viernes. 29.03.2024

Esta idea básica ¡Sólo el pueblo salva al pueblo! se ha ido popularizando, particularmente en Latinoamérica, desde hace un siglo. Expresa la reafirmación de diversos movimientos sociales de orientación progresista en su pelea frente a sus oligarquías. Las últimas victorias de las fuerzas populares en Chile y Colombiacon amplios procesos participativos, le han dado mayor relevancia política y simbólica. Suponen una experiencia variada pero con una característica común: la diferenciación política frente a los poderosos y sectores reaccionarios, así como cierta connotación nacional soberanista en lo que, a veces, se ha denominado populismos de (centro) izquierda. Hay diversas expresiones similares. Una de ella, de amplio arraigo cívico, es ¡El pueblo unido jamás será vencido!, de fuerte voluntad unitaria y resistente frente a la involución reaccionaria. 

Podemos aludir a la tradición marxista de que son las propias clases trabajadoras en conflicto con los grupos de poder capitalistas las que conforman su propia liberación y avanzan hacia la democracia social avanzada y el socialismo. Y podemos mencionar también la posición democrática e ilustrada desde la Revolución Francesa de que el pueblo, en este caso como conjunto de la población nacional o ciudadana, es la base de la soberanía popular y de los poderes del Estado, Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Aunque, como se sabe, la democracia participativa y su capacidad de control a través de las instituciones representativas son limitadas, en particular en tres ámbitos decisivos dominados por otros grupos de poder: el económico, el mediático y cultural y el supranacional o de relaciones internacionales.

Desde el humanismo y la laicidad en que se desposeyó a la divinidad y su representación en la Tierra -las jerarquías religiosas- de la posesión de la verdad absoluta y el bien moral indiscutible, particularmente en la gestión pública, las costumbres y la cultura, se han conformado numerosas élites como intérpretes de lo verdadero y lo bueno para legitimar su función dirigente en beneficio, no del interés general, el bien común o los derechos humanos, sino de determinadas clases o grupos sociales.

La democracia participativa y su capacidad de control son limitadas, en particular en tres ámbitos decisivos dominados por otros grupos de poder: el económico, el mediático y cultural

La legitimidad democrática emana del pueblo

En todo caso, la conclusión normativa está clara. Es la mayoría social y ciudadana, de forma directa en las elecciones y expresiones públicas o a través de su representación institucional, libremente elegida, la que tiene la legitimidad democrática para decidir las políticas públicas y el tipo de Régimen político, así como los ejes del contrato social y cívico de país. Por supuesto, las mayorías democráticas, aun en condiciones de máxima participación cívica, proceso abierto e igualitario de deliberación y comunicación y respeto de la pluralidad sociopolítica, se pueden equivocar o cometer errores, a juicio de otras experiencias históricas o sus consecuencias derivadas. 

Pero eso no obsta para reafirmar la soberanía popular y reforzar el contrato democrático, así como su reelaboración participativa y procesual, frente a todos los intentos elitistas o autoritarios de diluir ese estatus decisor del pueblo protagonista de su devenir. La democracia es el mejor procedimiento para definir los retos colectivos y adoptar las medidas adecuadas, superando los fanatismos y los elitismos corporativos.

En particular, existe una gran mayoría popular que podemos cuantificar en el 80% de clases trabajadoras y clases medias, estancadas o en retroceso, incluyendo no solo la desigualdad socioeconómica sino todos los aspectos de subordinación en distintas esferas (por sexo/género, origen étnico-nacional…). Esas capas subalternas son ellas mismas las que constituyen la palanca principal de su propia emancipación y el avance en la igualdad. Partiendo de su experiencia relacional y cultural, en la medida de su conciencia de la justicia social y su actitud ética y solidaria y junto con los sectores más dispuestos y activos, esas capas subordinadas son las protagonistas de su proceso de liberación. Lo hacen a través de su acción colectiva y la solidaridad, conformándose su identificación igualitaria y su constitución como sujeto sociopolítico. 

Esas capas subalternas [clases trabajadoras y clases medias] son ellas mismas las que constituyen la palanca principal de su propia emancipación y el avance en la igualdad

Desde luego, no las salvan los sectores privilegiados, las capas oligárquicas o las clases dominantes. Por supuesto, puede existir, y de hecho hay una amplia experiencia histórica, el compromiso cívico de intelectuales y personas de clase alta u origen privilegiado capaces de contribuir a ese proceso sustantivo de cambio social y político de progreso, a veces incluso en un papel destacado. Pero más allá de esa casuística individual o parcial, se impone el principio de realidad: son las personas y grupos sociales discriminados los más interesados en suprimir esa desventaja y acceder a los recursos sociales y materiales y el estatus ciudadano en condiciones iguales y libres. 

Una interacción compleja

La relación no es mecánica y no vale la idea de cuanto peor (condición) mejor (capacidad de cambio). Ni cuanta más opresión haya se genera más rebeldía, ni cuanta más explotación se sufra se produce mayor resistencia. Entre la condición social y el comportamiento sociopolítico median múltiples factores de la experiencia popular y comunitaria, las redes institucionales y socioculturales, las relaciones sociales y económicas… que favorecen en un sentido u otro la formación de la acción colectiva progresista (o de otro tipo). 

Las capas subalternas (explotadas, discriminadas, oprimidas, víctimas, subordinadas…) no siempre tienen la razón ni poseen la verdad absoluta. Como tales grupos dominados o dependientes no tienen prevalencia epistemológica o moral. Dicho de otro modo, la ética y la razón (ciencia) no nacen automáticamente de la situación de subalternidad y precariedad... pero tampoco lo contrario, de las élites privilegiadas. 

Es un viejo debate de la filosofía de la ciencia o la sociología del conocimiento. La elaboración teórica y la actitud moral tienen cierta autonomía (de clase o posición social), así como la práctica científica (objetividad, procedimientos…). Dependen de su constitución subjetiva, sus costumbres y valores universales, aunque también interfieren los aparatos ideológicos y de poder, las condiciones vitales grupales e individuales y el contexto sociocultural. 

La ética y la razón (ciencia) no nacen automáticamente de la situación de subalternidad y precariedad... pero tampoco lo contrario, de las élites privilegiadas

No obstante, para la acción colectiva es importante la experiencia relacional, vivida e interpretada, pero no de la resignación y la adaptación a esa dinámica de subordinación sino, partiendo de esa realidad, de los esfuerzos individuales y las prácticas colectivas para superarla. Es decir, la cultura igualitaria y emancipadora se configura a través del comportamiento real y sustantivo por salir de la discriminación y avanzar en unas relaciones libres e iguales. Y esto último, es lo que va conformando la identificación colectiva progresista y la dinámica transformadora con un perfil emancipador, reforzado, en todo caso, con la explicación teórica del conjunto del proceso y sus conexiones estructurales y contextuales. Por tanto, es decisiva la vinculación, de forma directa o solidaria, con esa realidad doble: vivencia e interpretación de la injusticia y actitud de superarla.

Por supuesto, personas intelectuales y de capas privilegiadas han participado en procesos rebeldes y democratizadores y han compartido trayectorias transformadoras, ampliando el campo popular… frente al poder de las oligarquías o el neocolonialismo. Siempre ha habido personas solidarias y socializadas en el espacio alternativo de progreso. Así se amplían los apoyos y las alianzas, pero el protagonismo o si se quiere, la fuerza promotora y dirigente de la trayectoria emancipadora, en términos cuantitativos y cualitativos, lo constituyen los propios sectores popularessubalternos.

No es fácil esa interacción entre movimientos ciudadanos y sus bases sociales y electorales con su representación social y política. Ha sido intensa y persistente la pugna histórica en las izquierdas y fuerzas progresistas por la representación de los movimientos populares y sociopolíticos, así como por la orientación de su gestión política y sus estrategias, más posibilistas y adaptativas o más transformadoras. Esas tendencias recorren la historia de estos más de dos siglos y, particularmente, durante las últimas décadas. 

La cultura igualitaria y emancipadora se configura a través del comportamiento real y sustantivo por salir de la discriminación y avanzar en unas relaciones libres e iguales

Todo ello contando con los propios intereses corporativos de la capa representativa o élites dirigentes, ya estudiados desde hace un siglo por el sociólogo y politólogo Robert Michels y su análisis de la ‘ley de hierro de la oligarquía’, refiriéndose, precisamente, al gran partido político de la socialdemocracia alemana de principios del siglo XX, el mayor entonces en Europa, al que pertenecía, y hasta la constitución del Partido Fascista italiano en el que terminó después de pasar por el PSI.

La formación del sujeto sociopolítico

Pero volviendo al hilo conductor sobre la formación del sujeto sociopolítico transformador, hay que desechar ese determinismo mecanicista de cierto estructuralismo, a veces considerado un materialismo vulgar, y que de hecho es un idealismo que no refleja una parte decisiva de la realidad como es la práctica social de esas capas subalternas en su contexto e interacción. O sea, ese enfoque se aleja de la gente concreta, infravalora la experiencia relacional y comunitaria que configuran los procesos de identificación colectiva y comportamiento sociopolítico.

A esa variante idealista y abstracta, de cierto mecanicismo economicista de clase se opone otra corriente idealista de carácter liberal o postmoderno, también inadecuada: la infravaloración de las condiciones concretas de la gente, materiales, relacionales y culturales, la desconsideración de su situación particular de subordinación / dominación, junto con el tratamiento formal de las personas y grupos sociales como sujetos abstractos, supuestamente iguales y libres. Se separan el ser y el deber ser, priorizando el formalismo del segundo aspecto e infravalorando la realidad social. Y todo ello con la prevalencia de las élites políticas o intelectuales que son las que elaborarían el discurso que construiría la realidad del pueblo, siempre pasivo a la espera de la agencia y la articulación promovidas por su liderazgo.

Ambas corrientes teóricas, el estructuralismo determinista y el posestructuralismo culturalista, todavía influyentes, han fracasado social e históricamente. Y se impone la necesidad de un pensamiento realista, relacional, sociohistórico y crítico frente a la gran deriva neoliberal y reaccionaria, que desborda incluso al socioliberalismo que aparecía en los años noventa como tercera vía ascendente y hoy en retirada. Se trata de otra posición en conflicto desde los años sesenta y setenta con esas tres tendencias principales, en la estela, entre otros, del pensador y líder pacifista E. P. Thompson

Hay cierto vacío teórico y estratégico que ha afectado también, primero, al eurocomunismo y, después, a la socialdemocracia y su dominante orientación socioliberal

La experiencia de los movimientos sociales, viejos y nuevos, de estas décadas, en particular los últimos procesos populares en diversos países latinoamericanos, así como en Europa y EEUU, han puesto en evidencia las limitaciones interpretativas y las dificultades de orientación estratégica de los procesos concretos de articulación de los sujetos colectivos por parte de esas corrientes de pensamiento. Hay cierto vacío teórico y estratégico que ha afectado también, primero, al eurocomunismo y, después, a la socialdemocracia y su dominante orientación socioliberal, ambos en fuerte declive, tal como manifiestan los casos italiano y francés, respectivamente. 

Especialmente, la dinámica transformadora en España de indignación popular, protesta social cívica y configuración de un campo sociopolítico y electoral progresista y de izquierdas, de fuerte contenido social, feminista, ecologista y democratizador, exige un nuevo proceso interpretativo y de desarrollo teórico y político, abordado por las fuerzas del cambio, ahora en situación de recomposición y todavía no resuelto, tal como he explicado en el libro “Dinámicas transformadoras. Renovación de la izquierda y acción feminista, sociolaboral y ecopacifista”.

En consecuencia, el problema analítico y sociopolítico es la formación de las fuerzas sociales y políticas de progreso, de base popular y en confrontación con los poderosos, superando la desconfianza popular en los partidos políticos. El propio Presidente socialista del Gobierno, Pedro Sánchez, ha comprendido, aunque sea parcialmente y a efectos discursivos y de estrategia electoral, la nueva realidad y la conveniencia de su reorientación política hacia un reformismo fuerte, aunque sin abandonar del todo las pretensiones centristas y cierta moderación. 

El reto que se está ventilando ahora es combinar una dinámica participativa ciudadana con la recomposición de la representación política

Por otro lado, las fuerzas del cambio y su nueva configuración de frente amplio, junto con el proyecto SUMAR, aparte de su adecuación y responsabilidad política y orgánica, deberían conseguir una mayor consistencia y unidad estratégica, con un debate abierto y unitario que permita profundizar en un proyecto progresista de país, fortalezca un movimiento cívico e impulse las dinámicas transformadoras y de renovación de las izquierdas. Es el reto que se está ventilando ahora: combinar una dinámica participativa ciudadana con la recomposición de la representación política. 

Y para ello, aunque sea un ámbito complejo y costoso y, en cierto sentido, periférico respecto de la tarea principal del impulso de un movimiento ciudadano y el refuerzo de una formación política alternativa, hay que realizar un esfuerzo de investigación y debate teórico: superar las interpretaciones y discursos de economicismo mecanicista y de culturalismo elitista o socioliberal, ambos idealistas y disfuncionales por su desarraigo popular cuando, sobre todo, se trata de desarrollar un nuevo sujeto de cambio de progreso con un proceso reformador sustantivo que supere el continuismo liberal y la involución reaccionaria. Y eso sólo es posible con la activación y el protagonismo de las capas populares.

¡Sólo el pueblo salva al pueblo!