jueves. 02.05.2024
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Fachada del Mueso de la Inmigración.

Hace unos días fui con mi amigo Palito a visitar el Museo de la Inmigración, ubicado junto al Río de La Plata, donde en su día estuvo el Hotel del Inmigrante.

Todo el mundo en la Argentina debería visitar este Museo para conocer y entender mejor su país y a sí mismos.

Entre mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX se calcula que llegaron a Argentina unos 15 millones de inmigrantes procedentes de unas 100 nacionalidades, siendo españoles e italianos los más numerosos.

En el Hotel del Inmigrante se les recibía, registraba, acogía, revisaba medicamente, se les asignaba destino.

El Museo es una pequeña muestra de aquella odisea. En él se da cuenta de los barcos donde venían, sus enseres, baúles, fichas de ingreso a la Argentina -a mano y raídas por el tiempo- , disposiciones legales para integrarlos a la inmensa tarea de construir un país riquísimo, infinito, casi vacío, sueños de aquellas gentes por renacer y ser artífices de una nueva patria que no los condenaría al hambre y a la emigración como la propia.

Es una visita atrapante y emocionante, que reduce a polvo ridículo a los imbéciles que rechazan la inmigración o la asocian al delito. Imbéciles que los hay también en Argentina, aunque parezca mentira.

Emociona ver las fichas de ingreso a Buenos Aires de Federico García Lorca, Margarita Xirgu, Rafael Alberti o Albert Einstein, junto a las de millones de seres anónimos y heroicos que son los cimientos de esta gran nación.

Todos los españoles son aquí gallegos porque salían de Vigo en barcos que venían del sur llenos de italianos y otomanos o del norte llenos de polacos, suecos, ucranios o rusos.

Los de origen musulmán son turcos todos porque, cuando empezaron los movimientos migratorios, aquella inmensa región era el Imperio Otomano liderado por Turquía.

Los judíos son rusos porque de Rusia y alrededores vinieron las primeras oleadas.

A finales del XIX y principios del XX las autoridades empezaron a filtrar inmigrantes y a echarlos atrás si eran anarquistas o socialistas. Con la inmigración, imprescindible, venía de contrabando la revolución social, indeseable, pensaban los grandes propietarios agrícolas y ganaderos y los gobiernos ad hoc.

Una buena parte de las fichas de los millones que entraron por Buenos Aires están digitalizadas. A la salida del Museo, hay un mostrador con un chico y una chica que, al frente de potentes ordenadores, te ofrecen buscar a tus antepasados, si lo deseas. Yo lo hice. Le di mi apellido primero y esperé unos segundos. Me dijo el muchacho que con mi apellido habían entrado quinientos y pico inmigrantes. Le hice notar que era muy raro, que con mi apellido hay muy poca gente en el mundo y está en España -Almería, Catalunya, y un puñadito querido en Madrid y País Vasco-, Cuba y Filipinas. "Disculpe, me dijo él un tanto molesto, hay unos quinientos y pico Izaguirres". "Disculpe, le dije yo, tal vez no pronuncié bien; es Zaguirre, sin la Y...".

A los pocos segundos, el muchacho me dijo, mientras extendía el certificado que me regaló, que como Zaguirre había entrado en Argentina por Buenos Aires una sola persona entre mediados del XIX y mediados del XX: Natividad Zaguirre, 30 años, casada, católica, de Almería -seguro que de Bacares- que entró el 3 de Diciembre de 1924... Le agradecí al muchacho con emoción y me fui.

"Argentinos, como diría Ortega, a las cosas de verdad...", y no permitan que les destruyan esa gran nación que una humilde Zaguirre ayudó a levantar hace un siglo, añado yo.

Museo de la Inmigración, para entender la Argentina