jueves. 28.03.2024
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El acuerdo de Bruselas para financiar la reconstrucción tras el desastre del COVID-19 ha generado comentarios y valoraciones por lo general optimistas y hasta triunfalistas. En parte es lógico por la dimensión de lo conseguido, pero también por las dificultades que se tuvieron que remontar y lo cerca que se estuvo del fracaso. Una estimación menos apasionada conduce a un balance más matizado, que, sin restar trascendencia al resultado, evita la tentación de las habituales hipérboles con que suelen despacharse estos tipo de acuerdos. Éste sería el enfoque:

1) No puede minimizarse que, por primera vez, Europa decide acometer, como Unión, un problema económico que, si bien es común, no ha afectado a todos sus integrantes por igual. La solución alcanzada sigue siendo ambiciosa con respecto a momentos delicados anteriores, pero no tanto para romper moldes o haber sentado las bases de una Europa federal. No estamos, en expresión utilizada medios internacionales exteriores a la Unión, ante “un momento hamiltoniano”, en referencia al plan del Secretario del Tesoro norteamericano que decidió asumir la deuda de los 13 estados (las excolonias), contraída durante la guerra de Independencia frente al Imperio británico (1).

2) El esfuerzo es considerable, ya que se mantiene la cuantía pactada por el eje francoalemán (750.000 millones de euros), que se suman a las cantidades aportadas en otros mecanismos de ayuda por el BCE. Pero la modificación del reparto de esa suma entre subsidios y préstamos es un de los límites con que se ha topado la ambición. París y Berlín, secundados con entusiasmo por los países más afectados por la pandemia, quería que 500.000 euros fueran a fondo perdido y 250.000 en créditos a devolver. La presión de los frugales del norte rebajó el primer rubro y amplió el segundo hasta dejar el reparto en 390-360, cerca del equilibrio que, a la postre, ellos se marcaron como una de las condiciones para transigir.

En estos países del norte, no tan austero como aquí se quiere simplificar, existe una fuerte presión de los partidos nacional-populistas, que no sólo han crecido por su mensaje anti inmigratorio, sino también por su marcada posición contraria a una Europa más federal, más “solidaria” o más integrada

3) La desconfianza no ha sido del todo derrotada en el desvelo de Bruselas. Si bien el plan de reconstrucción no queda supeditado estrictamente a un programa de ajuste como el impuesto a Grecia, los países reticentes han conseguido que se les reconozca la capacidad de discutir el desembolso. No han conseguido derecho de veto en esa eventual revisión, pero presionarán para que los países beneficiarios de las ayudas acometan reformas que ahora no han sido del todo precisadas. Si se hubiera abierto ese melón, el acuerdo hubiera sido imposible. La delegación española cree haber salvado un impedimento que hubiera puesto al gobierno de coalición al pie de los caballos. Los 140 mil millones obtenidos (72 mil millones en subsidios) son un balón de oxígeno. Puede haber presiones en forma de “freno de emergencia”, holandés o de quien sea, más adelante. Es un camino plagado de curvas.

4) Las invocaciones al triunfo de un espíritu de solidaridad europea son exageradas o un poco wishfull thinking. Lo que ha primado no ha sido un espíritu de ayuda a los más débiles por parte de los más fuertes o de los más generosos de entre los más fuertes, aunque se presente de esta forma por resultar más ventajoso políticamente. En realidad, no está tan claro, cuando se cierren por completo las cuentas de esta gigantesca operación, quien saldrá a la postre ganando. Los países más resistentes al acuerdo han conseguido, además de lo ya señalado, que se incrementen los retornos que reciben de la UE (el famoso cheque británico que obtuvo en su día Thatcher). Cuando haya que devolver los créditos, la Comisión quizás se vea obligada a reducir ayudas agrícolas y fondos de cohesión, una histórica reivindicación de los frugales. Estas incógnitas futuras no pueden ser olvidadas a la hora de hacer balance de esta cumbre prolongada (2).

5) Nada hubiera sido posible sin un cambio de posición de Alemania, con respecto a la posición de intransigencia en defensa de la austeridad mantenida durante la crisis de principios de la segunda década del siglo. Pero no es que Merkel, o su gobierno, o el Parlamento de la RFA, o la mayoría de los ciudadanos hayan abjurado de sus posiciones rigurosas en materia fiscal.

La canciller cambia de posición a mediados de abril, cuando empieza a considerar la necesidad de una solución que, con matices y controles, convierte en común el esfuerzo para salir de la recesión que se avecina. Los factores que determinan este giro de Merkel han sido muy bien explicados por los corresponsales de LE MONDE en Alemania:

a) Para obtener la luz verde de Merkel, Macron acepta varias exigencias alemanas: que el mecanismo de ayuda sea “excepcional” y “temporal”, es decir, que no sea un precedente, y, muy importante, que la deuda sea contraída formalmente por la Comisión Europea y no mutualizada por todos los países miembros, un poco al estilo de la Alemania federal, lo que permite a Berlín defender la causa frente al contribuyente alemán (otra cosa es cómo se pagará, cuestión que ha quedado sin resolver en Bruselas)-

b) Un contexto diferente al de 2009, con tasas de interés cero o negativas, que aportan menos fundamento al rigor fiscal. Esto ha propiciado un cambio de humor de los sabios ecónomos alemanes, ahora más proclives a las ayudas, porque, a la postre, beneficiarán también a la industria alemana. Si los países del sur no se recuperan, dejarán de comprar productos alemanes. De nuevo, la solidaridad se evapora ante consideraciones más prosaicas.

c) El esfuerzo de financiar la descarbonización, valga decir, la transición ecológica, exige una concertación europea, más necesaria si cabe por la amenaza de un conflicto creciente con China. El momento exige cerrar filas.

d) Un nuevo aire en el pilotaje de las finanzas alemanas, con el socialdemócrata Olaf Scholz como timonel, inclinado a soluciones más flexibles, menos ortodoxas que su antecesor, el muy fundamentalista Schäuble. El equipo ha cambiado y la sintonía entre la socialdemocracia pálida y el capitalismo compasivo de Merkel ha favorecido el consenso interno en Berlín.

6) El pacto de Bruselas no ha sido forjado por idealistas de la causa europeísta (si es que eso ha existido alguna vez), sino por líderes pragmáticos sabedores de que su supervivencia política o su legado dependía en gran medida de un resultado positivo aceptable y moderadamente arriesgado.

La Canciller Merkel, presidenta de turno de le UE pero líder indiscutible del Club, se está despidiendo. Ésta ha sido, quizás, su última cumbre. En noviembre, sus colegas de la CDU eligirán a un nuevo aspirante a sucederla en las elecciones del otoño de 2021. Merkel no quiere irse en medio de una Europa en una recesión prolongada y sin haber adoptado medidas al menos paliativas. Su prestigio y su herencia hubieran quedado seriamente comprometidos.

En el caso de Macron, tras dos años de soledad y frustración en su empeño de relanzamiento europeo, no podía fracasar de nuevo. Los cronistas que cuentan lo que ocurría a puerta cerrada en Bruselas coinciden en presentarlo como el más vehemente de los 27. A pesar de su estilo elegante, el presidente francés gusta de desplegar ese estilo teatral que acredita su pasión por el arte escénico. Como un héroe indignado frente a las adversidades, se permitió amonestar a los primeros ministros de Holanda y Austria por lo que entendió eran maniobras de obstrucción, en el caso del primero, y de desplantes, en el caso del segundo ().

7) Con el mismo razonamiento, sería un poco reduccionista convertir al holandés Rutte o al austriaco Kurz es los spoilers de esta cumbre larga de Bruselas. Sin duda, han sido los personajes antipáticos o anticlimáticos para la mayoría de los medios españoles, italianos, griegos, portugueses y en cierta medida franceses. Pero, como es natural, han defendido los intereses de los grupos sociales y políticos a los que representan.

En estos países del norte, no tan austero como aquí se quiere simplificar, existe una fuerte presión de los partidos nacional-populistas, que no sólo han crecido por su mensaje anti inmigratorio, sino también por su marcada posición contraria a una Europa más federal, más “solidaria” o más integrada. Rutte es liberal-conservador y Kurz democristiano-conservador y lideran un electorado cada vez más seducido por la extrema derecha. En Suecia, Dinamarca y Finlandia gobiernan los socialdemócratas, pero las formaciones nacional populistas le han privado del apoyo de parte de sus bases.   

En resumen, el desvelo de Bruselas ha sido, de nuevo, más un ejercicio de compromiso que un avance histórico, sin desdeñar su importancia. Quedan cabos sueltos por definir, pero los países más afectados por el COVID-19 obtienen un alivio imprescindible para afrontar meses (o años) muy difíciles.


NOTAS

(1) “Did Europa have its ‘Hamilotinian’ moment? Not exactly”. ISHAAN THAROOR. THE WASHINGTON POST, 22 de julio.
(2) “The EU’s €750 billion covid-19 plan is historic -but no quite Hamiltonian. THE ECONOMIST, 21 de julio.
(3) “Comment Angela Merkel s’est convertie au plan de relance pour éviter l’efrondement de l’Europe”. THOMAS WIEDER y CÉCILE BOUTELET. LE MONDE, 17 de julio.

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