sábado. 20.04.2024
Emmanuel Macron
Emmanuel Macron | Le Monde

La reelección de Macron (58,8%) no ha debido sorprender a nadie. La amplitud de su victoria, algo más de dieciséis puntos, es ligeramente superior a la que predecían las últimas encuestas (al menos la media de todas ellas). Pero ahí se acaban las buenas noticias para el presidente. Con respecto a 2017, con los mismos protagonistas, Macron pierde más de siete puntos, los mismos que gana su adversaria. Marine Le Pen vuelve a ser derrotada, pero en cada elección obtiene un mejor resultado que en la anterior. Franquea ahora muy claramente la barrera del 40% (41,20%).Hace cinco años superó el tercio de los sufragios (33,9%).

Hay victorias que dejan un poso de insatisfacción, de malestar. Y hay derrotas que se presentan como amagos o antesalas de victoria y animan a seguir intentándolo. La elección de ayer en Francia se acerca a este patrón. Desde hace años, la consigna que más ha unificado al consenso centrista en Francia ha sido “parar a la ultraderecha”. Lejos de ello, el nacional-populismo sigue creciendo, ya no asusta a casi nadie y consigue votos prestados o cedidos de una derecha conservadora desorientada y privada de un liderazgo sólido. En ningún otro país europeo occidental el nacionalismo conservador radical puede acreditar un resultado tan potente en las urnas, ni puede presumir de una conexión tan próxima con el electorado.

Macron ha prometido una “nueva era” y no una simple continuidad de su gestión en estos cinco últimos años. Al Presidente francés se le dan muy bien las frases solemnes y las grandes ideas, algo muy arraigado en la cultura política francesa. Pero él sabe mejor que nadie que el crédito de que disfrutaba la noche de su triunfo en mayo de 2017 se ha visto reducido. Y no es aventurado decir que el miedo a Le Pen le ha permitido obtener todavía algunos votos de la izquierda huérfana de ideas y de dirigentes solventes. Los analistas aseguran que estos dos últimos años de crisis por la pandemia y sus consecuencias no dejarán indemnes a nadie. Es una consideración razonable. Pero lo curioso es que Macron se ha pasado toda la campaña resaltando la estupenda gestión que su gobierno ha hecho de la crisis. Los electores no lo han entendido así y le han rebajado su apoyo.

Marine Le Pen no se rinde. Como se ha dicho, tiene motivos para seguir batallando. Pero, con la exageración propia de las opciones extremas, pretende convertir su derrota en victoria. En la noche del domingo emplazó a sus colaboradores, a sus seguidores y a sus votantes a confirmar sus aspiraciones en las legislativas de junio. La jaula de la doble vuelta sigue siendo un inconveniente demasiado pesado para que consiga una representación parlamentaria acorde a la voluntad popular. Pero la apuesta de Le Pen está clara y ella misma lo ha dejado entrever: seducir a la Francia conservadora que aún teme entregarle su confianza.

El otro candidato que obtuvo un buen resultado en la primera pero sin llegar al mínimo para competir en la contestación final, el izquierdista Melenchón, ha minorada la victoria de Macron, se ha felicitado por la derrota de Le Pen y ha convocado a toda la izquierda, ahora desunida e impotente, para que apoyen a sus insumisos y lo confirmen como el partido de la unidad popular.

Macron, Le Pen y Melenchón (al frente de sus respectivas formaciones) representan casi las tres cuartas partes de la voluntad electoral de Francia. Las argucias del sistema electoral no permitirán una traducción fiel de esta realidad política. Pero  los resultados de estos comicios obligan a pensar en una reforma seria de las instituciones de la V República si Francia pretende ser una democracia política creíble.

Una victoria insuficiente de Macron