viernes. 19.04.2024

Adolescentes

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“Desgraciada la nación cuyas gentes están gobernadas por ambiciosos adolescentes, los dioses les auguran un futuro incierto”
Plutarco (Vidas paralelas)


Harry G. Frankfurt, profesor emérito de filosofía en la Universidad de Princeton, escribió un breve ensayo sobre la manipulación de la verdad titulado “On Bullshit”, de difícil traducción al castellano, oscila entre “charlatanería, palabrería y sandeces”. Sostiene que nuestra sociedad soporta de continuo grandes dosis de charlatanería, mentiras y otras formas de tergiversación y engaño sin que, de momento, se haya escandalizado nuestra civilización. Para él, los “bullshitters” o charlatanes, son impostores y farsantes cuyo objetivo cuando hablan es manipular las opiniones y las actitudes de quienes los escuchan; su preocupación consiste en lograr persuadir a la audiencia; les resulta indiferente si lo que comunican es falso o verdadero. Su argumentación se centra casi en exclusiva en el valor o no de la verdad, y no en el valor o la importancia por encontrarla.

En su opinión, una sociedad que de forma frívola y obstinada se muestra negligente ante una información fiable y veraz sobre los hechos está abocada a la decadencia; por el contrario, si queremos crear y mantener una cultura democrática avanzada y fiable, necesitamos conocer la verdad de los hechos y hacer un uso productivo y honesto de ellos, pues en la medida en que conocemos la verdad, estaremos en situación correcta de guiar nuestra conducta con transparencia ética a partir del conocimiento de la propia realidad. La verdad no depende de nosotros ni de los políticos, de sus deseos ni de sus juicios y opiniones; lo que sí depende de nosotros y de los políticos es ajustar las opiniones a la verdad de la realidad tal cual es y no como queremos que sea. Sólo así podremos elaborar reflexiones, argumentos, análisis críticos, propuestas y proyectos sensatos, ajustados a la realidad y no a la fabricación interesada o a la manipulación de la misma. Si carecemos de las verdades necesarias nos guiaremos torpemente por nuestras subjetivas fantasías y por las poco fiables opiniones de los “charlatanes”. Concluye el ensayo con este agudo consejo: un defecto peor que mentir o despreocuparse por encontrar la verdad consiste en concentrar los esfuerzos en expresar la propia opinión, carente de sinceridad y despojada de toda referencia a la realidad de los hechos. Y así lo razona: los grados más elevados de una cultura y de una sociedad honesta, democrática y ética dependen del respeto y la importancia que se dé al relato a la hora de determinar cuáles han sido los hechos y la precisión con la que se expliquen.

Es muy frecuente que los políticos no quieran ver, ni siquiera aceptar, aquella realidad que no les gusta o no les conviene; entonces, la disfrazan, la manipulan o sencillamente la niegan

Vivimos en una época en la que en muchos sectores públicos y medios de comunicación, políticos, columnistas y tertulianos, con su opiniones llegan a negar que la verdad responda a algún tipo de realidad objetiva; se guían más por su propio punto de vista individual, condicionados tal vez por el medio o partido al que sirven o por complejas e ineludibles presiones sociales, sin distinguir la clara diferencia entre la verdad y la falsedad de las fakenews. En estos momentos, más que nunca, necesitamos saber dónde estamos, qué nos pasa, por qué nos pasa y qué hacer de cara a un futuro inevitable al que los líderes políticos irresponsablemente nos han abocado. Muchos de ellos han accedido a la política en un modelo y un tiempo de sociedad democrática “rápido y exitoso” con el único objetivo de que los resultados finales de su interés sea “ocupar poder”, pero en el “gobierno” y no en la incomodidad de la oposición. Es muy frecuente que los políticos no quieran ver, ni siquiera aceptar, aquella realidad que no les gusta o no les conviene; entonces, la disfrazan, la manipulan o sencillamente la niegan. Son impermeables a la autocrítica.

Cuando se les pregunta sobre su responsabilidad ante un fracaso, desacierto o crisis, siempre tiran balones hacia arriba. Hay que buscar culpables; y los culpables son siempre “los otros”. En un anterior artículo hacía una reflexión sobre el personaje “Calígula” de la obra de Albert Camus. Cuántos políticos, para justificar sus errores o fracasos, como Calígula en la obra de Camus, gritan o exigen: “Necesito víctimas, culpables…” ¡Que empiece la farsa! En lugar de una autocrítica sincera reconociendo su mala gestión, buscan víctimas: “necesitan culpables”. Lo más fácil es apuntar al “de arriba”. En este momento, como inicio de una egoísta campaña electoral, es necesario buscar al responsable de repetir las elecciones. Los partidos y no pocos medios de comunicación con sus propios politólogos y tertulianos, sin apenas un análisis serio, con ese perfil de “bullshitters” o charlatanes que señalaba Harry G. Frankfurt, apuntan con “la diana” a Sánchez. En el acerico de la culpabilidad todos los alfileres se clavan en “el presidente en funciones”. Pero al preguntarles si ellos tienen alguna parte de responsabilidad, siempre responden igual: “Sí, nosotros también tenemos alguna culpa”; más si en repregunta les dices que señalen alguna concreta, entran en el bucle o laberinto de la “ambigüedad”, de la nebulosa de la indefinición, cuando no, en un grumo espeso de contradicciones.

Que Sánchez tiene responsabilidad, nadie lo niega; pero quienes tienen experiencia de gobierno y de ellos depende el nombramiento de las personas que en su equipo deben gobernar, conocen la importancia de la cohesión, confianza y lealtad que quienes componen el equipo deben mantener. ¿Puede acaso el señor Iglesias dar lecciones de su capacidad para formar equipos consistentes y cohesionados? Basta mirar quiénes eran los que formaron su equipo de Vistalegre para ver cuántos se le han ido, incluso formando plataformas nuevas o con la intención de ir formando partidos nuevos. ¿Puede el señor Rivera ser ejemplo de líder inclusivo y democrático? La lista de abandonos y deserciones críticas es a “trío” por día. Y ¿qué decir de Pablo Casado en cuya “colmena” muchas celdas están ocupadas por destacados líderes “caminito de la trena”? Líder popular que, en las primeras elecciones como presidente del partido, ha dejado en la estacada más de la mitad de los escaños en el Parlamento y casi todos los senadores.

El coste en deterioro de las instituciones, el coste para la economía y el coste en reputación como país que significan 4 elecciones en tres años, no han sido óbice para que nuestros líderes hayan antepuesto sus intereses personales y de partido. ¿Dónde queda el sentido de Estado al que la Constitución les obliga? Sin ser jurista y mucho menos constitucionalista, si el artículo 6 de la Constitución del 78 expresamente dice que “los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política”, de haber interpretado con inteligencia que la voluntad ciudadana no quería nuevas elecciones, no es comprensible que nos hayan obligado a repetirlas. Resulta, pues, difícil volver a confiar en quienes han despreciado los votos que les hemos otorgado. ¿Para qué han valido? En “El Príncipe” de Maquiavelo, el cinismo, la traición, el engaño y la mentira se veían como una estrategia política para alcanzar el poder, eran los medios que justificaban conseguir el fin; al menos con esas perversas habilidades alcanzaban ese fin. Pero en España, con estos “machos alfa” -como les llama Pepa Bueno en El País-, “ni eso”: son el fracaso.

La expresión “juegos de lenguaje” es la figura que Wittgenstein utiliza para referirse a la forma como él piensa que funciona el lenguaje. Con esta figura presenta lo que se aprende cuando se aprehende el lenguaje, y de qué se hace uso cuando se entra en este complejo tipo de relaciones que regulan comportamientos al usar el lenguaje. Wittgenstein propone identificar el significado de una palabra por su uso; subraya de este modo la evidente correlación que hay entre el lenguaje, las acciones y la vida humana. El sentido de una palabra será su utilización en un contexto, en un lugar, en un hecho. Los juegos de lenguaje son las herramientas que el ser humano dispone para aprehender el mundo.

La crítica más suave que se les puede hacer a nuestros líderes ante este fracaso democrático en el que nos han embarcado es que no se les entiende. No tienen relato y cuando intentan explicarlo lo hacen con total desacierto

La propuesta filosófica de Wittgenstein nos conduce a preguntarnos si cuando hablamos en verdad decimos algo, y si decimos algo en verdad, qué decimos y desde dónde lo hacemos, desde qué juego lingüístico, qué contexto, de qué forma vemos la realidad. Desde qué juego del lenguaje y de qué forma veo hoy la realidad de estos “machos alfa” de los que escribe Pepa Bueno, los veo como “adolescentes”. Esta calificación no sería la primera vez que se utiliza; así calificó hace días a Albert Rivera uno de los fundadores de Ciudadanos Francesc de Carreras, como “un adolescente caprichoso”. La crítica más suave que se les puede hacer a nuestros líderes ante este fracaso democrático en el que nos han embarcado es que no se les entiende. No tienen relato y cuando intentan explicarlo lo hacen con total desacierto. Si supimos superar los difíciles momentos de la dictadura a la transición (diálogo entre diferentes y contrarios), no se entiende por qué no hemos sabido superar la inmadurez política de estos “adolescentes políticos” en democracia. Citando a ese político de la transición, al catalán Tarradellas, “en política se puede hacer cualquier cosa menos el ridículo”, nuestros actuales dirigentes políticos han iniciado esa “bufa performance”. Quienes han metido en este lío al país tienen la obligación de arbitrar estrategias para salir de él; sus responsabilidades tal vez no sean penales, pero sí políticas y éticas.

La palabra “adolescente” deriva del verbo “adolecer” que según la RAE significa “causar dolencia o enfermedad; caer enfermo o padecer alguna enfermedad habitual”; aunque en su acepción más habitual es “tener o padecer algún defecto” al que le sigue un complemento introducido por de, que expresa el defecto o el mal del que se adolece. Por otra parte, sin entrar en psicologías evolutivas profundas, la adolescencia es una etapa de enormes cambios, donde los jóvenes pasan de sentirse niños a querer ser vistos como adultos. En el fondo, la adolescencia es una etapa de desarrollo que parte de la infancia y, mediante un proceso de maduración, su objetivo es convertirse en adulto. En la adolescencia es habitual dejarse llevar por las emociones y no tanto por la razón; y llevados por las emociones no se sabe qué se quiere, la inestabilidad es manifiesta. En su obra la “Psicología de la adolescencia”, John C. Coleman, señala que el desarrollo adolescente tiene lugar sobre un telón de fondo de circunstancias sociales y políticas cambiantes, inestables. Así como es fácil delimitar las etapas del desarrollo de la niñez y la adolescencia, no sucede así en el paso de la adolescencia a la llamada edad adulta, también llamada adultez emergente. En este paso, los determinantes biológicos de la conducta y características psicológicas son más complejas, imprecisas y no claramente identificables. La inmadurez de los adolescentes les ha mantenido más tiempo como sujetos dependientes, necesitados de formación y experiencia; su crisis, en metáfora, se denomina “jóvenes a la deriva”. El problema es que “nuestros adolescentes líderes” no solo están “a la deriva”, sino que pretenden situar en ella a toda la ciudadanía. Como si estuviésemos en un Colegio Mayor al inicio del curso universitario, nos quieren hacer pagar la novatada de su inmadurez adolescente y su mediocridad. Contra este peligro nos alerta un pasaje de la biblia en Mateo 15,14: “Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo”.

Iniciaba estas reflexiones con una frase de Plutarco que ostenta en la Historia de la literatura el título de creador del género biográfico gracias a su obra “Vidas paralelas”. Como de él dijo Luis Alberto de Cuenca, “Plutarco escribe sus “Vidas” seducido por la magia del “exemplum”. Le tienta al escribirlas mucho más la moral que puede deducirse de ciertas anécdotas aisladas de los personajes elegidos que el propio encanto de la narración diacrónica de sus vidas y proezas. Expresamente lo explicita Plutarco en el siguiente párrafo de “Vidas paralelas”: No escribimos historias, sino vidas; no es en las acciones más ruidosas donde se manifiestan la virtud o el vicio, sino que muchas veces una situación pasajera, un dicho o una pequeñez sirven más para declarar el carácter de un personaje que sus batallas en las que mueren millares de hombres, numerosos ejércitos y destrucción de ciudades…”. ¡Qué buen modelo de conducta para nuestros líderes políticos!; más les valorará la sociedad si se preocupan por las pequeñas cosas que interesan a la vida diaria de los ciudadanos que por sus egoístas intereses sobre “cuántas poltronas y sillones” quieren ocupar.

Me pregunto si la aparición de Más Madrid o de Íñigo Errejón (¡tanto monta…!), beneficia u optimiza las posibilidades de poder gobernar de la izquierda

Se dice que en tiempos de crisis en cualquier pesebre nace un “mesías”; de ahí que, ante los anuncios de nuevos partidos, sea oportuno preguntarse: ¿es necesario aumentar en estos momentos las opciones políticas que fragmente aún más la zona de la izquierda? Para qué y por qué. ¿Aporta algo nuevo que les diferencie de un proyecto progresista excepto algunos matices sino restar aún más la opción de un futuro gobierno progresista? La historia está repleta de ejemplos en los que un líder medianamente carismático, sugiere o grita con demagogia aquellas críticas o promesas que la masa desea escuchar. Puede logra sí un éxito personal para él o para sus intereses, pero muy costoso para el país. Me pregunto si la aparición de Más Madrid o de Íñigo Errejón (¡tanto monta…!), beneficia u optimiza las posibilidades de poder gobernar de la izquierda. Sin entrar en derechos personales o de grupo, pensando más en intereses de Estado, en cuestión electoral, lo que no suma, resta; lo que no ayuda, estorba. ¿Es necesaria en este preciso momento la aparición de un nuevo grupo o partido que divida más las posibilidades reales de un gobierno progresista? Hay que mirarse bien “los egos” y tender más a la generosidad con “los otros”. Personalmente me suscitan recelos la ambición desmedida de quienes se presentan con “pretensiones mesiánicas”.

Vemos que, en este difícil momento, los líderes se han instalado en el bloqueo político; se acusan de que “los otros” no tienen sentido de Estado: adolecen de lealtad, sinceridad y confianza; anteponen la autocomplacencia al placer y al deber de servir a la ciudadanía, el orgullo y el “ego”, a la moderación y la templanza. Este tiempo político será recordado como un momento en el que la política se desintegra, en el que los electores, conducidos por “políticos adolescentes”, entregan el poder de legislar sus necesidades y problemas a líderes mediocres, renunciando al derecho de decidir qué quieren y quién quieren que lo gestione. Han cedido su representación a partidos dirigidos por frívolas oligarquías, que ignoran qué hacer con sus votos. La falta de diálogo y el exceso de irresponsabilidad nos ha conducido a nuevas elecciones sin tener la sensata clarividencia de que el resultado puede ser o igual o muy parecido. Hay quien señala, como opción y lección a los políticos actuales que deberíamos “votar lo mismo que el pasado 28 de abril” y situarles en la misma encrucijada en la que ellos nos han situado. El voto no es un cheque en blanco que les otorgamos para que satisfagan sus egos y alcancen “poltronas y sillones”, sino para que lleguen a aquellos acuerdos que beneficien a los ciudadanos y mejoren sus vidas. El único homenaje que un buen político puede desear a sí mismo es el homenaje de la verdad, la generosidad y el deseo de buscar siempre el bien de los demás y no el de situarse cómodamente a sí mismo en el poder.

Escribí hace meses en referencia a la “Paz de Filócrates” y las Filípicas de Demóstenes, que no debemos estar dispuestos a repetir eso que históricamente tan bien se nos ha dado: destruir la convivencia. Y lo que está sucediendo con tantos vetos y rechazos, con tantas ambiciones y egoísmos, es destruir la propia convivencia. Remedando la frase de Demóstenes dirigida a Filipo: “Hay pactos que no se ganan con la espada de la confrontación, el boicot ni los vetos sino con la razón, el diálogo sereno y el sentido de Estado”. Esta frase se la dirijo por igual a Pedro Sánchez, a Pablo Casado, a Albert Rivera y a Pablo Iglesias. Tengo serias dudas de que me hagan caso.

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