jueves. 18.04.2024

Capítulo 20 Moscú-Txíscovo. Noviembre de 1937

Dibulo niño. Camas colonia

Cuando entraron en la estación de Moscú, nuevamente les recibieron con banda de música, numerosos pioneros y komsomoles ataviados con sus característicos pañuelos al cuello. No tuvieron que salir de la estación, los llevaron hacia otro andén, donde cambiaron de tren. En una hora escasa les llevó hasta la de Pravda que, calcularon, estaría a unos cuarenta kilómetros de Moscú. En camiones y autobuses los trasladaron a la Casa de Niños Españoles Número 1.

El trayecto desde la estación no llegó a quince minutos; antes tuvieron que pasar por la pequeña aldea de Txíscovo. Cuando llegaron les esperaban, en formación, otro grupo de chavales. Eran ciento cuarenta euskaldunes, en su mayoría, provenientes de una expedición anterior que salió de Santurce en junio. Previamente, los vascos habían estado provisionalmente en otra Casa de Moscú más pequeña, un palacio acondicionado como orfanato, en la calle Pirovoskaya, mientras se terminaba de acondicionar esta de

Txíscovo en previsión de la llegada de nuevas expediciones. Aquella casa también se había denominado “número 1”, pero cuando se abrió la de Pravda-Txíscovo se le otorgó, a esta, el “número 1”. -De ahí se produce cierta confusión cuando alguno de los evacuados, o algún historiador, habla de ello refiriéndose con la misma denominación a la de Moscú o a la de Pravda. La de Pirovorskaya, definitivamente fue la “número 7”. En ella que- darían los procedentes de Levante y los hijos de importantes líderes de izquierdas. Allí estudiarían Amaya, la hija de Dolores Ibárruri, la de Hidalgo de Cisneros, el jefe de la aviación republicana, y los de otros dirigentes.

Un hombre alto, de mediana edad, rubio y pelo ralo, saludó con efusividad, para ser ruso, a don Pablo Miaja, intercambiando unas breves palabras, tras lo cual el maestro asturiano se dirigió a ellos:

-Me dicen que ahora vamos a ir a cenar. Después os distribuirán ropa para cada uno y finalmente, a la cama, que venimos cansados. Mañana habrá tiempo para conocer vuestra nueva casa.

Les dieron calcetines, mudas y dos pares de pantalones largos a los niños. A ellas, un pantalón y una falda. También camisas o blusas y calzado. Para la cama un juego de sábanas. Cada uno tenía su taquilla y había dos mantas en cada cama.

El que estaba junto a la de Tino era Txomin, un niño menor que él, aunque macizo de estructura, tenía el cuello ancho y una sólida cabeza redonda.

-¿Qué tal os tratan aquí? –preguntó Tino.

-Llevamos solo cuatro días, antes estábamos en Moscú en una casa mucho más pequeña que ésta. Se come bien. Con todo el tiempo libre para jugar. Aún no hemos empezado las clases, a la espera de la llegada de vuestro grupo –respondió Txomin.

-¿De dónde sois, vascos?

-Sí, yo de Bilbao. También algunos de Valencia y Alicante que llegaron a Rusia antes que nosotros.

La diezhurhui (auxiliar de guardia) les anunció que era la hora de silencio. A pesar del cansancio Tino estaba angustiado por las novedades y el desconocimiento del futuro que les aguardaba. Recordaba a su madre, a sus hermanos y comenzó a llorar, bajo las sábanas, en silencio. Las mejillas arrasadas por el calor del desasosiego. Se imaginó a su madre cosiendo a máquina; con el recuerdo de ese traqueteo del pedal, se fue durmiendo.

Al día siguiente todo parecía mejor con la luz de la mañana. Tras el desayuno se organizó un recorrido para que conocieran la casa. Tres grandes pabellones eran los dormitorios y otro aun mayor, era el que albergaba las cocinas, así como el comedor, panadería, teatro, salón de juegos y gimnasio. En un quinto edificio, algo más alejado, estaban los hornos de la calefacción. Las tuberías iban enterradas a bastante profundidad para evitar el terreno superficial y que, al helarse éste en la superficie, enfriara el agua. Esas canalizaciones alimentaban las instalaciones de calefacción de los edificios.

Dibujo de Gloria Boada, 12 años (1937). El catálogo de la Exposición promovida por la Asociación AGE contiene una bella colección de dibujos de “Niños”. Fondos BNE

Los dormitorios de los varones estaban en naves independientes de los de las féminas. Las actividades deportivas y artísticas, así como las lectivas, eran mixtas.

El conjunto de la Casa, así llamaron siempre, con cariño, los españoles a los lugares donde les dieron cobijo: Dietsky Dom (Casas de Niños), estaba a orillas de un ramal del canal del Volga-Moscú. Parecía un lago de lo ancho que era; con chopos en sus orillas, la casa tenía un embarcadero con lanchas amarradas de dos, cuatro y hasta ocho remos. El entorno del canal estaba poblado de álamos y en sus aguas nadaban gansos, patos, cisnes y otros ánades.

Cada aula tenía unos treinta y cinco bancos y mesas para otros tantos alumnos. El equivalente al bachillerato medio eran siete cursos que finalizaban sobre los quince años. Por la tarde estuvieron haciendo pruebas de lectura y de aritmética para asignarles clases por nivel. A Tino se le incorporó en quinto curso, nivel A.

El programa de enseñanza lo establecía el Narkomprós, el equivalente al Ministerio de Educación. Además de las clases con las asignaturas normalizadas, era complementario tanto en las españolas de gramática, historia, literatura y geografía como en las equivalentes rusas. Al idioma ruso se le dedicaban dos horas, una por la mañana y otra por la tarde, aunque tu- vieron que ir soltándose para comunicarse con los numerosos empleados de la Casa. La proporción de empleados era altísima. La Casa de Pravda, que era la mayor de todas, tenía cuatrocientos educandos y doscientos setenta empleados entre profesores, cuidadores, cocineros, sanitarios, mantenimiento, bomberos, calefactores, jardineros. En una de las Casas -no en la de Pravda- en los documentos consta un “responsable de juguetes”. El personal femenino venía a ser un cuarenta por ciento.

Tenían un campo de fútbol reglamentario y pocos metros más allá comenzaba la línea de vegetación; grandes abedules, robles y hayas sugerían un lugar encantado.

Casi todas las semanas dedicaban, al menos un día, a excursiones por los bosques que dominaban toda la región y donde se impartían clases de forma distendida y ajustada al medio natural. Y cada quince días, salvo en lo más crudo del invierno, viajaban, sobre todo a Moscú, para visitar monumentos y museos.

El gimnasio tendría seis metros de altura. De unos ganchos colgaban varias amarras con y sin nudos, para subir a la cuerda y también una pértiga pulida. La profesora de gimnasia les hizo una demostración subiendo ágilmente por una de las cuerdas y después por la garrocha.

-Dentro de poco lo haréis también vosotros.

Estaba dotado con todos los aparatos de gimnasia deportiva; la que muchos años después se llamaría “gimnasia artística”. Un amplio cuadrilátero con colchonetas para el suelo y un potro para saltos, además de los elementos específicos masculinos: el potro con aros, la barra fija, las paralelas y las anillas. Y para las chicas: paralelas asimétricas y barra de equilibrio. También juegos de pesas y diversos artilugios que no tenían ni idea de cómo se utilizaban aunque pronto lo aprende- rían: la escalerilla de cuerda, que le recordaba la de los barcos piratas, el cuadro, la tabla vertical de “cuchillos”, para ascender por ellos, el punching-ball

Durante el tiempo que permanecían en los dormitorios, había una auxiliar de guardia que, a menudo, acudía a consolar a alguno de los críos al que oía llorar y se quedaba con él hasta que conciliara el sueño. Eso era frecuente, sobre todo en los primeros tiempos. También cuando llegaba el momento de levantarse anunciaba la hora. Cuidaba de que los más pequeños se asearan meticulosamente. El relevo lo cogía la persona que tenía asignado cada grupo, que era mixto. Éste se encargaba de que fueran al desayuno organizadamente y sin demasiada bulla. En el caso del grupo de Tino el educador era Vicente, que ya venía también desde Salinas y seguía suscitando, al igual que allí, vivas miradas de otras maestras y auxiliares, incluidas las rusas, a las que les resultaban evocadores sus ojos oscuros. Tsygankiy (gitano), ¡Lorca!, creían entender que se decían unas a otras. Vicente, al igual que otros educadores, estaba a cargo del grupo cuando no había clases lectivas o deporte, es decir, cuando no estaban bajo la supervisión de otros maestros, en los tiempos libres y de ocio. El educador hacía el papel de padre y madre; sobre todo las mujeres llegaban a comportarse como si fuese su propia progenie.

Las clases se interrumpían hora y media para almorzar por la mañana y a las cuatro solían acabar. Todos los días, dentro de ese horario, tenían gimnasia. Y al concluir había “círculos”, lo que actualmente llamaríamos “talleres” de diversas actividades: música, pintura, escultura, teatro, danza, diversos deportes, gimnasia deportiva, fútbol, remo. Eso, en la época en la que estaban; antes, en el verano, natación y, más adelante, con la llega- da de la nieve y el hielo, deportes de invierno.

Los círculos no eran cerrados, podían probar e ir variando siempre que fuesen capaces de no romper el ritmo del grupo.

-Apúntate a remo, Tino –le dijo Txomin–. Ya verás lo fuerte que nos pondremos. En la ría que hay de cerca de mi casa, yo remaba en una trainera.

Tino probó e iba con frecuencia a remar. Le gustaba la sensación de deslizarse por las aguas sintiendo la tensión en sus brazos, la sincronización con los otros remeros. Pero a la postre resultaba algo monótono. Los más asiduos, como el propio Txomin, eran vascos, aunque había un asturiano de Candás que no les iba a la zaga.

Cada vez le gustaba más la gimnasia de aparatos. Aún no había desarrollado potencia suficiente para el caballo con arcos, ni para hacer figuras estáticas en anillas, pero sí para volar en ellas haciendo “dislocaciones” de hombros. Le encantaba saltar sobre el trampolín y que sus muelles le impulsaran para pasar el potro a lo largo, primero con las piernas flexionadas o a pídola. A las pocas semanas ya lo pasaban con las piernas rectas. Y en el suelo: el “salto del tigre” elevándose todo lo posible para flexionar el tronco y caer en voltereta; el “salto del león” impulsándose para alcanzar la máxima distancia longitudinal y caer, igualmente, volteando el cuerpo. Equilibrios, rondadas, palomas, ruedas árabes. Se sentía un volatinero capaz de lograr figuras complicadas utilizando la técnica que les iba desvelando Svetlana, la profesora de gimnasia. Delgado y fibroso, su cuerpo respondía a los ejercicios. La modalidad de suelo la entrenaban junto con las niñas. La ropa de gimnasia consistía en pantalones cortos azules; ellos llevaban camiseta blanca de tirantes y ellas un maillot negro.

El otoño transcurría con la misma rapidez con que los árboles se iban despojando de sus hojas. El invierno ya se asomaba por entre sus desnudas ramas.

(GRABACIÓN. Madrid, 2011)

-Pero abuelo, lo que me estás describiendo parece un colegio de lujo.

-Pues, así dicho… ¡Era como te cuento! Si preguntas a cualquier otro antiguo compañero coincidiremos todos. Luego ya hay opiniones variadas de las penurias de la guerra y de los años posteriores. Pero de aquellos primeros tiempos hay coincidencia generalizada de todas las “Casas”. No te digo que, por la penuria de la que veníamos, nos pareciera todo mejor y lo tengamos sublimado. Pero así lo recordamos.

-Esas salas que cuentas y todas las instalaciones deportivas no las hay aquí, en colegios corrientes, ni en la época actual.

-Se volcaron con nosotros. La casa de Pravda estaba recién reformada cuando llegamos; estaba impecable y era espaciosa.

-Los edificios, de acuerdo, pero el método de enseñanza, con tantas excursiones y paseos por los bosques me sorprende. Era la época de Stalin, cualquiera se haría la idea de un método rígido en las escuelas con mucha “comedura de coco”.

–Un chaval no se plantea si le están comiendo el coco. Yo no lo sé valorar. O si tuvimos suerte, porque don Pablo Miaja era un librepensador, maestro de maestros, con mucho prestigio. Un hombre de sólidas convicciones muy vinculado con la Institución Libre de Enseñanza, que tenía una visión muy avanzada de la manera de educar. Seguramente su influencia entre el resto de maestros españoles tuvo mucho que ver en la forma  de guiarnos. Pero todo lo relacionado con lo de los “círculos” artísticos y deportivos, las excursiones, estaban igualmente impulsados por los rusos. El director era ruso y seguía las instrucciones del Comisariado de Enseñanza, que era como aquí el Ministerio, y que se llamaba Narkomprós. El cerebro descarta las cosas malas y recordamos lo positivo; seguro que había cosas que rechazábamos. Pero lo que es verdad es que, en las reuniones de nuestra Asociación, la inmensa mayoría es gente formada y políticamente de izquierdas, pero abiertos de ideas, que queremos convivir en paz. Una idea común es el rechazo a las guerras, ¡cualquiera no, después de lo pasado!; por eso mismo compartimos un rechazo, de plano, a los totalitarismos.

–Y, en la enseñanza, o luego más tarde, ¿no se notaba la represión?

–Pienso que la sufrirían los maestros, pero nosotros no. Para nosotros era nuestra patria de acogida. Luego, leyendo cosas, décadas después, supe que un maestro de Pravda, Juan Bote, un buen día ya no estaba y nos dijeron que le habían trasladado, había pasado una temporada en  la cárcel porque le consideraron disidente. Y no digamos la cantidad de brigadistas internacionales que estuvieron en Siberia en campos de castigo. Militares de alta graduación de la vieja guardia leninista, que fueron represaliados o fusilados. De eso me enteré en España, pero no ya por la propaganda americana, sino por intelectuales de izquierda como Vázquez Montalbán. Si te interesa lee el libro Moscú de la Revolución, es muy interesante y da muchos datos. Pero desde Occidente la propaganda iba dirigida a desmoralizar a los trabajadores; y desde la izquierda a buscar el poder compaginar la libertad con el socialismo real. Eso no hay que olvidarlo. Stalin quiso acabar con toda disidencia mediante la represión, pero eso no debe borrar que, gracias a la revolución rusa, en Europa se empezó a reconocer la jornada de trabajo con límite horario, o las vacaciones y las pensiones; por miedo a que se extendiera la revolución. Ni tampoco que en la derrota del Eje en la Segunda Guerra Mundial, fue determinante el pueblo ruso. Allí todo se volcó para acabar con los nazis. Mientras que en otros países la industria privada armamentista, y otras muchas, estaban condicionadas por los beneficios. En la URSS todo se enfocó a un único objetivo. Eso también fue gracias a que había socialismo. Si no, habría que ver qué hubiera sido de Europa en manos de los dictadores, lo que fue en España cuarenta años. ¡Ponlo!, ponlo en la tesina, que lo vean esos sabiondos que la van a calificar: verdades como puños les guste o no.

-Me encanta cuando dices las cosas con esa convicción. Es tan raro que te explayes.

-Bueno, de vez en cuando... Estuve tanto tiempo sin poder decirlo. Y luego, cada cual que piense lo que quiera.

La abuela llegó con unas tazas de café y una de té para el abuelo. También un platito con galletas de “María Fontaneda” para merendar. En el mueble que llena una de las paredes del pequeño salón-comedor, ocupa un lugar preferente un samovar de color acerado.

Camino de su casa, en el autobús, Carol aún seguía dando vueltas a la sorpresa que se había llevado del tipo de educación que habían recibido los educandos españoles, entre los que se encontraba su abuelo, hacía nada menos que sesenta y tantos años. Ella se había imaginado, antes de estudiarlo, que serían métodos antediluvianos.

En días posteriores pasó mucho tiempo ante el ordenador y en la biblioteca leyendo alguno de los libros a los que hacían referencia los blogs y artículos que estaba leyendo. Nunca se había interesado demasiado por los métodos pedagógicos ni se había preguntado de qué época provenían, más allá de recordar la pesadez de deberes extraescolares que era el sistema imperante en la España actual y que ahora estaba sufriendo Sergio, su hermano pequeño, al que sacaba diez años. Cada vez había más polémica social rechazando la carga que suponía para los niños que apenas tenían tiempo para jugar y que, salvo excepciones, acababan viendo el colegio como una lata. Oía a sus padres quejarse de cómo los deberes se convertían en una obligación para todos; después de llegar cansados del trabajo y de las labores de la casa, hacer la cena, tenían que ponerse a ayudar a su hermano para que pudiese llevar las tareas hechas, ya que en muchos casos eran tan farragosas que no las entendían ni ellos, personas formadas y con estudios universitarios.

Pero se sentía una ignorante respecto de las teorías educativas; por eso fue a hablar al día siguiente con su director de tesis, que le proporcionó el teléfono de un catedrático de pedagogía y al que daría aviso de que le llamaría Carol. Javier Casado, que así se llamaba el cátedro, era un hombre de unos sesenta años, bien plantado, de pelo abundante y pequeños ojos azules que se cerraban aún más al escuchar con atención. Se interesó vívidamente por el contenido de la tesis que le describió la alumna. Había leído alguna cosa referente al exilio español en Rusia. Se ofreció a dejarle algunas lecturas sobre los sistemas de enseñanza de principio de siglo y, lo que era mejor, a volver a quedar para comentarlos y ayudar en esa parte que se le resistía.

Tras las densas lecturas quedaron en el café Gijón en una mesa junto a un gran ventanal. Ella no conocía ese café más que por fuera. Una vez dentro pudo imaginarse fácilmente el ambiente de coloquios de tanto escritor e intelectual que había pasado por allí. Entraron rápidamente en materia.

La Institución Libre de Enseñanza. Sí que Carol había oído hablar de ella como prestigiosa en la época de la República, pero poco más. Javier Casado le narraba apasionadamente lo avanzado de criterios provenientes de bastante antes que la propia República.

El aprendizaje lo basaban en fomentar la vocación de cada cual con una formación humanística y el rechazo al academicismo y la memorización. Se impulsaba impartir clases conversando fuera del aula, en la naturaleza, fomentando el excursionismo. Carol comentó que recordaba una película en la que un maestro de posguerra, cuyo papel protagonizaba Fernando Fernán Gómez, hacía precisamente eso para explicar ciencia o biología: “La lengua de las mariposas”, se llamaba la película.

–La recuerdo; describía perfectamente lo que era un clásico maestro de la Institución.

–Mi abuelo insiste en que el programa educativo no solo era imputable a Miaja y a los maestros españoles; que los rusos mantenían el criterio de los “círculos” y de las excursiones como trascendente en la formación.

–Entre las lecturas que te recomendé no incluí, pensando en que te sonarían a “ladrillo”, algunos libros que tratan de la educación y la cultura en la Rusia de aquellos años. Pero si te animas te recomiendo la lectura de El poema pedagógico de Makarenko. Un pedagogo revolucionario ucraniano que en los años veinte, al poco de la revolución, se había hecho cargo de chicos que provenían de correccionales. Pequeños delincuentes que, en un porcentaje altísimo, luego acabaron con estudios superiores y profesionales cualificados. Su método adquirió gran prestigio e influencia tanto la enseñanza soviética como en otros países y era estudiado en pedagogía de numerosas universidades de Europa occidental. También es ilustrativo otro libro cuyo título aun suena más a mamotreto, Lunacharski y la organización soviética de la educación, de Sheila Fitzpatric, doctora por Oxford y profesora en la Universidad de Chicago. Un meticuloso estudio en el que rebate el estereotipo de la su- puesta rigidez del sistema educativo soviético. Lunacharski fue consejero, es decir, ministro de Educación y Cultura del primer gobierno soviético nombrado al día siguiente de la revolución. El creador del Narkomprós, del que aún siguió dependiendo la enseñanza en los años en los que tu abuelo estaba estudiando en Rusia. Había estado exiliado en Suiza y allí se había interesa- do por el método pedagógico de María Montessori.

-Por lo que dices, mi abuelo y los refugiados españoles, al menos en lo que a educación se refiere, tuvieron la posibilidad de contar con unos maestros que estaban formados en las corrientes más innovadoras de principios del siglo XX.

-¡Qué paradoja! –reflexionaba–. Ahora que estamos en la segunda década del siglo XXI entre algunos de los colegios caros y con fama está el Montessori. ¡Cuánta gente paga a sus hijos altas cifras creyendo que ese método se inventó ayer mismo!; o como el Colegio Estudio, de declarada influencia de la Institución Libre de Enseñanza, que fue donde tuvieron que llevar en la posguerra a sus hijos, las escasas familias liberales que conservaron su fortuna para poder disfrutar de una enseñanza laica y mixta.

Tesis de Carol. Nota

Algunos de los dirigentes del Ministerio de Educación (Narkomprós), tenían influencia de los métodos de María Montessori, con muchas similitudes con la Institución Libre de Enseñanza a la que pertenecían varios maestros españoles incluidos en las expediciones. El profesorado de esa corriente era exigente pero no tanto con el educando como con ellos mismos, maestros y profesores: “Todo profesor podrá ser removido cuando perdiese alguna de estas esenciales condiciones: vocación, dotes de investigador, capacidad de exposición.” “Removido” significaba buscarle otro puesto para motivarse y no perder la ilusión y condenarse a la rutina.

Con la Institución Libre de Enseñanza colaboró lo más granado de la intelectualidad española de la época, Joaquín Costa, Leopoldo Alas, Amparo Cebrián, Ortega y Gasset, Laura García Hoppe, Marañón, Sorolla, Menéndez Pidal, Ramón y Cajal, Unamuno, María Goyri, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, María de Maeztu y otros muchos.

En 1910 se fundó la Residencia de Estudiantes, que poco después se ubicó en la calle Pradillo.

Unos cuantos de aquellos profesionales liberales fueron buscando su vivienda en las proximidades de la Institución; en el barrio del Viso se formó una cooperativa de viviendas de profesores. Tras la guerra muchos de ellos estaban encarcelados, exiliados, o muertos; y los vencedores se apropiaron de sus casas. La Ley de Responsabilidades Políticas posibilitaba requisar las propiedades y pasaron a ser adquiridas por precios irrisorios en subastas a las que nadie se atrevía a acudir cuando pujaba gente como algún conocido general. ¡Quién lo diría! ¡El Viso!, que ella siempre había pensado que era originario de las élites económicas y realmente fue desarrollado por élites, pero de intelectuales y profesionales liberales.

En el Narkomprós estaba también Nadia Krupskaia, la mujer de Vladimir Ilich Ulianov, Lenin. Es decir, la dirección de ese ministerio no carecía de peso político.

A partir de 1917 y por una década convivieron dos escuelas pedagógicas de influencia en la URSS: la de Petrogrado, de Lunacharski, de clara tendencia “montessoriana” y la de Moscú, de pautas de aprendizaje colectivo y autogestionario en la línea de Makarenko. Para entendernos, más dura. A medida que avanzó una segunda década, pero aun siendo joven la revolución, se fueron aproximando en una simbiosis.

No era un hecho menor en la educación de los españoles en Rusia que estuvieran acogidos, vestidos, alimentados, con calefacción; en vez de la pobreza y exposición al riesgo de los bombardeos. Los niños, con el claro instinto de la vida, lo reflejan en sus relatos y cartas a las familias con las que intentaban entrar en contacto. Destacaban siempre lo bien que comían y cómo les trataban. Algunos párrafos lo recogen nítidamente: “Que nos dan de comer cloquetas, carne y pollo más luego postre y pan todo el que queramos”, dice la carta de José María de la Parra. O más delicada la de Divina García Lanuza: “Madre comemos como Reyes y dormimos como princesas” y taxativo y cuantitativo Jesús Oyarzabal: “Al llegar al hospital nos dieron jama hasta que no queríamos más”. (Fuente: Los niños españoles evacuados en la URSS, E. Zafra, Rosalía Greco y Carmen Heredia).


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Capítulo 19

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
Novela histórica de Pablo Fernández-Miranda de Lucas, por entregas en Nuevatribuna

Capítulo 20 Moscú-Txíscovo. Noviembre de 1937