sábado. 20.04.2024
putin
Imagen de archivo.
 

ALBERTO PIRIS | Dentro de la oleada propagandística que la OTAN está emitiendo estos días para justificar su reactivación ante el conflicto en Ucrania, siguiendo las huellas del Pentágono, se insiste en la idea de que la agresividad de Putin obedece a su temor de que, gracias a la OTAN, la democracia llegue a establecerse firmemente en ese país. Siendo así, esto podría producir un efecto de eco en Rusia y reforzar las populares protestas democráticas contra el ostensible autoritarismo del presidente ruso.

El argumento carece de base, como enseguida se verá. En primer lugar, recordemos que la hoja de servicios otánica en su misión de crear o reforzar democracias por el mundo es bastante impresentable. Eso, sin contar con que tuvo en su seno a la Grecia "de los coroneles" y el Portugal de Oliveira Salazar, y hoy incluye a la dudosa democracia turca. Las credenciales democráticas de la OTAN no son indiscutibles.

La muestra más reciente de que la democracia no se impone por la fuerza de las armas la tenemos en Afganistán, donde el más poderoso ejército del mundo se ha visto forzado a retirarse, dejando el campo libre a los talibanes. Algo parecido ocurrió en Libia y en otros países, donde concluida la Guerra Fría y desintegrada la URSS, EEUU se creyó el centro de un "mundo unipolar" que podría modelar a su voluntad.

La tensión expansiva de la OTAN no es reciente y ya produjo claros síntomas de rechazo en Rusia mucho antes de la llegada de Putin al poder en el año 2000.

En la década de 1990, no solo en Rusia se reaccionó negativamente ante el expansionismo otánico, sino que numerosas y relevantes personalidades de la política de EEUU (George Kennan, Paul Nitze, Richard Pipes, Robert MaNamara, etc.) expresaron públicamente que la ampliación de la OTAN al Este de Europa "envenenaría las relaciones con Rusia, contribuyendo a reforzar las tendencias autoritarias y nacionalistas dentro de ella".

Esta es la parte de responsabilidad que le corresponde hoy a EEUU en el conflicto ucraniano y de la que se habla muy poco en Occidente.

En 1993 la embajada de EEUU en Moscú envió un cable al Secretario de Estado advirtiéndole que la ampliación de la OTAN era "neurálgica para los rusos", porque dividiría a Europa dejándoles a ellos fuera: "[la ampliación] sería universalmente interpretada en Moscú como dirigida solamente contra Rusia".

El mismo año, Yeltsin escribió al presidente Clinton y a los dirigentes de Alemania, Francia y Reino Unido mostrando su plena oposición a que entraran en la OTAN antiguos Estados soviéticos mientras se excluía a Rusia. La debilidad de Rusia durante los últimos años del siglo pasado le hizo tener que aceptar la temida llegada de la OTAN hasta el borde de sus mismas fronteras. El actual jefe de la CIA, entonces embajador estadounidense en Moscú, advirtió al presidente Bush de que si Ucrania y Georgia entraban en la OTAN eso sería considerado como una "grave amenaza" para Rusia.

La llegada de Putin al poder cambió bastante el panorama. A trancas y barrancas, Rusia había ido saliendo de la catástrofe que supuso la rápida demolición de la URSS (y su brusca adopción de la economía de mercado) y empezó a mostrarse con reforzado poder y renovadas ambiciones en los conflictos internacionales. Hoy está claro que Putin no teme a la aparición de una democracia en Ucrania: lo que en verdad teme es a la presencia de la OTAN en esa frontera. Y ese temor está en el corazón del conflicto que hoy padece Europa.

Su resolución habrá de alcanzarse a través de canales diplomáticos y no solo acumulando material de guerra a ambos lados de la frontera. Pero en el indispensable diálogo que habrá de desarrollarse entre ambas partes no se puede ignorar todo lo que la Historia reciente de Europa nos ha enseñado ni pensar que toda la culpa reside en el adversario. Cedant arma togae!

Alberto Piris

Ucrania y los temores de Putin