente de este espacio: ¿Resistencia u oposición? En el 2015, cuando perdieron ante Macri, hubo fuerte resistencia. Y es lo que advierten ya grupos piqueteros y algunos sindicalistas. En un panorama mucho más complicado que el que se daba en el 2015, con anuncios de ajustes durísimos, que preanuncian sangre, sudor y lágrimas, se justificaría una movilización contra el nuevo gobierno desde el minuto uno.  

La decadencia del peronismo no significa necesariamente su defunción. La historia demuestra que ya pasó por tiempos duros y de fracaso. Cuando perdió en 1983 frente a Raúl Alfonsín, se produjo la renovación que desembocó en la llegada de Menem; en 1999, fracasó la experiencia neoliberal, pero también el gobierno posterior de Fernando De la Rúa. De la crisis emergió lo que más tarde sería el kirchnerismo. Y en 2015 fue vencido de nuevo, en este caso por la coalición de centro derecha de Mauricio Macri, que al volver a fracasar alumbró el extraño gobierno bifrontal de Alberto Fernández / Cristina Kirchner.

La política que se anuncia con Milei seguramente llevará al peronismo a remarcar su posición en los últimos años, aunque haya fracasado. Y para entender el rumbo que puede adoptar el peronismo, es fundamental entender su naturaleza. El politólogo francés Alain Rouquié, uno de los grandes especialistas en Argentina, ya dijo que el peronismo nunca tuvo ideología: “Cambió la cultura nacional, pero eso no significa tener una ideología. Perón fue mussoliniano, siempre lo fue, un laborista. Luego estimuló a los grupos violentos castro-guevaristas y luego volvió en 1973 para restaurar la democracia representativa, habiendo sido toda su vida un anti liberal. En su boca, el insulto supremo era la palabra demoliberal. Y eso lo decía al mismo tiempo que restauraba la democracia en Argentina”. Pero, ¿qué es el peronismo además de eso?, se preguntó Rouquié: “Es una caja de herramientas”.

Otra especialista, María Esperanza Casullo, en este caso argentina, afirmó en un artículo en Nueva Sociedad: “El peronismo es la única identidad política en el país que asume de manera plena el carácter extremadamente competitivo del mercado electoral argentino y que, por lo tanto, entiende que la ideología, la coherencia y la trayectoria biográfica de sus dirigentes son secundarias en relación con su capacidad de ganar elecciones”.

Y el escritor V. S. Naipaul (Premio Nobel de Literatura 2001) que estuvo varios meses de 1972 en Argentina enviado por el semanario francés Le Nouvel Observateur, escribió algo que tiene enorme vigencia medio siglo después: “La primera revolución peronista se hizo sobre el mito de la abundancia, sobre el mito de recursos inagotables. Ahora la riqueza se desvaneció (…) Nada es real en la Argentina (…) los mitos la volvieron una sociedad colonial, artificial, parcelada, retrasada y fantasmagórica”.

El peronismo después de la derrota