sábado. 20.04.2024

La reconquista 5. La muerte del pasado

NUEVATRIBUNA.ES - 21.4.2010...por ser contraria a la reconciliación y al recién adquirido espíritu democrático y tolerante.
NUEVATRIBUNA.ES - 21.4.2010

...por ser contraria a la reconciliación y al recién adquirido espíritu democrático y tolerante. Muchos perdedores de la guerra civil, y perdedores también de la transición, debieron renunciar a sus recuerdos porque recordar se volvió una actividad sospechosa; rememorar antiguas trayectorias, remotas lealtades, viejos usos (no sólo viejos abusos) y pasados agravios se estimaba una muestra de intolerancia; una prueba de no estar suficientemente preparados para la democracia; un signo de incivilidad o la evidencia de que aún se conservaban viejos rencores, que se debían desterrar por el bien de la reconciliación nacional y de la convivencia democrática. Evocar era inferir agravios, pretender una revancha; reabrir heridas y trata de cambiar el sentido de los hechos, como siguen afirmando la derecha y la Iglesia, aunque ésta no sólo por razones políticas. Olvidar suponía matar el pasado, como lamentan los versos del poeta y ensayista Quiroga Pla:

¡Se me muere el pasado! Con él siento
morirse la raíz de mi futuro
y es una sombra apenas sobre el muro
de la vida el que soy en el momento...


La memoria, que proporciona identidad a las personas al hacerlas conscientes de su ubicación en el tiempo y en el espacio, como afirman los testimonios de tantos desterrados, perdía valor como testigo histórico y se asociaba únicamente al escozor de la ofensa no reparada. Con ello, puesto que el pasado debía quedar proscrito, se intentaba conseguir que el nuevo régimen democrático atendiera sólo al futuro.

Así, la pérdida de la memoria histórica no era solamente una consecuencia de la limitada capacidad del intelecto humano para almacenar datos indefinidamente, sino el efecto de una deliberada estrategia aplicada desde el poder -desde diversos poderes-, que perseguía lo que podríamos denominar la construcción social del olvido, que nada tenía de biológico ni de accidental.

Ese acordado olvido, habría de posponer, 30 años más, la investigación sobre los muertos del campo republicano, los fusilados al amanecer o los asesinados en un paseo a la caída de la tarde, cuyos cuerpos yacen enterrados en cunetas y caminos.

Quienes, mediante diversas asociaciones, han instado a actuar al juez Garzón a investigar más de cien mil muertes de la guerra y de la postguerra, al contrario de lo que afirman la Iglesia y el PP, no desean abrir heridas, sino abrir las fosas para enterrar dignamente a los suyos y señalar que conocer la verdad de lo ocurrido es la condición para restañarlas.

Enterrar dignamente a los muertos clandestinos es enterrar los rencores, aunque eso suponga vulnerar aquel primigenio pacto para olvidar.

José M. Roca - Escritor.

La reconquista 5. La muerte del pasado
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