lunes. 29.04.2024
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Que no, que no, que este no es otro artículo sobre Ayuso y su querencia a relacionarse con hampones y defraudadores. Sobre eso ya esta dicho todo y es objetivamente deprimente tener a una choriza en la presidencia del gobierno de la Comunidad cañí. Es deprimente desde luego, pero en Madrid estamos acostumbrados al latrocinio amparado por cobertura política. Antes fue Cifuentes, dimitida por hurto de perfumería, aunque ella juró que no se iría, que se quedaba. Y remontando tuvimos a Ignacio González acusado de cobro de una comisión de 2,5 millones de dólares en una oscura operación Caribeña, antes a Esperanza Aguirre experta en selección de recursos humanos y de batracios, diestra en conducción temeraria quien no necesita de un maserati para darse a la fuga porque llegado el caso puede cortar el tráfico con un simple relampaguear de su flequillo rubio de bote. Remontando nos encontramos con Gallardón, quien pudo darse el capricho de perder unas elecciones porque viene la tata Esperanza y compra otras. En fin deprimente, pero acostumbrados.

Ni siquiera lo más deprimente es que una persona que condenó a muerte cruel a 7.291 ancian@s sea elegida presidenta por una mayoría de madrileños, ovacionada en la balconada de Génova por tal proeza y, suponemos, que desde ahora venerada bajo el ático de su nido de amor pagado en parte con las lágrimas de los familiares de los ejecutados en las residencias de mayores. No, insisto, esto no es lo más deprimente (aunque debiera serlo). Lo agudo del caso es la reiteración, el comprobar que un escándalo sucede a otro escándalo sin que la alarma provocada por el primero tenga ninguna relevancia ni acción correctiva ni preventiva sobre lo que está por venir, a veces muy inmediatamente como la cadena de incorrecciones de l@s president@s de la CAM muestra.

La metabolización de la maldad está ya muy asentada en el cuerpo social, nuestra tolerancia a la inmoralidad nos ha convertido en dependientes del mal

Lo más deprimente es que la metabolización de la maldad está ya muy asentada en el cuerpo social, nuestra tolerancia a la inmoralidad nos ha convertido en dependientes del mal, empezamos a no soportar la vida cotidiana sin una buena dosis de malafollá, somos adictos al barullo, a lo retorcido, a la mentira y la falsedad. Pero no solo en política. También en otras esferas de la acción colectiva (la privada es cosa que no juzgamos aquí). A mí me deprime mucho más el apercibirme de que no aprendemos no por nada, sino por una especie de vértigo que nos atrae hacia lo oscuro, lo maldito y lo irreparable, parece que nuestro lema favorito es el dantesco “abandonad toda esperanza” que ribetea la entrada en el infierno descrito por el poeta florentino.

Atracción al abismo que ahora percibo en la forma en la que estamos enfrentándonos a potenciales males inscritos en el uso de tecnologías basadas en Inteligencia Artificial. Reconociendo que Europa resulta pionera en tratar de ordenar el uso de estas tecnologías, la legislación sobre la materia salida de la Comisión remite a una pluralidad de interpretaciones que cada país instrumentará del modo que considere más adecuado a sus realidades nacionales. En vulgo esto quiere decir que serán los gobiernos quienes pongan cascabel a un gato que salta por encima de las paredes regionales, especializado en chantajear con marcharse a otro patio a cazar ratones en casa del vecino si no le gustan las condiciones de la nuestra. La óptica europea sobre IA viene a decir que las posibilidades de uso enriquecedor son tan enormes, que colgar un cascabel demasiado pesado puede derivar en que el gato pierda agilidad, es decir que la innovación IA pierda fuelle. Algo que las empresas productoras y usuarias aprovecharán para hacer todo aquello que parece que la Comisión quisiera impedir: evitar el uso lineal de la IA tan solo para ganar dinero sin ninguna otra consideración.

No me lo invento, esto ya ocurrió en el pasado con las tecnologías predecesoras, las informacionales de primera generación. Aquí en España el entonces naciente ministerio de Ciencia y Tecnología dirigido por Cristina Garmendia puso en marcha el programa Red.es de la secretaria de Estado de Telecomunicaciones y Sociedad de la Información cuyo objetivo declarado era el desarrollo de tecnologías TIC para el avance social. Nobilísima actitud para la que dicho ministerio convocó a distintos actores sociales con quienes debatir y proponer líneas de acción. Quien redacta esta tribuna se encontraba entre ellos y sobre todo entre quienes apostábamos por el uso productivo, creativo y pedagógico de las TIC. También formaban parte de los convocados un grupo cohesionado y muy vinculado a la actividad empresarial cuya apuesta se centraba en el uso recreativo como forma de desarrollo y evolución de las TIC. El juego en sus diversas aplicaciones era (y es) su norte. No quiero revelar quien ganó, pero hoy en día tenemos un problema en las aulas para evitar que los niños acudan a los centros armados con sus máquinas que podrían ayudar en la enseñanza, pero que sobre todo distraen e impiden la concentración en nada que no sea el mero entretenimiento acelerado.

Y tengo la impresión de que esta desviación entre espíritu de la ley y aplicación práctica en un entorno de tecnología con potencialidades plurales va a volver a resolverse del mismo modo, ganarán lo mercachifles. Y eso es lo rotundamente deprimente.   

Lo más deprimente es…