domingo. 28.04.2024

Cuando subía en el coche, desde Pola de Somiedo, en dirección al río Saliencia, Agustín pensaba en la última glaciación que había dejado una profunda huella en las tierras altas del suroccidente de Asturias. 

Después su mente se fue con los vaqueiros, grupos trashumantes, que viajaban en los meses más fríos a la parte baja de los valles, para buscar las zonas más elevadas en los más cálidos, cuando su ganado demandaba los mejores pastos de la cornisa. 

Los últimos vaqueiros desaparecieron a mediados del siglo pasado, pero su legado aún pervive en estas brañas de montaña, salpicadas de pallozas con techos de paja donde se refugiaban ellos y su ganado. También pensó en el rico folclore de esta gente, en sus tradiciones y leyendas.

Los últimos vaqueiros desaparecieron a mediados del siglo pasado, pero su legado aún pervive en estas brañas de montaña

Pudo ver y sentir los bosques de hayas, robles, fresnos, arces y tilos, que se reparten por las vegas, mientras que en las zonas más elevadas los bosques dejan paso al matorral de brezo.

Es una tierra de osos, de lobos, de glaciares, de lagos, y de bosques, pensó.

Cuando llegó a la zona de pesca, era muy temprano. Dejo su coche y se dispuso a caminar para llegar hasta el río Saliencia. Una vez allí y antes de dejar sus útiles de pesca, se acercó a la orilla del lago, y mientras contemplaba el gran volumen de agua embalsada, se preguntaban qué le depararía el día de pesca.

Miró al cielo y pensó que estaba cubierto y podría llover, pero que también podría ser un buen día de pesca y observar con suerte alguna escena de pesca.

Pensó que pocas veces había visto el lago con tanta agua. Había nevado mucho en el invierno, todavía había grandes manchones de nieve y la primavera estaba siendo muy lluviosa. 

Después inspeccionó las orillas del lago con la vista, siguiendo el vuelo de un águila pescadora. Parte de su plumaje de su pecho era blanco y parte de sus alas también. Localiza a las presas desde el aire, cerniéndose sobre ellas antes de zambullirse con las patas por delante y en picado para capturar un pez. Y cuando vuelve al aire, coloca la cabeza del pez de forma que este esté alineado con la dirección de vuelo para que ofrezca menos resistencia al aire. 

Cuando estaba con estos pensamientos vio como el águila se cernía sobre una presa en busca de un pez. Pudo observar su vuelo en picado, pero también vio como un gran oso pardo, se lanzaba al agua corriendo a gran velocidad a disputarle la presa al águila, y se abalanzaba sobre ella. Esta había asido al pez, pero muy lenta y sin velocidad en el agua, empezó a aletear para ganar velocidad, pero el oso pardo se le echo encima y el ave no tuvo más remedio que soltar la presa. La trucha herida pero todavía con vida se movió en el agua y obligó al oso a correr detrás de ella hasta que la cogió con sus fauces y la sacó fuera del agua donde se la llevó a la espesura.

La trucha herida pero todavía con vida se movió en el agua y obligó al oso a correr detrás de ella hasta que la cogió con sus fauces

Quedó impresionado por la escena. El águila pescadora había mostrado el camino al oso, pensó Agustín. Un águila pescadora luchando contra un gran oso pardo por una presa, y se quedó unos minutos rememorando la escena

Ojalá el águila me traiga suerte, pensó, y pueda ver alguna escena más de pesca. Sería emocionante. Es un animal nacido para pescar. Aunque tampoco el aguilucho lagunero lo hace mal. Ni la nutria, pensó.

Continuó observando la orilla contraria podía oír a los urogallos cantando a las hembras buscando el apareamiento en los cantaderos. Son principios de primavera, pensó, y coinciden con el brotar de los bosques. Miró a los arbustos buscando nidos en el suelo, donde ponen los huevos, pero son muy recelosos y difíciles de ver

El agua estaba cristalina y transparente, y alcanzaba al nivel del bosque de hayedos y robledales, pero debía de estar muy fría, por lo que se puso todo el equipo de pesca para introducirse en el agua.

Estuvo ojeando todo el curso del lago aguas abajo, y se fue donde el lago finalizaba y el río se iniciaba de nuevo. Y allí se quedó. Mientras inspeccionaba con la vista una zona abovedada de alisos y algún abedul, vio un par de nutrias jugando en el agua. Decidió instalarse en un bancal de arena sin vegetación y con abundancia de cantos rodados de bastante tamaño. Dejó sus útiles de pescador, una cesta y unas botas de plástico altas que le llegaban hasta la ingle y que le permitirían introducirse en el agua. Desplegó su taburete y sus avíos de pesca, y se sentó cerca del agua que iniciaba su descenso, donde el caudal fluye con velocidad lenta y cerca de la zona de alisos, que creaban un arco físico y protegía a los pescadores.

Cogió la caña y la tiró en una dirección. Fue recogiendo sedal, esperando tener suerte, pero no la hubo. Agustín sacó el anzuelo, colocó otro pequeño trozo de lombriz en el mismo, tiro la caña hacia atrás y después con gran destreza hacia delante. Recogió el señuelo con rápido movimiento de la manivela, pero sin suerte. Lo repitió varias veces, hasta que decidió dejarlo flotando en el agua mientras esperaba sentado en un pequeño taburete plegable que siempre llevaba consigo.

La paz y la quietud, junto con el sonido del agua, eran alterados solo por alguno de los animales y aves que se movían por la zona y que acudían a beber.

Un grupo de jabalíes con sus jabatos se acercaron a beber y se retiraron con rapidez y en silencio, a la espesura del bosque

La paz y la quietud, junto con el sonido del agua, eran alterados solo por alguno de los animales y aves que se movían por la zona y que acudían a beber

De vez en cuando veía al águila pescadora sobrevolar el lago de un extremo a otro, en búsqueda de algún pez. Busque su nido con la vista, pues era probable que estuviera ya emparejada para la puesta, y que buscara en el lago la alimentación para su pareja y sus polluelos.

Volvió a tirarla caña, y esta vez sintió fuerza. Había picado. La trucha parecía grande. Mantuvo la tensión, y con la manivela del carrete empezó a recoger hilo. Pero en un momento dado tiró con tanta fuerza que la trucha saltó en el aire y un aguilucho lagunero, que observaba la escena, se lanzó hacía la misma atrapándola en el aire y llevándosela cogida entre sus garras. Aleteó con fuerza para ascender y marcharse con la presa.

Quedó extasiado por la rapidez y la astucia con la que había reaccionado el aguilucho y allí también paso unos minutos. Mientras observó a una trucha situarse detrás de una piedra para refugiarse de la corriente del agua. Se levantó con sigilo del taburete, se acercó y se situó detrás, y con un movimiento rápido del brazo y de la mano la sacó del agua, cayendo sobre el bancal de arena y piedras.

Otro aguilucho, observando las maniobras del pescador inició un rápido vuelo para recogerla en la arena del bancal con sus garras e iniciar el ascenso con aleteando con fuerza.

Mientras pensaba en la inteligencia de las aves, vio los ojos de una nutria, que había observado la pesca del aguilucho, y que estaba expectante por si se repetía alguna situación en la que pudiera beneficiarse. 

Volvió a su taburete y lanzó la caña en diversas ocasiones sin tener suerte. Paso un tiempo sin que sucediera nada, hasta que en una de ellas, sintió que una trucha había picado, e inició el proceso de ir retirando el sedal. La trucha era grande y se defendía con fuerza. Continuó tirando de la caña, curvándose esta en gran medida, y al mismo tiempo moviendo la manivela del carrete, pero con el mismo resultado de tensión por parte de la trucha. Volvió a tirar de la caña, esta vez con tanta fuerza que la trucha saltó al aire y volvió a caer al agua.

El águila tuvo que soltar la trucha ante los envites de la nutria y su mayor movilidad

Un águila pescadora que sobrevolaba el lago observando y expectante a las escenas de pesca, con gran rapidez, vio una presa y se cernió sobre ella recogiéndola limpiamente en una zambullida. Pero una nutria que también observaba desde el agua, peleó por la presa, abalanzándose sobre el águila. Con su capacidad de movimiento en el agua muy limitada, el ave, sin velocidad y tratando de mantenerse en el aire, daba fuertes aletazos para sostenerse y evitar caer de nuevo al agua. El águila tuvo que soltar la trucha ante los envites de la nutria y su mayor movilidad y levanto el vuelo para después volver a cernirse sobre la nutria y clavarle las garras en el dorso. Esta, aprovechando de nuevo su mayor maniobrabilidad, le lanzó al águila una dentellada, que provocó que después de agitar sus alas, y ya con la trucha en poder de la nutria, emprendiese con lentitud el despegue.

Después de unos minutos de calma, y mientras disfrutaba del entorno, observé como dos truchas más pequeñas se colocaron en la parte posterior de una gran piedra para eludir la corriente del agua. Con un rápido manotazo saque del agua a las dos, pero con la mala fortuna que una de ellas moviéndose regresara al agua, y la otra cayese en la arena, cerca de la orilla, y qué con un fuerte aleteo de su cola, también volvió al agua. Las dos truchas se habían defendido y se habían escapado.

El sol estaba ya alto y decidí que era el momento de buscar un sitio donde tomar un tentempié. Saque unos bocadillos y disfrute de un almuerzo frugal mientras revivía las escenas de pesca que había visto y vivido.

Al final del día, Agustín, no habían conseguido pescar nada.

¡Sólo la paz de un día en armonía con la naturaleza!

¡Sólo la paz de un día!

Antes de iniciar el regreso, echó un último vistazo. El águila pescadora seguía sobrevolando el lago, los aguiluchos continuaban con sus prácticas de acecho y de vuelo, y las nutrias continuaban con sus juegos.

Los pescadores de la sierra seguían pescando.

Grandes pescadores, pensó.

Los Pescadores de Somiedo