miércoles. 24.04.2024

¿Es posible otra economía de mercado? constituye una obra con la que a mi entender podríamos superar muchas de las irregularidades (por no decir abusos), que se producen en esta mal llamada economía de libre mercado.

Representa una estructura con la que nos sería dable eliminar la explotación que sufre la mayor parte de los que tienen para subsistir vendiendo su fuerza de trabajo en función de la existencia y la extracción de las plusvalías.

Para empezar debo decir que mi intención no es la de demonizar la concurrencia en este mal llamado modelo de economía de mercado de las plusvalías. Y no lo hago porque al igual que la iniciativa y la propiedad privada, la plusvalía es otra de las fuerzas que hace mover la máquina. Lo que ocurre es que esta fuerza está representada por el trabajo empleado. Y si con los salarios (como valor contractual), es imposible pagar el precio (como valor de cambio), de los productos y servicios que se hayan creado, necesariamente se tienen que producir unos desfaces cíclicos que conllevan deflación para el conjunto más dependiente de la sociedad.

¿Pensáis que es demasiado lo que tendremos que hacer para conseguir una sociedad más justa y amable?

Unos ciclos que para superarlos, este modelo tiende a recurrir a que los sacrificios siempre tengan que sufrirlos los que menos fuerza tienen para oponerse a su utilización; y unos desfaces que nos llevan a tener que admitir que la economía que hayamos de forjar tiene que ser distinta y diferenciada de las que hasta ahora hemos venido padeciendo.

A mi entender, para superar las disfunciones ocasionadas por las plusvalías (con su cohorte de acumulaciones y actividades oligopolísticas), tenemos que hacer que progresivamente una parte de los trabajadores se vayan convirtiendo en dueños y gestores de las empresas en las que desarrollen sus labores.

¿Es posible otra economía de mercado? constituye un constructo (especialmente con lo que se menciona en su capítulo sexto), con el que el trabajador, a través de una dejación racional de su consumo (al igual que anteriormente hizo el trabajador que posteriormente devino capitalista), conseguiría un ahorro con el que producir sin que tuviera que utilizar una mano de obra asalariada. Es decir, sin que tuviera lugar la plusvalía.

Lo que ocurre es que este ahorro sería individualmente tan pequeño, que sólo con la unificación de todos los ahorros podríamos decidir quiénes serían las personas que progresivamente pudiéramos ir poco a poco liberándonos. Sobre todo si tenemos en cuenta que este ahorro estaría siendo selectivamente canalizado a través de los servicios y los recursos que adicionalmente tuviera que suministrar la Administración.

Por último decir que para que este proyecto pudiera desvincularse de las injerencias que se derivarían de las actividades de este modelo de economía de mercado tendremos que adoptar dos medidas complementarias, La primera sería desenvolvernos económicamente a través de unos medios de cambio digitalizados con los que controlar las actividades que pudiéramos materializar; la segunda, establecer una serie de asambleas con las que, al facilitar a la ciudadanía que ésta pudiera emitir telemáticamente su opinión sobre lo que - una vez alcanzado un consenso - debiera de hacer la Administración.

¿Pensáis que es demasiado lo que tendremos que hacer para conseguir una sociedad más justa y amable? Pensad que es lo que nos espera si sentados mullidamente en un sillón esperamos que las cosas las resuelvan los que las han ocasionado.

Si asumimos como válida la estructuración del sistema que conocemos como de economía de mercado (y tenemos que asumirlo porque a pesar de sus innumerables tropelías ha depuesto al modelo que con mayor o menor fundamento pretendió sustituirlo), es preciso entender que con las recetas que propone (y las formas con las que llevar a cabo las que propuso el que fue arrumbado), no podemos conformar un paradigma en el que nos sea dable compartir en el entendimiento lo que tendría que ser considerado como válido.

En un modelo en el que debido a la carencia de una estructura a través de la cual poder entendernos se cuestiona la necesidad de tener que constituir unos piquetes para contrarrestar el poder que ejercen las empresas para contrarrestar la incidencia de las huelgas, la confrontación tiene necesariamente que existir. En un modelo en el que los trabajadores sean considerados como un factor de producción y el Estado se encuentre sometido a las coacciones con las que le amenaza el capital, el entendimiento es imposible.

Constituye un modelo que, al ser irracional e injusto, genera tanto en un lado como en otro, actuaciones tan injustas como irracionales. Si no fuera por su evidente patetismo, los hechos que tenemos que asumir en nuestra sociedad conllevarían los rasgos de lo histriónico.

El Capital no puede verse afectado con las tímidas medidas con las que hasta ahora se ha pretendido embridarlo, porque ni tiene nombre ni conoce fronteras. Además, lo poseído está investido de un derecho reconocido por la ley y aceptado culturalmente de una manera consuetudinaria.

En consecuencia, lo único que le puede afectar es aquello que se encuentra en el reino de lo que aún no ha sido creado. Y como lo que se haya de crear solo se halla en las manos de aquellos que tengan cojones para modelarlo e imponerlo, el remedio se lo tienen que aplicar aquellos que necesitan seguir tirando del carro. Estas y muchas más reflexiones, en este libro escrito para hacerte pensar.

¿Es posible otra economía de mercado?