jueves. 28.03.2024
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Un estudio del Washington Post detectó que Trump, durante sus cuatro años de mandato, había lanzado más de 30.000 mentiras desde su posición de poder. Más de veinte falsedades diarias que pueden explicar en alguna medida el desorientado y desorbitado apoyo electoral recibido, a pesar de su derrota. Supone un esfuerzo -probablemente bien planificado- de utilizar la propaganda para fabricar una ideología dominante. Especialmente en el concepto marxista de “ideología” como una visión falsa o deformada de la realidad. E interesada, me atrevería a añadir.

Durante un año llevamos presenciando apariciones, declaraciones públicas y mensajes continuos de la presidenta de la Comunidad de Madrid, de una buena parte de su equipo, y del propio alcalde de Madrid (aunque éste en menor grado), en las que nos cuentan una interpretación de la realidad en gran medida incongruente con los hechos que vemos, vivimos y sufrimos. Y contemplamos cómo se hacen chistes y banalizaciones respecto a estas argucias, tal vez sin percatarnos del peligro que entrañan, como construcción que son de una ideología (“visión deformada del mundo”) que trata de convertirse en dominante. Y consecuentemente en un elemento de captación de adeptos.

Un conjunto de mentiras y contradicciones, incluso con el propio mensaje, que en el más leve de los casos genera confusión. Y ocasiona incluso una “conciencia social” distorsionada, que en muchos casos se identifica con el surrealismo. No, no tomemos a broma este asunto, ni atribuyamos el fenómeno a la peculiar (por ser benignos) personalidad de la presidenta de la Comunidad. Detrás de esta ceremonia de la confusión y de este teatrillo de la falsedad hay una intención literalmente demoledora.

No deberíamos considerar casual que cuando el peso de la población de la Comunidad de Madrid no llega al 15% de la de España, acapara sin embargo el 20% de los fallecidos por la pandemia

Aunque ha pasado por diversas etapas, la demolición que se pretende no es ni siquiera táctica, sino estratégica, porque tiene como objetivo los sólidos elementos progresistas que posee nuestro sistema democrático. Esa gota malaya de infundios y desfiguraciones, aparte del desconcierto, provoca malestar y miedo, cuando se produce en una situación crítica como la ocasionada por el covid o por la tormenta de nieve. Y el miedo es el medio menos favorable para que el ser humano razone: la situación más idónea para cultivar “ideología”. Y va desde un constante, aunque cambiante y hasta contradictorio reto de deslegitimación al Gobierno, hasta un centralista desprecio al Estado de las autonomías que termina de modo paradójico, y hasta disparatado, en un “nacionalismo madrileño”. Porque hacer patria es fácil y rentable.

Y el escalón último, en cualquiera de las escaramuzas que emprende, está en la devaluación institucional de lo púbico, la contratación privada -por cierto: sin control- para cubrir con una supuesta solución el desbarajuste que ellos mismo han ido creando, o por el que han apostado sin recato. Desde la contratación de rastreadores externos, tras negarse a formarlos y organizarlos en la propia sanidad pública (o a aceptar la oferta gratuita de la UME), hasta la contratación a precios excedidos de estancias hospitalarias privadas, tras haberse negado a reforzar y racionalizar el servicio de la atención primaria. Sin olvidar el duplicado de precio de un casi inservible hospital de coyuntura propagandística. Junto a todo eso, no se puede pasar por alto la simulación de restricciones por áreas sanitarias básicas (cuando el resto de las autonomías perimetra municipios): una lista interminable, imposible de entender por los ciudadanos que tendrían que cumplir las normas (las delimitaciones no son físicas ni visibles), y que endosa a terceros la irrealizable labor del control.

Una laboriosa construcción de la anarquía que resultaría hasta pintoresca si no estuviera poniendo en la picota la salud y hasta la vida de los madrileños. No deberíamos considerar casual que cuando el peso de la población de la Comunidad de Madrid no llega al 15% de la de España, acapara sin embargo el 20% de los fallecidos por la pandemia. Cifras y proporciones que se hacen insufribles cuando hablamos de una población más vulnerable e indefensa como son los mayores de las residencias. Población sobre la que en las primeras fases de la pandemia se practicó una discriminación supremacista con la explícita (aunque negada) prohibición de hospitalización.

Y además algunas trampas, como la que se tiende a la hostelería. Mientras otras Comunidades Autónomas la cierran y le prestan ayudas para soportar la carga, en Madrid se mantiene “abierta” para -so pretexto de defenderla- no tener que ofrecerle las ayudas… Y podríamos continuar con una enumeración prácticamente interminable.

Todo un permanente entramado o abundante maniobra de propaganda y distorsión que, como roza de forma habitual el surrealismo y la contradicción, impide o dificulta sobremanera cualquier opción de desmontaje racional. Algo tan parecido a lo que Trump ha hecho durante cuatro años con los Estados Unidos, que nos lleva a pensar en una modalidad madrileña -no menos peligrosa- del trumpismo.

La trampa del trumpismo madrileño