viernes. 29.03.2024

Capítulo 19 Oviedo. Marzo de 1938

la voz de asturias
Carteles de propaganda en Les Arriondes. Foto tomada de 'La voz de Asturias'.

La boda iba a tener lugar en la iglesia de San Juan El Real, la misma donde fue bautizado Celestino, el padre de Mari y donde, por cierto, se habían casado Francisco Franco y Carmen Polo.

Los testigos iban a ser su hermano Adolfo; su tío político Horacio;   y Céspedes, un amigo de la familia. Por parte de Galo Paule, Julio, su capitán, también extremeño de Esparragalejo, el teniente Riaño y Nicolás, un alférez gaditano.

Todo estaba dispuesto para la fecha salvo el certificado de viudedad de Paule, que no llegaba a tiempo debido a las dificultades de las comunicaciones motivadas por la guerra.

Intentaron convencer al párroco de San Juan aportando otros documentos del fallecimiento de la que fue su esposa del primer matrimonio,  las nóminas, en las que constaba la viudedad, una carta del capellán del Regimiento. Nada le valía.

-Pero padre –le argumentaba Paule al párroco– dese cuenta de que no estamos en una situación normal, la guerra dificulta las comunicaciones administrativas. Piense usted que si el fallecimiento de ella hubiese sido en zona republicana, por poner un ejemplo, sería imposible obtener ningún certificado; y la vida sigue, hágase usted cargo. Puedo hacer una declaración jurada con testigos. En caso de mentir sería un delito de bigamia.

-Yo no me puedo arriesgar a consagrar un sacrilegio. Se aplaza la boda hasta que llegue el documento.

-Sea comprensivo, vaya usted a saber si el documento se ha perdido en el trayecto, tal y como están las cosas. Si hay que volver a empezar serían muchos meses.

-Pues os esperáis. Me da la sensación de que os apremia la lujuria, contened las pasiones y esperad –sentenció.

Intentaron celebrarlo en otra iglesia pero se encontraron con una negativa tajante.

-No os molestéis más –le dijo a Paule el capellán de su regimiento–. El párroco se lo ha notificado al obispo y nos ha llegado a todos los sacerdotes de la diócesis una nota “informal” de la que negaré haberte hablado.

Cuando le contó a su novia esa conversación ella no se arredró:

-Nos vamos a vivir juntos y que se jodan esos intransigentes. Y hacemos la celebración programada; que se entere todo Oviedo de que ellos tienen la culpa de propiciar el pecado –dijo Mari.

-No seas inocente –razonaba Paule–. Oviedo nunca va a criticar a la Iglesia. Tampoco mucho a mí, sino a ti por vivir amancebada, según su criterio. Otra opción es intentarlo en otra provincia, León o Santander.

-¡Que no! ¡Qué coño! Escondiéndonos, haciendo desplazarse a toda la familia. No están los tiempos para pedir ese sacrificio y gastar dinero.

-¡No seas mal hablada!

-Ya sabes que yo hablo así. Es parte del idioma. No hay nada como un taco cuando corresponde. ¡Y lo que relaja! –dijo ya menos enfadada–. Lo que no voy a hacer es seguir ocultándome. Si tú estás conforme se celebra y que todo el mundo lo sepa; no voy a ir con la cabeza “gacha”… La única que me preocupa que lo entienda es mi madre.

-Pues si tan claro lo tienes, adelante.

Mari habló con Catalina. Sorprendentemente, su madre se lo tomó con resignación.

-Conociéndote no voy a tratar de disuadirte y como sé que no vas arrepentirte del pecado ya me encargo yo de rezar por ti –dijo socarronamente–. El señor todo lo perdona y sabe cuál era vuestra intención, que es lo que cuenta. Eso sí, en cuanto llegue el papelín, os casáis de verdad. Os tocará hacer contrición.

La ciudad de la Regenta tuvo mucho de lo que hablar en esos días. Pero con el cinismo típico de la sociedad conservadora, en el fondo pensaban lo que Galo había anticipado: que un oficial del ejército victorioso tenía derecho a disfrutar del botín. Y Mari irguió el cuerpo y la cabeza aún más, y se puso el mundo por montera. Lo único que le interesaba era que Paule se comportase como un auténtico buen marido en el día a día, y que su madre lo asimilase, como parecía haber hecho.

La celebración fue en el Campo de los Patos. La sidrería del Gato Negro llevó hasta allí las mesas y las sillas junto con un tonel de sidra para hacer una espicha.

La comida seguía racionada con cupones, pero con la ayuda de amigos y familiares consiguieron fabes, tocino, morcilla y chorizos, también unos cuantos kilos de tomates y algo de aceite. En el cuartel, el brigada de cocina le facilitó ajos, cebollas, pimientos y pimentón que, con pan duro, sería suficiente para hacer un gazpacho.

-Quiero que haya algo que me recuerde a mi tierra: un gazpacho extremeño; ya verás que bien me sale –dijo Paule que el día anterior a la celebración estuvo en casa de Catalina machacando los condimentos en un mortero de madera, concienzudamente, como le gustaba a él hacer las cosas.

Catalina preparó con les fabes y el compangu una fabada suficientemente abundante para que nadie se quedara con hambre y, a pesar de la guerra, se recordara como un buen convite, como si fuese el de una boda auténtica.

Pasó todo el día anterior en la cocina porque tuvo que prepararla en tres veces para que la cantidad fuera bastante para todos los que eran  y, en la pota, aunque era de buen tamaño, no cabía lo suficiente. Llevaba su cocción lenta para que los sabores quedaran bien integrados. A medida que bullía el guiso, iba cubriéndose de una capa de grasa que soltaba el embutido. Fue retirando el fluido oleaginoso con un gran cucharón y echándolo en una taza.

Con el hambre que había, nadie hubiese protestado por que estuviese graso. Pero ella quiso mantener su receta y una parte importante consistía en ir sacando la grasa para que quedase sabrosa pero de fácil digestión.

Como los tiempos no estaban para desperdicios, la grasa rojiza la mezcló con manteca y algún tomate pasado por el chino y todo bien batido para hacer una mousse con la que untar en rebanadas de pan para aperitivo.

De postre: caramelo hecho con melaza en la sartén, con una gota de aceite; otra cosa no había, y gracias a que el azúcar la encargaron unos suboficiales rifeños de Regulares que sirvieron con Paule años atrás y que quisieron enviárselo como regalo de bodas. En el nombre de ellos y en el suyo propio se lo había entregado deferentemente, Hassan, su asistente, el de la doble cicatriz en el labio.

Se juntaron diecinueve en total. Los hermanos de Mari: Ina, la hermana pequeña; Feli con el marido y sus dos hijos; Carmina, la novia de Adolfo. Estos últimos aprovecharon el convite para hacer la presentación formal de su noviazgo, aunque de sobra era sabido por todos. A punto había estado de costarle un disgusto cuando, por culpa de los celos, Adolfo fue denunciado por un vecino del barrio al que le gustaba la misma chica. Catalina invitó a dos de sus hermanas, las que vivían en Oviedo y a sus respectivos maridos.

Por parte de Paule los tres oficiales que hubiesen sido sus testigos, y Hassan, su fiel ayudante.

Lo único que echaba en falta Galo era una carta de sus hijos. Les había escrito varias veces. Él era consciente de que la guerra hacía imposible el viaje, pero abiertamente les pedía una nota de reconciliación y buenos deseos, tras las agrias cartas en las que, sobre todo su hija, le echaba en cara su noviazgo y que no guardara la memoria de su esposa. “Parece mentira esa intransigencia tras tanto tiempo transcurrido” –pensaba Paule–. Y añadía que, tanto ella como sus hermanos, si llegara a casarse, no le dirigirían más la palabra.

Tras el primer brindis de “Vivan los novios”, Mari propuso otro:

-Brindemos para que Tinín vuelva pronto y podamos celebrarlo.

El ambiente era animado y el intercambio de bromas y risas iba en aumento a medida que el contenido del tonel de sidra disminuía.

Se había establecido una competencia en la que cada cual ponderaba su gastronomía. El capitán extremeño glosaba el gazpacho preparado por Paule.

-Reconozco que la fabada llena más, pero el mérito es preparar con productos tan básicos un manjar tan exquisito. Mérito, en origen, de los pastores extremeños y andaluces.

Horacio, uno de los tíos políticos de Mari, le llevaba la contraria por incordiar:

-Ya hace muchos años el gran poeta asturiano, Teodoro Cuesta, sentenció esta polémica en las cartas que intercambió con otro poeta sevillano amigo suyo definiendo así el gazpachu:

Garitucos de pan endurecios
y de algunos a veces florecíos
a remoyar los dexen en un platu
sin mieu que los llamba nunca el gatu
pos yé el gatu animal de muches barbes
pa que i fagan coción tan males parves

Galo, que ya llevaba tiempo leyendo a escritores bablistas, le respondió:

-Lo que te callas es que el amigo andaluz le dio la réplica:

No estuviste hacia Zeviya
arguna vez, camará?
nunca viste la Girarda
de su hermana catedrá?
puez no haz contemplao la torre
que hay maz digna d’admirá”

-Y acaba:

Pues cierra mu bien er pico, pues zi, te oyen jablá t’aseguro que a los perros les sirvez pa merendar

Los extremeños y el gaditano aplaudieron a rabiar. A todos les sorprendió la intervención de Catalina:

-Será por las dos culines de sidra que me eché al gütiellu pero me viene al magín que, con mi marido, leíamos en voz alta esa misma poesía que ye tan larga y memoricé un cachín :

De la morciella
nunca el tufu golieron sus narices
¿y sin comer morciella son felices?

Esta vez todos los comensales aplaudieron a Catalina, que animada concluyó:

-Y dicho con todos los respetos, Hassan, que eres el único que no le puedes meter el diente a la fabada porque tien gochu y a la sidra por el alcohol. Para compensate de esa infelicidad ataca a esti quesu que te traje p´a ti solu, a sabiendas de que no debías quedate con fame en la celebración de lo d´estos dos.

Hassan se levantó y tomó con sus dos manos el plato con el trozo de queso que Catalina le ofrecía, haciendo una ligera genuflexión.

***

No eran tiempos para viajes de “luna de miel”, como hubieran querido. Galo se dirigió, al salir del cuartel, al piso donde se habían instalado en la plaza del Paraguas. Atravesó la plaza del Carbayón, rodeado por cascotes y agujeros de obuses, dejó atrás la Universidad con todos sus edificios deteriorados gravemente. Al llegar al palacio de Quirós, que había sufrido menos daños, bajó por la calle del Peso, continuando por la del Sol hasta acometer, en descenso, la rampa que accede a la plaza del Paraguas.

Era un piso en segunda planta de tres dormitorios con dos balcones que daban a la propia plaza. Resultaba agradable llegar a casa y que estuviera su joven y guapa mujer, aunque no siempre era así, por las muchas horas de costura en casa de la madre. Ese día sí que estaba.

-Vamos un rato al balcón, que hace buena tarde–. Asomados en él se veía el acharolado de la parte superior de la capota del “paraguas”. A la derecha, la fachada de la calle Ecce Homo y a la izquierda los adoquines de la cuesta de San Isidoro que aún brillaban por la humedad del orbayu de la mañana.

-El general Aranda va a hacerse cargo de las tropas de Levante en la parte del Maestrazgo –le dijo Paule–. Llevará con él a una parte de las de Oviedo.

-¿Y tú tendrás que ir con ellos?

-Aún no lo sé, pero lo dudo. Al fin y al cabo los que procedemos de Regulares no somos de “los suyos” en origen. Además, no creo que nos muevan mucho a los de Seguridad y Asalto. Asturias no es como otras zonas que puedan quedar poco guarnecidas. Aquí la población es mayoritariamente pro república. Muchos de los que no pudieron salir cuando se tomó la región se echaron al monte y está lleno de grupos que hostigan al ejército. No creo que me destinen a otro sitio. Desde luego, no tengo ningunas ganas. Haré todo lo posible por permanecer aquí.

-Pues hazlo. Todo lo que puedas alejarte del frente, mejor.

-Bueno, ya veremos; al menos procuraré que no sea pronto y que podamos estar juntos todo lo posible.

-Aunque desde aquí parezca otra cosa por las noticias que nos dan, la guerra no tiene pinta de acabar –dijo Mari–. Pero ojalá me equivoque  y termine pronto esta sangría.

-Coincido contigo, no creo que los republicanos tengan posibilidades, pero no se van a dar por vencidos. Si viesen expectativas de un acuerdo que pudiera salvaguardar vidas y hacienda, pero perciben que eso no es posible y van a combatir hasta el final. No se va acabar pronto y aún conservan capacidad militar. Se ha tratado de ocultar pero a primeros de este mes la arma- da republicana hundió el crucero “Baleares” frente a Cabo de Palos, murió prácticamente toda la tripulación, unos ochocientos hombres, un desastre.

-Y Europa cada vez más agitada y enfrentada –comentó Mari a la vez que entraba un momento a la habitación y regresaba con La Voz de Asturias en la mano–. Mira lo que viene en primera página: “Alemania y Austria se unen en un solo país”. ¡No te digo! Primero la ocupan los germanos y luego dicen que se unen; ¡como para oponerse!

-No te engañes. Muchos austriacos están encantados con la Gran Alemania.

-No te lo niego. Pero otros muchos no; y lo han decidido sin contar con ellos. Por el contrario, en Francia, han vuelto a nombrar al socialista León Blum presidente del gobierno. Dos países con gobiernos antagónicos y con muchos kilómetros de frontera: la cosa está que echa chispas.

***

Mari acudía todas las mañanas a casa de su madre y se reunía con Ina para coser las prendas sobre las que estuvieran trabajando. Hacía meses que había optado por dejar el trabajo de enfermera. El recuerdo de sus compañeros muertos se había convertido en una obsesión y optó por solicitar una excedencia una vez que vio que la apuesta por el “corte y confección” estaba funcionando. Antes de dejarlo fue ahorrando con ahínco de su sueldo de la Diputación para comprar una máquina Singer de segunda mano que, sumada a la de la madre, permitiría trabajar simultáneamente con Ina.

Los patrones más complejos los creaba Mari; a la hermana pequeña le costaba más, quizás por la escasez de fuerzas con las que había quedado tras su enfermedad. Aunque los mejores alimentos que entraban en casa eran para ella, no llegaba a levantar cabeza. Procuraba compensarlo incrementando el tiempo dedicado a la máquina, pero su ritmo y creatividad no era el mismo. A las cuatro llegaba su madre y la jefa del taller, que venían juntas del hospicio tras finalizar la jornada. En cuanto bajaban sus dos vecinas comenzaban las clases de sastrería impartidas por la oficiala.

Parte de lo que ingresaba Mari se lo daba a su madre para poder sacar adelante la casa y que Adolfo pudiera seguir estudiando. En realidad, con el sueldo de Galo tenían para ir tirando, aunque parte de los ingresos de Mari les vino bien a la pareja para poder coger una casa razonablemente espaciosa y exterior.

Si le sobraba algún retal de encargos, sin que nadie se enterara, procuraban coser alguna prenda para las presas. Les había llegado el soplo de que la mujer de López Mulero estaba muy enferma, la mala alimentación, sumada al frío y la humedad del invierno la habían colocado al borde de la extenuación. A una prima que la visitaba, Ina le llevó un capote que le hicieron con una manta de lana. Desgraciadamente murió, consumida, pocos meses después. Procuraban hacer un diseño basto, nada elegante, para no llamar la atención y que se lo quitasen o pretendieran averiguar su procedencia.

En una ocasión estuvieron a punto de descubrirlas; solo lo rocambolesco del destino lo impidió: el director de la cárcel de mujeres se percató de que una falda que llevaba una presa, a pesar de tener un aspecto rudimentario, estaba confeccionada con la misma tela que un elegante vestido nuevo de su mujer. Hizo que las guardianas se la requisaran y se lo llevó para compararlo. No había duda, había salido de la misma pieza. La pista le hubiera llevado directo a las costureras.

El azar quiso que ese vestido se lo hubiese regalado a la mujer del alcaide, el querido de ella, uno de los jefes de la Falange de Oviedo. Para ocultar su origen la mujer había dicho que se lo regalaron las monjas del convento de las Adoratrices en agradecimiento por un buen donativo que les había hecho y que, efectivamente, les entregó a posteriori para dejar rastro del pago.

Al día siguiente el director, receloso, se había acercado a hablar con la in- tendente del convento. Pero la tarde anterior se le había adelantado el avisado falangista que, ayudado por una nueva dádiva, la convenció para que confirmara que practicaban la caridad con alguna que otra ropa para las presas y que, con la misma pieza, confeccionaron tanto el vestido para su esposa en agradecimiento como, con el retal sobrante, una falda para una presa. Todos contentos: la pareja de amantes encubiertos, el director con sus cuernos y las monjas con su doblete de dádivas. No digamos Mari y las demás costureras cuando se lo contó el cuñado de una de ellas, que había sido el contacto con el cliente falangista. Todo un rocambolesco vodevil.


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Capítulo 18

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
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Carteles de propaganda en Les Arriondes. Foto tomada de 'La voz de Asturias'.

Capítulo 19 Oviedo. Marzo de 1938