domingo. 28.04.2024
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Aleix Sales | @Aleix_Sales

Recuperado ya de los efectos de la pandemia, el Festival l’Americana celebró su undécima edición, creciendo en sedes –a los habituales Cinemes Girona, Zumzeig, Phenomena y Filmoteca se sumó el reabierto Espai Texas- y en espectadores, logrando su edición con mayor afluencia.

  1. El Palmarés
  2. Inteligencia artificial y la parte oscura de la tecnología
  3. Radiografías diversas de América
  4. Naturalmente, coming-of-age

El pistoletazo de salida fue con un ejemplo de uno de los géneros más significativos de lo que es el indie americano, la dramedia, de la mano de Ex-husbands, segundo largometraje de Noah Pritzker. La película apunta a una masculinidad intergeneracional en crisis con media sonrisa y o media tez triste partiendo de una premisa llamativa como son los divorcios del padre de familia de 60 años -un recuperado y carismático Griffin Dunne, esta vez separándose de su partenaire en ¡Jo, qué noche! (Martin Scorsese, 1985), Rosanna Arquette- y el abuelo de 85, mientras uno de los hijos se dispone a casarse con su pareja de hace ya varios años. Ex-husbands tiene la virtud de vehicular a través de su ligereza reflexiones ciertamente estimulantes sobre la deconstrucción y recomposición de la masculinidad en un necesario nuevo orden, destacando particularmente en los personajes de los hermanos. Poseyendo sus momentos y diálogos inspirados, el buen arranque no se acaba manteniendo y toma una deriva mucho más convencional y complaciente con unos personajes burgueses con las que no todo el mundo acabará empatizando.

El Palmarés

La gran ganadora de la edición en la sección Tops fue Showing up, un título de una de las máximas autoras del indie norteamericano: Kelly Reichardt. Con la baza de haber competido en la Sección Oficial del Festival de Cannes 2022 –ha tardado tanto en llegar porque A24, su distribuidora, la vendía a precio de oro-, el film es una mirada minimalista a la cotidianeidad y a la noción de comunidad, en su vertiente positiva y negativa, además de abrir una ventana a la creación artística como forma de habitar en ella. De contenido muy latente, funciona en sus pequeñas historias y acaricia al espectador, con una Michelle Williams que vuelve a demostrar una perfecta sintonía con su directora fetiche. Aunque quizás pueda dejar algo hambriento, es un film que va creciendo a posteriori. El jurado de la sección Tops, además, otorgó una mención a Mutt, de Vuk Lungulov-Klotz.

La triunfadora de la sección Next fue la deliciosa Sometimes I Think About Dying, de Rachel Lambert, acerca de una chica con graves problemas de socialización y la llegada de un nuevo compañero en la gris oficina donde trabaja. Como una mezcla del hieratismo de Käurismaki, la ternura y chispa de Alexander Payne, o el onirismo en el día a día de Charlie Kaufman, la película de Lambert saca risas y seduce porque tiene claro el rumbo que quiere tomar, hacia el cual va guiando una Daisy Ridley magnética que muestra una faceta inédita en sí misma, gozando de una química fantástica con Dave Merheje. Una de las propuestas más satisfactorias de la edición.

Cerró el palmarés Les rayons Gamma de Henry Bernadet con el premio de los Cineclubs; la mastodóntica Menus-Plaisirs-Les Troisgros, de Frederick Wiseman, se ganó el favor del público como mejor documental; y King Coal (Elaine McMillion Sheldon) haciéndose con el premio a los mejores subtítulos.

Inteligencia artificial y la parte oscura de la tecnología

Grata sorpresa fue el debut de Franklin Ritch, The Artifice Girl, quien demuestra que no hacen falta tantos recursos para firmar una obra de ciencia ficción sólida. Ritch especula sobre el presente y el futuro de un tema tan candente como la inteligencia artificial y la humanización progresiva de esta que se puede llevar a cabo en un film gestado desde la cabeza y el corazón. Lo que al principio parece un cortometraje alargado, ya que aparentemente deja ver sus cartas muy temprano, acaba levantado una estructura lógica, simple y eficaz en tres actos diferenciados, correspondientes a tres tiempos distintos, basados en la palabra, mediante los cuales fluye su trama, tesis e ideas. The Artifice Girl tiene la capacidad de construir tensión a través de la discusión dialéctica entre sus 4 personajes clave, mientras que simultáneamente establece una intimidad con la que sortear todo distanciamiento que el formato y fondo pudieran ocasionar. Defendida por un reparto acertado donde sobresalen la niña Tatum Matthews –brillando en su fragmento junto a Lance Henriksen-, The Artifice Girl pone sobre la mesa nuestra relación con la tecnología, especulando sobre si llegará a imponerse a la raza humana, de un modo lúcido, accesible y cautivador.

Ahondando también en la ciencia ficción distópica e igualmente ubicada en tres tiempos diferentes (1910, 2014 y 2044), aunque formalmente más ambiciosa, Bertrand Bonello ofrece una lectura pesimista de la inteligencia artificial y la desposesión de sentimientos en la arriesgada The Beast (La bestia). El francés adapta una historia de Henry James tomando la frialdad y onirismo de David Lynch como referente, salpimentando con la aproximación al thriller voyeurístico de Brian de Palma, planteando una laberíntica y turbulenta historia de amor marcada por las pulsiones humanas más exacerbadas, en contraste con esa deshumanización futura que prevé. El film es un reto que se excede en duración (especialmente en su primera hora) y simbolismos que no terminan de cuajar, tornándose una obra pretenciosa y algo irritante que, sin embargo, compensa por el buen puñado de momentos de brillantez que brinda y lo estimulante que puede llegar a ser. Un salto al vacío que proporciona algo inédito -solamente hacen falta ver los créditos finales-. Y eso, pese a sus abusos, ya es para aplaudir.

La canadiense Las habitaciones rojas ofrece una aproximación a los rincones perversos de la deep web mediante una imbricación del thriller y el drama judicial, por medio de la historia de una chica obsesionada con el caso en vías de juicio de 3 adolescentes grabadas en el momento de su asesinato. Estableciendo un potente juego moral en un personaje frío y tambaleante, la nueva película de Pascal Plante –director de Nadia, mariposa (2020)- es vibrante y no teme ahondar, desde una trama que puede parecer un tópico, en un tema poco explorado. Pese a algún cabo suelto y en algún momento pasarse de dramatismo en el uso de la música, Las habitaciones rojas atrapa y permanece en la memoria por su carácter perturbado. De lo más notable del festival, conquistó el Premio del Público.

Sin apoyarse en la tecnología, pero indagando en la oscuridad de la humanidad se encuentra El sucesor, nuevo largometraje de Xavier Legrand después de la sobrecogedora Custodia compartida (2017). Un director artístico de una famosa casa de moda parisina debe regresar a su Montreal natal para ocuparse del funeral de su padre, de quien acabará descubriendo más de un hecho turbio que puede repercutir en él. A diferencia de en su ópera prima, Legrand esta vez entrega un drama forzadísimo que cae en la inverosimilitud, fallando más en cada golpe de efecto.

Radiografías diversas de América

La ampliación de miras a la hora de abordar las distintas realidades de los habitantes de América ha propiciado historias contadas desde el filtro de distintas clases y colectivos que integran la sociedad. Mil uno es una crónica viva de la comunidad afroamericana en la Nueva York de los 90 y primeros 2000 contada a través de una mujer soltera y su hijo. La ópera prima de A.V. Rockwell retrata un lugar y una época con agudeza y un equilibrio dramático que falla en un giro final un tanto innecesario. Propulsada por una Teyana Taylor intensa, a veces demasiado en su tramo final, Mil uno cautiva lo suficiente durante sus 2 horas de metraje, y eso es gracias al nuevo prisma, nada complaciente, desde el que se cuenta. En un extremo opuesto, pero también con una voluntad similar de entrar en la clase trabajadora afroamericana, está Third Week, del catalán afincado en Estados Unidos Jordi Torrent. Realizada con buenas voluntades, el film se nota impostado y una amalgama de clichés indies empezando por su realización en blanco y negro, lo cual la condenan al fracaso porque no respira autenticidad y su trama de convencional resulta poco interesante.

Más modesta es Fremont, de Babak Jalali, que explora a través de una simple e historia mínima la realidad y encaje de una mujer afgana en la ciudad californiana del título. Rodada en un pulcro blanco y negro, la cinta de Jalali da voz a una tipología de personajes habitualmente reducidos a un papel secundario, desplegando una verdadera personalidad. La protagonista, interpretada sagazmente por Anaita Wali Zada, es una extraductora del ejército que ha escapado de su país para encontrar la paz en la sociedad occidental, trabajando en una fábrica de galletas de la suerte. Poniendo el foco en cuestiones como la pertenencia o la inmigración en América de una población tan injustamente estigmatizada como la musulmana, Fremont ofrece varias secuencias inteligentes –todas las que se suceden en terapia, por ejemplo-, y otras algo más insípidas como las relacionadas con Jeremy Allen White, deviniendo una película algo oscilante, pero con cierta frescura.

El homenajeado de la edición, Sean Price Williams, presentó su último trabajo, The Sweet East, con la cual pone patas arriba dos subgéneros canónicos del indie como la road movie y el coming-of-age. Una adolescente, una hipnótica Talia Ryder, abandona el viaje de estudios y se embarca libremente en otro, en el que irá conociendo fortuitamente a distintos personajes que acaban componiendo una parte excéntrica de la sociedad estadounidense. Alocada, fundamentada en la picaresca y lejos de toda compasión hacia el variopinto fresco de personajes que plasma, The Sweet East es una sátira con todas las letras que, como en toda travesía, existen altibajos. Y la propuesta de Williams se desinfla por lo delirante que acaba tornándose en su segunda mitad, tras un primer segmento bien sólido donde brilla todo el episodio con Simon Rex. Divertida, crítica y con alguna que otra licencia casual, The Sweet East es atrevida, un tanto excesiva y en algún que otro instante falla, pero en varias de sus apuestas llega alto, como en esa secuencia musical de títulos de crédito para enmarcar.

Tras la fallida Tyrel (2018), Sebastián Silva propone una vuelta de tuerca a la autoficción interpretándose a sí mismo en Rotting in the Sun. A través del encuentro casual en una playa nudista con Jordan Firstman, Silva se ve forzado a trabajar en el nuevo proyecto del influencer, detonando una trama que llega a un sorprendente punto medio que descoloca y rompe con las expectativas. En todo caso, el film permite a Silva hacer una aproximación a la cultura y hábitos gais de la actualidad y, también, incidir en ciertas preocupaciones de la sociedad mexicana, especialmente en relación con la seguridad. Refrescante, desvergonzado y brutamente sensual, Rotting in the Sun no supone una obra redonda, ni mucho menos, pero sí algo nacido desde el conocimiento que, a pesar de su locura, transpira autenticidad.

Naturalmente, coming-of-age

A diferencia de The Sweet East, por supuesto que ha habido coming-of-age más canónicos. Desde México llegó Todos los incendios, correcto debut de Mauricio Calderón Rico que se adentra sin aspavientos al descubrimiento de la sexualidad de un protagonista queer en un país tan heteropatriarcal. Desarrollándose sin ningún tipo de sorpresa de una manera realista, Todos los incendios cumple con lo esperado, ni más ni menos, permitiéndose alguna que otra buena conversación. Por su parte, Bill Ross IV y Turner Ross regresan con Gasoline Rainbow, una road-movie protagonizada por un grupo de chavales que deciden viajar a la costa del Pacífico desde el Oregon profundo. Con hechuras de documental –no en vano, el género donde se han curtido los dos hermanos-, es difícil no sentir simpatías por la camaradería del grupo. Con más de una escena inspirada, sin embargo, Gasoline Rainbow tampoco no va mucho más allá de su premisa y falta construir personajes de mayor calado, sea entre el grupo de viajeros o las distintas personas que se encuentran en el camino.

Tras su exitoso paso por el Festival de Sitges, Riddle of Fire, de Weston Razooli, clausuró el festival volviendo a encantar al público gracias a su mezcla de cine de aventuras, mitología medieval y autoconsciencia cómica. La odisea de 3 niños que tienen que buscar una tarta de arándonos para poder obtener la contraseña de la televisión y poder jugar a la consola, sirve de pretexto para llevar a sus protagonistas una aventura de verano que se va magnificando. Pasada de metraje, Riddle of Fire es un encantador elogio a la preadolescencia sin caer en la cursilería, sabe jugar con los códigos de una epopeya medieval a escala reducida –inevitablemente uno no puede dejar de pensar en dispositivos como el de La princesa prometida (Rob Reiner, 1987) y de otras cintas de los 80- y no teme desmelenarse para comprometerse con la diversión.

En un tono de dramedia y regusto amargo está Funny Pages, primer largometraje de Owen Kline (hijo de Kevin Kline) sobre la “amistad” entre un adolescente fanático de los cómics que sueña con publicar y un antiguo dibujante venido a menos con graves problemas de socialización. Teniendo un inicio bastante potente, Funny Pages va dando tumbos entre viñetas desiguales, deshinchándose hasta un final incómodo e intenso. Su visión desmitificada de la creación artística y lo contraproducente que puede ser el obsesionarse con una meta para el propio bienestar resultan atractivas, pero Kline falla a la hora de dibujar unos personajes que resultan muy antipáticos, sobre todo el interpretado por Matthew Mahler. 

Muchos de los protagonistas de la cascada de títulos vistos estos días podrán tener protagonistas amargados, deprimidos y con pocas alegrías para vivir. Por suerte, otro año más han gozado del escaparate de l’Americana para compartir sus miserias y vivencias con un público fiel y militante al que le encanta hacer el indie.

Crónica Americana 2024: una edición con la que no pensar en morirse