jueves. 25.04.2024
José Manuel Chaparro Gálvez y Mercedes Domínguez Peinado
José Manuel Chaparro Gálvez y Mercedes Domínguez Peinado

José Manuel Chaparro Gálvez. Campamento (San Roque), 17 de mayo de 1950, Calderero.

Por si no lo saben, el chaparro es un alcornoque (quercus suber) que nunca ha sido descorchado (mantiene su corteza de corcho). Es un árbol ni muy alto, ni muy grueso, lo normal es que su grosor no supere los tres o cuatro metros de circunferencia y los 15 metros de altura. Las hojas son pequeñas, perennes y coriáceas, perfectamente adaptadas a resistir el largo periodo estival de sequía.

La flor del alcornoque se poliniza con el viento, al igual que otros muchos árboles, lo que supone producir gran cantidad de polen. Las flores masculinas se disponen en amentos delgados y colgantes, de color verdoso y rojizo. Las femeninas brotan en la axila de las hojas y son más pequeñas. Como todos los árboles del género quercus, el fruto que produce es una bellota, sustento de un amplio elenco de animales salvajes y recurso inmejorable para el cerdo ibérico en montanera. 

Para mí, la característica más importante de estos árboles es la sombra que desprende, tupida, fresca, perturbadora, de siestas llenas de ensoñaciones habitadas de elfos, hadas y corzos.

En el género humano he conocido algunos chaparros, uno por su dominio de ese bosque mediterráneo, otro como apodo y un tercero por su apellido. Alonso García, que fuera presidente de la Asociación de Amigos del Parque Los Alcornocales, era un chaparro enorme, capaz de dominar las 177.000 hectáreas de este espacio protegido desde la altura moral que siempre le acompañó.

Colgado de un mote estaba Chaparro, Ledesma de apellido y Antonio de nombre, de una nobleza y una resistencia física inusuales.

Mi tercer chaparro es José Manuel Chaparro Gálvez, objeto de esta primera entrega de GENTE EXTRAORDINARIA. Nació hace 72 años en Campamento, en San Roque. De joven trabajó de todo, incluido de camarero sirviendo bocadillos de calamares en Madrid (el trabajo más duro que recuerda), de peón caminero asfaltando carreteras… Hasta que pudo dedicarse a su profesión de calderero, oficio que aprendió en Maestría en La Línea y Cádiz, recorrió oficios y caminos, un doble aprendizaje que lo curtió de cabo a rabo.

Chaparro, como muchos españoles que trabajaron desde niño, es de los que construyó con sangre, sudor y lágrimas este país. Lo mejor de nosotros lo heredamos de ellos

Después, casi toda su vida laboral la pasó en TICSA, trabajando en Acerinox. Todavía quedan de su paso por esta acería artilugios que inventó para facilitar la producción.

Militó en CCOO: fue buen empleado y jefe pero mejor compañero. Cuando los problemas aparecían, Chaparro llegaba con su equipo y mandaba a los cascos blancos de paseo, de parada forzosa. Construyó tubos de escape para Harley-Davidson y yates de recreo. Es un manitas con alma de inventor, un ingeniero sin titulación,

Un problema cardiaco lo llevó a una jubilación anticipada. Pero no paró: se construyó, como hizo su padre, natural de Puente Genil (como su madre), su casa en Punta Chullera con sus propias manos, frente al Mar Mediterráneo. Una pena que no heredara el dominio de los palos del flamenco que vistió y calzó a su progenitor, aunque arte tiene para dar y tomar. ¡El ‘pandereta’; joder, con el ‘pandereta’! Eso sí, no tiene whatsapp; si acaso, tela, sostiene Chaparro.

Se casó con Mercedes Domínguez Peinado, su novia desde chiquitito, natural de Puente Mayorga, y se fueron de viaje de novios a Barcelona. “Vamos a acostarnos, que estos niños se quieren marchar”, le decía con mucho arte el padre de Mercedes todas las noches a su mujer para darle un puerta y calle a Chaparro.

Tuvo cuatro hijos, Belén, Rocío, José Manuel y Daniel. El tercero, otro Chaparro con mayúsculas, se quedó en 2001, en un recodo de una carretera, con apenas 19 años. Cuando habla de su hijo, una lágrima rueda por su mejilla mientras que a Mercedes se le encoje el corazón y dibuja una mueca de dolor. Pero saben que su hijo, donante de órganos, sigue vivo en el cuerpo de otros, y bajo la sombra más grande y rica del Chaparro que cobija su ausencia y a una gran familia.

Chaparro, como muchos españoles que trabajaron desde niño, es de los que construyó con sangre, sudor y lágrimas este país. Lo mejor de nosotros lo heredamos de ellos y gracias a ellos tenemos esperanza para vivir a veces, para sobrevivir a veces.

Quiero abrir con este artículo una petición dirigida al alcalde sanroqueño, Juan Carlos Ruiz Boix, para que José Manuel Chaparro Gálvez, reciba un reconocimiento público de San Roque, su pueblo y el mío (eso sí, en mi caso, Guadiaro siempre será mi Patria), como trabajador, como inventor, como hierro forjado para ser un buen hombre, un chaparro frondoso en el bosque de nuestras vidas.


PD: Conocí a Mercedes y a José Manuel en la urbanización Hoyo 1 de La Cañada, cercana a Pueblo Nuevo de Guadiaro. Allí coincidimos en unos años inolvidables con gente también extraordinaria: María José, Ernesto, Mané, Rosa, Juampe, Vanessa, Dani, Mariví, David (El Sevi), Noelia, Juan, Julia, Antonia, Nino, Óscar, Noelia, Alejandro y la chavalería con Hugo, Ernesto y África a la cabeza. Por cierto, ya puestos, advertirles a las autoridades que la rotonda próxima y la falta de acerado es un peligro para los vecinos de esta urbanización.

Un Chaparro en el corazón