jueves. 18.04.2024

¿Cuál es el momento determinado, aquel punto de inflexión en donde dejamos de utilizar el razonamiento en pos de darle luz verde en nuestras vidas a los sentimientos? Unos días atrás en un estudio sociológico que comencé en Facebook he notado la exacerbación y el desagrado de algunas personas que, ante la falta de seguir un hilo conductivo racional, optaron por el agravio y el menosprecio. Un mecanismo de defensa bastante engañoso y por demás arbitrario, si es que partimos de la base que hay decisiones vitales que tomadas bajo el amparo de las emociones no hacen más que encallar el barco tan cerca y tan palpable pero que enterrado tan hondo, cuesta creer que pronto retornará a surcar los mares.

El fanatismo se mueve bajo estos mismos parámetros, podemos discernir distintos tipos de radicalizaciones, algunas religiosas, otras anti religiosas, algunas políticas y otras deportivas. Pero cada una de ellas cruzadas por los mismos hilos conductores, el creer solamente que el juicio propio es el único valedero a la hora de poner todas las cosas en la balanza.

Desde lo conceptual entendemos al fanático como una persona que manifiesta una apasionada e incondicional adhesión a una causa, un entusiasmo desmedido hacia determinados temas, de modo obstinado, algunas veces hasta indiscriminado y violento.

Lo realmente importante es entender que nada de lo que existe, si es llevado a un extremo, puede dar como resultado algo positivo en nuestras vidas

Lisa y llanamente el límite de la racionalidad se ha corrido de eje, la toma de decisiones se ha cedido hacia otras personas, caudillos políticos de turno, dirigentes de clubes de fútbol, referentes pastorales, curas y rabinos. ¿El islam y sus seguidores son peligrosos? No, no lo son, lo peligroso es el islamismo radical, es llevar una idea a un extremotan oscuro que a posteriori carecemos del control propio de las situaciones, lo peligroso es darle el poder al otro.

La verticalidad y la horizontalidad del pensamiento, cada una de estas posturas tomadas de forma aislada puede emparentarse a una horda de títeres maltrechos al resguardo de la mano que mece la cuna y que no permite la interacción del resto de las fichas del tablero. Cuando se habla de grieta en la República Argentina, debemos tener en cuenta ante todo la funcionalidad de sus creadores, independientemente del color político y de las banderas futbolísticas que acarrean con el paso de los tiempos. Ya no importa si sos de River Plate o de Boca Juniors, si en las últimas elecciones votaste por Cristina Fernández de Kirchner o por Mauricio Macri, si sos evangélico, católico, mormón o testigo de Jehová. Lo realmente importante es entender que nada de lo que existe, si es llevado a un extremo, puede dar como resultado algo positivo en nuestras vidas.

Ser juez y parte de un juego implica quitar de una forma despiadada la manta de transparencia que debería resguardar nuestra integridad ante los demás, es destejer lentamente ese abrigo de imparcialidad, es padecer la ceguera del fanatismo y elevarla a su máximo esplendor.

Jueces y partes, la ceguera del fanatismo