jueves. 25.04.2024

Rebeldes primitivos. En la muerte de Eric Hobsbawm

Resulta de obligado cumplimiento para este historiador que se empezó a formar como tal a finales de los sesenta y principio de los setenta dedicar unas líneas de homenaje a quien fue uno de sus grandes maestros de entonces, el historiador británico E.J. Hobsbawm, fallecido ayer.

Resulta de obligado cumplimiento para este historiador que se empezó a formar como tal a finales de los sesenta y principio de los setenta dedicar unas líneas de homenaje a quien fue uno de sus grandes maestros de entonces, el historiador británico E.J. Hobsbawm, fallecido ayer. Él, como Thompson, Vilar o Braudel, era el alimento intelectual imprescindible de todo estudiante con intenciones de contrarrestar la basura de los textos académicos de entonces, preocupados por dar información sobre en cuántas camas durmió Carlos V, cuáles los nombres de los reyes de la dinastía jagueyón polaca o en qué año se casaron la parmesana Isabel de Farnesio con el primer Borbón español Felipe V. Frente al cotilleo con derecho a examen habitual en las universidades de entonces, los que íbamos por libre, encontrábamos en los autores citados la gratificación  de aproximarnos a la conexión entre  causas y efectos de los hechos históricos, al valor de la “infraestructura” material a la hora de explicar los procesos históricos, al pasado de la gente sin historia, a sus condiciones de vida, redes, sueños y movimientos políticas y sociales. De su magisterio, lo más relevante era su capacidad para transcender el dato concreto, la anécdota casi, para elevarla a la categoría de análisis social.

La obra de Eric J. Hobsbawm es oceánica; decenas de libros traducidos a todos los idiomas que van desde las grandes síntesis muy aprovechables como libros de texto, como la serie de La Era de…, hasta ambiciosas monografías sobre la trayectoria del marxismo, las naciones y el nacionalismo, las revoluciones industrial y burguesa, las vanguardias, etc., o su propia biografía que, como él mismo señala, ha ido de la mano del siglo XX. Más que estas perspectivas generales, sin embargo, lo que más me interesó de su producción fue el conjunto de capítulos, fruto de su propia investigación, en los que profundizaba en el conocimiento de las clases populares y que fue reuniendo en libros como Trabajadores (1964, publicado en España por Crítica en 1979) o El mundo del Trabajo (1984, Crítica 1987). Bien aproveché para mis propias publicaciones el que, en el primero de ellos, dedicaba a la aristocracia obrera en la Inglaterra del XIX. Hoy me quedaría, cuando al parecer estamos de regreso a la barbarie nacionalista, con un capítulo del segundo de los libros citados: “¿Cuál es el país de los trabajadores?”

Quisiera comentar brevemente, sin embargo, un capítulo del primer libro que leí de Hobsbawm: Rebeldes Primitivos (1959. Ariel 1968); en concreto, el capítulo que dedicaba a los anarquistas andaluces. El capítulo en cuestión, repasando de nuevos sus páginas, no es un dechado de rigor histórico: las fuentes que utiliza, Marvaud, Brenan, Bernardo de Quirós, Díaz del Moral, etc., han sido superadas por la historiografía reciente, como también lo ha sido el confundir el movimiento anarquista andaluz del XIX como un movimiento “milenarista”. Sí es cierto, en cambio, que, en ocasiones, las movilizaciones populares agitadas por los líderes anarquistas (o por provocadores al servicio de capitalistas) tomaron la forma de espontáneas revueltas populares, que no eran sino la única manifestación posible de protesta cuando los canales de representación popular, partidos o sindicatos, estaban prohibidos o anulados en el entramado ideológico e institucional de la época. El resultado invariable de tales movimientos catárticos era, como pensaba Brenan y con él Hobsbawm, la represión y, tras ella, el fatalismo de las clases populares.

 Si destaco este episodio de la obra de Hobsbawm es por el hecho de que encuentro una cierta similitud entre aquellas movilizaciones espontáneas andaluzas de finales del XIX y las presentes movilizaciones  espontáneas y antipolíticas dirigidas, con razón, contra la dictadura de los mercados.  Cuando la democracia parlamentaria no se ocupa del bienestar de las personas sino de acrecentar el negocio de los plutócratas, cuando un millón de personas reunidas por los sindicatos en Madrid contra las políticas del gobierno no le hacen mella alguna, no es milenarista sino perfectamente racional que muchos miles se indignen y clamen espontáneamente diciendo “no” y exijan un reseteo político y económico.

Como los anarquistas del XIX, los milenaristas del 25-S también recibieron buenas dosis de ley y orden delante del Parlamento, pero lo que me inquieta es que, hoy como entonces, la indignación momentánea seguida de represión desemboque en fatalismo,  en fracaso. Escribía Hobsbawn que los jornaleros andaluces creían que la revolución debía llegar en aquellos momentos puntuales en los que estaban dispuestos a asistir a su advenimiento, aunque no tanto para ser protagonistas del mismo. Como no ocurría, y menos sin su concurso, las expectativas revolucionarias se transformaban en pasividad por muchos años. Como alternativa a la secuencia de espontaneidad, frustración, represión, fatalismo, Hobsbawm pensaba que si una ideología distinta hubiera penetrado en el campo andaluz  habría hecho de la rebeldía espontánea algo mucho más temible. También  hoy, a mi parecer, se necesita compaginar la espontaneidad y la presencia en las calles con una estructura reticular política, asistencial, cultural, intelectual, etc., que aúne análisis y acción políticas sobre bases nuevas para una democracia nueva.

Rebeldes primitivos. En la muerte de Eric Hobsbawm