lunes. 29.04.2024
«The Banquet» (1958) – René Magritte

Dos son los llamados giros disciplinares que ha consolidado el posmodernismo: el giro antropológico, que supuso un enriquecimiento mutuo entre la disciplina histórica y la antropología, y el giro lingüístico, al que dedicaré algunas líneas, las siguientes.

El giro lingüístico, que se produjo en el ámbito del conocimiento historiográfico de forma paralela al antropológico, es una expresión acuñada por el filósofo estadounidense de origen austriaco Gustav Bergman en 1964 y hecha célebre tres años más tarde por el pensador estadounidense Richard Rorty. La Historia asimilaría algunas de las nuevas propuestas provenientes de la lingüística, de tal manera que, a finales de la década de 1970, existía una triple relación en la renovación metodológica de las disciplinas histórica, lingüística y antropológica. Como apuntalan Aurell y Burke, hablando de ese giro lingüístico del oficio de los historiadores como ellos, “en su aplicación más estricta, la Historia pasaba a ser una red lingüística aplicada hacia el pasado”. De hecho, el filósofo alemán Hans-Georg Gadamer ya propuso en su Verdad y método, aparecida en 1960, entender “la naturaleza de la Historia en tanto que recuperación del espíritu humano, escrita en lenguaje del pasado, cuyo texto hemos de entender”.

El posmodernismo metió en un callejón sin salida a la disciplina histórica a base de explicitar ambos giros historiográficos, el antropológico y el lingüístico, pues ambos motivaron un cambio de orientación historiográfico profundo a principios de la década de los 80 del siglo pasado que dio en ser conocido como la crisis de la Historia

El posmodernismo metió en un callejón sin salida a la disciplina histórica a base de explicitar ambos giros historiográficos, el antropológico y el lingüístico

No obstante, gracias al posmodernismo, los historiadores hemos aprendido la importancia de contextualizar los documentos —las fuentes que atendemos para comprender el pasado—, pero sobre todo hemos aprendido que todos los condicionamientos personales que nos afectan pueden a su vez afectar nuestra objetividad a la hora de interpretar ese pasado. Ya lo dijo Hilary Putnam:

“No existe un punto de vista como el del Ojo Divino que podamos conocer o imaginar con provecho. Sólo existen diversos puntos de vista de personas reales, que reflejan aquellos propósitos e intereses a los que se subordinan sus descripciones y teorías”.

De hecho, precisamente, ambos giros (que vinieron a traer a la antropología y a la lingüística como disciplinas auxiliaresde la Historia que de alguna manera sustituían a las antes preminentes economía y sociología), además del giro cultural (que añade la semiótica a ese elenco de ciencias sociales tan útiles para los historiadores y supera por medio del estudio de la cultura, de alguna manera, a la esfera socioeconómica hasta entonces predominante), han logrado una renovación historiográfica de primer orden así como un enriquecimiento del panorama cubierto por mi oficio al tiempo que incorporaban una pluralidad metodológica más que necesaria.

De tal manera se está produciendo una renovación en la disciplina histórica a raíz del zarandeo que los posmodernistas le han dado que, tal y como ha dejado escrito Peter Burke, un tanto confuso ante el maremágnum que resulta del ataqueposmoderno…

“La oposición tradicional entre acontecimientos y estructuras está siendo sustituida por una preocupación por sus interrelaciones, y algunos historiadores experimentan con formas narrativas de análisis o formas analíticas de narración”.

Peter Burke, quien, por cierto, considera que los tres aspectos esenciales que el posmodernismo, los posmodernistas, por mejor decir, usan preferentemente en sus diatribas contra la Historia antesqueellos, pueden tener su respectiva réplica desde el otro lado del posmodernismo, y así lo explicita en la obra que él mismo edita titulada Formas de hacer Historia, como verás a continuación.

De los historiadores tradicionales se ha dicho que la suya es “una historiografía estrictamente triunfalista, una Historia de Gran Narración Narrativa Magistral privilegiando a Occidente y sus elites, las elites masculinas en particular, y centrando la exposición en sus logros”. Por el contrario, en contra de esa Historia, lo que se propugna es “una Historia descentralizada en la que haya lugar para otros grupos sociales: los oprimidos, los subordinados o subalternos con sus respectivos puntos de vista”. Y de ahí a experimentar con narraciones con múltiples puntos de vista ahí sólo un paso… Que se da. También “las explicaciones históricas tradicionales están en tela de juicio, tanto en lo que respecta a los propósitos de los individuos destacados (grandes hombres) como en lo que atañe a las fuerzas sociales”. Y la nueva tendencia historiográfica lleva al protagonismo a la gente corriente en tanto que agente de su propia historia. Además, prosigue Burke, los críticos, “desde Michel Foucault hasta Hayden White”, nos dicen que los escritos históricos son “una especie de ficción y que los historiadores (a semejanza de los científicos) construyen los hechos objeto de su estudio y, por tanto, elaboran historias según tramas de ficción clásicas como la tragedia o la tragicomedia. Por no olvidar aquello que dejó dicho Derrida de que “la archivización produce el evento tanto como lo registra”.

Sí, los historiadores somos conscientes “de la dificultad de definir hasta qué punto hay que aceptar las pruebas y en qué medida llenamos con nuestra imaginación las lagunas documentales”, y es ahí en ese amplio abanico de posturas donde nos movemos, posturas que van desde el más puro tradicionalismo a la posmodernidad. Posturas que son tan diversas como diversas son las modalidades en la actual historiografía, tales que la llamada Historia desde abajo, la Historia de las mujeres (también llamada de la mujer), la Historia intelectual, tan relacionada con la Historia cultural (de la que el antropólogo estadounidense fallecido en 2006, Clifford Geertz, dijera que evita “observar y analizar las acciones humanas en términos de sus efectos causales a cambio de hacerlo en términos de sus significados”) pero más juvenil que la Historia de las ideas y menos reduccionista que la Historia social, la microhistoria, la Historia oral…

Gracias al posmodernismo, los historiadores hemos aprendido la importancia de contextualizar los documentos

Pero regresemos a la visión que tienen de la Historia los posmodernistas, que cuestionan sus posibilidades de verdad, de objetividad y de no ser usada instrumentalmente con fines legitimizantes.

En su obra Sobre el futuro de la Historia. El desafío posmodernista y sus consecuenciasErnst Breisach, en quien voy a apoyarme en los siguientes párrafos, afirma lo siguiente:

“El desafío posmodernista a la Historia adquiere una dimensión dramática, porque sus aspiraciones chocan con tradiciones occidentales de pensamiento y práctica histórica que han estado en vigor durante mucho tiempo”. 

Los posmodernistas rechazan “la visión modernista de la Historia como progreso de la misma forma que rechazan su pretendida búsqueda de la verdad”. Hablan del “fin de la Historia” e incluso del “fin del hombre”. Hablan de posthistoria. Los tres términos suponen que han “terminado la secuencia de la vida humana que la Historia había afirmado poder explicar y comprender” La posthistoria también ha sido definida como el “final de la Historia tal y como la habían practicado los historiadores hasta ese momento”.

Lo que los posmodernistas defienden es que “el giro hacia la posmodernidad constituía no solo una ruptura en la Historia (las formas tradicionales de hacer Historia) sino con la historia (la dimensión histórica de la vida misma)”.

Mientras los modernistas, incluidos los historiadores tradicionales —continúa Breisach iluminándonos—, “habían considerado que la tarea de la Historia era levantar de los hombros de la gente la pesada carga de la tradición [mediante la búsqueda de la verdad y la constitución de la línea de progreso del pasado de la humanidad], los posmodernistas deseaban liberar a la gente de la carga de la Historia”. Los posmodernistas niegan la inevitable historicidad de la vida humana, para ellos la razón no es la mayor fuerza motriz de los humanos, ni los registros del pasado sirven de guía para esa vida humana. Lo que hacen es valorar de forma radicalmente diferente a como hace la modernidad las dos experiencias básicas del tiempo (cambio y continuidad): así “llegaron al corazón mismo de la historicidad de la vida humana y del pensamiento histórico, el nexus histórico

“El nexus histórico enlazaba el pasado (accesible a través de la investigación de pequeñas pruebas y la interpretación de los recuerdos), el presente (con su necesidad de decisiones y acciones guiadas por un conocimiento, gran parte del cual se derivaba del pasado, que hablaba a través de muchas voces) y el futuro (como una expectativa más modelada por las imágenes del pasado y de las nuevas característica del presente). Tener en cuenta el nexus suponía que la principal cuestión de los historiadores —la descripción, la comprensión o la explicación del pasado— se convierten en algo más que el simple esfuerzo por producir una imagen del pasado estática y aislada”.

Para los posmodernistas, los nexus no son más que “construcciones pragmáticas y contextuales de la cultura occidental para hacer frente a la vida”.

Antes de la Ilustración, la Historia había sido “un intento de comprender la vida en su complejo tejido de cambio inestable y continuidad estable”. Con la Ilustración, “se convirtió en una disciplina capaz de explicarlo todo y de proporcionar una redención secular” al incorporar el progreso como motor de la Historia y la razón como la guía del progreso.

Los posmodernistas rechazan “la visión modernista de la Historia como progreso de la misma forma que rechazan su pretendida búsqueda de la verdad”

Nada puede aprenderse de un “pasado desvanecido” en estos tiempos posthistóricos.

Para Breisach, los posmodernistas postestructuralistas desean y creen en “la ruptura total con la condición humana del periodo histórico. Una nueva visión de la historicidad imposibilitará la idealizada captura del pasado real (la verdad de ese pasado), la conexión de ese pasado con el presente y las esperanzas del futuro (el ‘nexus histórico’) y los usos tradicionales de la Historia (el aspecto pragmático de la Historia)”.

“Un mundo dominado por el cambio evitará el surgimiento de ilusiones peligrosas”.

Regresemos a la contraposición entre lo que hacen los novelistas y lo que hacen los historiadores. Es algo que les encantaa los posmodernistas, como sabemos.

Roland Barthes declaró que “el resultado de los esfuerzos de los historiadores no era la representación de la realidad sino el ‘efecto de la realidad’, los relatos históricos no se diferenciaban en absoluto de los de ficción”. Los historiadores que defienden la objetividad son “unos falsificadores”.

Para Hyden White (de quien LaCapra ha dicho que “nadie ha hecho más que él por despertar a los historiadores de su sueño dogmático”), el texto histórico es un texto literario donde el pasado no instruye a los historiadores porque “ellos crean el ‘pasado’”. White predijo el final de la pretensión de la Historia de ocupar el territorio intermedio, neutral que existe supuestamente entre el arte y la ciencia.

La historiadora estadounidense Nancy Partner (cuyo nombre te pedí páginas atrás que retuvieras) considera, por su parte, que la Historia es una “ficción regulada” por “elementos lingüísticos duraderos” con los que los historiadores obtienen el “principio de realidad” necesario. Pronto volveremos a saber de Partner y esta idea.

Paul Ricoeur afirmó que los relatos históricos tienen una obligación con la verdad que los diferencia de los relatos de ficción.

Y Foucault define un mundo fluido en el que cualquier cierre (continuidad) está prohibido. 

Así nos quiere explicar Breisach lo que Foucault quería decir con ello:

“En este mundo fluido la verdad se convertía en una construcción incesante de la verdad, la cual no legitimaba ninguna autoridad y de ese modo no podía favorecer ninguna opresión. […] La nueva verdad fluida no defendía nada consistente excepto el cambio incesante y sin objetivo. […] El cambio era la verdad, la continuidad la no-verdad”.

Ahí está el meollo de todo este asunto: en lo que sobre la verdad, sobre la objetividad, tiene que aportar el posmodernismo. 

Pero, si no se puede lograr alcanzar una verdad fiable, y la teoría posmodernista postestructuralista reduce toda experiencia temporal al cambio, siempre en un mundo de flujo total: ¿qué es la verdad, por tanto?

Los pilares que mantenían la teoría de la verdad tradicional eran por un lado las pruebas y por otro la objetividad. Pero las pruebas no prueban: ninguna prueba es un resto del pasado, sino que eran construcciones lingüísticas de y sobre el pasado. No había fuentes primarias, sólo secundarias. Como Breisach nos explica, lo que los posmodernistas piensan al respecto es que “las referencias directas al pasado real a través de restos objetivos no eran más que una ilusión”.

Lo que desencadenó el pensamiento posmodernista fue la decepción en torno a los metarrelatos de progreso, incluido el marxista

Hasta la posmodernidad, “el objetivo real de los historiadores había sido el de una objetividad óptima, más que perfecta, que contribuía a un grado de correspondencia suficiente entre relato y realidad”. Para los posmodernistas, los historiadores ni siquiera tienen una actitud objetiva.

Como sabemos, lo que desencadenó el pensamiento posmodernista fue la decepción en torno a los metarrelatos de progreso, incluido el marxista. Lo posmoderno es lo que rechaza el metarrelato, es, prosigue Breisach, lo que defiende “exclusivamente el cambio incesante en un mundo fluido”.

La Historia tiene para uno de los padres del posmodernismo, a quien ya conocemos, Jean-François Lyotard, una estructura global divida en tres estadios:

Primer estadio: inocente y natural, existe una armonía en la unidad, el cambio y la unidad se equilibraban rutinariamente el uno al otro.

Segundo estadio: el histórico, el moderno en la práctica; periodo histórico turbulento el del conocimiento científico legitimado por el progreso y su metarrelato.

Tercer estadio: rechazo de todos los metarrelatos; armonía en la diversidad, posmodernidad, prevalece el flujo sin dominio.

“Lyotard, Foucault y Derrida criticaban los metarrelatos por el crucial apoyo que estos le proporcionaban a la hegemonía y a la opresión”: eran protestas morales no desconsideraciones epistemológicas. La visión del progreso era para ellos “una legitimación de la explotación”.

Si para los posmodernistas postestructuralistas, “la existencia humana no producía significados, los significados construían la existencia humana”, el historiador británico Keith Jenkins —nacido en 1943 y uno de los máximos defensores del posmodernismo historiográfico a quien daré en breve oportunidad de expresarse, para el cual “la Historia es siempre para alguien”— abogará por la “sustitución de la Historia por las historias” y, para la también historiadora británica posmodernista Elizabeth Deeds Ermarth, “el tiempo histórico [lineal] es una cosa del pasado”. El tiempo posmoderno es el tiempo rítmico.

Nos adelantamos con Breisach, siguiendo con su afilado análisis de lo que los posmodernistas entienden por Historia, a la esencia de esta obra: ¿podría la Historia ser útil todavía?

“La cuestión de la utilidad de la Historia siempre estuvo relacionada con el grado en que el presente se podría beneficiar del pasado para iluminar la existencia humana y sus problemas. El nexus histórico sugería que la Historia podría reproducir respuestas útiles. A los posmodernistas lo que les importaba en realidad es qué significaba en su mundo la utilidad de la Historia. […]

“La más importante de las lecciones de la Historia, para los posmodernistas postestructuralistas quizá la única, no derivaba de la búsqueda tradicional de los historiadores para conocer el orden y el destino real de contextos pasados concretos [...]; las lecciones para la creación de teorías o de esfuerzos por establecer el orden social y político adecuado podían ahora deducirse del dominio del cambio sobre la continuidad y de la futilidad y lo indeseable de cualquier lucha por un cierre”. [...]

En claro contraste con la rica cosecha de escritos teóricos sobre lo que la historiografía debería de ser, la de relatos históricos que plenamente se pudiesen clasificar como posmodernistas postestructuralistas ha sido bastante pobre”.

(Veremos más adelante la utilidad que tienen la Historia para Breisach, a quien despedimos momentáneamente.)

Keith Jenkins publicó en 1999 Por qué la historia? ética y posmodernidad (editada en castellano siete años más tarde, aunque la edición que yo he leído es la de 2014). En ese libro, el historiador británico llevaba a cabo una encendida defensa de la visión que los pensadores posmodernos han querido trasladarnos de su concepción de la disciplina histórica. Me detendré en ese decidido elogio.

“La Historia, para ser Historia, tiene que recurrir a la capacidad de la mente para crear ficción”, de forma que la historia no puede separarse de la ficción

Si nada cultural es por definición natural, la Historia no es natural ni eterna: no hay necesidad de expresar el tiempo históricamente. Para Jenkins…

“La Historia ha sido tan fuerte en la formación de nuestra cultura, tan central fue su lugar en el experimento de modernidad burgués y proletario que casi parecería que la Historia es un fenómeno natural, pero no lo es”.

Defienden los posmodernistas, con Jenkins en este caso a la cabeza, que del pasado podemos obtener cuanto queramos:

“El pasado, tal como se constituye mediante sus huellas aún existentes, siempre es aprehendido y apropiado en forma textual mediante las capas sedimentarias del trabajo interpretativo anterior [...] y las categorías/conceptos de nuestras prácticas metodológicas anteriores/presentes. […]

“En su disponibilidad y promiscuidad incansables, el pasado histórico ha servido a todo el que ha querido, cualquiera puede usarlo [...] Por consiguiente, en vista de que el pasado mismo no tiene en sí nada de ‘intrínsecamente’ historicista entonces nuestras diversas historizaciones pueden llegar a sostenerse como un testimonio más de nuestro ingenio humano para ’crear algo de la nada’: ¡nada menos que nuestras vidas!” 

¿De la Historia no podemos aprender nada porque lo podemos aprender todo? 

Y llegamos con Jenkins a la verdad:

“Los conceptos de verdad, lo real, la Historia y demás no son algo naturalmente preformado que espera la mirada del observador, sino que son producto de esa mirada”.

Si Jean Baudrillard “acepta con alegría que el mundo no sólo es ininteligible si no que la tarea es criticar cualquier intento de ‘hacerlo’ inteligible”, Roland Barthes decodificó las operaciones discursivas mediante las cuales los historiadores producen, en palabras suyas,” los efectos de realidad” de sus obras; y Michel de Certeau se preguntó “¿Cómo es posible que una forma de narrativa afirme producir no una ficción sino un pasado real?”

En 1997, dos años antes de la aparición de la obra de Jenkins que vengo siguiendo en estos párrafos, el historiador británico Richard John Evans (nacido en 1947) publicó una refutación antiposmodernista titulada muy adecuadamente In Defence of History a la que su compatriota refutó a su vez de una manera despiadada. Esencialmente resumo el papirotazo del posmodernista en su siguiente reflexión: Evans dice que “cuando se trata de crear un relato coherente a partir de esos fragmentos probatorios, el método histórico consiste únicamente en apelar a la musa”.

Me he metido de lleno en el asunto de la objetividad, una vez más. Un asunto medular para los posmodernistas. Jenkins echa mano del también historiador británico Geoffrey Roberts, nacido en 1952, quien escribió al respecto lo siguiente:

“El pasado fue alguna vez una realidad objetiva existente, pero el estatus objetivo del pasado, como objeto, no significa que pueda ser conocido objetivamente. En realidad, no es posible porque el pasado se ha ido [...] Todo lo que puede conocerse son los restos de la realidad anteriormente existente”. […]

No podemos conocer el pasado [porque] no tenemos acceso directo a él”.

Sí, toda la impugnación posmodernista del oficio del historiador está ahí. Y ahora… la ficción.

Regreso brevemente a la comparación entre la Historia y la narrativa y a Nancy Partner, que apuntala lo que los posmodernistas tienen que decirnos sobre la Historia y la ficción: “la Historia, para ser Historia, tiene que recurrir a la capacidad de la mente para crear ficción”, de forma que la historia no puede separarse de la ficción; pero distingue entre “ficción inventada” y la Historia, que no posee esa “capacidad mayor” de la ficción inventada. La Historia es una “ficción primaria o formal”.

Los posmodernistas y la crisis de la Historia (segunda parte)