jueves. 18.04.2024

Resiliencia y mal menor

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En la actual etapa del neoliberalismo, con fuerte carácter regresivo y prepotente de los grupos dominantes de poder europeos y, a pesar, de su amplia deslegitimación social, las fuerzas de progreso o críticas tienen grandes dificultades para conseguir sus objetivos de justicia social y democratización política. 

También doy por supuesto la relativa debilidad de esas fuerzas alternativas y de izquierda para modificar las estructuras de poder hegemónico en la Unión Europea, en particular en los países mediterráneos, así como su relativo retroceso representativo en las recientes elecciones, junto con el reforzamiento de tendencias ultraderechistas y autoritarias. Estas dificultades, bloqueos y retrocesos están acompañados de una subjetividad de cierto desconcierto, impotencia, desánimo y sectarismo que contrasta con la ilusión y el optimismo anteriores. 

Todo ello impide una claridad analítica y una renovación política que impulse un cambio transformador de progreso. Se necesita una reflexión estratégica. Por mi parte, aquí la abordo con esta aportación teórica en torno a un concepto nuevo, resiliencia, como actitud resistente y adaptativamente importantes dificultades, y su conexión con otra idea antigua, proveniente de la conciencia trágica griega, la cultura del mal menor como elección obligada entre dos males. Se trata de profundizar en un enfoque realista y crítico que tiene grandes implicaciones políticas y que atraviesa el debate público.

El error voluntarista consiste en la sobrevaloración de una acción discursiva-programática, sin suficientes apoyos sociales y consistencia que son la base para una acción política transformadora, sea en el campo de las condiciones y derechos para la gente

La opción del mal menor aparece cuando hay solo dos alternativas prácticas: una mala y otra peor. La salida buena o mejor (avanzar, ganar) no existe o es parcial y relativa. La polarización no es entre el mal y el bien, elección que una vez dilucidado su contenido, no es complicada. En ese caso, sin grises ni efectos ambivalentes, se elige lo bueno por interés propio o colectivo o por criterios éticos y políticos, salvo los entes malignos con la posición destructiva de cuanto peor (de los demás) mejor (para nosotros).  

La situación trágica se produce ante la inevitabilidad de elección entre dos males, dando por supuesto que ambos generan daños o perjuicios para el campo propio. La conciencia trágica consiste en ser realista, admitir ese daño parcial o inmediato y evitar una derrota más completa, un perjuicio irreparable. Pero no es resignación o pasividad; al mismo tiempo hay que tener la voluntad de modificar el campo de fuerzas y construir una alternativa práctica transformadora, a veces desde la heroicidad y la épica y cambiando el marco discursivo y de fuerzas presentes. Ése es el sentido trágico y ambivalente (positivo y negativo) de elegir una respuesta menos mala respecto de la peor, cuando no hay una tercera posibilidad real mejor. No elegirla evita ese daño relativo, pero a costa de un daño superior, ya que es irreal salir indemne. 

La elección del mal mayor conlleva una mayor destrucción propia, no es coherente o racional para un proyecto transformador, por mucho que se confíe en una ilusión de una relación de fuerzas deseable pero lejana y no operativa. La tragedia épica conlleva realismo, capacidad de sufrimiento, sabiduría, fortaleza y voluntad de cambio, no es posibilismo adaptativo ni resignación, pero tampoco suicidio político, temeridad o abandono.

No obstante, hay dos interpretaciones de esa lógica del mal menor: una adaptativa y otra transformadora. La primera, moderada o inmediatista: al no vislumbrar ninguna salida positiva se resigna a asumir lo menos malo como lo bueno y frente al riesgo o amenaza de un retroceso mayor. No contempla las capacidades transformadoras de fondo ante la imposición de ese mal, con sus desventajas, y sin descartar su reversión. Lo delicado es cuando lo peor, el destrozo, conlleva impactos distintos para la gente y su representación política, se resquebraja la solidaridad y la identidad común y se renuncia o se debilitan las capacidades transformadoras a corto y medio plazo. Es la política adaptativa que criticaba Gramsci. 

La segunda, transformadora, valora la potencialidad de cambio de ese marco, en cuanto hay capacidades sustanciales más o menos inmediatas para crear una tercera alternativa real que desbloquee ese fatalismo. La elección del mal menor es transitoria, es una tregua para persistir en la conquista de un objetivo positivo sin males colaterales. 

Así, aparece una tercera posición, izquierdista o vanguardista, de rechazar ese marco real de respuesta ambivalente y confiar en una salida ideal. Su problema es que no es suficiente tener esa opción solo en el plano discursivo o programático de una élite en la confianza de su traslación mecánica a la construcción de un sujeto liberador o una dinámica efectiva de cambio. La consecuencia también es la impotencia transformadora. 

Por tanto, se trata de evaluar la capacidad de resistencia flexible (o resiliencia) para oponerse a lo malo y a lo peor porque permite construir una dinámica alternativa inmediata o la certeza y las condiciones para que, aun pasando coyunturalmente una travesía en el desierto de lo menos malo, permita avanzar en una solución transformadora con el cambio de marco sociopolítico

Son una situación y elección complejas en la que se forjan los buenos liderazgos y las grandes decisiones estratégicas. Dos ejemplos históricos pueden ilustrar la trascendencia de este debate. El primero la actitud del Gobierno británico (y del mundo occidental) ante el ascenso del nazi-fascismo en los años treinta con una política inicial de ‘apaciguamiento’ adaptativo a su expansionismo militarista y totalitario, seguido de la firmeza antifascista y la alianza popular del pueblo británico, con su primer ministro Churchill a la cabeza (conservador e imperialista pero resistente anti-nazi) y la colaboración soviética y la resistencia europea, de confrontar abiertamente con Hitler, con grandes riesgos y sufrimientos, aunque finalmente con la victoria aliada. 

El segundo ejemplo, también clásico en la teoría política, es el de la paz de Brest-Litov que dio término a la Iª Guerra mundial en el frente oriental. La opción menos mala que defendía Lenin era la concesión soviética al ejército alemán de una parte de su territorio invadido a cambio de la paz y la concentración de las fuerzas revolucionarias en construir el Estado soviético y garantizar el pan y la libertad a su pueblo; la opción de continuar la guerra, que defendía Trotsky para evitar ese mal menor, era irreal y voluntarista, basado en las hipotéticas tendencias revolucionarias europeas y hubiera llevado a un mayor fracaso del país socialista ante la superioridad alemana, la desarticulación popular y el aislamiento internacional.  

La cultura política de las izquierdas todavía está influida por ambas experiencias, como demuestra otro ejemplo más cercano: el debate sobre la actual experiencia griega y la discrepancia interna en Syriza. Por un lado, están los resultados de su estrategia (trágica) de aceptar el mal menor del tercer rescate, suavizándolo y gestionándolo, en un contexto de fuerte desequilibrio respecto del poder establecido europeo y a pesar de su amplia legitimidad, manteniendo el 30% del electorado, el mayor porcentaje en toda la UE de la izquierda transformadora. Por otro lado, está la izquierda rupturista con la UE que, finalmente, ha quedado en una posición social muy minoritaria, tanto el izquierdista Varoufakis como el Partido Comunista (en conjunto, proporción de uno a tres en apoyo electoral). Así, la derrota política de Tsipras a manos de las derechas supone deficiencias estratégicas pero, sobre todo, debilidades de poder, aunque, a efectos comparativos con sus críticos izquierdistas y también respecto de la socialdemocracia (neoliberal), conserva una superior legitimidad social y capacidad de influencia para defender los derechos de las capas populares griegas que lo mantienen como su referencia principal.

Por tanto, ante este tipo de relaciones de fuerza desventajosas y a la defensiva inmediata, las fuerzas alternativas y de cambio de progreso, más allá de los discursos gramscianos de la guerra de posiciones y la guerra de movimientos, inspirados en la lejana experiencia de la Iª Guerra mundial, deben combinar esta conciencia trágica junto con la capacidad de resiliencia: resistencia, flexibilidad y adaptación ante dificultades extremas para conformar una salida recuperadora del bienestar público y el equilibrio anterior de fuerzas sociales.

Así, frente a un análisis realista y una estrategia transformadora caben dos tipos de desorientación basados en una percepción irreal de la situación: Uno, derivado de la simple adaptación o resignación (salvando algunos muebles), de carácter moderado; otro, voluntarista o subjetivista, de carácter izquierdista, de intentar superar unas relaciones de poder vía discurso o programa, sobrevalorando su potencial articulador, lo que depende, sobre todo, de la disponibilidad y refuerzo de fuerzas sociopolíticas sustanciales para pugnar por el cambio.

En este caso, el error voluntarista consiste en la sobrevaloración de una acción discursiva-programática, sin suficientes apoyos sociales y consistencia que son la base para una acción política transformadora, sea en el campo de las condiciones y derechos para la gente, sea para el fortalecimiento de una fuerza social y una modificación en la relación de fuerzas que favorezcan ese cambio a medio plazo. Como en otras corrientes de pensamiento esta falta de clarificación de las opciones estratégicas tiende al idealismo o al voluntarismo político, es decir, al aislamiento social y el debilitamiento de las capacidades transformadoras.

Por otro lado, en estos momentos de presentismo político, inmediatismo sin horizontes estratégicos y de pugna por el relato, es decir, por la propaganda legitimadora de la posición de poder de cada parte, las situaciones y respuestas defensivas u ofensivas se intercambian permanentemente, sobre todo, en el ámbito mediático, sin discernir las tendencias de fondo ni ser coherente con una estrategia a medio y largo plazo. Queda huérfano el debate y la orientación estratégica y la propia cohesión de las fuerzas del cambio, imprescindibles para compartir un proyecto común y generar un reequilibrio de fuerzas en el campo social e institucional.

La experiencia de la construcción reciente de las fuerzas del cambio en España en sus dos fases, la cívica y sociopolítica (entre los años 2010/2014), con fuerte desafección al bipartidismo, y la político-electoral e institucional (2014/2019), con la conformación de las fuerzas del cambio, está inserta en estas tres variantes interpretativas (más o menos realistas) y estratégicas (adaptativas, transformadoras y radicales) frente a los poderes establecidos. 

Así, en el caso de PodemosIzquierda Unida y las convergencias en distintos ámbitos, están fracturadas en esas tres tendencias básicas que compiten en su interior y pugnan por su hegemonía y liderazgo respectivos. El problema son las dificultades para su debate y elaborar consensos mínimos que permitan una acción común democrático-igualitaria respetando una convivencia plural y un talante democrático. Es el otro reto, el de la articulación democrática interna, para conformar una alianza más unitaria, abierta y sólida que fortalezca todo el conglomerado de las fuerzas del cambio.

La actitud del Partido Socialista, reticente a un cambio de progreso y una alianza plural con Unidas Podemos, la posibilidad (o no) de un acuerdo gubernamental para imprimir un giro social y democrático en España y la pugna por la legitimidad de las distintas estrategias y liderazgos van a condicionar el balance de esta segunda etapa y todo el ciclo desde 2010. 

Se están definiendo las condiciones de mayor o menor ‘normalización’ política y los equilibrios sociopolíticos e institucionales de la tercera etapa que comienza con impacto para un lustro y, en particular, la configuración interna y externa del espacio del cambio, en su diversidad y su capacidad unitaria y transformadora. Habrá ocasión para volver analítica y teóricamente sobre ello e impulsar un camino compartido de cambio de progreso. Lo que parece claro es que se van a necesitar grandes dosis de resiliencia.

Resiliencia y mal menor