viernes. 03.05.2024

Los cavernícolas y el relativismo a la carta

NUEVATRIBUNA.ES - 19.11.2010...que los negros follen sin condón, los controles de natalidad, el sexo libre, que la Santísima Trinidad es una y trina, su cuenta de resultados y el relativismo que invade al mundo y amenaza con no dejar dogma con cabeza, salvo los suyos que por algo son los verdaderos.
NUEVATRIBUNA.ES - 19.11.2010

...que los negros follen sin condón, los controles de natalidad, el sexo libre, que la Santísima Trinidad es una y trina, su cuenta de resultados y el relativismo que invade al mundo y amenaza con no dejar dogma con cabeza, salvo los suyos que por algo son los verdaderos. El Papa que relativiza todos los logros justos de la Humanidad, como el derecho a un trabajo digno, a la libertad, a no creer en Dios, a ser felices en este mundo, a disfrutar de los placeres terrenales, a luchar contra los ricos para repartir la riqueza, a pelear contra los explotadores –él es uno y de los más activos-, a tener una educación sin fantasmas ni seres sobrenaturales, es uno de los principales mentores de la reacción mundial, es decir, del eje del mal.

De ahí que uno de los cuentos con que intenta dormirnos aún más la derechona mundial es el del relativismo de la izquierda. Según los ideólogos reaccionarios –muchos de ellos salidos del fondo de armario de la progresía- tenemos una izquierda claudicante que ha caído en manos del relativismo, entendiendo por tal su negativa a reconocer la superioridad de la civilización “cristiana occidental” como superior a las demás y la necesidad de imponer sus supuestos “valores” al resto del mundo, valores que hoy se reducen casi a los del mercado y la explotación. En ese juego han caído personalidades de cierto prestigio intelectual, aproximándose ideológicamente a teoría totalitarias e imperialistas defendidas aquí por el Vaticano y los genoveses y en Estados Unidos por los neoconservadores, nombre tibio con el que conocemos a los adalides del nuevo fascismo internacional.

A finales del siglo XIX un grupo de filósofos, sociólogos y antropólogos, idearon la corriente de pensamiento conocida como relativismo. Inspirados en Darwin, hoy en peligro de extinción en las escuelas norteamericanas, William G. Summer, John Dewey, Melville H. Herskovits y Clifford Gertz quisieron demostrar que los valores éticos y culturales no son universales sino que dependen del contexto en que se cultiven. Así, mientras para un francés comer grillos o mosquitos resulta, generalmente, algo repulsivo, para un indio mexicano es un manjar digno de la mejor mesa; mientras para muchos españoles cañís torturar a un toro en público es arte, para otras muchas personas es una salvajada.

Desde un primer momento, la intención de los relativistas fue combatir el etnocentrismo, es decir el sentir de aquellos que piensan que su cultura, su ética, su forma de entender el mundo es mejor que la de los demás, pensamiento, desde luego, muy arraigado en Occidente y hoy defendido a capa y espada por los elementos más conservadores de nuestro país, incluida la iglesia y sus dogmas imperecederos. No hablaban los relativistas de superioridad de culturas, sino de comprensión de las mismas por primitivas que fuesen, de respeto. Sin embargo, el relativismo, que básicamente sirve para estudiar y comprender a otras civilizaciones diferentes a la nuestra, sacado de su contexto y aplicado a la política ha producido aberraciones como que la izquierda haya abandonado una parte fundamental de su ideario y una vez en el poder aplique políticas totalmente opuestas a él: Muchos gobiernos de izquierda no han tenido el mínimo pudor a la hora de aplicar recetas neoliberales, de desregularizar el mercado del trabajo o de desahuciar la educación y la sanidad pública, y lo que es peor, de matar el horizonte utópico de progreso social que siempre fue base fundamental de esa ideología. Ello, evidentemente, ha creado desconcierto en la población, un cierto nihilismo y la expresión tan manida de “todo da igual, todos van a lo mismo”.

Con Tony Blair como cabeza de cartel de la “izquierda europea”, con una sociedad pasiva y acomodaticia después de tanta renuncia, Feith, Perle, Wolfowitz –el inventor de la teoría del miedo mundial: ¡qué gran negocio!-, Kristol y otros conocidos “neocon” –no es ésta una tribu endémica de Estados Unidos, aquí tenemos a los nuestros, la mayoría de ellos comunistas oportunistas y renegados, Gustavo Bueno, Jiménez Losantos, Ramón Tamames, Amando de Miguel, Serafín Fanjul, César Vidal o Sánchez Dragó- la emprendieron contra las maldades del relativismo, usando como ariete al jefe de la cosa vaticana, el inefable Ratzinger: “el relativismo –dijo en 2002 en Murcia- se ha convertido en la nueva expresión de la intolerancia... Pensar que se puede comprender la verdad esencial es visto ya como algo intolerante, pero en realidad esta exclusión de la verdad es un tipo de intolerancia muy grave y reduce las cosas esenciales de la vida humana al puro subjetivismo...”. La tortilla empezaba a cuajar. Despelotada la izquierda, desprendida de sus señas de identidad, incluso de aquellas que hablaban de Libertad, Igualdad y Fraternidad, acusada de un relativismo disoluto, el camino quedaba limpio y claro para volver a las verdades absolutas, a los valores tradicionales inmutables: La supremacía de la civilización occidental, la importancia incuestionable del cristianismo en su conformación, la irrelevancia de culturas como la árabe –que nos legó todo el saber greco-latino-, la santificación de las leyes del mercado, la perniciosidad de lo público y el derecho sagrado del poderoso a bombardear a quien no lo es y tiene combustibles y otras materias primas patrimonio de la humanidad, o sea, de ellos.

Pues bien, desde hace tiempo Mariano Rajoy, Sarkozy, Merkel, Cameron, esos analfabetos del partido del té y la derecha mundial, en una nueva estrategia marcada, entre otros, por el dueño del Vaticano, se han apuntado al carro acusando a la izquierda de ser la culpable de todos los males que atosigan al mundo debido al relativismo que la domina y al todo vale que de él se desprende. Rajoy asegura que hay valores inmarcesibles y eternos como el concepto de nación, la unidad de la patria o la tradición católica. Son, según él, y otros muchos agrupados en colectivos como Nódulo o la Asociación para la Defensa de la Unidad de España, relativistas irresponsables quienes defienden otro modelo de España, una España orgullosa de sus culturas, quienes abominan de la guerra como continuación de la política, quienes dudan de la aportación vaticana al progreso de Europa –Bertrand Russell entre ellos- o de la santidad de las leyes del mercado, quienes disienten y tienen otros valores diferentes. Ante esta situación, que no atañe sólo a España, la izquierda debe rearmarse ideológicamente, empezando por rescatar aquellas palabras maravillosas que enunciaron los revolucionarios franceses hace más de doscientos años, reconstruyendo un horizonte utópico ilusionante y haciendo del imperativo categórico kantiano una bandera.

En ese sentido, y a brote pronto, me atrevo a enunciar un decálogo de valores –no dogmas de fe- irrenunciables de la izquierda:

1. Defensa a ultranza en todo el mundo de los derechos del hombre y del ciudadano.

2. Lucha contra la tortura y los tratos vejatorios en cualquier parte del mundo.

3. Libertad de expresión, reunión, asociación y manifestación sin más limitaciones que el uso de estos derechos para el crimen.

4. Negación de la guerra como continuación de la política. Negación y condena de la guerra en todas sus formas.

5. Inversión y extensión de la educación laica y la cultura como principales armas de lucha contra el fanatismo.

6. Eliminación de la pobreza.

7. Sistema fiscal justo que impida que las diferencias sociales sigan ampliándose.

8. Laicidad, total separación de la Iglesia y el Estado. Mantenimiento de cualquier religión por sus fieles. Prohibición a los clérigos de cualquier religión a dedicarse a cuestiones temporales ajenas a su fe. Incautación de los bienes eclesiásticos monumentales y artísticos por parte del Estado, que es quien los mantiene.

9. Cambio hacia un modelo económico al servicio del hombre y no del capital, hacia un modelo que mime la naturaleza y no la destruya. Sumisión de la propiedad privada al interés general.

10. Negación de la explotación del hombre por el hombre, del consumismo como carácter del mismo. Reparto social de las plusvalías que genera el trabajo y las nuevas tecnologías.

El relativismo del que hablan los turiferarios de la reacción es el que practica la Iglesia y partidos como el popular español o el laborista inglés o el republicano norteamericano, con una vela encendida siempre a Dios y al diablo con tal de llenar sus bolsillos. Todavía espero a esos que dicen defender la vida por ser obra de Dios, condenar tajante e insistentemente la pena de muerte que ondea de norte a sur y de este a oeste por los Estados de la Unión, los abusos de la industria farmecéutica o la guerra en cualquiera de sus versiones. Eso sí es relativismo, y más que relativismo, maldad en estado puro.

Pedro L. Angosto

Los cavernícolas y el relativismo a la carta
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