domingo. 28.04.2024
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Rafael Gabino.

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Vicente I. Sánchez | @Snchez1Godotx

Vicente I. Sánchez | Con motivo de la 43 edición de la feria madrileña ARCO, hablamos con Rafael Gabino, pintor nacido en Albacete en 1976 y actualmente afincado en La Palma. Como muchos otros artistas, representa el trabajo al margen del mercado del arte y reivindica la pintura de calidad, así como la adaptación de esta a otros medios como la fotografía química. Gabino trata de aunar el arte con la ciencia y lo manifiesta con la ironía y el absurdo que reflejan sus obras, las cuales no te pueden dejar indiferente.

Sueles comentar que no recuerdas vivir sin un pincel en la mano. Me gustaría saber si hubo alguien que te pudo impulsar este amor por la pintura.

Rafael Gabino | Recuerdo a un señor de avanzada edad que se preocupó porque aprendiera mucho de color y de técnica. Tendría menos de diez años cuando mi padre me llevó a las clases de pintura de ese señor en Pinto, en su estudio colgaban sus copias de Millet a escala real. Era un pintor copista con fuerte carácter, se enfadaba conmigo cuando abusaba de los amarillos o no respetaba el dibujo. Incluso decía que lo más importante era no apestar a pintura. Con el tiempo entendí que aquello no tenía que ver con el olfato. Fue entrañable la relación discípulo maestro, a la antigua usanza renacentista.

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Cuadro de Rafael Gabino.

En un reportaje recientemente publicado en el canal de youtube Art 4u, dices que eres un superviviente, entiendo que te refieres a la forma de vida que has ido adoptando al margen de la pintura.

R.G. Más bien lo dije con un tono genérico. La pintura es un bajo continuo, una adicción a veces insana. Muchos artistas dejan de crear porque no pueden vivir de ello. Yo decidí directamente no vivir de la pintura. No hay adicto que no adapte su vida al enganche. No me veo en el papel de artista con la obligación de “de-mostrar” talento en cada nuevo cuadro. Lo imagino agotador. Siempre he defendido que tenemos tantas vidas como profesiones, y aunque la pintura ha sido el sustrato base, he dedicado el tiempo al cambio y la adaptación. Después de estudiar bellas artes en Cuenca empecé con la infografía 3d, después como decorador para un pequeño estudio de decoración, años después de profesor de dibujo para la “junta de calamidades de castiga la marcha”, y en los últimos años como guía de turismo en La Palma. En cuanto aprecio repetición o estancamiento en mi vida trato de cambiar de profesión, ocupaciones con tiempo para seguir pintando.

Hice los deberes y miré con detenimiento tu obra en reifah.com. Resulta muy complicado definirla en general, ya que cada serie parece venir de una mano distinta. ¿Hay algún aspecto en común que se pueda derivar de tus cuadros?

R.G Es la pregunta del millón. No distingo tanto la pintura por apariencias estéticas u estilos. Puede que en cada trazo ya esté contenida toda lo historia del arte y sus consecuencias. Mis colegas pintores me cuentan del dominio de tonos verde-azulados, de la ironía y el absurdo (en la vida real aprecio mayor nivel de absurdez del que soy capaz de pintar), alaban la técnica, no sé, esas cosas que dice la buena gente… Entre series suele transcurrir bastante tiempo, no soy un pintor productivo, de ahí que cada etapa la plantee como una isla. Comienzo con un experimento y juego con los materiales hasta conferirles un significado. Me apasiona la ciencia de los materiales. En este sentido parto del cómo para llegar al qué. La pintura es un arte superficial porque todo sucede sobre una superficie… (risas).

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Cuadro de Rafael Gabino.
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Cuadro de Rafael Gabino.

Entrando más en tu vida personal, ¿cómo has ido integrando la pintura? Antes mencionabas a Ad Reinhardt con aquello de “ni la vida es arte ni el arte es vida…”.

R.G. En mi caso la pintura está relacionada directamente con la vivencia, no pinto si no tengo nada que pintar, para pintar bien hay que vivir mejor. Se vive mejor cuando se posee la sensación de estar vivo, y creo que esto lo proporciona el cambio. Cambiamos cuando salimos de nuestras repeticiones o nos sacan de ellas, incluso por accidente, tal y como plateo en la última serie. En cualquier caso la pintura tiene más “sentido” cuando asume una función liberadora para ese cambio. Además lo interesante es que puedes pintar sin pintura, habitar un cuadro sin su presencia, pero siempre imaginar, la mejor arma que inventó la naturaleza contra uno mismo.

Durante tus viajes parece que dejas acciones efímeras sin documentar apenas. Parece un tanto llamativo que no tengas esa necesidad de que las cosas perduren.

R.G. La primera acción que recuerdo con 17 años fue subir a un pico de 2599 metros de altitud en Picos de Europa y sumarle como un tontorrón un metro de piedras para redondear, lo hacía sin conciencia artística ninguna. Otra acción fue poner marcas a una piedra de callao con esmalte y reconocerla cada día durante una semana para apreciar el desgaste del mar. Como dirían por mi tierra en La Manchuela (Albacete) “como al que le da por chupar candaos”... Muchas de estas acciones son espontáneas, sin posibilidad de ser documentadas. A pesar de usar técnicas de fotografía tradicional, no soy de llevar la cámara encima. Luego tengo otras acciones más pensadas, como disparar a un cuadro con una pistola o seguir durante un día entero a una línea de hormigas por la selva. Hay un video por ahí. No obstante, mi favorito fue un experimento fallido, igualmente válido por su carácter conceptual. La idea era captar el dibujo que dejan las luciérnagas a su paso por un lienzo emulsionado. En este caso llovió a mitad de la noche y se arruinó el experimento. Ahora estoy preparando unas estenopeicas (cajas de gran tamaño que hacen de cámara de fotos primitiva) para captar los dragos de Buracas, veremos en qué acaba.

¿Qué podrías decir sobre tu experiencia en la isla de El Hierro?

R.G. Llegué en el 2012, en una furgoneta con un fotógrafo amigo y una mesa de pimpón… (risas) parece el comienzo de una novela. La isla estaba recién sacudida por la erupción submarina de La Restinga. Mucha gente se marchó y el lugar se quedó asolado y maravilloso. Pude vivir dentro de una obra maestra de la naturaleza durante tres años, y sentir que estaba dentro del arte sin intervención humana. Me dediqué prácticamente a stendhalizarme con el lugar. Desde malpaíses recientes hasta bosques de laurisilva en menos de una jornada a pie. Una isla a escala de la dimensión humana. No está mal sentirse un robinsón por una temporada (risas). Pero lo mejor llegó cuando descubrí a las abejas. Aparte de su conocimiento y cuidado me interesaba la parte matemática, la geometría que de ellas pudiera salir. Entonces preparé una colmena vacía esperando un enjambre. Dentro disponía unos planos horizontales con huecos para dejar que las abejas crearan sus catenarias, pero condicionadas por los pasos de esos huecos, hasta conseguir la escultura de un politopo. Al parecer son infinitamente más listas que el arte y no se dejan dominar tan fácilmente. Este es un proyecto de por vida, quizá otro fallido…

Entiendo que ser práctico no va contigo. Hasta ahora apenas has expuesto, nunca te presentas a concursos… Sin embargo, oí decir a José Luis Serzo que eres “pintor de pintores”.

R.G. Lo dice porque la mistad es más importante que el arte. En realidad me ha interesado más la pintura que el arte. Del “arte” como un ente de valor se encarga muy bien el mercado y los notarios del arte, que son las galerías, los museos  y las instituciones. Me parece importante que existan y que difundan cultura. Podría decir que el arte tiene más que ver con la economía que con esa especie de iluminación animista que todavía gobierna en parte de la esfera cultural.  El mejor arte se ha dado en épocas de esplendor económico. Lo demás es puro romanticismo barato del artista en contra de la adversidad, ¡menudo novelón! En mi caso simplemente es que soy mal vendedor y supongo que no me termino de creer el valor de lo que hago. No paro de conocer pintores de primera, con una calidad brutal en sus trabajos, son los menos, pero hay muchos. Cuando trato de tomarme las cosas en serio me salen fatal (risas).

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Cuadro de Rafael Gabino.

¿Qué crees que necesita un artista para crecer?

R.G. Un artista no lo sé, un creador lo primero que necesita es saber llevar el artificio, aunque caiga en el tópico. El pintor mejora cuando hace buen uso de los procedimientos e investiga para conseguir resultados plásticos coherentes. Nunca entendí por qué la sensibilidad de un artista posee más valor “artístico” que la de un astrofísico. Creo que no hay nada más espiritual que la evolución de la materia desde el hidrógeno hasta el uranio, que sucede en eventos cósmicos para los cuales se necesita aún más imaginación que para cualquier creación artística.

Antes me hablabas de tus dos pequeños y de cómo cuatro décadas después pasas de nuevo por la creatividad de la infancia. ¿Cómo lleva un pintor vivir en familia?

R.G He tenido mucha suerte con Susana y los dos peques. Han nacido con todos los miembros en su sitio y muy libres en este noroeste de La Palma. Son una versión mejorada. Una amiga escultora decía que no le interesan los artistas sin hijos, no estoy de acuerdo, pero pienso que los hijos pueden hacer mejores a las personas en general, igual que la buena compañía. En los últimos cuatros años he sido padre, vivido una pandemia, también la muerte de mi padre de visita en la isla y la erupción de un volcán, sólo me falta escuchar “ya están aquí”.  (risas)

Por último, me gustaría saber de tu proyecto actual, antes comentaste algo de pintar unos Dragos sobre fotos de gran formato.

R.G. La idea surgió bajo los Dragos de Buracas y de apreciar cómo fugan las ramas de ese árbol tan marciano. Sus raíces aéreas son caricaturas muy sugerentes y hasta cómicas. Quisiera explorar las historias abiertas que subyacen en sus ramas. Creo que la textura de la foto química es ideal para captar esa inmersión en el bosque. Después de todo somos parte de él.

"La pintura es un bajo continuo, una adicción a veces insana"