viernes. 29.03.2024
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A María Jesús Fuentes


Hace años, cuando llegaba del instituto, y era mi madre, y nadie más, quien me recibía en casa, comencé a desarrollar una inexplicable pasión por Los Simpsons que se ha mantenido y acentuado con el paso de los años. Hacia el final de un capítulo, Homer se reúne con su banda Los Solfamidas en la azotea del bar de Moe para dar un último concierto. Pasa entonces por la acera el coche del que fuera su productor, que, asomado a la ventanilla trasera comenta impasible un “eso ya se hizo” antes de proseguir su camino.

No entendí la referencia hasta años después. Para entonces, ya me impartía clases de literatura la mejor profesora que he tenido jamás, que nos enseñó a percibir la misma temática en distintas obras, a advertir las referencias y a reparar en las influencias. Con María Jesús Fuentes analizábamos constantemente textos literarios y periodísticos para ser capaces de apreciar qué otros autores o qué otras obras giran en torno al mismo tema, cuáles presentan argumentos similares o qué personajes existen gracias a otros creados anteriormente.

Hace algo más de un mes triunfó en Netflix El juego del calamar, una serie producida, precisamente, para triunfar. No solamente porque han creado una estética llamativa y colorida o un vestuario para ser tan reconocido como el de Alex DeLarge, sino que su argumento es extremadamente adictivo y morboso. La serie ha sido recibida, y no dudo en que su origen haya podido influir en ello, como la serie más revolucionaria que muchos espectadores han visto jamás. 

No cuestiono, aunque tampoco aprecio, el carácter que tan alegremente se le asigna. Puede que se deba a la incapacidad social para reconocer las similitudes existentes entre los productos, que no expresiones artísticas, que surgen y las obras literarias o cinematográficas clásicas. Allá por el siglo XIX, el Dr. Moreau ya experimentaba en una isla con humanos, argumento que luego parodiarían Los Simpsons, y a mediados del XX unos niños británicos se enfrentaron entre ellos bajo el influjo de El señor de las moscas. Incluso Los juegos del hambre narraron la lucha de unos adolescentes convertidos en gladiadores ante el regocijo de un gobierno dictatorial; décadas más tarde de que Connell, en 1924, crease al General Zaroff, que cazaba a los náufragos que llegaban a su isla después de proporcionarles comida, un cuchillo y ropa de caza. Sin ellos, y sin otros muchos, la serie de Netflix no existiría.

Debemos saber que casi todo de lo que hoy consideramos nuevo y novísimo ya se hizo, como señaló el productor de Los Solfamidas, y se hizo mejor

El juego del calamar no deja de ser únicamente una serie, pero hemos olvidado tanto la importancia de las Humanidades que creemos que todo es nuevo bajo el sol, y muchas veces confundimos, por haber olvidado lo que la tradición nos ha aportado, lo mediocre, incluso lo conservador, con lo que fue, hace siglos, o incluso milenios, verdaderamente revolucionario. 

El domingo, o lunes, pasado, emitieron Lo que el viento se llevó en La1. Mientras comíamos teníamos de fondo la película, y no podía parar de pensar en que Scarlett O'Hara, a pesar de lo sureño y a pesar de lo racista, fue mucho más feminista y reivindicativa que quienes presentan ciertos proyectos, o proposiciones, de ley para que se debatan de vez en cuando en el Congreso. Y eso que Scarlett no se desnudó ni un momento en toda la película.

Se aplaude a Bad Gyal porque cantar que tiene el coño apretado como el primer día aparentemente representa a una mujer, ahora se las llama empoderadas, reivindicando su sexualidad. Como si Pardo Bazán, en Insolación, o Safo de Lesbos, que escribían infinitamente mejor que Roy Galán, no lo hubieran hecho en su momento, sin necesidad de caer en eslóganes machistas que ahora se hacen pasar por feministas. Bad Bunny, por ejemplo, fue muy rebelde por disfrazarse de mujer en uno de sus videoclips, aunque no lo fue cuando cantó para PornHub, y también lo es Iván González, conocido como Samantha Hudson, pero no entiendo todavía por qué reducir a la mujer a silicona, cuero o tacones lo es. Más rebelde creo a Elisa Sánchez Loriga, que, para poder casarse con su pareja, Marcela, hubo de disfrazarse de hombre, o a Serrat, que se enfrentó al franquismo mientras el régimen existía cantando en catalán, sin necesidad de decirle al Generalísimo que lo esperaba a cuatro patas. Incluso Falete ha vestido, se ha maquillado y se ha comportado siempre como ha querido sin necesidad de declararse no binario o de género fluido. 

María Jesús siempre nos decía que no hay, nunca, nada nuevo bajo el sol, sino que todo surge gracias a la tradición. En su momento no entendí por qué incidía tanto, o al menos pensaba que lo hacía para que saliéramos indemnes de lo que entonces se llamaba Selectividad, pero ahora comprendo que saber relacionar y saber reconocer es también saber criticar y cuestionar. Y hoy en día es muy importante hacerlo, para que no nos cuelen gato por liebre y nos hagan creer que los ladrones de La casa de papel son solidarios o que las mujeres que llevan hijab están empoderadas. Debemos saber que casi todo de lo que hoy consideramos nuevo y novísimo ya se hizo, como señaló el productor de Los Solfamidas, y se hizo mejor.


La Asistenta

Eso ya se hizo