martes. 23.04.2024

Teníamos trabajo, nuestra salud no era un tema de preocupación, las amistades fluían como un géiser a diestra y siniestra, los años parecían haberse tomado una pausa, nuestra piel aún conservaba esa tesitura de antaño, nada indicaba que el viento rotaría. La imagen de la mesa familiar aun coincidía con la última fotografía, sin embargo, se puede oler aires de cambio en el ambiente. Todo comenzó a cambiar con un simple crepitar de ojos.

Hay una leyenda que cuenta una triste historia de supremacía blanca sobre un tablero sin espacios y sin tiempos. Un manojo de escaques que encierran el secreto mejor guardado, el de unas manos desconocidas que digitan los hilos poderosos e invisibles que mecen la cuna de una humanidad que parece no querer despertar. Hubiese sido fácil con el diario del lunes situarnos de un lado o del otro de la báscula, pero nada es tan sencillo como parece. La vida tal como la conocemos no es más que una simple concatenación de eventos, algunos agradables y otros no tanto. Nadie, pero absolutamente nadie nos esperó del otro lado del útero con una hoja de ruta o un compendio de indicaciones que nos dieran la tranquilidad de saber que fichas mover y de las cuales deberíamos permanecernos alejados. 

¿Qué pasa cuando las fichas no son movidas por el contrincante, cuando mis manos continúan reposando en los fríos bolsillos de mi gabán? No son mis manos, está claro, ni las tuyas, es evidente que son las manos del dueño del tablero. Todo es tranquilidad cuando vemos por delante lo que esperamos, pero hay un momento en que las situaciones cambian radicalmente, ya no hay un plan B ni un plan C que nos traigan paz en medio de la tormenta. Es ese movimiento inesperado, ese cambio de piezas, ese enroque que involucra al rey y a una de las torres del jugador que tenemos enfrente, hay dos piezas a la vez que se mueven y no logramos discernir qué camino ahora debemos tomar.

Nadie nos esperó del otro lado del útero con una hoja de ruta o un compendio de indicaciones que nos dieran la tranquilidad de saber que fichas mover

Hasta ayer nomás, en la puerta de una universidad algo envejecida, una decena de muchachos y muchachas intentan llevar a buen puerto sus ansias de hacer de sus días un tesoro infranqueable. Algunos de ellos, los más jóvenes, hijos selectos de una casta familiar, parecerían abstraerse de la realidad que viven los demás. La meritocracia aparece y desaparece delante de los espejos cada mañana, el esfuerzo y la sudoración se contrarrestan a cada minuto con las pupilas de la comodidad y del confort. Ya no es cuestión de querer o no ser parte, es un tema de poder o no poder permanecer a pesar de los vientos adversos.

Como bien dije, todo transitaba sobre rieles, hasta que los durmientes comenzaron a despertar el 1 de diciembre de 2019 y a muchos kilómetros de distancia. La ciudad de Wuhan, República Popular de China, amaneció ante la presencia del reporte de un grupo de personas infectadas con un virus desconocido. Lo que comenzó como una epidemia fue mutando a medida que el patógeno se desplazaba de tierra en tierra, de país en país, lo que llevó a la Organización Mundial de la Salud a decretar una pandemia de riesgo de salud pública internacional, con pérdidas de vidas y un desplome financiero global de un alcance inimaginable. Corrían las primeras horas del primer día, en la región de China central; un grupo de trabajadores con lo que parecía ser una neumonía se presentó en las puertas del Hospital Wuchang. La mayoría de esas personas se dedicaban a la comercialización de animales exóticos vivos, por lo que se supone que el foco de infección provino desde ese sector. No está claro que esta ciudad sea el origen de la pandemia o solamente el primer lugar donde se identificó el virus, lo que sí es seguro es que la ruta de transmisión de persona a persona fue el puente que hizo de esta epidemia china una pandemia global decretada por la OMS el 11 de marzo del 2020.

El encierro de Hubei fue una de las primeras cuarentenas decretadas desde las altas esferas gubernamentales para evitar la propagación de la enfermedad, sin embargo, el asiduo movimiento de turistas en la región posibilitó la exportación del virus a más de 150 países del globo. Por su proximidad, los países de Corea del Sur y la República Islámica de Irán fueron los primeros afectados por este zurrón de infecciones que comenzaría a arribar al continente europeo con los primeros vientos del año 2020. El 25 de enero se suscitó el desembarco del virus en tierras francesas, unos días después el virus arribaría a las tierras germanas. En solo cuestión de horas la pandemia golpearía las puertas de España y de Italia, siendo este último país quien corrió con el mayor número de decesos desde la aparición de los primeros casos.

La humanidad se ha caracterizado desde tiempo longevo en recorrer los terrenos más peligrosos del mundo creyéndose al resguardo de todo

Este efecto dominó cursó rápidamente los mares mutando su condición inicial y adaptándose a los nuevos hábitats, el océano ártico, el océano antártico, el océano índico, el océano atlántico y el océano pacífico no pudieron detener su avance. Al 21 de enero los Estados Unidos de Norteamérica informaron a la opinión pública que habían detectado en la ciudad de Washington el primer caso de un individuo afectado por el COVID-19, de allí en más, los países que estaban del otro lado del Meridiano de Greenwich y debajo del Meridiano del Ecuador vieron que era inevitable la llegada de la pandemia y optaron por cerrar sus fronteras. Chile, Brasil, Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, República Dominicana, la gran mayoría de los países del cono sur incluido, obviamente la República Argentina, decretaron la cuarentena obligatoria.

Caminar por el césped recién cortado de un panteón puede simbolizar para muchos solo una imagen de un camino que no queremos transitar como sociedad, sin embargo, la humanidad se ha caracterizado desde tiempo longevo en recorrer los terrenos más peligrosos del mundo creyéndose al resguardo de todo. Ya los continentes parecen haber desaparecido del mapa, las fronteras se han desplazado, los refugiados y las enfermedades deambulan de norte a sur y de este a oeste del globo sin brújula aparente. Es evidente que la República Popular de China está más cerca de lo que parece, estos fríos números no ejemplifican ni más ni menos que la evolución de una pandemia que ha marcado el nuevo milenio.

Está claro que todo cambiará una vez terminada la pandemia, queda en evidencia que no importa cuán lejos te creas de esta realidad que nos cerca minuto a minuto, todos estamos dentro del mismo tablero, ya no importa qué pieza seas. Se han leído novelas de ficción que se volvieron con el tiempo en relatos de non fictionLa peste de Albert Camus“Ensayos sobre la ceguera” de José Saramago y particularmente “Los ojos de la oscuridad” de Deán Koontz. Esta última, una premonición exacta de lo que hoy se lleva la tapa de todos los diarios del mundo, el viejo continente parece volver a foja cero, un nuevo Pangea que hizo del coronavirus un retroceso en la socialización.

Ya no importa de qué lado del tablero te encuentres, ya no importan las palabras de Joaquín Sabina, ya no interesa si transcurren veinte años de príncipes azules que se marchan antes de llegar. Tampoco importa que la banda española Fito & Fitipaldis lo diga claramente en su tema musical Acabo de llegar: “Si esto es como el mar, ¿Quién conoce alguna esquina?” El Covid 19 ha corrido las estacas de un mundo que parece no entender aún hacia dónde corren los vientos, no existe una esquina donde esconderse. Nos invaden las preguntas, pero solo existe una certeza, ya no seremos los mismos.

El Covid 19 ha corrido las estacas de un mundo que parece no entender aún hacia dónde corren los vientos, no existe una esquina donde esconderse

Esa misma universidad que alberga los sueños de miles de personas y que para la gran mayoría simboliza el momento bisagra en la vida de un ser humano, es solo la primera jugada de un partido que va cambiando las reglas a medida que transcurre el tiempo de juego.

Caminamos sin saber hacia dónde nos movíamos, el Covid 19 fue solo uno de los vientos que soplaron sobre el tablero. Con el tiempo podemos vislumbrar que hay otro zurrón de tempestades que acechan desde las cuatro latitudes, el perder el trabajo cuando parecía que todo era seguro, la muerte de un familiar querido que irradiaba salud por todos sus poros, el desarraigo de quien tuvo que emigrar cuando juró no moverse nunca de sus tierras tan amadas, una separación que lejos está de aquel “prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad”, una bancarrota financiera, un sueño que no se cumple.

Pero hay algo que es netamente claro, los movimientos de las fichas tienen un por qué y por sobre todo un para qué. No hay nada librado al azar cuando decidimos hacernos cargo de mover las piezas. Es cierto, por delante todo es nuevo y las maniobras del extranjero están más allá de nuestros ojos, pero continuamos aquí, fuimos, somos y seremos seres resilientes.

Comienza a declinar la tarde, pocos días en la historia del ser humano guarecen la mística que conlleva aquel día, aquel precoz instante determinado por el destino de saberse tras un norte que no varía a pesar de las tormentas. Debo reconocer que las persianas no solo levantan los horizontes ajenos con el paso de los años, también suelen estaquear los tristes anocheceres detrás de la fina gota de tinta carmesí que devuelve el espejo de nuestros sueños olvidados. Aquí estoy, ahíto ante la inmensidad de la vida, los silencios de la luna no alcanzaron a quitar los ladrillos que se siguen edificando a sí mismos, que siguen buscando castillos y fortalezas cuando la gran mayoría de esta caterva opta por resguardar sus casas de papel, de diario y cartón detrás de los cimientos de arena y agua, cimientos que poco a poco van desapareciendo sin que ellos sean partícipes conscientes del cambio. Hoy la radio dio la triste noticia que Leopoldo Lugones se ha suicidado nuevamente, las crónicas matinales infieren cierta dejadez que se llevó sus calendarios hacia otras tierras, me pregunto desde entonces si el momento del nacimiento de todo individuo que se jacte de tal también marca su tiempo de deceso. Me pregunto si no llegar a encontrar la latitud de nuestras almas en el gran mapa de la humanidad hace que nuestros ojos se vayan apagando hasta el punto de cerrarse por última vez y para siempre sin haber sido.

Este enroque de ajedrez es como un movimiento sorpresivo, una NOVIA NIEVE, un efecto en que creemos que no pasa nada y sin embargo todo está pasando frente a nuestros ojos, una especie de prometida corriendo desaforada por un campo nevado e interminable. Todo es blanco a nuestro alrededor, pero hay gritos insonoros sobre un tablero en silencio, una pradera que se extiende cada vez más hondo y cada vez más lejos. Una eterna partida hacia lo desconocido que debemos afrontar nos guste o no. Es la esencia del juego.

Enroque, una partida hacia lo desconocido