lunes. 29.04.2024
Manuel García Castellón
Manuel García Castellón

¿Cómo se lucha en una guerra sucia? Esta es una pregunta que uno querría no tener que formularse nunca. El progreso de la humanidad ha consistido en poner reglas para cambiar la guerra por la política. Cuando se creó el parlamento inglés, se midió la distancia entre el Gobierno y la oposición empleando una espada. Tanto uno como otro quedaban separados lo bastante como para no poder alcanzarse con ella. 

La idea subyacente era cambiar la violencia por la norma, la fuerza bruta por la fuerza del argumento. Pero eso implica respetar reglas. Cuando no se respetan las reglas, el sistema se pudre. En este país, España, se ha dejado impune de varios delitos a un jefe del Estado porque según las reglas habían prescrito, y aun con manifiesta repugnancia muchos hemos aceptado las reglas. 

El progreso de la humanidad ha consistido en poner reglas para cambiar la guerra por la política

Las reglas dicen que el Parlamento legisla, conforme a la mayoría formada por las opciones políticas salidas de las urnas. ¿Qué debe hacer el legislador cuando un juez abre un proceso con años de retraso, conforme a pruebas que ya habían sido descartadas con anterioridad, empleando figuras penales que, por emplear los términos de la judicatura en otros casos, suscitan la apariencia de ir frontalmente en contra de un proyecto de ley? ¿A quién vinculan las reglas?

En este país, España, ha habido presidentes del poder judicial y del tribunal constitucional que tenían un pasado notorio y público de militancia política, pero su legitimidad no ha sido puesta en duda porque habían sido elegidos conforme a las reglas. ¿Por qué ahora se pone en cuestión de manera agresiva a un tribunal donde eso no sucede, y que ha sido elegido de manera idéntica? ¿Las reglas no valen para todos?

¿Qué debe hacer el legislador cuando un juez abre un proceso con años de retraso, conforme a pruebas que ya habían sido descartadas con anterioridad?

¿Cómo se lucha en una guerra sucia? Un individuo emplea en beneficio propio, sin plantearse ni por un momento la generosidad política que el momento exige, una ley pensada para poner fin a un conflicto político, y se sirve para ello de un grupo parlamentario que actúa ciegamente conforme a sus órdenes, por disparatadas que puedan resultar. ¿Cuál es la reacción correcta a eso, si nuestra convicción sigue siendo que queremos poner fin al conflicto político, pero todas las partes se empeñan en mantenerlo vivo? 

Son preguntas que no sé responder, pero que me atormentan semana tras semana. Porque todas me llevan a una mucho más grande, de un tamaño descomunal. ¿Tiene el pueblo, en este país, España, derecho a elegir su Gobierno y que este desarrolle sus políticas conforme a las reglas, o hay poderes que exigen una norma no escrita en ningún sitio, que dice que no puedes alterar el statu quo que heredaste? Yo no sé responder a esa pregunta, pero me parece estremecedor haber llegado a hacérmela. 

 

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