sábado. 27.04.2024

Antes de que los primeros regímenes democráticos rompiesen con la inercia de la Edad Media, los impuestos los cobraban los reyes y los clérigos. Diezmos, tercias, alcabalas, sisas, portazgos, montazgos, millones, todos, absolutamente todos recaían sobre las clases trabajadoras y grababan a los más desfavorecidos sin que cupiese la posibilidad de resistirse porque para esos estaban los caballeros, las órdenes militares y sus mesnadas, dispuestos a recaudar siempre más aunque las cosechas hubiesen sido catastróficas, aunque la peste hubiese asolado ciudades y campos: Los de arriba, los que llevaban la cruz en la mano como reclama Giorgia Meloniidentificaban a Dios con su bienestar, con su egoísmo, con su vivir a costa de los otros, de los que trabajaban, construían con sus manos iglesias, castillos y palacios y morían cuando al señor civil o eclesiástico -eran una misma cosa- le apetecía.

Los impuestos que hoy conocemos nacen al calor de la democracia y son el elemento más esencial de ella, pues posibilitan una redistribución de la riqueza que disminuye las diferencias entre ricos y pobres, dando a estos últimos más oportunidades y la posibilidad de llevar una vida más acorde con su condición humana. 

Surgen los impuestos modernos al mismo tiempo que el concepto de patria, allá por finales del siglo XVIII y durante todo el XIX 

Surgen los impuestos modernos al mismo tiempo que el concepto de patria, allá por finales del siglo XVIII y durante todo el XIX, perfeccionándose gracias a las luchas de los trabajadores que, como creadores natos de riqueza, exigían no sólo mejoras en sus salarios sino derechos políticos, económicos, educativos, sanitarios, para el cuidado de la enfermedad y de la vejez. La primera vez que se reclama abiertamente la necesidad de implantar impuestos proporcionales y progresivos fue en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels de 1848 como medida transitoria. 

Sin embargo, no es hasta después de la Revolución rusa cuando los estados europeos consideran la necesidad de implantar impuestos de ese tipo para financiar servicios públicos nuevos y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. La Revolución Rusa y el auge de los movimientos de los trabajadores en todo el continente hicieron temer el contagio, la extensión de la revolución: Los impuestos progresivos fueron el germen del llamado Estado del Bienestar, un estado nacido para evitar la expansión de la revolución.

Los impuestos progresivos fueron el germen del llamado Estado del Bienestar, un estado nacido para evitar la expansión de la revolución

Pasada la Segunda Guerra Mundial, se consolidó en Europa, y en Estados Unidos en menor medida, un nuevo patriotismo que ya no estaba tan ligado a los intereses de los privilegiados. Un país estaba más desarrollado y era más justo conforme la vida de sus ciudadanos fuese mejor, no sólo la de los poderosos, sino la de todos, desde el jornalero al gerente de una empresa. La universalización de la Sanidad, la Educación y las Pensiones, los programas de ayuda social, la construcción de infraestructuras de todo tipo, la reconstrucción de las ciudades devastadas por la guerra y la miseria obligaron a crear sistemas fiscales proporcionales y progresivos en los que pagasen más aquellos que más ganaban.

Fue el tiempo en el que los menestrales comenzaron a ser operados de una hernia o un infarto, cuando los hijos de los trabajadores pudieron ir a la escuela y a la universidad, cuando las carreteras, los pantanos y las viviendas se comenzaron a proyectar para el servicio del común y no de la minoría dominante. La patria empezó a identificarse con el bienestar de los ciudadanos, con la ausencia de personas que tuviesen que abandonar el país para subsistir, con la posibilidad de ser asistido en la enfermedad, en el desempleo y la vejez de un modo digno y como un derecho, no como resultado de la caridad.

La patria empezó a identificarse con el bienestar de los ciudadanos

Al calor de las mejoras sustanciales de las condiciones de vida de la mayoría de los ciudadanos, el movimiento obrero fue relajándose, al igual que los partidos de izquierda que comenzaron a amoldarse a postulados defendidos por sus opuestos. La falta de presión en las calles, en los parlamentos y en los centros de vida intelectual, posibilitó el regreso de las políticas neoliberales, que no eran otras que las que habían existido antes de que el movimiento obrero se hubiese organizado como una fuerza con la que forzosamente había que contar.

La pretensión de los seguidores de las Escuelas de Viena y de Chicago era regresar al siglo XIX, abolir todas aquellas conquistas que, según ellos, grababan la producción e impedían la acumulación de riquezas infinitas a costa del bienestar de la gente y del respeto a la Naturaleza. En Estados Unidos se desmantelaron todas las prestaciones e instituciones sociales; en Europa subsistieron mermadas, pero se inició un proceso de “desamortización” encaminado a privatizar todas y cada una de las conquistas de los trabajadores, llegando a su cénit en la crisis ladrillero-financiera de 2008, que tuvo como resultado el empobrecimiento general de los europeos, el incremento brutal de las desigualdades económicas, sociales y culturales y, por supuesto, el desprestigio de la política, cómplice necesaria de la degradación de las condiciones de vida de la mayoría de los ciudadanos europeos.

La pandemia del coronavirus obligó a los estados de medio mundo a paralizar la economía. Por primera vez en la historia, los mandatarios del mundo decidían cerrarlo todo para salvar vidas, anteponiendo éstas a los intereses económicos. Para paliar los efectos de la plaga y del descontrol de la producción mundial, los estados europeos no recurrieron a los métodos neoliberales de 2008 sino a medidas de protección social. 

Los impuestos, esos que habían permitido crear el Estado del Bienestar, esos que posibilitaron que un pobre fuese operado de un cáncer en el mismo hospital que un rico

Sin embargo, cuando parecía aceptado por todos que las políticas neoconservadoras habían causado estragos infinitos, los herederos de Milton Friedman y del medievo vuelven a poner sobre el tapete una de las recetas clave de la política reaccionaria: Los impuestos, esos que habían permitido crear el Estado del Bienestar, esos que posibilitaron que un pobre fuese operado de un cáncer en el mismo hospital que un rico, esos que dieron la oportunidad de educarse a los que sólo tenían la oportunidad de obedecer, esos que evitaron la muerte y el sufrimiento de millones de personas que, por causas muy diversas, no tuvieron acceso a un trabajo bien remunerado.

Los impuestos han de ser justos y no pueden gravitar exclusivamente sobre las rentas del trabajo. Es por eso necesario que sean proporcionales y progresivos, es decir que se vaya pagando más conforme se vaya ganando más. 

La patria la constituyen la historia, las buenas costumbres, el progreso y, sobre todo, el bienestar de los ciudadanos que la habitan

Anunciar bajadas de impuestos cuando se están recibiendo millones de euros de Europa, cuando muchas comunidades autónomas los reciben de otras, cuando las listas de espera en los ambulatorios y los hospitales claman al cielo, cuando no hay plazas en Formación Profesional después de campañas dirigidas a los jóvenes para que opten por esa opción, cuando arden los bosques sin mesura, cuando la mala alimentación es obligada por la falta de recursos, cuando cientos de miles de jóvenes no pueden acceder a una vivienda, cuando nuestros monumentos y nuestras viejas ciudades se caen a trozos, es la demolición de la patria de todos y el regreso al concepto patriotero del siglo XIX, de himnos, de odio a lo extraño, de desfiles, de vivas hueros y de buscar enemigos donde no los hay. 

La patria la constituyen la historia, las buenas costumbres, el progreso y, sobre todo, el bienestar de los ciudadanos que la habitan. Si éste desaparece, sólo quedan las banderas como símbolo del poder de la clase dominante aceptado y vitoreado por quienes lo han perdido todo, incluso la dignidad y la inteligencia de saber quién es cada cual.

Impuestos y patria