viernes. 29.03.2024

Salvo en breves periodos y para puntuales actividades, ha sido complicado juntarnos. En algunos lugares –y tal vez esto sea uno de los hechos más significativos del año, sin existir- el 8 de marzo no pudo celebrarse en las calles. Esta lejana presencia de lo importante tiñe de nebulosa nuestras vidas. Aunque, también, hay hilos con los que tejer esperanza.


¿Recuerdan el asalto al Capitolio? Fue el 6 de enero de 2021, hace apenas doce meses: algo increíble, nos decían, y aparentemente ya olvidado. ¿Saben cómo continúan las mujeres y niñas en Afganistán, un país que ocupó el epicentro de los informativos en el mes de agosto, cuando los talibanes tomaron el poder? ¿Alguna referencia de las revueltas en Cuba? ¿Qué sentimos al saber que, según las cifras oficiales, en nuestro país, han sido asesinadas 43 mujeres a manos de sus parejas en lo que va de año, 1125 desde 2003? A lo efímero de lo noticioso, que sigue criterios poco nobles, se suma el ritmo vertiginoso del cambio del mundo en el que vivimos y en el que no somos capaces de advertir lo subterráneo. Una pastosa confusión dificulta establecer prioridades y escapar a la dictadura de lo superficial.

Durante este año que acaba, se reiteran tendencias advertidas en el primer periodo de pandemia: las mujeres se han echado a las espaldas la mayor parte de todo lo que ha quedado desasistido por el desmantelamiento de los servicios públicos y de las consecuencias que han tenido las medidas establecidas para hacer frente a la alerta socio-sanitaria. El covid ha impuesto a la población femenina del mundo sufrimientos y retos que se suman al impacto general del virus. Así lo resumía OnuMujeres en un informe: “En tiempos de crisis, cuando los recursos escasean y la capacidad institucional se ve limitada, las mujeres y las niñas se enfrentan a repercusiones desproporcionadas con consecuencias de gran alcance que no hacen más que agravarse en contextos de fragilidad, conflicto y emergencia. Los avances logrados con gran esfuerzo en materia de derechos de las mujeres también se encuentran amenazados”.

Pero la crisis también ha facilitado que el músculo generado a base de movilizaciones y huelgas no se rindiera en ese pulso a la fatalidad: el feminismo ha sido el alma de los movimientos vecinales que han creado bancos de alimentos, han atendido a mayores que no podían salir de sus casas y han generado redes de solidaridad en los barrios.

También el feminismo, en mitad de una ola de conservadurismo, ha señalado peligros y ha seguido desplegando la creatividad en el pensar y en el hacer. Las movilizaciones en Polonia, Turquía o Irak, la resistencia de las mujeres en Afganistán o su empuje definitivo en la conquista de derechos en países como Chile o México son solo algunos ejemplos.

Hace un año, quisimos denunciar lo que NO se había hecho durante la pandemia con las jornaleras del campo (artífices de que frutas y hortalizas lleguen a nuestras mesas) y con las empleadas de hogar y cuidados (nutrientes principales de las llamadas cadenas de los cuidados). Con un poco más de visibilidad gracias a la labor de trabajadoras de estos sectores, cada vez más organizadas, y de aliadas en medios de comunicación, justicia y activismo, lo cierto es que todavía las transformaciones en esos ámbitos están por llegar. Cerramos otro año sin poder celebrar que España haya ratificado el Convenio 189 de la OIT.

Feminicidios

Antes, durante y especialmente después del confinamiento hemos visto cómo la violencia machista existe y se recrudece. Ya lo hemos dicho: el número de mujeres asesinadas por violencia de género en el Estado español asciende a 43 en 2021 y a 1.125 desde 2003. Nos referimos a los asesinatos cometidos en el marco de una relación afectiva. A partir del 1 de enero de 2022, España se convertirá en el primer país de Europa en poner en marcha un sistema de contabilización de feminicidios que abarca también los asesinatos machistas cometidos fuera del entorno de la pareja o expareja: familiares, sexuales, sociales y vicarios.

Los feminicidios son la punta del iceberg, la forma más brutal y visible de violencia contra las mujeres, pero es muy importante relatar las violencias machistas como un continuo, como una forma que abarca a muchísimas manifestaciones y espacios donde las mujeres sufren la opresión y las violencias de todo tipo. Todo ello responde a un sustrato que forma parte de esa normalidad vieja, que nunca se fue.

Un sustrato que se expresa en los tribunales, según expuso Naciones Unidas en un comunicado (tirón de orejas) en el que pidió a España que proteja a la infancia de la violencia machista y los abusos sexuales en el sistema de Justicia. Poco después, el Estado español reconocía que dejó desprotegidas a las hijas de Itziar Prats, víctimas mortales de violencia vicaria.

Todas tenemos derecho a vacunarnos

Muchas nos alegramos cuando Araceli se convirtió en la primera persona que recibía la vacuna en nuestro país. ¡Por fin! Esa vacuna tan deseada llegaba a nuestras vidas, marcadas por la amenaza de ese bichito invisible. Araceli era, de primeras, una de las nuestras: podía ser nuestra madre, nuestra abuela, nuestra vecina… una de las protagonistas de una película típicamente española. Pero la película, propiamente dicha, vino poco después: con personajes característicos de Berlanga y Buñuel, aunque sin el nivel de sus guiones. Políticos, curas y militares se vacunaron porque sí, porque “yo lo valgo y el resto no”, en el momento en el que los datos de contagios, ingresos y muertes se disparaban de nuevo, tras unas Navidades la mar de tradicionales.

La cosa derivó hacia el cine americano, con tramas, carreras y tensiones a gran escala, ricos y pobres, …y negocios, muchos negocios. El mercadeo de las vacunas, en el que algunas farmacéuticas buscan cómo chantajear a los Estados para aumentar sus beneficios. Acuerdos bilaterales de compra entre empresas y un número selecto de países que acaparan las vacunas sin importarles que la mayoría se quede sin suministro. La UE votando en contra de suspender las patentes, una medida que abarataría el precio de las vacunas, garantizaría su llegada a los países pobres y aceleraría su producción. Tan dramática se puso la cosa que el director de la OMS aparecía como el bueno de la peli advirtiendo: “El mundo está al borde de un catastrófico fracaso moral, se pagará con vidas y medios de subsistencia en los países más pobres”. “El enfoque del ‘yo primero’ deja en riesgo a las personas más pobres y vulnerables” y “prolongará la pandemia, las restricciones necesarias para contenerla y el sufrimiento humano y económico”.

Urge no solo vacunarse frente al coronavirus, algo a lo que por supuesto todas las personas, de todos los países y condiciones tenemos derecho, también hay que tener en cuenta otro tipo de “vacunas”. Urge generar inmunidad frente al individualismo y el egoísmo estimulando la producción de anticuerpos. Las personas, las poblaciones, tenemos la capacidad de dar respuesta a ese virus que nos hace mucho daño y priorizar lo común. Y al contrario de lo que suelen contarnos las películas, al proceder de ese modo, nos sentiremos mejor y nos irá mejor.

La pandemia ha dado visibilidad a elementos que las feministas vienen destacando desde hace tiempo: la centralidad de los cuidados y la importancia de las políticas públicas con enfoque de género. Desde las instituciones europeas y desde el Gobierno español aseguraron que la perspectiva de la igualdad entre hombres y mujeres se ha tomado en cuenta a la hora de diseñar planes, asignar fondos y establecer medidas para afrontar la crisis económica y social que la pandemia ha acelerado. Un ejemplo es el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia, uno de cuyos cuatro ejes es la igualdad de género.

Pero expertas en políticas públicas y activistas coinciden: en este plan hay grandes ausentes de la agenda feminista y el enfoque de género no está bien transversalizado; además, la falta de participación ciudadana ha sido absoluta y, en muchos casos, la desinformación también. No olvidemos que el camino para visibilizar, denunciar y solucionar los impactos que el covid ha tenido sobre más de la mitad de la población, pasa por dar prioridad a la participación directa de las organizaciones y redes de mujeres. Solo de este modo se podrá dar respuesta, además, al gran reto de la desigualdad creciente –cuyo mayor exponente vemos en las migraciones masivas que aumentan a pesar del endurecimiento de las fronteras y de la crueldad de las consecuencias de las políticas migratorias- y a la emergencia climática.

Desigualdad en los medios

En julio nos alegramos por el nombramiento de Pepa Bueno como directora de El País, pero pocos días antes conocíamos los resultados del Proyecto Monitoreo Global de Medios (GMMP), la mayor investigación sobre la representación de las mujeres en las noticias que se realiza cada cinco años: seguimos sin igualdad en los medios de comunicación y los progresos son extremadamente lentos. Sí nos gustaría destacar, porque es uno de los componentes fundamentales del tipo de periodismo que defendemos en AmecoPress, el contar con expertas como fuentes de la información, que, en clave nacional, en la categoría de fuente experta las mujeres pasan del 9% al 34%.

Cabe aquí agradecer la labor de numerosas periodistas que en distintos medios se esfuerzan por incorporar a las mujeres como sujetos informativos, como fuentes, como elemento básico de análisis de la realidad. Sin esta perspectiva no podemos hablar de un periodismo riguroso. Así lo han destacado las expertas que han formado parte de la publicación ‘La formación de género como garantía de calidad informativa’, coordinada por Cristina P. Fraga y editada por AMECO. También lo han defendido las académicas y periodistas que impartieron talleres en la Escuela de Formación en Comunicación de Género e Inclusiva de nuestra organización. Ha sido gratificante compartir con ellas ámbitos de intercambio y cualificación.

Una de las referentes de este periodismo feminista nos dejó este verano: Lucía Martínez Odriozola. Ahora, el Congreso de Periodismo Feminista que organiza Pikara lleva su nombre. No ha sido la única pérdida, lamentablemente. La muerte y el duelo se ha inmiscuido en nuestra cotidianidad y a menudo no hemos sabido como relacionarnos con ella. Quizás sea momento de no obviar preguntas esenciales para la vida.
Junto a la pandemia del coronavirus se ha empezado a hablar también de salud mental. Los medios de comunicación informan de los recursos disponibles para prevenir y pedir ayuda frente al suicidio (se habilitará el teléfono 024). Pareciera que necesitamos aliento. Aliento, en nuestra lengua tiene que ver con respirar. Aliento es vida, impulso vital, es también espíritu, alma. Es vigor del ánimo, esfuerzo, valor. Aliento es soplo del viento. Es inspiración, estímulo que impulsa la creación artística. Y es alivio, consuelo.

Empezamos el año con nieve y lo acabamos con fuego volcánico. En un mundo en el que muchas de las cosas que ocurren son del todo inesperadas, pareciera que todavía, cuando imaginamos, tendemos a la distopía y el nihilismo, dándoles la posibilidad de existir. ¿Por qué no imaginar de un modo diferente? No estamos haciendo apología de la imaginación como refugio desconectado de la existencia, ni como fantasía mecánica cuya función sea la de compensar carencias y temores del hoy. La imaginación orienta la acción y en ese sentido su capacidad transformadora es evidente. Imaginemos pues un futuro querido, amable y abierto, imaginémonos en ese futuro siendo y aprendiendo junto a otras. Imaginemos para construir.

Gracias a nuestras fuentes. A nuestras lectoras. A nuestras colaboradoras. A las estudiantes que participan en los talleres de AMECO y a quienes hacen prácticas en AmecoPress. A quienes trabajan para que este proyecto se sostenga y fortalezca. A las que no están. Y también a nuestras amigotas, porqué no. Gracias a todas.

Nos vemos en el 2022.

Fuente y Fotos: AmecoPress, de Pablo de Pedro

Imaginemos un feliz 2022