martes. 19.03.2024
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Salce Elvira. (Foto: CCOO)

Acabo de conocer que Salce ha muerto, tras su larga lucha contra la enfermedad. Habrá quienes no sepan quién era Salce, especialmente en un mundo que olvida a marchas forzadas. Seguro que hasta alguien en CCOO, en el PCE, en Izquierda Unida, preguntará si Salce era una mujer importante. Ese es el sino del mundo arisco, desmemoriado, que nos ha tocado en suerte.

Para esas personas, instantes después de conocerse la muerte de Salce, Agustín Moreno, que la conoció bien durante muchos años y compartió con ella muchas batallas, ha escrito en un periódico, el primer periódico sin duda de este país, un artículo en forma de obituario, de recuerdo, de explicación de la intachable trayectoria de Salce Elvira.

Salce tenía una identidad propia, marcada por el fuego del tiempo, labrada con arados de voluntad, ganada a pulso, no por gracia de nadie, por méritos propios

Para mí, imagino que para muchos y para muchas en las izquierdas (que son abundantes, dispersas y variadas), decir Salce no necesita la compañía de apellidos, no porque tengamos más memoria, sino porque tuvimos más oportunidades y el privilegio de conocerla. Y aunque alguien quiera malinterpretarlo (que lo malinterpretará de cualquier manera), algo de divinidad debería de tener Salce, que podría haber presumido, como el mismísimo Dios, afirmando Yo soy la que soy.

Pero no, nada de divino, sino algo profundamente humano. Salce tenía una identidad propia, marcada por el fuego del tiempo, labrada con arados de voluntad, ganada a pulso, no por gracia de nadie, por méritos propios.

No escuché nunca a Salce presumir de ser mujer, de ser feminista y, sin embargo supo subir cada peldaño de igualdad en una organización que, por momentos, la ensalzaba, la intentaba apartar del camino, la ofrecía transacciones improvisadas, como para salir del paso.

Cuando yo llegué a Madrid, a las CCOO de Madrid, se entiende, ella estaba ya en la Confederación, ya era una de las mejores analistas del empleo en España que haya conocido. Luego, llegaron los duros tiempos de la fractura interna. Los tiempos de la separación de Marcelino Camacho de sus responsabilidades como Presidente de las CCOO, cuando Salce asumió la tarea de mantener unido el sector crítico, años en los que se vio alejada de la dirección, tiempo de tener que reinventarse como profesora de instituto.

Con Chipi, sí, la hermana pequeña de Salce. Con Chipi coincidí durante toda mi etapa en Madrid y más tarde en el Patronato de la Fundación Abogados de Atocha. Además lo tuve fácil. Desde el primer momento al frente de las CCOO de Madrid nos empeñamos en construir espacios de trabajo en los que pudiéramos convivir mayorías, minorías, pluralidades dispuestas a construir unidad, que no uniformidad.

Allí siempre estuvo Mari Cruz Elvira, a la que siempre conocimos como Chipi. Y junto a ella, siempre Salce, allanando caminos, echando una mano, serenando tensiones inevitables. Nos enfrentamos al fidalguismo y a los fidalguistas, que eran muchos y resistimos juntos su embate en Madrid.

Al final, las tensiones confederales se fueron calmando, aunque algunas heridas nunca cicatrizaron completamente allá arriba. Salce encontró algunos espacios de participación, como su presencia en el Consejo Económico y Social. Disfrutaba mucho analizando los proyectos de empleo y sociales del gobierno, elaborando informes. Era muy buena sacando punta a las verdades absolutas, a las formulaciones aparentemente impecables, pero sembradas de trampas.

Veía con mucha preocupación el papel cada vez más subsidiario del sindicato. El desorden mental que se iba instalando en la izquierda, especialmente después de aquella infame operación en la que fuimos expulsados todos los militantes de Izquierda Unida de Madrid. De aquellos polvos vinieron estos lodos.

Quienes conocimos a Salce sabemos que era mujer incómoda, sincera, incapaz de adular, ni tan siquiera para salvarse a sí misma

Preocupación por el clima político y social creado por un puñado de nuevos y viejos personajes, obsesionados por llegar, mantenerse, perdurar. Dispuestos a cualquier cosa para conseguirlo. No importa los daños colaterales, las fracturas, las personas que dejan en la cuneta.

Murió Salce y hoy muchos querrán honrar su memoria, en las redes sociales sobre todo, con la secreta esperanza de que esa memoria se convierta en cómoda presencia cada vez más silenciada. Pero quienes conocimos a Salce, también ellos, sabemos que era mujer incómoda, sincera, incapaz de adular, ni tan siquiera para salvarse a sí misma. Capaz de vencer el asedio, el olvido, las miserias ajenas.

De aquellas mujeres que te hacen sentir grande con su afecto y que te engrandecen cuando te confían su verdad sin tapujos. Que descanse en Paz y que viva su ejemplo en nuestras vidas.

Una mujer llamada Salce