jueves. 25.04.2024

Trump considera imposible que hayan registrado su imponente mansión sin recibir instrucciones por parte de La Casa Blanca, porque no cree para nada en la separación de poderes. En realidad es un consumado anarquista que reniega del Estado y sus instituciones, cualesquiera que sean estas. Por eso nunca ha pagado impuestos, aunque no rehúye las regalías que puedan ofrecerle con recursos públicos. Además logra recaudar fondos de sus devotos admiradores, inasequibles al desaliento y que defienden a su adalid aunque aliente un asalto al Capitolio.

Poco importa que sus adeptos golpistas tengan que rendir cuentas, mientras él se limitó a ver en la tele los hechos instigados y se libró por los pelos de verse destituido como presidente. Para muchos Trump encarna el sueño americano. Ha logrado hacerse pasar por un hombre hecho a sí mismo, pese a perder buena parte de la fortuna paterna que heredó. Es un mago en el arte de los chanchullos y consigue sacar conejos de la chistera para quienes obvian que sea un truco escasamente sofisticado.

Como tantos otros confunde las cosas y toma la política como un gigantesco plató televisivo, considerando a sus conciudadanos meros espectadores de sus gracietas, cual si continuara grabando episodios del concurso elocuentemente titulado “Quedas despedido”. Esa frase la ha repetido con altos cargos de su administración en cuanto no le seguían el juego. Mal tienen que verse los republicanos para no tener otra candidatura más presentable con miras a las próximas presidenciales, teniendo enfrente a un octogenario que pierde apoyos cada día.

Si Trump volviese a La Casa Blanca, podría darse una triple alianza implícita con la Rusia de Putin e incluso la China que no ve con malos ojos a este último. A la emergencia climática y las mutaciones víricas podría sumarse un orden mundial inédito con dinámicas imprevisibles. Lo único seguro es que no sería bueno para las reglas del juego democrático. Por devaluada que ande su cotización, sigue siendo la fórmula menos mala en términos comparativos con otras mucho peores. A Ucrania y Taiwán podrían seguirle Cuba o incluso México por aquello de la cercanía fronteriza.

El FBI ha entrado en una de sus lujosas mansiones abriendo incluso la caja fuerte. Trump lo cuenta como si hubieran profanado un templo sagrado y hubieran penetrado en el sancta sanctorum del recinto. Se presenta como víctima de una conspiración demócrata. Sigue afirmando que ganó las últimas elecciones y el sistema sólo sirve cuando le conviene. Al Fiscal General se le puede caer el pelo, si los republicanos vuelven al poder. Sin embargo cuanto dicte un tribunal supremo cuya mayoría conservadora garantizó durante su mandato es una doctrina indiscutible, cual si fuera palabra de Dios.

Generar ese ambiente guerracivilista en un país donde la población cuenta con arsenales domésticos de grueso calibre no parece algo muy sensato

Este doble rasero azuza el maniqueísmo y una confrontación sumamente polarizada entre dos bandos irreconciliables. El enemigo ya no está fuera y lo son también aquellos compatriotas que piensan de otra forma sin comulgar ciegamente con las consignas dictadas por un líder inviolable. Generar ese ambiente guerracivilista en un país donde la población cuenta con arsenales domésticos de grueso calibre no parece algo muy sensato. Estas dinámicas tienden a cobrar vida propia, como la escoba del aprendiz de brujo, y no se desactivan fácilmente.

Al parecer hay que hacer América más grande otra vez, pero sólo para los norteamericanos que se lo merezcan al suscribir un ideario caracterizado por el negacionismo y el culto a la mendacidad. La mejor defensa es un ataque y las evidencias hay que suplirlas fabricando hechos alternativos. Esto configura un cuadro psicótico desde una perspectiva médica, pero cobra otra dimensión en el ámbito político, generando una grave psicopatología social que suele derivar en tentaciones totalitaristas.

A Trump le interesa el poder absoluto para evadirse de sus conflictos con la justicia, entre los que se cuentan numerosos delitos fiscales y el robo de documentos confidenciales que sólo deben custodiar las instituciones. Así podría mantener su estilo de vida, propio de un haragán malcriado sin oficio ni beneficio. Lograr hacerse pasar por un prócer de la patria y verse adorado como un semidiós, habla poco en favor de los tiempos que corren, aunque tampoco sea desde luego un fenómeno inédito.

Pero así son las cosas. El esfuerzo está minusvalorado y sólo se aprecia el enriquecimiento inmediato al margen de su origen. Por eso los comisionistas e intermediarios en general son héroes de nuestro tiempo. También brilla por su ausencia el espíritu crítico, al ser muy cómodo suscribir cuanto nos impacte más por su carga emocional, sin reparar en sus contenidos. Esta ingenua credulidad conlleva paradójicamente una mayúscula desconfianza en lo que desmienta las consignas de turno, aun cuando esté debidamente acreditado.

Socavar la confianza en las instituciones no es un fenómeno nuevo y se sigue haciendo por doquier con una u otra intensidad. Tenemos ejemplos muy cercanos. Da igual de lo que se trate y que se adopten medidas que uno mismo proponía poco antes. Lo que interesa es descalificar al adversario sin tener en cuenta el interés de la ciudadanía representada. Estos procesos no suelen tener un desenlace muy feliz y acaban fulminando las libertades, muchas veces invocando en abstracto una Libertad con mayúscula que no significa nada sin unas condiciones materiales y culturales incompatibles con cualquier desigualdad extrema.

Cabe recelar de quienes nos hagan posicionarnos a favor o en contra sin matices, como si hubiera que atrincherarse para defender una determinada forma de ver las cosas y esta no se pudiera enriquecer contrastando distintos pareceres. El pluralismo y la cooperación es lo que nos han hecho progresar. Las posturas intransigentes únicamente consiguen estancarnos o más bien hacernos retroceder. La política no es una guerra que ganar o perder. Consiste por el contrario en dialogar con quien piensa de modo diferente para conseguir consensos desde un cabal disenso.

El retorno de Trump y sus tramposas trapisondas