sábado. 27.04.2024
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Cuando el filósofo de la ciencia Paul Fayerabend (1924-1994) adjudicó al conocimiento científico su famoso todo vale, lo que en realidad afirmaba es que no existe un único método de acceso al conocimiento, ni normas metodológicas con validez universal. Pero también resaltaba que ello no implica que toda idea o teoría sea válida. Sirva esta pequeña excursión epistemológica como llamada de atención sobre la argumentación que se va a seguir en el presente artículo. Primero, sobre el enfrentamiento de Podemos con Sumar, con el PSOE y, como consecuencia, con el Gobierno de Coalición, a fin de reafirmar su papel protagonista en el espacio político de la izquierda alternativa. A continuación, para discernir el papel de la democracia y la naturaleza del instrumento político que ha de representar Sumar. Con respecto a la actitud de Podemos, su decisión de romper sorprendentemente con la coalición en la que se presentó a las elecciones generales, para pasarse al Grupo Mixto con sus 5 diputados (hoy 4) en el Congreso y formar grupo propio, incumpliendo el acuerdo bilateral alcanzado con Sumar, ha incrementado las dificultades e inestabilidad del Gobierno de Coalición, puestas de manifiesto con su voto negativo, junto con PP y Vox, al decreto defendido por Yolanda Díaz sobre la reforma del subsidio de desempleo. Últimamente, el desplante de la militancia al acuerdo de la dirección de Podemos en Galicia, que había pactado acudir con Sumar a las elecciones autonómicas, ha supuesto aumentar la fragmentación de la izquierda y la desmotivación de parte de su posible electorado. El resultado no pudo ser más desolador: Podemos, con 3.854 votos (0,26%), consagra el carácter corpuscular al que se ha reducido la poderosa onda de hace 10 años. Por su parte, Sumar, bajo los efectos nocivos de la ruptura de Podemos impulsada por Pablo Iglesias y su dirección nacional, obtuvo muy malos resultados, apenas 28.171 votos (1,90%) que deben constituir un serio aviso. ¡Qué lejos quedan los 271.418 (19,07%) votos y 14 escaños de las elecciones de 2016 obtenidos por En Marea (Podemos, Anova y Esquerda Unida)! La opción política con menor expectativa de voto debería haber tenido la generosidad de tirar o seu da reta (1)

Sumar y Podemos, una convivencia conflictiva

El primer elemento que nos hemos propuesto analizar es si Podemos seguirá con su erre que erre de cara a las próximas elecciones al parlamento europeo, al vasco y probablemente también al catalán. Esperemos que tengan la suficiente inteligencia política como para abandonar su actitud numantina y volver a donde nunca debieron de haber salido. Porque la conclusión parece evidente: de tener algún futuro solo será posible en Sumar. El segundo elemento, conduce a que para que la coalición liderada por Yolanda Díaz pueda acoger e integrar a la pluralidad de partidos y organizaciones que conforman la galaxia de la izquierda alternativa deberá resolver el problema político-organizativo de su conformación como instrumento político. Además, para que se pueda plantear la transformación del sistema socioeconómico capitalista, deberá hacerlo de forma eficiente (mejor utilización de los recursos estratégicos) y eficaz (capacidad táctica para alcanzarlos).  

Para abordar la primera cuestión, será necesario hacerse la pregunta sobre dónde se encuentran las diferencias entre Podemos y Sumar que han hecho imposible mantener la unidad una vez celebradas las elecciones generales. A este respecto aparecen dos tipos de respuestas prácticamente divergentes: o bien reside en la dimensión moral y ética, siendo secundarias las diferencias políticas; o la base del conflicto (sin excluir aspectos morales, éticos y personales) reside en la ausencia de un modelo teórico que sustente su estrategia política. En opinión del Pablo Iglesias, es en lo primero: “Estoy de acuerdo en que lo fundamental a la hora de diferenciar Podemos de Sumar no está en las propuestas programáticas, sino en lo que está dispuesto cada uno a hacer para llevarlas a cabo”. Esta explicación se cubre de cospiranoia cuando se afirma: “Sumar es un caballo de Troya dentro de la izquierda, una maniobra sibilina del PSOE para desarticular a sus socios de Podemos y regresar a los dulces pastos de la socialdemocracia, la horizontalidad, la banca, el IBEX, esas cosas” (Público). Y cae en el identitarismo cuando Monedero afirma, desentendiéndose del contexto político: “…las bases de Podemos…están en un momento donde es más importante la identidad, sentirse Podemos, que hacer política…Una parte grande de las bases de Podemos…ya solo quieren de Sumar lo mismo que quería la dirección de Sumar de Podemos: verla morir entre dolorosos retortijones de agonía”. Lisa y llanamente, lo que aseguran Pablo Iglesias, David Torres y J. C. Monedero para justificar la descalificación de Sumar (y las decisiones derivadas) es que ¡nosotros somos los auténticos! Pobre argumento para justificar la ruptura de la coalición electoral, el no al decreto de Yolanda Díaz, y el papelón en las elecciones gallegas.

En cuanto a la segunda respuesta, se hace necesaria una pregunta previa ¿es posible un planteamiento de transformación gradual del capitalismo mediante reformas estratégicas, o se debe considerar que todas las reformas son necesariamente adaptativas, por lo que terminan fortaleciendo el capitalismo? Porque si esto último ocurre siempre, la dimensión conflictiva es, efectivamente, moral. O voluntarista, si se prefiere. Es cierto que la historia, especialmente durante los llamados Treinta Años Gloriosos (1945-1975) tras la Segunda Guerra Mundial, muestra que las reformas impulsadas por la socialdemocracia en Europa, con la creación del Estado de Bienestar Social como pilar, cuyos objetivos prioritarios fueron la consecución del pleno empleo, el suministro de seguros y servicios sociales básicos y la lucha contra la inflación, ha supuesto la mejor adaptación del capitalismo a los cambios internos y externos. Hasta ahora, las siguientes crisis adaptativas de 1975, 2001 y 2008, así como las provocadas por la pandemia y la guerra de Putin en Ucrania, también se han resuelto, pese al gran cuestionamiento social, sin poner en peligro el sistema. Esta resiliente capacidad adaptativa del capitalismo ha propiciado la aceptación entre las fuerzas de izquierda de que no hay alternativa. La cuestión es que hoy, al efecto combinado de crisis cíclicas (de producción y comercialización, energéticas, financieras, etc.) se unen, con cada vez mayor intensidad, dos poderosas fuerzas evolutivas: la Revolución Digital, impulsada por la Inteligencia Artificial, y el Cambio Climático con sus cada vez más intensas y repetidas catastróficas manifestaciones. Puede afirmarse, sin exageración, que el sistema socioeconómico capitalista se enfrenta a un reto existencial que solo puede resolverse mediante un proceso evolutivo, por lo tanto de transformación gradual (2).

Conocer el sistema para poder transformarlo

Llegados a este punto, respecto a la segunda cuestión, la única forma de abordar el desafío político-organizativo de Sumar es desde el conocimiento científico sobre la naturaleza de los sistemas socioeconómicos en general y del sistema capitalista en particular y sus mecanismos evolutivos. Solo así se podrá plantear, dentro de la gran incertidumbre que caracteriza todo lo humano, su transformación. Esta naturaleza es la de un sistema no lineal, complejo, dinámico, abierto, adaptativo y dotado de la dimensión cultural que caracteriza al homo sapiens. Tal singularidad supone que la evolución social no es fruto de fuerzas azarosas, incontrolables y sin objetivo, como ocurre en los sistemas biológicos, sino que está orientada a fines planteados por los componentes del sistema dotados de voluntad y decisión. Es decir, la posibilidad de cambio social no se encuentra en ninguna cualidad fijada e inherente del sistema, sino en las propiedades emergentes que pueden surgir de los procesos graduales (reformas) desarrollados en su seno. Ello exige, para que ocurran los cambios y trasformaciones, la configuración de la necesaria masa crítica ciudadana (hegemonía). Todo el juego político, por lo tanto evolutivo, se dirime en esta lucha dialéctica por conformarla. Este mecanismo explica cómo el sistema socioeconómico, una vez alcanzado un determinado grado de desarrollo, puede ser transformado mediante un proceso gradual de reformas estructurales que modifiquen las relaciones distribuidas de poder en los diferentes subsistemas e instituciones, tal como hemos expuesto en Nueva Tribuna Carlos Tuya y yo mismo en sendos artículos a los que me remito.

Conviene tener en cuenta que el proceso gradualista de transformación que debe definir a la izquierda transformadora está condicionado por nuestra integración en la UE. Y ello, porque es evidente que el proceso gradual de transformación socioeconómica no se va a desarrollar en el unísono de la globalización. Lo más probable es que se generen irradiaciones a partir de uno o varios focos. Y eso va a depender de varios factores, entre ellos: el peso demográfico, poseer una masa crítica político-económica (expresada en su montante financiero dentro del comercio y producción global) que sea suficiente para que se pueda desarrollar en ella la solución de las tensiones entre capitalismo y democracia, dando así solución al famoso trilema de Rodrick (3), que dicha masa crítica haya desarrollado suficientemente las ventajas que representa los bienes públicos colectivos que suministran servicios esenciales y de calidad a los ciudadanos (sanidad, educación, pensiones, etc.). Por tanto, en el caso que nos atañe, la estrategia transformadora debe vincularse a la acción en el espacio que supone la UE. Por ejemplo, proponiendo que la actual ubicación de la soberanía pase del Consejo Europeo al Parlamento, o creando instituciones confederales de gobernanza. Las consecuencias de esta perspectiva son evidentes: aunque el origen de la acción política se encuentra fundamentalmente en el ámbito del Estado-nación, su desarrollo completo se realizaría en el marco de la UE, que revertiría, a su vez en el Estado-nación, en un proceso de retroalimentación (la información que tú me mandas modula la información que yo te mando, que modula... etc. Lo que puede conducir a la transformación del sistema y/o a una mejor adaptación al medio), es decir, entendida como un límite revertido que imposibilita el paso hacia concepciones políticas dogmáticas y/o negacionistas.

Ampliar la democracia para transformar el sistema

El proceso gradualista de transformación socioeconómica del capitalismo necesita del Estado Social y Democrático de Derecho porque encierra en su desarrollo y ampliación la posibilidad de cambiar las relaciones distribuidas de poder en favor de las mayoritarias clases trabajadoras. Ello supone su defensa permanentemente frente a los diversos intentos iliberales de restringirla, acotarla, reducirla o manipularla. Y la mejor forma de defenderla es mejorarla y ampliarla promoviendo la participación de la ciudadanía en la vida política, más allá de los periodos electorales. La experiencia histórica demuestra que la democracia se fortalece ampliando su radio de acción, principalmente en los ámbitos de representatividad, operatividad y participación, que son los que definen su calidad, tal como sostiene la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, el 10 de diciembre de 1948 en su Resolución 217 A (III). Se trata de una lucha continua porque desde sus orígenes, la democracia liberal se ha caracterizado por la desconfianza de las clases dominantes en los electores y su poder soberano. Un miedo endémico que se intensifica cuando las fuerzas progresistas alcanzan el poder gubernamental. Entonces, las fuerzas conservadoras se esfuerzan por deslegitimar su victoria, boicotear la aprobación de sus leyes en el parlamento, o invalidarlas mediante recursos a los tribunales, cuando no utilizando la violencia para revertir la situación. No hace falta ir muy lejos para ver este mecanismo en acción. A todo esto cabe añadir, como señala Norberto Bobbio (1909-2004), la privatización de los espacios públicos, el transfuguismo, el poder oculto de las grandes corporaciones empresariales, el estamento militar, la presión religiosa. Y, actualmente, la persistente ingobernabilidad, consecuencia de la desconfianza entre los actores de un sistema representativo muy fracturado y polarizado, lo que amplía la desafección de capas cada vez mayores de la ciudadanía, acuciadas por los efectos de las crisis y decepcionadas ante la acción gubernamental, seriamente limitada por el dominio del capital financiero. Estas anomalías son causa de graves problemas de gobernanza en periodos de fuertes contestaciones sociales, donde se ponen a prueba la libertad, la seguridad, el bienestar, y la igualdad, hasta el extremo de que cada vez se hable más de crisis de la democracia (4).

Los déficits de representatividad, y las disfuncionalidades operativas de la democracia liberal están íntimamente ligados a los nuevos desafíos y problemas a los que se enfrenta la sociedad en la era de la digitalización, el cambio climático y la globalización hiperconectada, de la cosmocracia de la que habla Martin Ortega, investigador del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea en París. Como señala el sociólogo alemán Rafl Dahrendorf, antiguo comisario en Bruselas, el mayor problema de la democracia no es tanto su capacidad para satisfacer las demandas ciudadanas y solucionar los problemas de las crisis económicas, sanitarias y climáticas, sino reflejar adecuadamente la voluntad popular a la hora de legislar y gobernar. Se trata, sobre todo, de una crisis de control y legitimidad que solo podrá resolverse estableciendo una nueva relación entre el Estado y la sociedad civil que permita nuevas formas de ejercer el poder ciudadano y legitimar la toma de decisiones, fundamentalmente mediante la democracia participativa, deliberativa y directa (Democracia Ampliada). De todo ello se deriva que los procesos gradualistas de transformación del sistema socioeconómico capitalista que solo pueden desarrollarse exitosamente con la participación efectiva y continuada de amplias mayorías sociales. Más, cuando asistimos a cambios acelerados en la forma de producir, consumir, crear, y socializar, debido al exponencial desarrollo de las innovaciones científico-técnicas que caracterizan nuestra época, y que afectan a los cimientos del sistema productivo. De ahí que la democracia liberal se vea permanentemente sometida al riesgo de desbordamiento por las mayorías asalariadas. Esto exige, tal como señala el filósofo y sociólogo Jürgen Habermas (1929-1955), superar la concepción liberal de la formación democrática de la voluntad, (que) tiene exclusivamente la función de legitimar el ejercicio del poder político. A fin de que, (…) la formación democrática de la voluntad tenga la función, esencialmente más fuerte, de constituir la sociedad como una comunidad política. Es lo que definimos como su ampliación evolutiva frente a la tentación autoritaria.

Adaptación o superación, esa es la cuestión

La función primordial de la democracia es la resolución política de los conflictos sociales. Y puede hacerse reajustando y reformando (proceso adaptativo) el sistema socioeconómico capitalista, o avanzando en su superación (proceso transformador). Esta última posibilidad genera una tensión dialéctica entre el voto ciudadano y su representación parlamentaria, que se agudiza en situaciones de inestabilidad política, cuando se incrementan las desigualdades, el paro, la precariedad, la exclusión, la pobreza y las crisis medioambientales. No es de extrañar que en situaciones de crisis como la de 2008, o la generada por la pandemia de 2019, surjan movilizaciones sociales que transcienden la democracia representativa, alterando el escenario del juego político. En la mayoría de los casos, los conflictos sociales originan una convivencia inestable entre la democracia representativa y las nuevas formas de democracia, que suele terminar resolviéndose mediante la incorporación de parte de las exigencias populares de participación en la actividad institucional, instaurando mecanismos de democracia semidirecta, como referéndums vinculantes, iniciativas legislativas populares, auditorías ciudadanas, presupuestos participativos, revocatorias de mandato, plebiscitos y consultas. Pero no dejan de ser soluciones temporales que expresan la correlación de fuerzas en el seno de la sociedad y no resuelven el problema democrático de fondo. Eso solo puede abordarse en una democracia que desborde los límites y las limitaciones de la democracia liberal incorporando las formas señaladas de democracia participativa, deliberativa y directa. Para decirlo con las palabras del politólogo italiano Norberto Bobbio: “la democracia integral sería un continuum de formas intermedias (…) cada una según las distintas situaciones y exigencias (…) perfectamente compatibles entre sí”. Se trata de una Democracia Ampliada que se adentra en el espacio económico en el cual todavía no ha penetrado. Y, con ello, llegamos a la cuestión del instrumento político.

Un nuevo instrumento para hacer política

En el sistema democrático liberal, los partidos políticos, para decirlo con palabras de nuestra Constitución (Artículo 6): “expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento (subrayado mío) fundamental para la participación política”. Es decir, los partidos políticos son la herramienta que se ofrece a la ciudadanía para que exprese su soberanía (voluntad popular) mediante la elección de sus representantes. Este mecanismo de delegación es una exigencia funcional del sistema, y una de sus garantías de supervivencia. Pues bien, la correcta adecuación del instrumento al fin (para qué) es conditio sine qua non de su éxito. De ahí que el instrumento político para las reformas adaptativas sean los denostados partidos políticos clásicos (a los que se dirigía el No nos representan durante las movilizaciones del 15M). Y hay que reconocer su éxito evolutivo: la socialdemocracia alemana, que nació en 1863 para combatir el sistema capitalista, terminó en el congreso celebrado en Bad Godesberg (1959) declarándose a favor de la economía social de mercado. Un proceso similar ha seguido el PSOE, fundado en 1879, que toma la misma decisión de la mano de Felipe González en el Congreso Extraordinario celebrado en septiembre de 1979.

Sin embargo, el instrumento político para la transformación gradual del sistema capitalista solo podrá tener futuro si es útil para dicha tarea. Lo cual supone un gran desafío: por un lado, deberá conjugar la lucha política institucional propia de un partido clásico, y por otro incorporar los movimientos sociales como expresión de democracia participativa, deliberativa y directa, capaces de articular las necesaria mayorías sociales comprometidas con la transformación. Parece que Yolanda Díaz va en esa línea cuando, rodeada de gente de la sociedad civil (sanidad, educación, trabajadores de las plataformas digitales, limpiadoras del hogar, entre otros) afirma que Sumar: “No va de partidos, no va de siglas, va de un proyecto de país para la próxima década”. Aunque tal vez la precisión mayor proceda de Iñigo Errejón, portavoz de Sumar en el Congreso: “Sumar ha sido una coalición electoral que ha permitido que haya Gobierno. Ahora se tiene que construir como una fuerza política en la que quepan ciudadanos que no vienen de adscripción partidista y en la que quepan partidos que quieren seguir manteniendo su perímetro organizativo. Tenemos que ensamblar las dos cosas.

No sé si ensamblar es el término adecuado. En todo caso, no aclara mucho las cosas. Porque lo que define al instrumento político es el objetivo estratégico. En nuestro caso la transformación de un sistema que está diseñado para sobrevivir adaptándose a los cambios, y cuenta con mecanismos para neutralizar primero y, llegado el caso, suprimir aquello que hace peligrar su existencia, particularmente las fuerzas sociales y políticas que tratan de superarlo. De ahí que el instrumento político de transformación deba basarse en la participación activa de mayorías sociales y actuar como un contrapoder. En otras palabras, Sumar debe convertirse en un instrumento político con un nuevo diseño. Y es que, el problema orgánico de Sumar no debería ser la representación, sino la participación deliberativa y la toma de decisiones que es lo que se corresponde a un proyecto de transformación social. Debatir sobre si el porcentaje de representación de los partidos vinculados debe ser del 30% puede provocar un peligroso regateo, tal como ya ha ocurrido con Podemos en Andalucía y en las Elecciones Generales. El porcentaje podría ser contemplado en un órgano consultivo pero no parece adecuado para un ejecutivo ni para una dirección política. Esta última, debe recaer en el conjunto de la militancia, cuyas decisiones ejecutaría un secretariado elegido por la Asamblea. Es decir, lo importante (y también novedoso, que de hacerse, habría que observar cómo funciona) es que la organización de Sumar sea una expresión concreta de democracia participativa, deliberativa y directa, una forma necesaria para transformar el sistema socioeconómico capitalista. Soy consciente que resulta más fácil decirlo que hacerlo dado que no existen modelos experimentados. Por eso, este instrumento deberá ser creado con una alta dosis de flexibilidad adaptativa y un elevado sentido de autocrítica, capaz de reconocer los errores y sin miedo a las consecuencias. Deberá basarse siempre en el conocimiento científico de la naturaleza evolutiva de los sistemas socioeconómicos y de las fuerzas y mecanismos que impulsan tanto su adaptación a los cambios como su gradual transformación. Un objetivo que permita construir un nuevo sistema socioeconómico, justo, armonioso e igualitario, basado en la concurrencia colaborativa, la cogestión y la autogestión, y en el pleno desarrollo de las potencialidades de las instituciones ciudadanas. Un sistema que sea eficaz económicamente y sostenible medioambientalmente. Única forma que permite el despliegue de las posibilidades alumbradas por la Revolución Digital, eliminando las trabas de los usos perversos que origina la optimización del beneficio empresarial como ley de hierro del capitalismo financiero, desarrollando en su lugar la vía basada en el concepto de ganancia social que tiene como fundamento la redistribución social; y que permita afrontar el desafío existencial del Cambio Climático antes de que sea demasiado tarde. Los retrocesos en la Agenda Verde de la UE, bajo la presión de los tractores, evidencian que el capitalismo es el problema y su transformación la solución.


NOTAS

(1) Tirar o seu da reta. Gíria brasileña que significa retirarse de una competición.
(2) Véase: Carlos Tuya. El voto y el algoritmo. Amazon, 2023
(3) Dani Rodrik, profesor de Harvard, planteó en su libro La paradoja de la globalización (2011) su famoso trilema: no se puede optar simultáneamente por la hiperglobalización económica, la soberanía nacional y la democracia, sino sólo por dos de estos elementos a la vez.
(4) Juan Linz. La quiebra de las democracias. Alianza Editorial, 1996.

Sumar ante el desafío político-organizativo