Filoxenia: una realidad alternativa

Paseando por Berlín veo el nombre de un restaurante griego que se llama Filoxenia. Me ha hecho pensar en una realidad alternativa. Por supuesto no me refiero a esos hechos alternativos que pretenden reescribir el pasado y generar posverdades a lo Trump o en ese 1984 orweliano. No se trata de trucar lo real y pretender dar gato por liebre, sino que cocinar lo que realmente queremos comer sin engañifas de ninguna especie. Porque la hospitalidad que significaría filoxenia nos propone un mundo alternativo, donde no tuviera lugar la xenofobia, el odio a lo extraño, raro y diverso.

Esto es algo que se podría dar en el futuro, si lográramos cambiar ciertos prejuicios y la mentalidad que los abona, gracias a una educación y a un diálogo social que asumiera ese principio como premisa fundamental e imprescindible. Conllevaría trocar la desconfianza en confianza. Eso nos haría ser menos hostiles con quienes presumimos enemigos y ese patrón mejoraría las relaciones humanas a todos los niveles, incluyendo los acuerdos entre distintos países.

También significaría considerarnos ciudadanos del mundo, humanos cosmopolitas cuya patria sería también el planeta Tierra, pese a habitar uno u otro lugar por elección o nacimiento, lo cual no es incompatible con sentirse orgulloso del propio terruño natal o adoptivo. Porque no se trata de uniformizar, como hace el fenómeno de la globalización, que lo homologa todo en aras de un consumismo compulsivo de bienes y servicios. La cuestión es reconocer en todo congénere, por el mero hecho de serlo, una persona con igual dignidad que no puede ser tratada como si fuera un medio instrumental, una cosa intercambiable a la que cabe poner un precio.

En vez de poner zancadillas para prosperar, la cooperación y la solidaridad es lo que nos ha hecho evolucionar como especie

El paradigma economicista debería ceder su primado a la perspectiva ética-moral, porque somos lo que hacen de nosotros nuestras costumbres y moldear nuestros hábitos configura nuestro talante. Advertiríamos que ganamos más al regular nuestra libertad para no perjudicar la de los demás, ya que un libertinaje sin ley como el de la doctrina ultra neoliberal nos deshumaniza y nos hace descuidar a quienes más lo necesitan, es decir, a nosotros mismos como niños y ancianos o inmersos en circunstancias adversas.

En vez de poner zancadillas para prosperar sin atender a la miseria que puede producir nuestro beneficio, la cooperación y la solidaridad es lo que nos ha hecho evolucionar como especie, aún cuando involucionemos moralmente al perder de vista esos criterios y suplantarlos por sus opuestos, esa codicia fanática e intolerante que no conoce límites para lograr sus mezquinos intereses en el plazo más breve.

Términos como filantropía o solidaridad parecen haberse cargado de ciertos matices peyorativos, por aquello del buenísimo bien pensante que ignora la cruda realidad. Quizá vocablos como filoxenia pudieran complementar en sentido positivo esas palabras que describen con gran acierto nuestras tendencias actuales, expresiones tales como aporofobia, homofobia o misantropía, entre muchos otros.