miércoles. 24.04.2024
Monumento víctimas ocupación alemana Budapest
Monumento a las víctimas de la ocupación alemana en Budapest. (Wikipedia)

Los nuevos nacionalismos de los países del antiguo bloque socialista europeo, vinculados a la URSS, juegan peligrosamente con la Historia. Vamos a verlo.

En los países bálticos la guerra no acabó en 1945, sino en 1991, y el pasado se mezcla con el presente. Ahora la amenaza se llama “Putler”, (Put) in + Hit (ler). Y son irresponsables con el genocidio judío, borrado por la ocupación soviética. Según Maciek Wisniewski, en la liquidación del gueto en Kaunas –el centro del nacionalismo lituano y la capital en el periodo entreguerras– los más ardientes perpetradores fueron los lituanos: en uno de los episodios más nefastos (la masacre en los garajes Lietükis) un grupo de judíos fue ejecutado públicamente con bates y varillas de acero, mientras los nazis miraban y sacaban fotos; tras apalear a una docena de hombres uno de los verdugos se sentó en la pila de cuerpos, agarró el acordeón y tocó el himno nacional. Era mucho más de lo que Hitler hubiera imaginado.

En Polonia, la legislación aprobada en 2006 penaliza la “difamación” de la nación. El expresidente Jaroslaw Kaczynski puso en marcha una política de memoria para potenciar el heroísmo de los polacos y prohibir toda referencia a los “campos de exterminio polacos”. De la Masacre de Jedwadne (1941), hoy el presidente del Instituto de la Memoria Nacional, Jaroslaw Szarek, niega cualquier responsabilidad polaca, cuando ya fue demostrada por el historiador Jan T. Gross.

En Hungría, el nacionalcristianismo de Orban también coquetea con el revisionismo, borra el colaboracionismo y se desvincula de la deportación de los judíos. Como ejemplo de ello puede servir el Monumento a las Víctimas de la Ocupación Alemana en Budapest terminado la noche del 20 de julio de 2014, aunque nunca ha sido inaugurado oficialmente, por muchas protestas de diferentes colectivos húngaros y de otros países., especialmente judíos. Para la descripción de todas las vicisitudes sobre este monumento me basaré en el libro de Keith Lowe Prisioneros de la historia.

Fue erigido en 2014 por el Gobierno del Fidesz-Unión Cívica Húngara, de Orbán, con el fin de conmemorar el momento en el que, setenta años antes, el ejército alemán tomó el control de Hungría. Durante la ocupación alemana, cientos de miles de húngaros perdieron la vida; o fueron deportados a campos de concentración o murieron combatiendo bajo el mando alemán. Se supone que el monumento comentado se levantó en honor y recuerdo de todos ellos.

El diseño consiste en dos figuras principales ubicadas ente una columnata clásica. En el primer plano está el arcángel Gabriel, un símbolo de Hungría, con los brazos extendidos. Tiene una de las alas rota, solo el extremo ondeante de su túnica. Su rostro muestra una expresión de sereno sufrimiento, con los ojos cerrados. En su mano lleva con cierto descuido un orbe dorado con una cruz doble, otro símbolo de Hungría, con sensación despreocupada al ignorar de que están a punto de quitárselo.

Sobre él, abalanzándose desde lo alto de la columnata, aparece la segunda figura de la alegoría: un águila que representa a Alemania. El contraste con el sereno e inocente ángel que tiene abajo, en el águila todo es fuerza, ímpetu y agresividad. Sus desplegadas garras están afiladas; las plumas son ásperas, en contraposición a las del ángel, sino que parecen auténticas cuchillas. Una anilla de metal rodea a su tobillo, con la fecha de 1944.

Monumento víctimas ocupación alemana Budapest 1

El mensaje de esta escultura es claro y contundente. La serena y pacífica Hungría está siendo atacada con violencia por la agresiva Alemania. Hungría es una víctima inocente, un ángel indefenso y herido. Alemania, y solo Alemania, es culpable de tantas muertes.

En buena lógica ha levantado su erección muchas protestas. Sobre todo, por su erróneo simbolismo. Nadie duda que marzo de 1944 fue un momento trágico para Hungría, pero lo que se cuestiona era la forma de reflejar los hechos.

Antes de construirse el monumento, un grupo de prestigiosos y reconocidos historiadores húngaros escribieron una carta abierta a su Gobierno denunciando que el simbolismo estaba basado en una “falsificación clara y manifiesta de la historia”. A ellos se unieron políticos, organizaciones internacionales y grupos de judíos locales con cartas de denuncia. Hubo protestas internacionales. Diplomáticos de Estados Unidos y de Israel mostraron su indignación y un grupo de senadores americanos escribieron una carta colectiva al Gobierno húngaro, de Orbán, instándole a que consultase con miembros de la comunidad judía antes de seguir adelante con el monumento. En el Parlamento europeo también se produjo un acalorado debate.

Lejos de ser una víctima de Alemania, Hungría había pasado la mayor parte de la guerra siendo su aliada

Como todos estos grupos señalaron, la historia de la ocupación alemana es muy diferente a lo expresado en el monumento. Trataban de recordarle al Gobierno húngaro que, lejos de ser una víctima de Alemania, Hungría había pasado la mayor parte de la guerra siendo su aliada. La ocupación alemana no se había producido hasta 1944 porque Hitler había querido evitar la posibilidad de que los húngaros acordaran por su cuenta un tratado de paz con los aliados y, cuando finalmente se ocupó, no fue un episodio especialmente violento. De hecho, los alemanes no encontraron oposición alguna y tomaron el poder sin apenas derramamiento de sangre. La oposición al dominio alemán fue prácticamente nula.

Las verdaderas víctimas de la ocupación alemana no iban a quedar identificadas hasta más tarde. En contra de la impresión trasmitida del monumento, la inmensa mayoría de las víctimas no fueron húngaros en general, sino, específicamente, húngaros de origen judío. Uno de los primeros dirigentes alemanes que llegó a Budapest el 19 de marzo, el mismo día de la ocupación, fue Adolf Eichmann, el principal arquitecto del Holocausto. En cuatro meses él y su equipo organizaron ya la deportación de 438.000 judíos a Auschwitz. Según Saúl Friedländer, historiador del Holocausto, el 90% de estos judíos -unos 394.000 en total- fueron exterminados a su llegada. Luego, 20.000 romaníes fueron también trasladados allí para matarlos, junto con un pequeño número de “degenerados” y prisioneros políticos.

Los alemanes no fueron los únicos perpetradores de estos crímenes. Es cierto que el Holocausto no se inició hasta la llegada de los alemanes, pero nunca se podría haber llevado a cabo con tanta rapidez si los húngaros no hubieran colaborado voluntariamente. El trabajo previo para el Holocausto se había hecho ya antes. Las primeras leyes antisemitas se habían introducido en Hungría en la década de 1920, cuando el Gobierno de Horthy impuso rígidos límites sobre el número de alumnos judíos a los que se les permitía acceder a las universidades. A partir de 1938 otras leyes antisemitas se añadieron. A los judíos húngaros se los etiquetó y registró. Quedaron fuera de los puestos de gobierno, y sus oportunidades en los medios y en las profesiones médicas y jurídicas quedaron muy limitadas. Se les negó el voto. A partir de 1941 se les prohibió casarse con personas no judías, así como relaciones sexuales con ellas. Incluso, después de la ocupación, no fueron los alemanes los que acorralaron a los judíos, los maltrataron, los metieron en trenes y luego repartieron sus propiedades: todo esto lo hicieron policías y funcionarios húngaros.

Poco después, los fascistas húngaros también se implicaron directamente en la aniquilación. En octubre de 1944, después que Horthy fuera obligado a dejar el cargo, los alemanes pusieron a un fascista húngaro de primer ministro. Ferenc Szálasi era el líder del Partido de la Cruz Flechada, un popular grupo de extrema derecha que era partidario de una forma todavía más violenta de antisemitismo. Al mes de tomar el poder, los seguidores de Szálasi estaban deteniendo judíos y fusilándolos en las orillas del Danubio. Las más crueles atrocidades ocurrieron a unos pocos metros donde está el Monumento a las Víctimas de la Ocupación Alemana, donde entre 10.000 y 15.000 judíos fueron asesinados y arrojados al río, donde se encuentra, por cierto, otro enclave conmemorativo, los Zapatos a la orilla del Danubio, 60 pares de zapatos alineados junto al borde del río, para recordar a las personas asesinadas. Las víctimas fueron obligados a quitarse los zapatos a mano armada (por ser los zapatos un producto valioso durante la Segunda Guerra Mundial) frente a su verdugo, antes de que les dispararan sin piedad, cayendo sobre el borde para ser arrastrados por las aguas heladas. El monumento de los zapatos fue creado por el director de cine húngaro Can Togay y el escultor Gyula Pauer, en un homenaje a esa gente. Fue instalado el 16 de abril de 2005. Un inciso. Sobrecoge el nivel de crueldad que puede alcanzar la especie humana. Y hace cuatro días y en el mismo centro de la civilizada Europa.

zapatos Budapest

Tras lo expuesto, ¿cómo los que diseñaron el monumento podían justificar el presentar a Hungría como un ángel inocente, un ángel cuyo único pecado había sido el no haber adivinado la ocupación?

Hubo otras objeciones al monumento que estaban más relacionadas con la política del momento que con la historia. La gente se preguntó, ¿por qué el Gobierno tenía tanta prisa de levantarlo? El monumento fue aprobado por un decreto gubernamental el 31 de diciembre de 2013, pero, en principio, se pretendía inaugurarlo el 19 de marzo, solo 11 semanas más tarde, coincidiendo con el setenta aniversario de la ocupación alemana. Un plazo tan imposible, no era por el aniversario, sino por las próximas elecciones generales, que se iban a celebrar a primeros de abril. El partido gobernante Fidesz de Orbán, ya contaba con una mayoría irreductible en el Parlamento, por lo que no corría peligro perderla. Sin embargo, Fidesz llevaba tiempo presionado por el partido radical de derechas Jobbik (Movimiento por una Hungría mejor), que ya contaba con el 17% del voto popular. El monumento al martirio húngaro podía servir para atraer a algunos de los votantes de Jobbik.

El tema del monumento no se había presentado ni debatido en el Parlamento. Ni presentado a los expertos húngaros, ni consulta pública alguna. El contrato para su construcción no había salido a concurso público, se encargó sin más a una empresa constructora. Tampoco hubo concurso público para encontrar a un artista determinado. El ministro encargado del proyecto se lo concedió a Péter Parkányi Raab, un escultor favorito del partido Fidesz. Este apareció con un diseño a los pocos días, que fue aprobado rápidamente por un comité de solo cinco miembros.

En este contexto, era lógico que surgieran protestas. Al principio fueron cartas particulares al Gobierno y cartas a la prensa. El Gobierno no las esperaba, y, durante un tiempo, en marzo de 2014, paró las obras. No obstante, dos días después de las elecciones de abril, decidió seguir adelante.

Como el Gobierno hacía caso omiso de las protestas, un grupo de artistas y activistas cívicos se implicaron directamente en el tema. Como vieron que no podían influir en el diseño del monumento, decidieron construir uno por su cuenta. Este no estaría hecho de piedra y metal, sino de fotografías, historias escritas a mano y recuerdos personales de 1944, surgidos de la ciudadanía. Crearon un grupo de Facebook e invitaron a la gente a aportar “símbolos de sus almas”. Pidieron que no enviaran solo emblemas de su sufrimiento personal, sino también de arrepentimiento y de perdón por el pasado.

Monumento víctimas ocupación alemana Budapest 2

En breve tiempo, el grupo reunió cientos de objetos, que colocaron frente al solar donde se iba a levantar el monumento oficial. Eran libros de oraciones, zapatos, gafas maltrechas, maletas viejas, estrellas amarillas de tela; piedras pequeñas, como las que se llevan a las tumbas judías; flores, plantas y velas. Los organizadores llamaron al contramonumento “Memorial Vivo”, por cómo cambiaba cada día. En el centro dos sillas blancas, una enfrente de la otra, con el significado de invitar a sentarse y a hablar del pasado y cómo este se representaba en el presente -lo que había faltado en el monumento oficial-. El grupo organizó debates públicos allí mismo. Artistas y críticos dieron charlas sobre monumentos de todo el mundo, comparándolos con el de Budapest. Recitales poéticos. Se invitó a supervivientes del Holocausto y a sus familiares a compartir sus recuerdos; también actos de homenaje a las víctimas del genocidio romaní.

Cuando los contratistas del Gobierno estaban acabando el monumento oficial, el contramonumento, “Memorial Vivo” ya estaba consolidado con cientos de objetos, a lo largo de treinta metros de arcén. Miles de húngaros ya lo habían visitado. Hay una pancarta donde se puede leer: “La falsificación de la historia es el equivalente moral del envenenamiento de un pozo”.

Los últimos elementos del monumento oficial se colocaron la noche -es decir con nocturnidad y alevosía- del 20 de julio de 2014, fecha en la que el Gobierno ya estaba perdiendo interés en su erección. No fue inaugurado oficialmente ni se ha celebrado acto alguno oficial. Ha recibido tantas críticas, nacionales e internacionales, que es harto complicado defenderlo hoy. Determinados partidos, como el Partido Socialista han prometido echarlo abajo, si algún día llegan al poder. En contraposición el “Memorial Vivo” sigue vivo, valga la redundancia, donde se siguen celebrando actos diferentes. Las sillas vacías no sólo sirven para reflexionar sobre la historia húngara, sino también para debatir temas sociales, políticos, económicos y artísticos. Pero, lo más importante, sigue siendo el repertorio de recuerdos y fotografías personales que bordean la acera enfrente del arcángel Gabriel, que se ha convertido en un lugar de atracción turística.

Es complicado construir un sentimiento nacional sobre un sentimiento de culpa colectiva, ni sobre una burda falsificación de su historia. De esto último es un buen ejemplo el de nuestras derechas en España, perfectamente intercambiables en este tema de la memoria histórica, como en otros, por mucho que pretendan diferenciarse. No basta, como ha hecho Orbán, en autoproclamarse mártir contra toda evidencia de los hechos históricos. Ni tampoco es bueno apropiarse del victimismo de algunos y declararlo como propio; eso es algo tan perverso, que las verdaderas víctimas nunca lo podrán permitir. El Monumento a las Víctimas de la Ocupación Alemana es todo un ejemplo de hipocresía nacional.

También las derechas españolas falsifican espuriamente nuestra historia reciente

Termino con unas reflexiones sobre la España actual. También en las derechas españolas, como he comentado intercambiables, también falsifican espuriamente nuestra historia reciente, lo cual es gravísimo, ya que, aunque lo saben perfectamente, una memoria colectiva consensuada es imprescindible para la creación de una identidad colectiva nacional.  Mas les da igual. Dos ejemplos recientes de ese comportamiento.

El 8 de febrero de 1937 miles de personas huían por la carretera de Málaga hasta Almería de las tropas rebeldes y golpistas que habían tomado la capital malagueña. Fueron bombardeados y atacados por tierra, mar y aire, provocando una masacre en la que se estima que murieron entre 3.000 y 5.000 personas, la mayoría civiles. Familias enteras corrían despavoridas y muchas perdieron la vida. Este capítulo negro de la historia de España es conocido como La Desbandá y siempre ha habido cierto consenso sobre la barbaridad que allí se cometió, hasta que llegó Vox. Su diputado Francisco José Contreras, todo un catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla, es decir, que sabe perfectamente lo que dice, afirmó en el Congreso que "La desbandá” fue una gran catástrofe humanitaria motivada por la imprevisión logística del bando republicano". O lo que es lo mismo, que la culpa no era de los que bombardeaban sino de la mala organización de los bombardeados. Hace falta tener desfachatez. Mas, esto es lo que nos espera, si el PP necesita de Vox para gobernar. Ya lo estamos comprobando en el Gobierno de Mañueco en Castilla y León, donde el presidente del Consejo Asesor de la Memoria Histórica y Democrática de Castilla y León, Ángel Hernández, ha ratificado la dimisión que ya anunció a mediados de febrero si se materializaba un pacto de gobierno en la región entre PP y Vox. Finalmente, la entrada en las Cortes de Juan García Gallardo, quien ha expresado en reiteradas ocasiones su intención de derogar el Decreto autonómico de Memoria Histórica ha sido el detonante, aunque no la única causa de la primera dimisión tras la entrada de Vox en el gobierno regional. Ha firmado Ángel Hernández que no va a compartir espacio “con personas que ni son demócratas, ni están por la labor de que se revise lo que han hecho sus abuelos», y lo de sacar a gente que ha sido asesinada de las cunetas es reabrir heridas”.

He dicho que no hay grandes diferencias entrambas derechas. El Ayuntamiento de Madrid continúa recuperando nombres franquistas en las calles de la capital. Uno de los últimos ejemplos es la calle del Crucero de Baleares, un barco que bombardeó a la población civil que huía de la guerra en Málaga. El nombre anterior de la calle era el del Barco Sinaia, que ayudó a emigrar a gente hacia México que huía de la guerra.

La derecha española para conseguir el poder no le importan los medios, por espurios que sean, como acabamos de ver. Y los españoles deberíamos tenerlo claro, como nos advirtió Antonio Machado:  En España —no lo olvidemos— la acción política de tendencia progresista suele ser débil porque carece de originalidad; es puro mimetismo que no pasa de simple excitante de la reacción. Se diría que sólo el resorte reaccionario funciona en nuestra máquina social con alguna precisión y energía. Los políticos que deben gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción a fondo que sigue en España a todo avance de superficie. Nuestros políticos llamados de izquierda —digámoslo de pasada— rara vez calculan, cuando disparan sus fusiles de retórica futurista, el retroceso de las culatas, que suele ser, aunque parezca extraño, más violento que el tiro”.  Es decir, que la derecha española no se anda con contemplaciones, todo lo contrario de la izquierda, la cual siempre lo hace con cautela la hora de llevar a la práctica sus políticas. Una prueba contundente de la actuación de la derecha. El Ayuntamiento de Madrid retiró, sin anuncio previo, a martillazos la placa colocada en honor de Francisco Largo Caballero, presidente de la II República, en el distrito madrileño de Chamberí. La oposición mostró su descontento ante la falta de información al respecto y aseguró que llevaría esta acción ante los tribunales. Esta retirada se produjo después de que Vox llevase al pleno del Consistorio madrileño una proposición para eliminar los nombres de los dirigentes socialistas Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero en el callejero de la ciudad de Madrid, así como las placas y las estatuas dedicadas a ellos.

Monumento a las víctimas de la ocupación alemana en Budapest