viernes. 26.04.2024
macron

Por Mario Regidor | Estuvimos cerca, muy cerca… Pero finalmente, Macron no dio espacio a una, cada vez menos evidente sorpresa, y ganó las elecciones presidenciales en Francia por segunda vez y ante la misma candidata.

En su discurso de aceptación de la derrota Le Pen ha dicho que “millones de personas han decidido el cambio.” Y lo peor de todo, es que es cierto. Con pocas palabras ha dicho que se acercan tiempos de zozobra para Francia y que Macron no será capaz de afrontarlos con garantías. No ha sido un discurso de felicitación al ganador, sino de preparación del terreno para lo que acontecerá en las legislativas de julio y, si me apuran, para anunciar lo que, posiblemente, suceda en el 2027. No olvidemos que una de las peculiaridades del sistema político francés puede implicar que el jefe de estado, Macron en este caso, puede “cohabitar” con un jefe de gobierno de otro partido político, como pasó hace más de 20 años con Jacques Chirac (jefe de estado conservador) y Lionel Jospin (jefe de gobierno socialista). No descartemos que esta situación se pueda dar en la actualidad, aunque reconozco que las posibilidades son escasas.

Yendo a un nivel un poco más micro, en el único debate celebrado en Francia, y plenamente institucionalizado desde el año 1974, observamos una forma de debatir muy diferente a la vigente en España, de mayor confrontación, pero educada en las formas, evidentemente mediatizado por el hecho de que siempre se confronta mejor entre dos que entre varios candidatos como es propio de unas elecciones bajo un sistema electoral proporcional como el español.

En dicho debate, se reprodujo casi la misma situación que en 2017. Macron, brillante polemista a la par que telegénico, ganó por amplio margen el debate con Le Pen. No obstante, Le Pen plantó cara con mayor empaque, mostrándose especialmente combativa en política internacional y económica (a pesar de su demagogia cuando Macron exponía su plan de “jubilación progresiva, muy similar a la que ya está en vigor en España con el apoyo de los agentes sociales), quizá dos de sus lagunas más importantes en campaña, pero en las que obtuvo en la primera vuelta un resultado encomiable, en especial en toda la masa de votantes escondidos en el ingente ecosistema rural que hace 10 años hubiera votado sin dudar al Partido Socialista y ahora es nicho de la Agrupación Nacional de Le Pen. Aun así, Macron ganó un debate en la que la prensa especializada francesa sabe desde hace mucho que no decide elecciones.

Después del llamamiento de Melenchon a que ninguno de sus numerosos votantes diera su apoyo a Le Pen, guardándose de pedir el apoyo para Macron, lo que motivó que muchos de sus electores (casi un 30%) se quedaran en casa antes que votar al peligroso aprendiz de neoliberal encarnado por el actual presidente, se puso en serio riesgo el segundo mandato de éste ya que, por el otro lado ideológico, Zemmour, más radical que Le Pen, no dudó desde el momento de su derrota en primera vuelta en dar su apoyo a ésta. Con unos sondeos que daban entre dos y cuatro puntos de ventaja a Macron la misma noche electoral, la situación se antojaba, cuando menos, delicada y con una posibilidad más que probable de que Le Pen pudiera alzarse con una victoria mínima que le pudiera dar la presidencia francesa.

Afortunadamente, el pueblo francés ha dado muestras a lo largo de su historia de ser coherente y moderado cuando la situación lo requería y ahora no ha sido menos, pero ¿cuánto tiempo durará este aletargamiento que amenaza con un nuevo despertar por medio de una revolución incruenta en sus primeros momentos, pero que podría constituir un golpe de estado democrático desde las mismas entrañas del sistema político francés? Sinceramente, creo que estamos muy cerca de verlo, quizás otros 5 años, nada pacíficos internamente, hasta la próxima contienda electoral presidencial… ¿Y luego, ¿qué?

En una breve correlación de los hechos observamos que, desde el año 2002 en que el padre de Marie Le Pen pasó por primera vez a la segunda vuelta frente a Jacques Chirac, las diferencias entre ambos contendientes se han difuminado cada vez más, de los más de 60 puntos porcentuales hace 20 años, hemos pasado a apenas 10. Macron enfila su segundo mandato y ya no podrá presentarse más y las dudas sobre si su partido podrá sobrevivirle son más que plausibles, máxime teniendo en cuenta que en las elecciones regionales y municipales su rendimiento fue mucho más que discreto. La situación se vuelve más perentoria si echamos la vista atrás y vemos los resultados obtenidos en primera vuelta por los llamados partidos tradicionales: Los Republicanos de Pecresse y los socialistas de Hidalgo tuvieron menos del 5 y del 2% de los votos respectivamente. Ante este panorama, ¿quién hará frente a la extrema derecha en Francia? ¿Volverá a surgir algún mirlo blanco que pueda plantar batalla? ¿Se rendirá Francia y los franceses a la coronación del populismo de derechas en el corazón de Europa, más por deméritos de la vieja política que por méritos de la familia Le Pen?

Todas estas incógnitas vislumbran respuestas que, personalmente, me llenan de pavor haciéndome pensar que no hemos hecho sino posponer lo inevitable.

Y no olvidemos una cuestión importante. En junio hay elecciones legislativas y Agrupación Nacional hará valer ese casi 45% de votos obtenido en la segunda vuelta para tratar de influir en la configuración de la Asamblea y, a pesar de encontrarnos en un sistema presidencialista, tratar de poner contra las cuerdas la acción de gobierno de Macron, determinando su acción de gobierno y, quien sabe, quizás, eligiendo un jefe de gobierno no afín al jefe del estado.

Por último, conviene recalcar que el cordón sanitario francés, hasta ahora ha sido fácil de implementar a pesar de ser uno de los primeros países europeos en el que la sombra de la ultraderecha llegó a convertirse en algo real y tangible en el panorama geopolítico europeo. Y todo ello se debe a su sistema electoral, de carácter mayoritario y presidencialista, en donde la formación de gobiernos de coalición o de cohabitación es algo poco más que anecdótico, lo cual convierte en sencillo apostar por lo menos malo. Pensemos qué hubiera pasado en Francia con un sistema electoral similar al español. No hace falta discernir en exceso, simplemente echen un vistazo a lo sucedido en Castilla y León recientemente.

En resumen, este resultado no puede dejarnos tranquilos a aquellos que creemos en una Europa Federal, en unos países vecinos con gobiernos democráticos y tolerantes con lo diverso y lo multicultural y firmemente creyentes en el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y, sobre todo, es un aviso a navegantes para que todos los gobiernos se esfuercen en reducir la desigualdad creciente que se ha incrementado derivado de las consecuencias de la pandemia ya que, si hay algún patrón que parece estar demostrado en el auge de los populismos y los movimientos extremistas, está en las crisis económicas sufridas desde el 2008 hasta ahora y en la deficiente gestión de numerosos gobiernos para tratar de paliarlas.

Macron en su discurso de aceptación de la victoria parece que ha tomado nota prometiendo un gobierno más social y ecológico y pensando en todos, los que le han votado y los que no, sobre todo a aquellos que no se consideran de extrema derecha, pero que, en cambio, sí han votado por Le Pen. De que tome nota y, efectivamente, estos 5 años de gobierno signifiquen un cambio y una evolución que permita disminuir la brecha social existente depende el futuro de Francia y de Europa.

Y, por último, de todos los contendientes de estas elecciones, Macron no puede repetir mandato, Melenchon seguramente no repita, a la derecha e izquierda tradicional ni está ni se la espera. Sólo Le Pen y Zemmour (o la propia sobrina de Le Pen, Marion Marichal, integrante ahora del equipo político de este último), en suma, la extrema derecha, tienen visos de volver a competir dentro de 5 años. Y tanto va el cántaro a la fuente…

Macron otra vez… ¡Menos mal!