martes. 23.04.2024

Alienígenas de cualquier civilización que lleguen a este “radiactivizado” planeta y puedan aterrizar en él. Dejo, para ustedes, esta Carta-testamento, este último en su sentido original de testimonio, para que la utilicen, positivamente, entendiendo que, aquí, lo positivo del humano, es su propia negación.

Veamos: No es como dijo Gramsci, uno de nuestros mejores pensadores sobre el asunto del poder, que el viejo mundo se muere y el nuevo tarda en aparecer. No. El nuevo mundo se murió de viejo y nosotros sobrevivimos como unos zombis desmemoriados (el utilitarismo, a ultranza, adora el olvido), tratando de matarnos con nuestras bombas nucleares, sobre el esqueleto de ese mundo que habíamos destruido frenéticamente y, hay que decirlo, a conciencia, mientras le arrancábamos las entrañas a la tierra, agua, minerales y combustibles fósiles lo que, incluso, llevó al hundimiento de grandes obras que habíamos construido en la superficie. 

Pero no podíamos parar porque no podíamos dejar de producir. Como no había una conciencia colectiva sino conciencias individuales, a nivel de quienes estábamos arriba, se luchaba, ferozmente, por quedarse con las plazas de mercado para sus productos, bien fuera vendiéndolos más baratos, degradando el trabajo, o quitándoselas a los competidores por medio de la guerra. Por la atroz conversión de la Naturaleza en mercancía, el planeta se enfureció y se calentó. Nos derritió los hielos que equilibraban la temperatura y proveían de agua a las gentes y nos mandó tormentas y sequías terribles mientras nosotros, los de arriba, brindábamos ostentosamente, en los más selectos clubes sociales, con aire purificado y fresco, brindábamos, digo, por las ganancias exorbitantes que habíamos obtenido. 

El nuevo mundo se murió de viejo y nosotros sobrevivimos como unos zombis desmemoriados, tratando de matarnos con nuestras bombas nucleares

Eso, mientras las mayorías de las gentes de todos los lugares del mundo, aullaban de hambre y sus pulmones excretaban sangre porque, debido a un capricho político y a las ganas de destruir a un grande y de cercar a otro, a quienes considerábamos nuestros enemigos, habíamos vuelto al carbón y al uso recargado e indefinido de los combustibles fósiles que nos volvieron los edificios negros y los cielos oscuros; los cuerpos enfermos y las almas torcidas. Eso, no nos importó. 

Al fin y al cabo, habíamos descubierto que todo lo que habíamos aprendido y sabido, no eran más que narrativas fútiles: la concepción de una humanidad (ficción romántica sobre la unidad de los humanos), la historia (invención fantástica de un recorrido de la humanidad, con sentido), el Ser (concepto vacío sobre la otra cara la la nada), la sociedad (unión utilitaria de los humanos para no perecer),el espíritu (la conversión de la mente en una entidad imperecedera), la vida eterna (el sueño de inmortalidad del Yo), etc. Todo era charlatanería pura, para tratar de lograr lo imposible: ¡mantenernos unidos! Los yoes eran partículas repelentes que sólo se unían por necesidad: reproducirse, luchar contra otros, exigir trabajo, o celebrar rituales.

Sólo muy pocos entendimos eso: alrededor del 1% éramos quienes controlábamos el mundo con nuestra riqueza. Risa nos producía ver a presidentes y primeros ministros tratando de arreglar las economías y problemas sociales sin nuestro visto bueno. Así que, o hacían lo que decían nuestras instituciones mundiales, o iban al fracaso, junto con la ruina de sus países. Normalmente agachaban la cabeza ante LA MÁQUINA, que es como llamo al complejo aparato mundial de producir riqueza. Con relación a esto, había algo muy claro: la pobreza no era problema nuestro. Punto. 

Alrededor del 1% éramos quienes controlábamos el mundo con nuestra riqueza. Risa nos producía ver a presidentes y primeros ministros tratando de arreglar las economías y problemas sociales sin nuestro visto bueno

Fuimos los privilegiados que logramos la convicción de que vida no había más que una, y que había que disfrutarla a cualquier precio. Sin ningún cargo de conciencia puesto que ésta, estaba adherida a la vida, y duraría tanto como ella. De hecho, el tiempo fue inventado para medirla. Para medir la conciencia. Cualquier otra medida que vaya más allá de ella, carece de sentido. Así que vivir la vida era aprovechar al máximo nuestro tiempo; nuestro tiempo individual. No había más realidad que nuestro yo. A veces, estirándolo con esfuerzo, se juntaba con los Yo familiares. Pero no siempre. Y pare de contar. 

Las obras de beneficencia que hacíamos, eran “mercantilizadamente” calculadas: por deducciones en impuestos, o por imagen publicitaria. La caridad no era un concepto económico. Y la vida era economía. Nuestro centro de referencia era la conciencia individual. En ese contexto, ¿qué nos importaba si el Universo había comenzado hace trece mil ochocientos millones de años, si el sol iba a tragarse la tierra dentro de cinco mil millones de años, o si el tiempo y el espacio se curvaron sobre sí mismos para dar origen a todo lo que existe? NADA. Porque más allá de la conciencia individual no había NADA. Éramos instinto consciente. Pasión, avaricia, lucha por la supervivencia… 

A propósito: había una sub-especie humana muy especial, hay que decirlo: los intelectuales, hombres y mujeres, aunque, por el machismo ancestral, consagrado por las mismas religiones, fueron, básicamente, varones. El machismo se arraigaba muy fuerte, en los nervios de las costumbres, porque, debido al milenario lavado cerebral de las mujeres, había un “machismo femenino”. ¿Cómo pudo ser eso?, preguntarán ustedes. Pues bien, era que, buena parte de las mujeres, consideraban el predominio y dominio del varón, como algo natural. Quizás, porque habían aprendido que “la” Divinidad, ese sustantivo femenino, era varón. Y votaban y elegían candidatos machistas y misóginos. ¡Lo que puede la tradición, repetida y encarnada en ideas y enseñanzas! 

Las obras de beneficencia que hacíamos, eran “mercantilizadamente” calculadas: por deducciones en impuestos, o por imagen publicitaria. La caridad no era un concepto económico. Y la vida era economía

El hecho es que estos intelectuales, se preciaban de penetrar, leer, entender y explicar las entrañas de la REALIDAD. Nos llamaban a nosotros, la clase dominante, o la ÉLITE PRIVILEGIADA. Y nos achacaban todas las desgracias de la humanidad y la existencia de los pobres. Soñaban con el Paraíso Perdido. Y vivían de eso. Escribían y vendían libros; muchos con éxito. Daban conferencias, hacían congresos donde se hablaba del cambio social para que todos, no sólo nosotros, pudieran apropiarse del “SER” (de la particularidad de ser) humano, y hacer respetar la dignidad humana. Y lo decían con una seriedad increíble. Como parte de ese endiosamiento ideal del hombre por su inteligencia, reforzado por el conocimiento científico, otros ya estaban comenzando a leer en la luz que nos llegaba de lo más profundo del universo desaparecido, la historia, o acontecer, de los primeros instantes del Big Bang. Y, en su petulante locura aspiraban, ¿por qué no?, a ir más allá de él…

Así era como algunos engordaban sus chequeras. De los más críticos, cooptábamos a muchos que, luego, hacían maromas para presentar el SISTEMA (nuestra forma de vida), como lo menos malo, o como “humanizable”. Se llamaban “progresistas”, o algo así, hacían política y eran, supuestamente, la alternativa al Neoliberalismo en el cual creían que creíamos. Esto era irónico, porque el Progreso fue parte de la filosofía de la Modernidad, expresión, a su vez, del capitalismo. Tal vez por eso los griegos creían en el “eterno retorno”. Otros se quedaban en las academias oficiales (aparato educativo y demás), hablando con la boca llena. Pocos eran activistas que arriesgaban su vida, luchando por sus ideales y creencias. De hecho, conocí a algunos que la perdieron. Respetable. Porque si alguien se jugaba la vida por lo que creía, por sus sueños, era respetable.

De los más críticos, cooptábamos a muchos que, luego, hacían maromas para presentar el sistema (nuestra forma de vida), como lo menos malo, o como “humanizable”

Ese 1% citado en el cual yo estuve, creímos siempre, que la vida era lo máximo y lo único. Pero ellos, los críticos, vivos y quizás muertos también, fueron descubriendo que sus sueños paradisíacos, iban cayendo, uno tras otro, porque la historia fue la pesadilla que los hizo despertar, en este mundo, o en la oscuridad de la NADA.

Retomando: A nosotros, la clase dominante, la élite privilegiada, los afortunados, o lo que fuéramos, no nos importó reventar el mundo cuando nos arriesgamos a dar el primer golpe para ganar, por miedo a que los otros lo dieran antes. No fue así. Los otros, varios otros, respondieron desde distintos lugares del planeta, desde la tierra, desde los mares y, desde los mismos cielos… Sodoma y Gomorra fue un juego de niños. Y sólo teníamos la experiencia concreta de Hiroshima y Nagasaki que, a través de documentales, se veía como un episodio lejano que, en nada tocaba nuestra generación. 

Es inútil describir lo que pasó. Nadie pudo imaginar la furia infernal de la radiación desatada. Quienes teníamos búnkeres y nos habíamos refugiado en ellos, vimos por los periscopios y cámaras de televisión antes que desaparecieran, cómo la tierra se abría y todo saltaba en pedazos. Yo pude escribir esta memoria porque, por un hecho excepcional, mi bunker, protegido por su construcción a gran profundidad en una muy sólida base rocosa, si bien se agrietó me dio tiempo de observar por el periscopio, superprotegido, a su vez, lo que estaba ocurriendo, antes de escribir. Como fuera, al observar, perdí parte de la visión. Guardé el escrito en un cofre revestido con una gruesa capa de plomo, donde guardaba medicamentos de primera necesidad, justo antes de sentir que las rocas se desplomaron y giraron como Universo loco, arrojando a gran altura y desperdigando lo que allí había.

Nadie pudo imaginar la furia infernal de la radiación desatada. Quienes teníamos búnkeres y nos habíamos refugiado en ellos, vimos por los periscopios cómo la tierra se abría y todo saltaba en pedazos

Por un milagro (bueno, es un decir ya que nunca creí en esas cosas), quedé intacto en el rinconcito más seguro del bunker. Ahora, cierro el cofre y lo pongo aquí a mi lado, con el fin de que si algún día (si es que después de esto llega a haber días), pudieran llegar alienígenas a esta tóxica y sucia esfera radioactiva que fue en un tiempo mítico el Paraíso de Adán y Eva, nuestros primeros padres, tal como me lo enseñaron en clases de religión; o del mono evolucionado, como lo enseñaban los profesores de bio-zoología, tengan la constancia de la autodestrucción de una inteligencia que se llamó humana y cuyos portadores afirmaban que estaban hechos a imagen y semejanza de un Ser Perfecto, creador de todo lo que existía.

Pero no abandonemos el tema todavía, mis futuros alienígenas:

Evolucionado el mono: ¡qué tontería! Siempre sostuve que el humano era la involución del mono, aunque siempre lo consideramos un pariente de jaula, o de experimentos. Ahora, y entre paréntesis: estas enseñanzas de la escuela, contenían dos verdades absolutamente contradictorias, pero con ellas aprendimos a mentir institucionalmente, para poder graduarnos. Y, luego, para sobrevivir en esa selva de competencias darwinistas a la que, ideológicamente llamábamos comunidad, o sociedad. Y, para legitimarlas, inventamos la democracia, ese supuesto gobierno del pueblo y para el pueblo. La Filosofía Política y la educación, por un lado, y la demagogia ramplona, por el otro, hicieron el trabajo intelectual y de convicción, respectivamente. Pero, cuando el pueblo se dio cuenta de que todo esto no era más que una burda ficción dominadora, acabó creyendo en los hombres providenciales, esos dotados con el suficiente egoísmo, ambición y palabrería para imponer, a la brava, es decir, con la fuerza bruta, un “orden” que el sistema u organización social no había podido dar, sin importar la destrucción que ocasionara. 

Inventamos las ideologías políticas, haciéndole creer al pueblo que, a través de la democracia, podía ser el dueño de su destino

Hay que agregar que, al principio del transcurso histórico, los humanos creyeron en los dioses pero, cuando llegó el conocimiento científico, muchos dejaron de creer en ellos; el resto siguió creyendo pero no practicaban sus mandamientos. Sólo les pedían protección, dándoles, a cambio, áridos rituales que, en nada expresaban las prácticas de solidaridad que algunos pedían, por lo menos entre los miembros de sus pueblos “protegidos”, menos el amor, como en el mandato cristiano. Y así, las cosas no funcionaron. Por eso inventamos las ideologías políticas, haciéndole creer al pueblo que, a través de la democracia, podía ser el dueño de su destino. Pero, como hemos visto, al cabo del tiempo, tampoco funcionó… Así que llegaron los gobiernos autocráticos que reprimieron, o suprimieron (“cancelaron” se decía en alguna jerga cuartelaria) a los inconformes pero, para legitimarse, abrieron litigios con otros países en lo que vino a llamarse “luchas geopolíticas”, que nos trajeron a esta situación terminal, es decir, y por lo que veo ahora mismo, sin posibilidad de supervivencia.

Si ustedes han llegado hasta aquí, es porque no les sucedió lo que a nosotros. Si pueden traducir este documento, llévenlo, reprodúzcanlo y repártanlo a otras civilizaciones, si las conocen, para que quede como un triste recuerdo de la estupidez humana.

Por el 1%, y por ese resto que no figuró en las páginas de la historia.

Carta-testamento de un zombi posnuclear