viernes. 26.04.2024

Pongamos que hablo de una ciudad ficticia descrita en una canción de un famoso cantautor. Pongamos que esto nunca ha pasado de verdad. Es solo una ficción que yo me estoy inventado porque soy un escritor con mucha imaginación. Si su moraleja sirve como aviso para navegantes me daré por satisfecho.

Al fin cabo es solo la reflexión subjetiva de alguien que no sería edificante ni alegre que nos contara su triste experiencia: pero diré que, en esa ciudad que no recuerdo el nombre, hace muchos años, yo estuve un verano trabajando de celador y atendí por cuenta propia a un joven enajenado que no sabía cómo volver a lograr su admisión -puesto que se acababa de escapar de un psiquiátrico-.

Eran otros tiempos y ahora dicen que muchos médicos españoles están emigrando, mientras las enfermeras vuelven. Sin perjuicio de la buena preparación y las buenas intenciones de los que se quedan, me pregunto cómo solventarán la papeleta de formar parte de un sistema sanitario creado por determinados políticos para fomentar la sanidad privada y dejarlo ser deliberadamente cada vez más inhumano y negligente.

Después de años de falta de inversiones en la sanidad pública, la anterior generación con un enorme sector vulnerable y desprotegido se encamina confiada e indefensa a su propio envejecimiento.

¿No sobrevuela la sombra de una deliberada falta de sensibilidad para participar en tal colapso de hospitales e incluso la sombra de una sociedad cada vez menos en humana?

La noche de reyes asistí perplejo a la consumación colectiva de la tomadura de pelo a un pobre trabajador enfermo. En efecto, eran las ocho y media de tarde -en mitad de la cabalgata de los reyes magos- y el pobre sujeto tenía un fuerte dolor en el pecho y una considerable falta de aliento, y ante la falta de atención debido a las listas de espera para ver a los especialistas y como sufría constantes mareos se dirigió al hospital más importante de la ciudad.

Consciente de su extrema gravedad y de su falta de tratamiento médico se aventuró a pedir a los reyes magos un diagnóstico acertado y una posible cura encaminada a una futura mejoría. Después de registrarse en admisión le aguardaba una tétrica situación en la sala de espera.

Lo primero que le llamó la atención fue la cantidad de pacientes y la diversidad de sus patologías. Ahora que se han superado los mayores picos de la pandemia ¿Será normal en otros países europeos las salas de espera llenas de ancianos en sus camillas como si tuvieran tiempo de sobra para dormir una siesta antes de ser atendidos? Lo siguiente llamativo fue un hombre de ochenta y cinco años que con un pequeño andador deambulaba sin sentido por todas las salas de espera. Llevaba diez horas sin que nadie supiera a quién llamar y dónde llevar al maltrecho y enajenado anciano.

Luego llegó el turno de la mujer -con el marido furibundo que le acompañaba- que se desmayó casi intencionadamente para ser atendida. Y finalmente el sujeto que padecía una grave patología cardíaca todavía sin diagnosticar, después de cuatro horas de espera fue llamado para ser atendido. Una joven médica le preguntó qué le sucedía a lo que le respondió que le dolía mucho el corazón. La doctora le midió la tensión y la saturación y ante los resultados aparentemente normales, le solicitó una analítica de sangre. Otras dos horas después le llamaron de nuevo.

La siguiente médica, distinta, esta vez de mayor edad y con apariencia de jefa, le comentó que le había dado mal un parámetro que sugería disfunción renal. Y que probablemente había que operar. Sin darle ninguna fecha para esa posible operación, lo único que le pudo ofrecer fue una ecografía al día siguiente, debido a las altas horas de madrugada, sin cerrar su historia y una con especie de salvocoducto escrito a bolígrafo para el turno siguiente.

El paciente volvió jadeante a su casa con su probable disfunción renal y su escrito de conmiseración médica. Ya en su casa calmó su sed puesto que en la sala de espera no había ni siquiera una triste máquina que vendiera botellas de agua y a la mañana siguiente se despertó todavía con vida y buen humor y tomó un taxi hacia el conocido hospital de la ciudad.

El médico que le atendió esta vez, ante la presencia del cambio de turno, no hizo caso del salvoconducto. Llamó a su jefe que le confirmó que ese papel no servía de nada y que ni siquiera existía la médica que lo firmaba. Después de esperar dos horas más, la ecografía confirmó que los riñones iban de maravilla y que lo había sucedido es que había pasado mucha sed en la sala de espera. Respeto al corazón le remitieron al especialista en una lista de espera sine die. Por supuesto que hubo una queja formal. «No me han hecho ninguna prueba compleja que descarte una enfermedad potencialmente mortal, me han mandado a mi casa con una posible falla renal y una nota escrita y falsamente firmada. Y para colmo casi me matan de sed porque estaba mareado y me costaba caminar».

En resumen, ambos turnos me toman el pelo. ¿No sobrevuela la sombra de una deliberada falta de sensibilidad para participar en tal colapso de hospitales e incluso la sombra de una sociedad cada vez menos en humana, y en la que cuando una persona está sola, ya no le quedan ejemplos ni siquiera para recordar la parábola del buen samaritano?

El ocaso del paciente individual ante la confianza en el cambio de turno de la medicina...