jueves. 28.03.2024

Identificaciones feministas

Los tres grandes temas sociales y políticos actuales siguen girando en torno a las tres grandes cuestiones estructurales que afectan a las mayorías sociales: la desigualdad social, la discriminación de las mujeres y la articulación nacional.
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En el caso del feminismo tenemos una base objetiva para determinar el alcance de la pertenencia colectiva. Se trata de la definición político-ideológica que nos proporciona el CIS (estudio 3267, de noviembre de 2019), sobre los electorados de cada opción política y que supone una identificación significativa de la base social de progreso y cuyo análisis detallado he explicado en dos partes (Ver primera parte y segunda parte). Se definen como feministas (en primera y segunda opción y sin poder desagregar por sexo) el 11,1% de las personas votantes (23 millones), o sea, más de dos millones y medio. Ahora bien, el peso relativo difiere entre las derechas y las fuerzas progresistas, pero también, dentro de cada bloque.

Por ejemplo, en el caso del electorado del Partido Popular, solo se declaran feministas el 2,1%, algo más de 100.000 votantes; mientras en el caso del electorado del Partido Socialista se definen feministas el 11,9%, algo superior a la media, que suman más de 800.000 votantes, y en el caso de Unidas Podemos tienen un mayor peso comparativo, el 26,2%, que casi triplica la media, con un mayor impacto en el contrato social con su representación política, aunque por la menor dimensión de su electorado, llegan apenas a otras 800.000 personas. Se supone que la gran mayoría de esas personas son mujeres. Además, hay que advertir que estamos hablando de votantes (mayores de 18 años), y bajo la hipótesis de una distribución similar de personas abstencionistas (30%) y residentes extranjeros (sin derecho a voto) (10%), habría que incrementarlas casi un 40%, es decir, un total de unos tres millones y medio se definirían feministas, o sea, con un sentido de pertenencia colectiva al feminismo.

Pues bien, esta breve radiografía sirve como indicador para evaluar la consistencia de la identificación feminista, su mayor vinculación con las izquierdas y, así, configurar un marco para el debate sobre el sujeto sociopolítico feminista. No es una cifra muy alejada de la participación masiva de las últimas grandes movilizaciones que dan expresión al movimiento feminista. Pero la dimensión de ese espacio feminista es diferente a los otros dos niveles de vinculación. Por un lado, el estricto activismo feminista, más comprometido pero más minoritario y también más restrictivo, por su mayor capacidad identificadora, expresiva y sociopolítica, aunque enlaza con ese conjunto más amplio.

Existe cierta conciencia feminista individual entorno a la mitad de la sociedad a la participación en un proceso emancipador-igualitario

Por otro lado, existe un campo social más amplio que comparte medidas y objetivos feministas. Así, según la encuesta de 40db, publicada hace un año (El País, 4/3/2019), está la posición entre el 35% y el 53% de la población (entre 14 y 20 millones) que apoya distintos objetivos favorables para las mujeres: Eliminar el techo de cristal (los obstáculos para el ascenso profesional de la mujer) (53,3%); Aumentar y visibilizar la lucha contra la violencia de género (52,3%); Empoderar a la mujer frente al acoso y las agresiones sexuales (41%); Romper con los estereotipos de género (40,8%) y División igualitaria del trabajo doméstico (35,5%). Por tanto, existe cierta conciencia feminista individual entorno a la mitad de la sociedad sin que llegue a un sentido de pertenencia a la acción colectiva feminista, a la participación en un proceso emancipador-igualitario, indicador relevante para definir el movimiento feminista en cuanto sujeto social colectivo.

Al hablar de feminismos, hay que diferenciar esos tres niveles, procesos identificadores y dimensiones: el activismo feminista más permanente (incluido el para-institucional e institucional), de varios centenares de miles de personas; la identidad feminista, con su participación en las grandes movilizaciones (y en la vida cotidiana) y su sentido de pertenencia a un actor colectivo sociopolítico y cultural, con unos tres millones y medio, y el apoyo a medidas contra la discriminación y por igualdad para las mujeres, de cerca de la mitad de la población.

La sedimentación identificadora es evidente según el estudio, con datos del CIS, recientemente publicado (Ver El nuevo progresismo de izquierda). No hablo estrictamente de un sujeto aglutinador e interseccional. Se trata de la conformación de una corriente sociopolítica y cultural o un campo social, diferenciado del tradicional electorado del Partido Socialista, cuya pertenencia colectiva se expresa en términos de progresismo de izquierda, con un fuerte componente feminista y ecologista. Es la base social de lo que se viene denominando, en el plano político-electoral, espacio del cambio.

Por una parte, se supera el significado de progresismo como solo lo cultural y con una actitud política de centro izquierda; por otra parte, se renueva el significado de izquierda, supuestamente distanciado de las demás contradicciones sociales que no fueran las socioeconómicas, con un concepto de la igualdad social más amplio, integrándolo en el conjunto de estructuras sociales. Ahora se va conformando una identificación múltiple e integradora con una significativa pertenencia a ser progresista (en los ámbitos culturales y de costumbres), feminista y ecologista, pero también perteneciente, mayoritariamente, a las clases trabajadoras y, de forma generalizada, a las izquierdas y con un sentido crítico. Y esa evolución, digamos de configuración de una identificación colectiva más amplia y plural, ha tenido un mayor impacto entre la gente joven en esta última década.

Procesos identificadores

Tras este breve repaso y para la nueva etapa de activación cívica y cambio político, ya se puede deducir que el significado de las identidades y su interacción es complejo y polisémico y está condicionado por su controvertido impacto sociopolítico. Por mi parte, este enfoque relacional, crítico y de progreso de vincular identificaciones e interseccionalidad, lo considero útil, especialmente, para determinados contextos y sentidos, como los actuales.

Cabe citar que, quizá, el autor que mejor ha descrito la formación de las clases trabajadoras, con sus procesos de identificación, desde un punto de vista histórico, basado en sus experiencias y sus costumbres en común y considerando el contexto estructural y las dinámicas culturales ha sido el historiador británico E. P. Thompson.  Por lo que se refiere a los nuevos movimientos sociales solo cito una obra colectiva, la de MacAdam, Tarrow y Tilly, sobre la dinámica de la contienda política, donde se pone el acento en la función de ‘intermediación’ (o correduría) entre la sociedad civil y los movimientos sociales y su impacto en el campo político institucional.

feminismoDestaco cuatro aspectos para profundizar en este enfoque social, crítico e interactivo de los procesos identificadores, su multidimensionalidad y su interacción: su vinculación sustantiva, su carácter relacional, su diversidad interactuante y su configuración procesual. Estas características llevan a una reafirmación del interés de las identidades, como expresión de unas realidades y dinámicas sociales y, al mismo tiempo a una versión ‘débil’ de las mismas y de su interacción o mestizaje. Así, es mejor utilizar una terminología más suave: identificaciones y pertenencias colectivas, diversas, mestizas, asimétricas e interactivas, con su proceso de conformación con experiencias, intereses y demandas compartidas y respecto de las estructuras sociales dominadoras o grupos de poder. Es más adecuada y menos rígida respecto de los procesos identitarios en formación y, actualmente, más multidimensionales e interconectados. No descarta, sino todo lo contrario, la fortaleza democrática y cívica, los comportamientos contundentes y las firmes expresiones públicas, particularmente frente a las tendencias reaccionarias y las dinámicas identitarias autoritarias, excluyentes y regresivas.

Por tanto, descarto dos extremos. Por un lado, una identidad fuerte, homogénea, inmutable, esencialista o totalizante, con subordinación o anulación de los demás rasgos socioculturales y relacionales; supone un hegemonismo y ventajismo inadecuados, particularmente, a la diversidad actual de problemáticas y actantes. Esconde, a veces, el supremacismo y la prepotencia (por ejemplo, de una nación -o un imperio-, una clase social o un estamento y raza superiores) de una posición e identidad considerada central para infravalorar a otras. Incluyen su racionalización hegemonista frente a las calificadas despectivamente como ‘identidades’ inferiores, de clase, raciales, de género o culturales y, en todo caso, contraproducentes respecto de la actuación del sujeto supuestamente central con una identidad fuerte y hegemónica, ya sea la nación, la clase… o la interpretación supremacista del interés de la humanidad que encubre la de una élite mundial globalizadora, neoliberal o neoimperialista.

La combinación y el encaje identitario debe hacerse desde una perspectiva democrática, solidaria y de pluralidad

Por otro lado, es irreal la ausencia de identidades grupales. A veces, sin querer reconocerlo, se les quiere subsumir en una identidad más global o hegemónica: perteneciente a la humanidad o al simple cosmopolitismo; a la ciudadanía, como contrato público de reciprocidad de derechos y deberes en una sociedad o Estado, o bien, a una identificación supranacional como la europea o a una nación dominante. Son también componentes identitarios que se complementan o interrelacionan con las identidades grupales, étnico-nacionales y de categoría social (de clase, género, raza, opción sexual, edad…), incluidas las problemáticas de la ‘vida’ y su reproducción y las medioambientales, los vínculos humanos con la naturaleza. La combinación y el encaje identitario de todo ello debe hacerse desde una perspectiva democrática, solidaria y de pluralidad.

Se superarían, así, los dos riesgos que tienden a infravalorar el sentido de la identidad grupal y los sujetos colectivos. Por una parte, el pensamiento liberal de solo reconocer al individuo como sujeto, con el rechazo a reconocer su contenido relacional y su significado sociopolítico y cultural respecto de la realidad de las desigualdades sociales. Por otra parte, la actitud autoritaria y totalizadora de solo reconocer los grandes sujetos institucionales (antes la Monarquía absoluta o la Iglesia, ahora el Estado o la racionalidad económica) o mundiales, es decir, neoimperios (colonialistas), supuestamente cosmopolitas, pero hegemonistas.

El sentido de las identidades

Veamos el sentido de las identidades o, mejor, de los procesos de identificación y pertenencias colectivas.

Primero, aparte de los componentes psicológicos y culturales, lo principal es la vinculación de la identificación con una realidad concreta, normalmente de subordinación o discriminación, sufrida colectivamente y percibida como injusta desde unos determinados valores éticos. Ello favorece el sentido de pertenencia grupal, con características comunes, así como frente a los adversarios, grupos dominadores o privilegiados, así como sus similares causas histórico-estructurales. La identidad tiene un anclaje con una realidad material, institucional y sociocultural, en su contexto estructural e histórico; encarna una dinámica sustantiva de las relaciones sociales.

Las identidades se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un contexto estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado

No estoy hablando de la identidad como la simple función adaptativa impuesta por los grupos de poder y las estructuras sociales, incluidos los procesos de socialización educativa, étnico-nacional, laboral, opción sexual o de estereotipos de género. Tratándose de dinámicas emancipadoras, democráticas e igualitarias, hay que poner el acento en la formación de identificaciones de cambio de progreso, así como en su mutua interdependencia y en la conformación del conjunto. Son prácticas sociopolíticas y culturales transformadoras de las viejas identidades que, con distintas mezclas y asimetrías, van cambiando hacia otras nuevas con variados equilibrios y configuraciones. Se trata de explicar el carácter de las identidades y su enlace con la correspondiente actitud sociopolítica democratizadora y su conexión con la conformación de los sujetos colectivos, pasando por las dinámicas intermedias de configuración de pertenencias colectivas o actores concretos y su sentido compartido.

Las identidades se configuran a través de la acumulación de prácticas sociales continuadas, en un contexto estructural y sociocultural determinado, que permiten la formación de un sentido de pertenencia colectiva a un grupo social diferenciado. Articulan el reconocimiento (a sí mismos y respecto de los demás grupos y personas) y la interacción con otros grupos (o individuos), con una experiencia vital y unos intereses, comportamientos y objetivos compartidos y expresados, aunque sea de forma latente.

Dicho en otros términos, el carácter individual y grupal lo define su actividad, su papel social y sus vínculos sociales, es decir, la experiencia compartida (vivida, interpretada y soñada). La identidad se configura socio-históricamente. Sus componentes biológicos, económicos o sociodemográficos no determinan una identidad esencialista inmutable. Son circunstancias influyentes, pero no caben los distintos determinismos, incluido los etnicistas, biologicistas y culturalistas.

Quiénes somos lo conforma, sobre todo, lo que hacemos, nuestro estatus y relaciones sociales, en los que se integra lo que fuimos, pensamos y sentimos (la subjetividad) y deseamos (nuestros proyectos y aspiraciones). Resume un presente, no estático sino en marcha, condicionado por lo que fuimos (en el pasado) y lo que queremos ser (en el futuro). Nuestro carácter o identidad no lo dan, solo, nuestros ideales o aspiraciones; ellos se pueden integrar, si son consistentes, en nuestro presente y nuestro comportamiento y, en esa medida, por su implicación actual forman parte de nuestra identidad. Es decir, tiene prevalencia nuestra realidad vivida e inmediata, en la que se asocia lo que queremos ser, sin caer en el voluntarismo de sobrevalorar la intención por encima de los hechos e interacciones. Ello por mucho que en la actualidad se reafirmen las prácticas de enmascaramiento y apariencias; constituyen ‘personajes’ que representamos, no tanto identidades (sedimentadas) significativas para nuestras trayectorias personales y colectivas.

Frente al enfoque liberal que tiende a valorar, por un lado, el individuo y, por otro lado, la humanidad abstracta, está la constatación social y realista de la existencia de grupos sociales ‘intermedios’, con distintas especificidades y conflictos. Al mismo tiempo, aunque en su vida y su acción pública los distintos actores destacan algún rasgo identitario, suelen tener identidades variadas con una articulación asimétrica de las mismas según los momentos y contextos, es decir, configurando constelaciones determinadas con distintas proporciones identificadoras.

Por tanto, no existe solo el ser humano abstracto, ni como individuo ni como humanidad. Esas categorías están encarnadas con gente concreta. El individuo es un ser social, no se puede desprender de sus rasgos socioculturales y experienciales, así como de sus vínculos grupales y estructurales, que son imprescindibles para conformar su pertenencia cívica, su identidad individual y colectiva.

Los equilibrios entre las distintas identificaciones personales y colectivas, con su diversidad y multidimensionalidad, y su expresión movilizadora según las prioridades y oportunidades de los contextos es una tarea compleja. Afecta a la pugna de identidades (y sus representaciones), con su jerarquización y/o subordinación a una identidad más global o hegemonista. A veces, algunas de las movilizaciones, en su pugna por la prevalencia representativa o articuladora, se visten de universalidad, transversalidad o neutralidad identitaria. Aparte de resaltar la necesaria pluralidad, lo único a precisar es que esos conceptos no deberían expresar el consenso centrista liberal ni el viejo dicho aristotélico (o confuciano) de que ‘la virtud está en el medio’. Estamos hablando de interseccionalidad, sobre todo, dentro del campo popular con una actitud crítica ante determinados poderes establecidos.

Además, los tres grandes temas sociales y políticos actuales siguen girando en torno a las tres grandes cuestiones estructurales que afectan a las mayorías sociales: la desigualdad social, la discriminación de las mujeres y la articulación nacional. Ello desde una dinámica democratizadora y de progreso y acompañados por otros aspectos significativos sobre los derechos humanos y medioambientales.

El nuevo progresismo de izquierdas, sobre todo joven, feminista y ecologista, dominante en UP y sus aliados, ya se conforma como una tendencia social de fondo, fruto de su experiencia relacional y su actitud cívica en esta década

Está por consolidar ese campo (identificativo) de progreso, su articulación asociativa y expresiva y su distribución representativa en lo político institucional (entre Partido Socialista y Unidas Podemos y en el marco actual de colaboración gubernamental). Pero ya hay indicios sobre el perfil sociopolítico, la cultura político-ideológica y el sentido de pertenencia colectiva de los electorados progresistas y conservadores, descritos en el estudio antedicho. El nuevo progresismo de izquierdas, sobre todo joven, feminista y ecologista, dominante en UP y sus aliados, ya se conforma como una tendencia social de fondo, fruto de su experiencia relacional y su actitud cívica en esta década. A ello se le añade la persistencia de una cultura socialista en la mayoría de la base social del PSOE.

Se inicia una etapa que puede dar lugar a campos sociales y políticos consolidados con rasgos identificadores significativos como superadora en las versiones cosmopolitas o humanistas indiferenciadas (solo con el individuo), normalmente con el consenso liberal-conservador, o de la simple fragmentación de grupos y afinidades socioculturales parciales, a veces absorbidos por cierto neoliberalismo progresista. Quizá, en la situación actual, salvando las distancias de todo tipo, haya más rasgos comunes con la experiencia de los años sesenta y setenta en EE. UU y Europa, que con la desarticulación social, la fragmentación movimentista y la crisis de las izquierdas políticas de las décadas posteriores. La combinación de identidades progresistas y su articulación sociopolítica serán clave para avanzar en la libertad, la igualdad y la solidaridad, es decir, en una democracia social avanzada.

En definitiva, en el debate sobre el sujeto y la identidad feminista (que no femenina), habría que superar los determinismos sociodemográficos y estructurales, así como los idealismos culturalistas de priorizar, para definir su carácter, los proyectos y aspiraciones (aunque sean también importantes). A partir de la realidad de desigualdad y subordinación de las mujeres e integrando las demandas de sus derechos igualitarios-emancipadores, debería ponerse el acento, desde esta interpretación relacional y crítica, en los procesos de identificación colectiva derivados de unas prácticas sociales, unos comportamientos o unas costumbres comunes que establecen unos vínculos sociales y una cultura sociopolítica con ese carácter feminista. Es el nexo social y realista para una transformación hacia la libertad y la igualdad.

@antonioantonUAM

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