viernes. 03.05.2024

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La derecha en nuestro país vive de la falta de calidad democrática, beneficiándose de la profundidad que presenta el derrumbadero en el que se abisma la influencia ciudadana. Esta constricción de la voz de las mayorías sociales requiere una democracia limitada donde la hegemonía ideológica y cultural excluye del debate las contradicciones del pensamiento dominante. Julián Marías en su “Introducción a la filosofía” plantea varias relaciones con respecto a la verdad: vivir en el ámbito de la verdad, en el horizonte de la verdad, al margen de la verdad, y la más anormal y paradójica: vivir contra la verdad. En este último caso, nos advierte el discípulo de Ortega, cuando alguien vive sobre ideas y creencias de cuya falsedad está convencido, siente que la presencia de la verdad destruye ese fundamento y con ello su “contra vida”, porque la inautenticidad es el modo de “no ser” de la vida humana. Un “no ser” al que nos somete una sociedad inauténtica donde todo se fundamenta en la falsificación, en una batalla constante para vivir contra la verdad

La derecha no desiste de falsear la realidad para salvaguardar sus minoritarios intereses como ya Shakespeare nos advertía

Como dejó dicho Primo Levi, cada época tiene su propio fascismo y éste que ya está entre nosotros, tiene las mismas características que el franquismo y se basa igualmente en la mentira. La brecha democrática que pretende el conservadurismo sepia no es sino una excrecencia de la sicología autoritaria, que inclusive cuando parte de la aceptación teórica del diálogo, plantea, de inicio, la imposibilidad práctica de su realización. En efecto, el diálogo abierto –en su sentido socrático o mayéutico- supone la aceptación de la autoridad racional, es decir, la premisa de lo revisable, opinable. El patrón de la conducta autoritaria propende a considerar toda revisión como una debilidad –centro medular de la autoridad inhibitoria y represiva- como una representación pública del fin del derecho. Más aún: el derecho es asimilado y transferido a lo puramente repetible y mecánico por el sólo hecho de estar codificado y que hace imposible la organización racional del debate por una constante apelación a la ley y el orden. La ley que tiene un carácter instrumental se convierte en fin.

La limitación del ámbito de lo opinable y lo revisable propicia que hechos entendidos como revisión del régimen de poder, se aborden como imposibles y su negación los convierta de imposibles o improbables por la cultura oficial en inevitables desde la visiva de la realidad política de la sociedad. La crisis de la monarquía, las tensiones territoriales, el conflicto social, son planteados por el conservadurismo como inexistentes en cuanto a su contextura en que han derivado como problema y sólo admite a modo de solución la vuelta al estado anterior a la polémica. Es la negación de aquella realidad advertida por Albert Einstein de que no podemos resolver problemas usando el mismo tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos. Y si embargo, la falsificación ideológica de la realidad no conduce sino a la destrucción del propio sistema. Un Estado que no procura de manera efectiva la prosperidad de los individuos que lo componen pierde el sustrato agregador de la masa que le confiere existencia y se arriesga a desaparecer por la disolución del cuerpo social en que se sustancia. Abocado a las hechuras de Estado fallido, su esencia como enclave feudal de los intereses de las minorías organizadas, le hace concebir como recursos para su supervivencia grandes dosis de hostilidad y hosquedad hacia la soberanía ciudadana que suplanta. Todo esto requiere, como escribió un premonitorio Manuel Azaña“que nadie piense que las cosas continúen como hasta aquí, porque esa continuación implica sencillamente la pérdida y el acabamiento de España”.

La crisis de la monarquía, las tensiones territoriales, el conflicto social, son planteados por el conservadurismo como inexistentes en cuanto a su contextura en que han derivado como problema

La derecha, sin embargo, no desiste de falsear la realidad para salvaguardar sus minoritarios intereses como ya Shakespeare nos advertía: “en el teatro somos nosotros los que vemos lo que sucede, los que somos seducidos. Somos hechizados una y otra vez por las atrocidades del malvado, por su indiferencia ante la decencia humana, por las mentiras que parecen resultar eficaces, aunque nadie las crea".

La derecha contra la verdad