martes. 23.04.2024
'2001: una odisea en el espacio' (Stanley Kubrick)
'2001: una odisea en el espacio' (Stanley Kubrick)

Hace poco mantuve una conversación con mi compañera del Instituto de Filosofía (IFS-CSIC) Remedios Zafra, dentro del ciclo Prometeo en el Jardín organizado por Isabel Fernández Morales, experta en divulgación científica del CCHS. Tuvo lugar en lo que fue la Casa de Fieras del Retiro y que hoy es una biblioteca que porta el nombre del filósofo Eugenio Trias, muy aficionado al cine, por cierto, como yo mismo y buena parte de mi generación. El tema en realidad lo había propuesto quien suscribe y por lo tanto no era muy original. Se trataba de reflexionar en voz alta y de modo dialéctico sobre cómo puede cambiar nuestras vidas la Inteligencia Artificial. En realidad, no es una cuestión del futuro, porque los dispositivos inteligentes ya están entre nosotros desde hace tiempo, cuál prótesis que nos permiten hacer cosas hasta hace poco inimaginables.

Ya no hay que mandar telegramas o llamar por teléfono, porque nuestros móviles nos permiten comunicarnos de inmediato a larga distancia incluso viendo al interlocutor. Se han perdido para siempre aquellos epistolarios a partir de los cuales podíamos recrear toda una época. Estamos permanentemente interconectados, aunque no quedemos en persona con amigos, colegas o familiares. El arte de la conversación tampoco se cultiva con tanta constancia e intensidad como antaño. ¿Sentimos menor empatía por esta merma de interacción personal? “En busca de la empatía perdida” se titula cuando menos mi reseña del último libro publicado por Remedios Zafra, El bucle invisible.

No hay que temerla como algo diabólico, ni reverenciarla cual artefacto cuasi divino. Pero quizá sí convenga mostrar ciertas cautelas ante sus vertiginosos avances

Obviamente no cabe demonizar a la IA, ni tampoco resulta muy sensato verla como una suerte de la panacea universal que podría resolver milagrosamente todos nuestros problemas. No hay que temerla como algo diabólico, ni reverenciarla cual artefacto cuasi divino. Pero quizá sí convenga mostrar ciertas cautelas ante sus vertiginosos avances. El mercado laboral podría registrar cambios en breve. Se ganarían unos cuantos puestos de trabajo altamente cualificados y se perderían muchos otros que podrían despersonalizar servicios, prestaciones o cuidados. Esta portentosa herramienta puede ayudarnos mucho en campos como el de la medicina, pero también puede acabar suplantándonos donde no lo esperábamos, dentro del ámbito de la creación literaria o artística.

Si el colectivo de los guionistas reclama mejoras contractuales y mayores porcentajes, la tentación de suplantarlos por máquinas que no aspiran a tener derechos laborales podría ser enorme. Ya puestos, como le atribuimos a la IA una mayor objetividad, también podría componer el jurado que juzga unos u otros galardones. Las editoriales también podrían encontrar un filón, porque además de programar el tema que trataría su nueva novela, podrían imponer un lenguaje políticamente correcto, para no tener que repasarlo después o intervenir a toro pasado, como está haciéndose ahora mismo con Ágatha Christie.

Es muy probable que se impongan los exámenes orales y la evaluación continua, porque difícilmente se podrá discriminar cuán original es un trabajo escolar o universitario. De igual modo habrá que revisar el sistema de promoción profesional en las universidades y centros de investigación, porque los originales llegados a las revistas podrían no ser de autoría humana. Se acabará premiando las habilidades para hacer búsquedas en unas u otras aplicaciones. En el mundo de la pintura cambiarán igualmente los cánones y el plagio podría ser más apreciado en un momento dado.

Tal como ahora delegamos nuestras relaciones en ese alter ego digital, la realidad virtual podría suplantar paulatinamente a los acontecimientos efectivos

Huelga señalar que las noticias falsas podrían resultar, no ya más impactantes y virales como lo son ahora, sino sencillamente más verosímiles que la propia realidad. Los hechos alternativos podrían cambiar nuestra percepción del presente y hacernos revisar la memoria del pasado e incluso hacernos dudar de los recuerdos personales. Tal como ahora delegamos nuestras relaciones en ese alter ego digital que supone nuestro avatar cibernético, la realidad virtual podría suplantar paulatinamente a los acontecimientos efectivos, generando una suerte de psicosis colectiva.

Por supuesto la brecha digital generaría una nueva desigualdad, convirtiendo en ciudadanos de segunda o tercera clase a las generaciones más veteranas, los analfabetos digitales y quienes fueran menos pudientes. La herramienta no rendirá igual servicio a cualquier usuario, porque siempre habrá un acceso premium con prestaciones mucho más vanguardistas y sofisticadas. Es preferible no pensar en los réditos militares que podía tener un mal uso de una tecnología tan disruptiva. El catálogo de temas es interminable y nos conjuramos para tener nuevas conversaciones con otros colegas del Instituto igualmente interesados por esta temática.

Como remate de la charla, Isabel me pregunto qué película reflejaría mi visión de la IA. Respondí que me había impresionado mucho Ex-Machina, por mi temor a que la IA pudiera parecerse al diseñador y este fuera el producto de la despiadada mentalidad hegemónica ultra neoliberal que promueve una eugenesia mercantilista donde sólo pueden sobrevivir los más competitivos. Mencionar la magnífica cinta Blade runner me parecía una obviedad y no comenté nada porque lo hará en breve Marcos Jimenez dentro de un cine fórum. No podía dejar de citar una película que he visto en distintas épocas, pero que me impresionó sobremanera de niño. Me refiero a 2001, una odisea en el espacio. Hall 9000 fue programado para cumplir una misión y entiende que los tripulantes pueden ser sacrificados con tal de cumplir con su objetivo, aunque luego ínstense inspirar compasión para no ser desconectado. El célebre monolito que parece al principio, reaparece luego en la luna y vuelve a reaparecer en la habitación del final es un símbolo muy versátil, tanto como para convertirlo en el de la IA, es decir, en una instancia que no comprendemos y a la que atribuimos todo tipo de virtualidades infalibles, dado que además es imperecedera e invulnerable porque no siente ni padece.

Pero en realidad, mi película preferida en esta materia es una de las que Kubrick dejó sin hacer. Nunca olvidaré aquella exposición sobre su producción cinematográfica donde me topé con un cuarto dedicado a una cinta sobre Napoleón cuyo metraje y secuencias ya estaban elaborados. En unos enormes ficheros estaban catalogados miles de personajes que podían recrear un escenario determinado. Mi asombro fue mayúsculo al comprobar que también había proyectado un film sobre IA, rodado más tarde por Spielberg. El exigente Kubrick decidió esperar a que la tecnología le brindara unos efectos especiales altamente sofisticados, tal como esperó a poder filmar Barry Lyndon con bajo la luz de unas velas únicamente. ¿Cómo habría utilizado las prestaciones de la IA para hacer una película protagonizada por ella? Nunca lo sabremos, al menos hasta que alguien decida recrear este contrafáctico gracias a la Inteligencia Artificial.

La película sobre Inteligencia Artificial que Kubrick nunca hizo (y podría hacer la IA)