miércoles. 01.05.2024

Como ya ocurriera con la guerra en Ucrania, la izquierda alternativa, no así la izquierda socialdemócrata, ha mostrado sus diferencias ante la agresión desatada por Hamas el sábado 7 de octubre mediante el lanzamiento de unos 5.000 cohetes y la incursión en territorio israelí con acciones terroristas que han supuesto la matanza indiscriminada de unos 1.400 israelíes, incluyendo mujeres y niños, y el secuestro de más de 220 personas entre militares y civiles. Es el ataque más mortífero perpetrado en los 75 años de historia de Israel, descrito como la peor masacre de judíos desde el Holocausto. Una acción sin precedentes que supone, de facto, y es dudoso que Hamas no lo supiera y contara con ello, una declaración de guerra al Estado de Israel. Como era de esperar, dada la forma habitual con la que responde Netanyahu a las acciones violentas de Hamas y la Yihad Islámica, la reacción militar ha sido desproporcionada y contraria al derecho internacional humanitario, lo que debe ser denunciado. Porque si la respuesta a la agresión de Hamas y la Yihad Islámica desborda el marco de la ley y el derecho internacional humanitario pierde su legitimidad el derecho a la propia defensa. En una carta al Financial Times varios juristas, entre ellos el expresidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, Lord Neuberger expresan su horror, como judíos, con familiares y amigos directamente afectados por la tragedia que se ha abatido sobre Israel, sobre lo que estaba ocurriendo, señalando que el Estado de Israel tiene derecho a defenderse, pero al mismo tiempo que muestran su enorme preocupación por la respuesta del gobierno israelí, concluyen que en estos tiempos de dolor y terror, la noción de que existen leyes por las que todos debemos regirnos es desafiante pero esencial [1]. Es solo una muestra, aunque significativa, de la opinión generalizada de que los crímenes contra la humanidad y de guerra de Hamas, al violar las convenciones de Ginebra, no se pueden responder con la destrucción de Gaza, donde ya han muerto, de momento, unos 6.000 palestinos, la inmensa mayoría civiles, entre ellos más de 2.700 menores; ni es lícito someter a la Franja a un bloqueo medieval que ya está causando una catástrofe humanitaria sin precedentes. Para la izquierda alternativa debería estar claro que ningún terrorismo justifica una respuesta terrorista. 

Para la izquierda alternativa debería estar claro que ningún terrorismo justifica una respuesta terrorista

Obviamente, todo lo ocurrido, y posiblemente todavía queda por ocurrir lo peor, supone un punto de inflexión en un conflicto cuya raíz es la negación, con sucesivas justificaciones de los gobiernos de Netanyahu, a reconocer el derecho del pueblo palestino a dotarse de un Estado. El mismo derecho, cuanto menos, que tuvieron los judíos para declarar el suyo. Lo dramático de la situación actual es que es el resultado de la política desarrollada durante 15 años por Netanyahu, ninguneando a la Autoridad Nacional Palestina y favoreciendo el desarrollo y el poder de Hamas, el enemigo necesario para su política de divide y vencerás. Con tal de debilitar a la Autoridad Palestina, único representante reconocido internacionalmente y con el que tendría que negociarse el proceso de creación de un Estado Palestino, ha facilitado la labor de gobierno de Hamas en Gaza. De ahí que para poder vislumbrar el inicio de un proceso serio de negociación hacia el cumplimento de la resolución 181 de la Asamblea General de Naciones Unidas, y la creación del Estado Palestino, sea necesario el fortalecimiento y la legitimidad democrática de la Autoridad Palestina, perdida en la últimas elecciones parlamentarias para el Consejo Legislativo Palestino celebradas en 2006, y ganadas claramente por Hamas, lo que supuso el fin del dominio histórico de Fatah. Un resultado que en junio de 2007 terminó provocando el enfrentamiento armado entre las fuerzas Al Fatah y las milicias de Hamas en las calles de la Franja de Gaza. Como consecuencia de ello, hoy existen dos gobiernos palestinos enfrentados, uno en Gaza y otro en Cisjordania. Situación que ha permitido a los sucesivos gobiernos de Israel sustentar su negativa a desarrollar las negociaciones estipuladas en el acuerdo de Oslo, en el pretexto de no tener interlocutores válidos con quien hacerlo. 



A este factor, debemos añadir el carácter ultraderechista, xenófobo, racista y colonialista del actual gobierno presidido por Netanyahu, un serio obstáculo para cualquier intento de solución y acuerdo con los palestinos, por lo que es necesario un cambio de gobierno en Israel que ponga fin al reinado del Likud y su jefe de filas, Benjamin Netanyahu [2]. O, dicho de otra forma, para que el proceso de creación de un Estado Palestino reconocido internacionalmente pueda darse es necesario que tanto Hamas como Netanyahu dejen de ser los actores principales del conflicto. Esto supone tanto la neutralización del movimiento yihadista en Palestina como la formación de un gobierno en Israel que parta de la aceptación real de un Estado Palestino democrático y laico con el que convivir en paz, seguridad y colaboración. Es decir, la raíz de todos los conflictos, así como la colonización y control por parte de Israel de la mayoía del territorio palestino, es su negativa a la existencia de un Estado Palestino. Y eso explica, al menos en gran medida, la inesperada agresión de Hamas: romper con la inercia, iniciada por Trump, de acuerdos bilaterales entre países árabes e Israel, el último con Arabia Saudí de especial significación, con el peligro que supone de que pueda dar origen a un proceso negociador en base a la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, consistente en ofrecer a Israel paz y normalización con los 22 miembros de la Liga Árabe a cambio del fin de la ocupación y de un Estado palestino independiente en Gaza y Cisjordania con capital en Jerusalén Este. Lo terrible es que en esto coinciden los intereses y objetivos de Netanyahu y su gobierno, el más derechista de la historia de Israel, con los de Hamás, enemigos necesarios para un objetivo común: impedir el establecimiento de un Estado Palestino democrático y laico. Para Hamas la solución al conflicto es un Estado fundamentalista, basado en la sharía como una primera fase que terminaría con su extensión a toda Palestina; para Netanyahu, reducir el espacio de gobierno de la Autoridad Palestina a reservas bantustanes, especie de archipiélago de pequeñas porciones de su territorio que no podrían tener viabilidad sin la dependencia total de Israel. 

Lo terrible es que coinciden los intereses de Netanyahu con los de Hamás, enemigos necesarios para un objetivo común: impedir el establecimiento de un Estado Palestino democrático y laico

Ante esta situación a la izquierda alternativa le corresponde hacer un análisis estratégico de largo alcance para saber cuál debe ser su política ante el enorme desafío geopolítico que supone el drama de Palestina. Para ello es necesario comprender que nos enfrentamos a un trilema en cuya solución, como es propio de estas situaciones, no pueden darse conjuntamente los tres aspectos, sino que exigen la elección de dos y la exclusión de uno de ellos. Esos tres aspectos del trilema son un Estado Palestino, la organización Hamas y su proyecto fundamentalista, y la Democracia. Es decir, un Estado Palestino democrático excluye de la ecuación a las organizaciones yihadistas como Hamas... salvo que renunciasen a sus principios y objetivos fundacionales [3]. Examinemos estas dos posibles salidas. La primera, un Estado Palestino democrático, es la que obviamente apoya y desea toda la izquierda. Sin embargo, tropieza con el serio obstáculo de que la Autoridad Nacional Palestina, la única reconocida internacional e institucionalmente, se encuentra en estado catatónico, entre otras razones debido a la premeditada acción desarrollada por los sucesivos gobiernos de Netanyahu [4]. Situación agudizada con la participación en el actual gobierno de ultranacionalistas, representantes de los colonos y ultrareligiosos ortodoxos. Debilidad y falta de representatividad que supone un serio obstáculo, ya que en un futuro Estado Palestino democrático posiblemente lograría acceder al gobierno Hamas, lo que sería motivo de conflictos. Es decir, para que un Estado Palestino democrático y laico, reconocido por la comunidad internacional, sea factible es necesario que la Autoridad Nacional Palestina recupere la capacidad política perdida tras la muerte de Arafat, se libre de la corrupción, y consiga que las fuerzas agrupadas en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), considerada por la Liga Árabe como la única representante legítima del pueblo palestino desde octubre de 1974, puedan gobernar [5]. No solo es una exigencia de fáctica, sino una condición necesaria para que lograra tanto la aceptación de Israel como de la comunidad internacional. Y no olvidemos que eso que llamamos la comunidad internacional, representada en la Asamblea General de Naciones Unidas, es el origen de la legitimidad tanto del cumplido Estado de Israel, como del frustrado Estado de Palestina. Conviene no olvidar que el 14 de mayo de 1948, David Ben-Guriónproclamó unilateralmente la independencia de Israel, cumpliendo así el anhelo sionista de Theodor Herzl de establecer un territorio donde los judíos pudiesen vivir y practicar su religión libremente. Una decisión que provocó el lógico y esperable rechazo de los países árabes y el comienzo ese mismo día de una guerra encabezada por Egipto, y secundada por Arabia Saudita, Iraq, Siria, Yemen, Jordania y Líbano. Un grave error estratégico que supuso para el pueblo palestino la Nakba (tragedia), el desplazamiento de más de 700.000 refugiados hacia las zonas que les fueron concedidas -la Franja de Gaza y Cisjordania-, y a países árabes como Siria o el Líbano. Todo ante la pasividad de la ONU y los países occidentales. 75 años después parece que nada ha cambiado y vuelve a repetirse con el desplazamiento forzado por el gobierno de Israel de un 1,1 millones de residentes de la Franja invitados a trasladarse del norte al sur. Se trata de un traslado masivo y forzoso de civiles, lo que puede constituir un crimen de guerra. Es decir, la fundación del Estado de Israel se asienta sobre una injusticia histórica y un grave error árabe que solo puede superarse con la creación del Estado Palestino. Pero eso nos enfrenta a la paradoja de que la legitimidad democrática, mientras no se demuestre lo contrario en otras elecciones limpias, la ostenta Hamas, que por su carácter fundamentalista y actividades terroristas imposibilita que se materialice un Estado Palestino democrático y reconocido por la comunidad internacional. La otra opción, un Estado Palestino basado en el fundamentalismo yihadista y la sharia solo contaría con el apoyo de las fuerzas que ahora sostienen a la organización Hamas: Irán, tal vez Siria, Yemen, y algunas monarquías absolutistas basadas en una concepción rigorista del Islam. Evidentemente, tal cosa, sería para el Estado de Israel inasumible por el peligro existencialque supone. Solo podría ser factible si Hamas, la Yihad Islámica, y los países que les apoyan, admitieran el carácter democrático y laico de un Estado Palestino, lo que evidentemente no es el caso, sobre todo por la oposición del gran protagonista exterior del conflicto, Irán y su teocracia represora.

Es necesario que la Autoridad Nacional Palestina recupere la capacidad política perdida tras la muerte de Arafat

Como puede verse, el trilema palestino solo tiene una posible solución, cuya inmensa dificultad es evidente. Me refiero a la participación activa y decidida de la comunidad internacional, lo que sin duda supone la movilización popular que presione a los gobiernos democráticos para que avancen en la necesidad de un acuerdo internacional para lograr de una vez por todas la negociación y concreción de un Estado Palestino democrático viable y reconocido. Esto supone que los posicionamientos políticos de la izquierda, particularmente de la izquierda alternativa, deben inscribirse en la necesidad política de conseguir una actitud clara sobre la cuestión, muy particularmente por parte de la UE, principal socio comercial de Israel y primer proveedor de ayuda humanitaria a los palestinos. De ahí que todo posicionamiento de la izquierda alternativa debe contemplar los factores que condicionan la situación en Palestina: la naturaleza fundamentalista de Hamas, el carácter ultraderechista del gobierno de Israel, la falta de auctoritas de la Autoridad Nacional Palestina, y el papel determinante de la comunidad internacional. No tenerlo en cuenta puede llevar a posicionamientos emocionales y sesgados que causan división en el seno de la izquierda. En otras palabras y resumiendo, luchar por la causa palestina hoy supone condenar el fundamentalismo y las agresiones terroristas de Hamas, al tiempo que se denuncian y combaten las actividades colonizadoras del gobierno de Israel orientadas a impedir la creación de un Estado Palestino, así como las respuestas desproporcionadas y muchas veces criminales a todas la expresiones de lucha palestina por sus derechos, cuya manifestación más brutal es el asedio inhumano y la guerra desatada en Gaza.

Desde esta perspectiva se puede apreciar el error de la postura de la dirección de Podemos en su buscada confrontación con Pedro Sánchez y Yolanda Díaz a cuenta de la situación en Gaza. Querer marcar agenda ante la pérdida de protagonismo político con propuestas como pedir al Presidente del gobierno que lleve a Netanyahu ante la corte penal Internacional. Una propuesta que provocaría un serio conflicto diplomático, además del rechazo de la mayoría de los países europeos. Tal disparate podía, al menos, haberlo matizado pidiendo lo mismo para Haniye, el máximo dirigente de Hamas. Pero para Ione Belarra, al parecer, solo hay criminales de guerra en el campo israelí. Olvida que, como señala el catedrático de la Universidad de São Paulo, y primer fiscal del Tribunal Penal Internacional, Luis Moreno OcampoLo ocurrido el 7 de octubre es un genocidio porque la intención de Hamás es destruir al pueblo israelí. Además, es un crimen de lesa humanidad, un ataque masivo a población civil. Y la toma de rehenes, un crimen de guerra. Todo eso es lo que hizo Hamás. La respuesta de Israel también es criminal (...) hay dos hechos que son crímenes: uno es el bloqueo absoluto de Gaza. Depende de las intenciones, pero es un elemento objetivo de genocidio crear condiciones que van a producir la destrucción de un grupo. No permitir que pase agua, víveres, gasolina... es transformar todo Gaza en un campo de exterminio. Y el desplazamiento forzoso es un crimen de lesa humanidad, al igual que bombardear a población civil [6]. No se trata de equidistancia, sino de la condena de los dos protagonistas de esta guerra infame y criminal. Lo mismo que la acción de Hamas no puede equipararse a la de todo el pueblo palestino, la acción del gobierno de Netanyahu no puede suponer la condena del Estado de Israel, como si todos sus habitantes fueran partícipes y culpables del terror. Es cierto que todos los actos terroristas tienen, lógicamente, una explicación (psicológica, política, social, cultural), un contexto, pero nunca justificación. En ese sentido, resulta esclarecedora la sobreactuación del embajador israelí ante la ONU tras las declaraciones del Secretario General, Antonio Guterrez, quien, tras condenar enérgicamente la agresión terrorista de Hamas, señalaba con toda la razón que los ataques de Hamás no ocurrieron de la nada. El pueblo palestino ha sido sometido a 56 años de ocupación asfixiante. En realidad lo que denotan es el nerviosismo del gobierno de Netanyahu ante la reacción de la comunidad y la opinión pública internacionales, demasiado tibia pero crítica, ante su respuesta desproporcionada y contraria al derecho internacional humanitario. El riesgo es que la explicación sirva, o parezca que sirve, de justificación. Ese es el error político que alimenta la respuesta de la derecha y extrema derecha. Es necesario subrayar que el combate contra el terrorismo de Hamas no puede desligarse de la lucha contra las causas que lo crean y alimentan. No lo ha hecho Melenchón, creando un innecesario conflicto en el seno de la coalición Francia Insumisa, ni lo ha hecho Ione Belarra.

La acción política de la izquierda alternativa deba orientarse a potenciar el papel de la Unión Europea como el espacio global democrático de mayor y más importante influencia

Termino con una constatación de la que no siempre se sacan las conclusiones adecuadas. Partiendo de que la creación de un Estado Palestino democrático es la única solución a un grave conflicto enquistado, con la potencialidad de desatar una conflagración regional que termine, posiblemente, global, podemos constatar que la actual guerra en Gaza ha evidenciado ante la comunidad internacional que ya no es posible seguir ignorando los derechos del pueblo palestino. Derechos que, no lo olvidemos, son los mismos que permitieron la creación del Estado de Israel. La izquierda, particularmente la izquierda alternativa, deben integrar en su acción política la defensa de dichos derechos, para lo cual es necesaria la participación activa y decidida de la comunidad internacional, encabeza por la ONU, con particular protagonismo de la UE. De ahí que la acción política de la izquierda alternativa deba orientarse a potenciar el papel, cada vez más afirmativo, de la Unión Europea como el espacio global democrático de mayor y más importante influencia. Un espacio lastrado por sus contradicciones internas y la falta de avances en el proceso de federalización política, económica y social. Eso conlleva la necesidad de orientar la acción política hacía un cambio en la actual correlación de fuerzas en el seno de la UE, pasando de la actual mayoría conservadora y de derechas a una nueva mayoría socialdemócrata, de izquierdas alternativas y verdes, que no solo impulse su desarrollo, fortalecimiento y unidad, sino que pueda ejercer el papel político internacional que le corresponde por su peso económico, y valores democráticos. Y, yendo un poco más allá, posibilite desarrollar en los países miembros que así lo decidan procesos gradualistas de transformación del sistema socioeconómico capitalista, capaces de dar respuesta a los grandes desafíos de nuestro tiempo, cuya resolución se ve impedida, o seriamente obstaculizada, por un sistema productivo basado en la optimización del beneficio privado, ley de hierro que condiciona toda la actividad económica.


[1] Ver Financial Times
[2] El 29 de noviembre de 1947 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 181, también conocida como solución de los dos Estados, uno árabe y otro judío, con un régimen internacional especial para Jerusalén. La resolución, aprobada por 63 votos a favor, entre ellos de la URSS y EE.UU, 13 en contra y 10 abstenciones, incluía un Plan de las Naciones Unidas para la partición de Palestina en un Estado árabe y un Estado judío con una moneda común, un mercado común y unas autoridades políticas conjuntas de coordinación. 
[3] El denominado Documento de Principios y Políticas Públicas incluye una cláusula según la cual a partir de ahora, y en concordancia con otras facciones palestinas, Hamás estaría dispuesto a la creación de un Estado en el territorio reconocido a los palestinos por la comunidad internacional, sin comprometer su rechazo a la entidad sionista (Israel) y sin renunciar a los derechos de los palestinos, Hamás considera el establecimiento de un Estado palestino plenamente soberano e independiente, con Jerusalén como capital en las líneas del 4 de junio de 1967. y rechaza cualquier alternativa a la completa liberación de Palestina, desde el río (Jordán) hasta el mar (Mediterráneo). Es decir, sin renunciar a la aspiración de toda la Palestina histórica, incluido el territorio donde hoy se asienta Israel. 
[4] Un total de 139 Estados de los 193 miembros de Naciones Unidas han reconocido a Palestina como un Estado soberano de pleno derecho, pero 54 países no lo han hecho, entre Estados Unidos, Canadá, y los principales países europeos, salvo Suecia y Grecia. En realidad, pese a participar en organismos internacionales como la Liga Árabe o la Unesco, y desde el 29 de noviembre de 2012, ser Estado observador no miembro de la ONU, todavía no ha sido admitida como miembro de pleno derecho. La Convención de Montevideo, de 1933, fija los atributos clásicos que debe cumplir un Estado para ser considerado como tal: que tenga soberanía efectiva sobre un territorio definido, una población estable, una serie de instituciones capaces de responder a las necesidades de los ciudadanos y que sea reconocido como un igual por otros Estados. En todo caso Palestina podría incluirse en la serie de los denominados casi-Estados, o Estados con soberanía limitada. Ver: Isaías Barreñada y José  Abu-Tarbush. Palestina. De los acuerdos de Oslo al apartheid. Catarata, 2023.
[5] La OLP está formada por diversas organizaciones, entre ellas Fatah, el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), el Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), el Frente por la Liberación de Palestina (FLP), la Unión Palestina Democrática (Fida), el Partido Popular Palestino (PPP), el Frente por la Liberación Árabe (FLA), el Frente por la Lucha Popular Palestina (FLPP) y el Frente Árabe Palestina (FAP). En 1993 el líder de la OLP, Yasir Arafat, reconoció el Estado de Israel en una carta oficial enviada al primer ministro israelí Isaac Rabin. En respuesta a la carta de Arafat, Israel reconoció a la OLP como «legítimo representante del pueblo palestino», dando inicio a los Acuerdos de Oslo y a la Autoridad Nacional Palestina. Arafat fue el máximo dirigente del Comité Ejecutivo de la OLP desde 1969 hasta su muerte en el 2004, siendo sucedido por Mahmud Abás en la conducción de la organización.
[6] Ver ElPaís

La izquierda ante el trilema palestino