Ucrania, la guerra fría continúa

 

La criminal invasión militar de Ucrania por Rusia no solo es una acción condenable desde todos los puntos de vista, es además un error político, militar y económico, que antes o después le pasara factura a Putin y a su sistema oligárquico y antidemocrático.

La reacción de las instituciones del ámbito occidental, inicialmente a trompicones y después más efectivas, parece que quieren corregir y evitar errores del pasado. Pero en todo caso resulta sorprendente cuando no hipócrita, que sea considerada por diversos dirigentes occidentales y por muchos medios de comunicación, como la operación militar más grave desde el final de la II Guerra Mundial. No sé cómo y quién puede medir la gravedad de las invasiones militares de índole imperialista, pero estas han sido numerosas en estos casi 80 años desde 1945.

Por seguir un mero orden cronológico, ahí tenemos la guerra de Corea, imputable a medias a Estados Unidos y China. La intervención anglo-francesa en el Canal de Suez. La invasión de Estados Unidos en Guatemala y en Santo Domingo. La guerra en Vietnam, Camboya y Laos, primero por los franceses y después por Estados Unidos. Las múltiples intervenciones en el continente africano en los años 60 y 70, incluso con la presencia cubana, al socaire de los procesos de descolonización y el reajuste de las caóticas divisiones territoriales resultado del reparto de África por las potencias europeas en el siglo XIX. Las periódicas invasiones de Israel en territorio palestino y en los países limítrofes. La invasión de Hungría, Checoslovaquia y Afganistán por la Unión Soviética. Las anexiones imperialistas por la China maoísta en sus fronteras del sur o las agresiones a Taiwán. La secesión violenta de Bangla Desh. La frustrada intervención de Argentina en las Malvinas. La intervención greco-turca en Chipre. Las intervenciones en Cuba (con personal interpuesto), Panamá y Haití por Estados Unidos. La guerra múltiple en la antigua Yugoeslavia. Las invasiones de Irak y Afganistán por Estados Unidos y una parte de sus aliados (entre ellos España). La anexión por Marruecos del Sahara. La intervención en Siria y en Libia. La anexión de Crimea por Rusia…y seguro que se me queda algo.

No se trata de equiparar ni cualitativa ni cuantitativamente las características y consecuencias de unas y otras intervenciones militares, ni desde luego blanquear la actual invasión de Ucrania. Pero tampoco olvidar el larguísimo recorrido de actuaciones militares que ha sufrido el mundo en las últimas décadas, la mayoría de ellas con una evidente finalidad imperialista.

Es cierto que la permisividad internacional que hubo casi siempre, más allá de declaraciones altisonantes y gestos para la galería, tenía razones de peso. El implícito respeto al reparto de áreas de influencia entre bloques, establecido tras la segunda guerra mundial, el miedo a la confrontación nuclear entre el Pacto de Varsovia y la OTAN, los intereses económicos cada vez más interrelacionados en un mundo cada día más globalizado, etc.

Putin, que no olvidemos que procede de la KGB, debe pensar que la guerra fría continua en las mismas coordenadas y que el juego de áreas de influencia va a seguir siendo tolerado por unos y otros. Y parece que las cosas ya no son así. Ucrania es un bocado demasiado grande y está demasiado cerca del centro de Europa para mantenerse al margen.

El presidente ruso y la oligarquía y burocracia que le apoya, deberían recordar que la mayoría de las invasiones que se han producido con fuerte rechazo de la población autóctona, como es el caso de Ucrania, antes o después han fracasado y han tenido consecuencias negativas para sus impulsores. Y Putin y su gobierno no es fácil que eviten ese futuro desastre, más aún cuando quienes se han posicionado con el legítimo gobierno de Ucrania parece que van a ir aumentando los apoyos a Zelensky y la presión a Putin.

Dicho esto, tampoco Ucrania, la OTAN, Estados Unidos y la Unión Europea están libres de graves errores de estrategia geopolítica. Conociendo las características del gobierno ruso, no parece que fuera lo mas inteligente alimentar tensiones con la posible incorporación de Ucrania a la OTAN. El bloque occidental debería haber disuadido de manera tajante al gobierno de Ucrania en sus pretensiones de entrada en la OTAN y a la vez haber advertido a Putin de cuales iban a ser las medidas y consecuencias muy concretas que con una invasión iban a producirse. Las declaraciones genéricas de Biden, Boris Johnson y otros líderes europeos, por lo que se ha visto no sirvieron para detener a Putin, que ha podido suponer que los occidentales iban de “farol”.

Así las cosas, lo más urgente es frenar la invasión y propiciar la retirada militar, aunque sea escalonada, buscar una salida sensata a la neutralidad militar de Ucrania, como sucede con Finlandia, conseguir garantías de Rusia de no pretender desestabilizar al gobierno de Zelensky, negociar un estatus especial para las regiones ucranianas con fuerte presencia de población rusa, así como facilitar el regreso de quienes han huido de las ciudades más atacadas, sin fomentar demagógicos espejismos de que Europa va a acoger a cuantos refugiados procedan de Ucrania, porque no va a ser así.

Pero la Unión Europea también debe revisar algunas otras medidas de su política, en especial las que tienen que ver con la dependencia energética de Rusia o de otros aspectos de las relaciones económicas con el gobierno ruso, al menos mientras se caracterice por unos rasgos tan autoritarios y autocráticos como los que ha impuesto Putin y sus sucesivos mandatos.

Esperemos que el sufrimiento del pueblo ucraniano y también de muchos rusos, termine pronto y que de alguna manera quede cerrado definitivamente la política de bloques de la guerra fría.