viernes. 29.03.2024
Marine Le Pen y Emmanuel Macron
Marine Le Pen y Emmanuel Macron

¿Acaso tienen algo en común ese liberalismo más bien conservador de Macron y el populismo nacionalista de Le Pen? En principio se diría que los franceses debían optar entre dos modelos muy diferentes. El continuismo europeísta y la ruptura de un añejo chovinismo. Pero en ambos casos constatamos un talante paternalista. Lo que Kant definió como el mayor de los despotismos imaginables. Ambos presumen de saber mejor que sus conciudadanos qué podría hacerles más felices, como si necesitaran verse guiados bajo la tutela de su máxima representación institucional.

La tríada de 1789 fue Libertad, Igualdad y Fraternidad. Hoy en día incluso las democracias deliberativas tienden a poner el acento en una Seguridad restrictiva de las libertades. También se dan por buenas ciertas desigualdades extremas, fruto de la dialéctica ultraneoliberal entre ganadores y perdedores. Y en lugar de la fraternidad se recurre más bien al paternalismo.

Macron fracasó cuando era ministro de Hollande para sacar adelante una reforma laboral que nadie le daba por buena. Luego quiso imponerla como todopoderoso presidente de la República, pero las protestas protagonizadas por los chalecos amarillos le hicieron retractarse y subir el salario mínimo como paliativo de un enconado malestar social.

Apuesta por la Unión Europea, sobre todo porque cuenta con liderarla, una vez desaparecida la figura de Merkel. No cabe imaginar que se contentará con un papel secundario. Si Francia está en la UE no puede sino fijar su rumbo. Su arrogante soberbia le hace trasladar su incontestable superioridad a los europeos, para que se beneficien de su talante paternalista.

El populismo intransigente de Le Pen camufla su paternalismo con la democracia directa. Sus medidas habrían sido consultadas en referéndum. Cuando tu representación parlamentaria es mínima, tienes que recurrir a ser portavoz del pueblo, cuyas necesidades interpretas a tu conveniencia. Hasta te puedes permitir plantear cambios constitucionales encubiertos, como el que no quiere la cosa.

En este caso no se trata de liderar Europa, sino de aspirar a una imposible autarquía, que libere a Francia de cualquier dependencia. Hay que devolver el suelo patrio a los genuinos franceses y eliminar los injertos aportados por la inmigración para reservar las ayudas a los nacionales. Tampoco cabe consentir modas que su paternalismo interprete como traiciones al espíritu republicano. Prima por tanto la Seguridad, al tiempo que discrimina una Igualdad universal y repudia la Fraternidad.

Una vez más los franceses que han ido a las urnas, porque hay muchos que no lo han hecho, han escogido el mal menor, conteniendo la tentación de mostrar su descontento con el actual inquilino del Elíseo. Su elitismo resulta estomagante para muchos de sus compatriotas, a los que les hubiera encantado darle una lección. Tras diez años como presidente y, dada su juventud, todavía soñará con volver otros diez tras un sabático de cinco.

Más le vale a Macron tomar buena nota del proceso y formar un gobierno que integre un buen repertorio de sensibilidades muy diversas. Francia es muy plural y no reconocer ese pluralismo decanta la polarización que fracciona la sociedad en más de dos bloques antagonistas. El único modo de afrontar los graves desafíos que deben ser atendidos con toda urgencia, como la emergencia climática o la precariedad laboral, es elaborar propuestas conjuntas que atiendan distintas tendencias y, sobre todo, no sean tan monocordes como paternalistas.

El paternalismo de Macron y Le Pen