lunes. 29.04.2024
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Es la primera novela de la autora Inés González Lozano. Su lectura nos invita a conocer a Manio Tulio Sorana, cuyo nombre recibió para romper su unión al vientre materno y vincularse a la tierra que recibirá sus pasos con la risa concedida por los Dioses para ahuyentar el miedo a la muerte, la tristeza no devore su alma secando su cuerpo y la luz le acompañe.

No nacemos llorando; nacemos gritando, pues antes de nacer sabemos en qué consiste esto de vivir: todo lo que vive, muere, todo vuelve a su origen, al lugar de procedencia. La esencia de nuestro ser es lo fugaz, sólo nos pertenece el instante, que la naturaleza nos regala para luego arrebatárnoslo. La vida no es sino una luz entre dos oscuridades.

Cuando logró mantenerse firme comenzó a correr tras los pájaros, siempre inalcanzables una vez emprendido el vuelo, y un buen día conoció el mirlo, capaz de ahuyentar los peligros y su miedo, cuyo canto previene de las tinieblas nocturnas.

Antes de morir, su madre le encomendó fiarse de los que siempre son niños y acercarse a los viejos alegres, pues son sabios. ꟷSé un viejo contentoꟷ le dijo, y expiró.

Manio se fundió en llanto y tiempo después recordaría las palabras de Terea, vieja amiga de su madre: «Piensa que los muertos sacian su sed con nuestras lágrimas». «Nada dura tanto como la muerte», le recordó un viejo sabio.  Los muertos se fueron, no existen, nunca van a estar de nuevo. «Tener muertos es vivir siempre con hambre».

«ꟷ¿Qué son las estrellas, padre?» ¿Incendios errantes? ¿Tal vez las cenizas de nuestros muertos cuyos cuerpos ascienden al firmamento para ser incinerados y conformar la bóveda celeste donde viven los Dioses, los cuales no existirían sin nosotros, los mortales?

Con el tiempo, Manio aprendió que uno tropieza con los recuerdos tambaleándose frente al abismo que sólo el equilibrio salva. «Escarcha de cenizas manchará tu rostro».

También aprehendió con el tiempo los designios de la Diosa Gauta, protectora de la amargura ante las incógnitas del porvenir. «Desesperación y miedo», eso es el viento.

ꟷSon bonitas las mentiras, se enredan en el pelo, los malos tropiezan en ellas, engalanan las casas, mis recuerdos son mentiras de buen corazón. Hijo de una cabra, nací en una montaña viviente donde pastoreaba rebaños de mosquitos. Ya ni recuerdo mi nombre, murió la vida que un día tuve, ahora contemplo las flores, las hormigas se apiadan de mí y me invitan a bailar. Mujeres barbudas me enseñaron a cazar luciérnagas cuyo brillo me cegó y tuve que aprender a vivir en la oscuridad. Cuando al tiempo recuperé la vista me tumbé a dormir bajo la sombra de una higuera, que en sueños me contó que las hojas se mecen alegremente ante el rugido del león y tiemblan de miedo con el mugir de los terneros. Así permanecí dormido muchos años bajo su abrigo y cuando volví a despertar no encontré mi sombra.

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Inés González Lozano.

Como el Orantes, que los sirios llaman al-Asi o «río rebelde» porque parecía fluir en sentido contrario desde el Mediterráneo hacia el interior, y cuyo lecho corría paralelo a los muros de Antioquía, según cuenta Amin Maaluf en su magistral obra Las cruzadas vistas por los árabes, el Tabo fluye al revés, nace en su desembocadura marina y muere en una laguna salada.

Los cipreses se alimentan del agua del mar, algas y hierbas, sus raíces atraviesan la fina capa de tierra del islote. Son los bosques flotantes, penínsulas que se separaron de tierra firme y vagan a la deriva por los mares. Su madera es muy codiciada para la construcción de barcos porque repelen las algas y sargazos y percebes que pretenden roerlos. Su madera es tan apreciada que los barcos construidos con ella -con clavos de cobre para evitar la oxidación- alcanzan un valor económico exorbitante. Para sobrevivir, algunos bosques deformaron sus árboles retorciendo sus troncos y ramas de modo que fuera imposible talarlos y generando una resina viscosa para curar sus heridas.

El Arma Espejo fue un invento de la genial Linera, que colocaba delante de las torres de asedio, de modo que cuando un ejército enemigo se disponía a tomar una ciudad amurallada, los soldados se veían reflejados en ella y se sentían morir, consiguiendo aunar las premoniciones de la ciencia mántica con el poder de ciertas maldiciones para llenar de dolor los espejos. Cuando alguien ve su reflejo está contemplando su muerte, fuera la que fuere: su cabeza cortada por una afilada daga, una espada atravesando su esternón, sus tripas abiertas en canal por una estocada, una flecha atravesando el corazón… Los espejos no matan, hacen que quienes pasan delante se sientan morir. Su poder es tal que anticipan la muerte. Cuando Manio vio su rostro reflejado sintió un cansancio indescriptible que le provocó un desmayo; mientras, una mano amiga acariciaba la suya. Era la premonición de una vida larga y una muerte dulce y suave.

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La música se compone con las gotas que emana de las fuentes, melodías que gota a gota enternecen el alma. Manio se dejaba mecer por la mágica cadencia de la música del agua, comprendiendo de repente la utilidad de las cosas bellas. La dulce melodía le invitó a besar la mano de Aurelio y apretarla contra su rostro. El pudor le impidió el abrazo y permaneció escuchando el ritmo de sus pulsaciones acompasado por las gotas de agua. «Sé eterno para mí», murmuró mientras le invadía el sueño al son de esa música suave.

«Igual que todos, desapareceré. No tengo miedo, me esperan. Cuando sea ya mudas cenizas».

La lectura de esta novela nos hace desear que la autora continúe escribiendo novelas como ésta, novela de hondo contenido poético, para seguir gozando como lo hemos hecho entre sus páginas.

Hilos de hierro. Inés González Lozano. Bohodón eds., 2023

 

Sé eterno para mí | 'Hilos de hierro', de Inés González Lozano