martes. 19.03.2024
ayuso

"Almohadín es a almohadón como cojín es a X y nos importa 3X que nos cierren la edición", es lo que publicó "La Codorniz", a la que suelo recordar con reiteración y nostalgia, una vez que estaba amenazada de cierre por algo que la censura había encontrado censurable.

Y es que la regla de tres servía hasta para decir lo que, sin ella, debería haberse hecho con lenguaje malsonante. Efectivamente, en mi adolescencia solíamos decir que la regla de tres era la salvación de España porque parecía resolver todo tipo de problemas cuando, en realidad, solo servía para resolver algunos problemas aritméticos elementales.

Ahora hay quien la quiere utilizar para arreglar otros problemas menos elementales, como el de hacer una oposición constante al gobierno de Sánchez pasando por encima de cualquier consideración moral sin darse cuenta de que hay problemas de tres y problemas de muchas, como la menstruación dolorosa, por lo que hay que distinguir, también, la regla de tres de la regla de muchas.

A mí, por ejemplo, que no tengo menstruación, y no por méritos propios, si no por la propia naturaleza de las cosas, podría importarme más una, la de tres, que otra, la de muchas, pero nunca se me ocurriría decir que la segunda no me interesa nada porque solo me interesa la primera. Y, menos, si presidiera la Comunidad de Madrid.

Lo que me extraña es que lo haya podido decir una mujer. Ni siquiera si la explicación fuera que, por la edad, ya no le baja la regla, sería políticamente correcto ya no decirlo, si no, ni siquiera escucharlo sin sufrir algún grado de estupefacción. Por ello, mi extrañeza se extiende a la de aquellas mujeres que les haya podido parecer muy bien escuchar esa demostración de indiferencia ante el problema de miles de congéneres.

Regular algo que no afecta a la totalidad de la población estimula la insolidaridad de aquellas personas no afectadas directamente por el asunto

Pero, en el fondo, subyace un problema: regular algo que no afecta a la totalidad de la población estimula la insolidaridad de aquellas personas no afectadas directamente por el asunto. Ocurrió cuando el gobierno de Rodríguez Zapatero amplió los derechos de las personas homosexuales, redujo los problemas burocráticos para divorciarse o penalizó específicamente la violencia de género. Los que no teníamos prisa por divorciarnos, ni pegábamos a nuestra pareja, ni éramos LGTBI, podíamos pensar que todo eso no iba con nosotros, pero, en realidad, sí. Nos permitía vivir en un país más justo.

Ahora ocurre algo parecido con la regulación laboral de una parte de la población, obviamente no mayoritaria pero si suficiente para que el Estado se ocupe de su problema. Y, en ese momento, la insolidaridad, disfrazada de menosprecio, aparece en escena.

Por supuesto, no entro en los detalles de esa regulación, con aristas económicas y de efecto boomerang sobre la contratación laboral de mujeres jóvenes que puede tener la medida. Ni me pagan para ello, ni sé, pero el mero hecho de que se plantee el problema ya me parece positivo y, ahora, los responsables, y los expertos, que limen esas aristas.

Pero me da la impresión de que el problema de fondo, para la derecha e, incluso, para una parte de la izquierda es quien ha originado ese debate. Ya no tanto por quien es la ministra, qué también, si no por la propia existencia del Ministerio de Igualdad. Me temo que, fuera quien fuera ministra, o ministro, de Igualdad, las reacciones serían las mismas. ¿Alguien recuerda una sola iniciativa de ese Ministerio que no haya sido censurada por la derecha?

Y luego, están los que dicen que estos temas se sacan para tapar otros. Por ejemplo, la crisis de los espías debería haber parado la actividad nacional para que se hablara solo de eso, cosa que debería haber hecho este mismo medio publicando solo, y exclusivamente, cosas como las que yo escribí sobre el particular.

La regla de muchas