sábado. 27.04.2024
Foto: National Geographic

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Hutíes (o hutís, que ambos están aceptados) es una palabra que podemos encontrar día sí, día no, cuando no todos los días, en los medios de comunicación. Habitualmente acompañada de un complemento explicativo: “rebeldes”, “islamistas”, “shiíes”, “proiraníes”, “apoyados por Irán”, etc.      

Pero, qué son los hutíes, ¿un pueblo, un movimiento, una milicia…? ¿Por qué hacen lo que hacen? Sí, en general se sabe que la denominación hutí procede de una tribu norteña (gobernación de Sadah) yemení de confesión shií zaydí. Pero ¿todos los hutíes de los que nos hablan los medios de comunicación son miembros de esa tribu o agrupación tribal? Asombraría que tan pocos pudieran hacer tanto. Y es que no es lo mismo “la familia o tribu al-Hutí” (entre 1.000 y 3.000 combatientes en el momento de su rebelión en 2004) que el Movimiento al-Hutí (unos cien mil combatientes tras la Primavera Árabe de 2011 y la guerra civil de 2011-2015), ni que los actuales hutíes de los que nos hablan los medios de comunicación, que gobiernan desde Saná, capital tradicional de Yemen, con todos los atributos de un Estado (no reconocido internacionalmente, son considerados rebeldes), la mitad del territorio yemení y con unos entre 150.000/200.000 combatientes calculados, estructurados y organizados a imagen y semejanza de las fuerzas armadas de cualquier nación (Ánsar al-Allah, los partidarios de Alá), como, de hecho, se está comprobando en estos momentos en su enfrentamiento con, nada menos, que dos grupos navales de combate, estadounidense y británico, en el mar Rojo.

Su aparición como coprotagonistas en la historia de Yemen puede datarse en 2004, cuando impulsados por reivindicaciones sociales sobre la redistribución de la renta estatal, los beneficios de los servicios del Estado, la corrupción, la irrupción terrorista suní (al-Qaeda), etc. cuaja la organización armada zaydí Juventud Creyente (al-Shabaab al-Muminin), creada y encabezada por el jeque zaydí de la familia al-Huti, Hussein al-Din al-Huti, que se levanta contra el Gobierno de Saná, presidido por Alí Abdalá Saleh (Congreso General Popular), logrando atraer a un considerable sector de la población descontenta del norte yemení bajo el nombre genérico derivado de su jefes y creadores: los hutíes, que en agosto de 2009 lanzan la ofensiva Tierra Quemada para ocupar la capital Saná, lo que induce a Arabia Saudí a intervenir en apoyo del Gobierno. Las fuerzas armadas (Ánsar al-Allah) de los hutíes (ya en sentido amplio) invaden territorio saudí, aunque finalmente son rechazados.

El Gobierno de Saná ha amenazado con destruir el cable de fibra óptica submarino del mar Rojo, medio de comunicación entre Europa, África y Oriente Próximo, si continúan los ataques angloestadounidenses a sus instalaciones

Cuando en 2011, la Primavera Árabe llegue a Yemen y estalle la guerra civil teledirigida por Estados Unidos y Arabia Saudí para derrocar al presidente Saleh, los hutíes (Ánsar al-Allah) se pondrán de parte de éste y, aunque Saleh acaba derribado y sustituido por el hombre de Estados Unidos y Arabia saudí, el vicepresidente de Saleh, Abd Rabbuh Mansur al-Hadi, son ellos, los hutíes, a los que se incorporan los partidarios de Saleh y los islamistas del partido al-Islah (suníes, del ámbito de los Hermanos Musulmanes), quienes toman la capital Saná el 21 de septiembre de 2014, motivo por el cual celebran, desde entonces, cada 21 de septiembre, el Día de la Revolución. Arabia Saudí cierra sus fronteras y bombardea las poblaciones ocupadas por los hutíes (a estas alturas compuestos de algo más, bastante más, que miembros de la confederación tribal hutí de sus dirigentes). 

Es a partir de estos momentos, de la toma de la capital, que los hutíes quedaran marcados como “rebeldes” (enfrentados al Gobierno internacionalmente reconocido), “islamistas” (aliados con los Hermanos Musulmanes de al-Islah) y “shiíes” (debido a la confesión zaydí, rama del islam shií, de sus dirigentes) y a transformarse, cada vez más, en un Movimiento con auténtica estructura de Estado (aunque no haya sido nunca reconocido internacionalmente) que hoy día controla la mitad (algo menos) del territorio yemení. 

Rebeldes islamistas shiíes enfrentados, no sólo al Gobierno oficial yemení refugiado en Adén, sino fundamentalmente a Arabia Saudí, que, en la cumbre de la Liga Árabe de marzo de 2015, promueve la creación de una fuerza militar conjunta para combatir el terrorismo transnacional de al-Qaeda y el Estado Islámico y la influencia del Irán shií, bajo cuyo paraguas nacerá ese mismo mes la Operación Tormenta Decisiva de apoyo al Gobierno de Adén, para acabar con la disidencia pretendidamente shií de Saná. 

Tormenta Decisiva despliega en Yemen, en nombre de la Liga Árabe (diez de sus componentes apoyan la acción), con fuerzas terrestres de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, apoyo naval de Paquistán y Egipto (que se compromete, pero no llega a actuar) y apoyo logístico de Estados Unidos y Turquía. Una coalición en la que sorprendentemente figuran dos países, Catar y Turquía, patrocinadores y protectores en el ámbito internacional del llamado islamismo de los Hermanos Musulmanes, que en Yemen combaten al lado del Gobierno de Saná (hutíes). 

El Gobierno de Saná (hutíes), que ha quedado aislado, se vuelve para el único asidero que parece quedarle, la República Islámica de Irán, que lo recibe con entusiasmo y los brazos abiertos, no solamente por el carácter shií de sus dirigentes, sino fundamentalmente por su enfrentamiento con su principal rival regional, Arabia Saudí, precisamente en la retaguardia de éste, visto desde Irán. El Gobierno de Saná (hutíes) pasa a formar parte del llamado Frente o Eje de Resistencia que Irán apoya políticamente y abastece militarmente.

La invasión saudí (Tormenta Decisiva), que nunca ha podido impedir que el Gobierno de Saná (hutíes) haya seguido ampliando los territorios que controla (las áreas de Taïz o Moka, por ejemplo), aún dura, pero los combates se han vuelto más bien esporádicos, entre otras razones por la dura epidemia de cólera que sufrió Yemen en 2017 y la COVID de 2020/2022. Las negociaciones para una paz acordada comenzaron en 2023, con Omán (el único país de la península Arábiga que no forma parte de la coalición encabezada por Arabia Saudí) como principal mediador y la operación Tormenta Decisiva ha derivado en la más político-militar Restaurando la Esperanza.

Además, algunos significativos acontecimientos del tablero internacional han influido poderosamente en la específica situación yemení: la firma del llamado “pacto nuclear” entre Irán y el G5+1 de julio de 2015, que, en cierto modo, suavizó, aunque sólo fuera temporalmente, las tensiones entre Irán y Arabia Saudí. Los acuerdos de Abraham de agosto-diciembre de 2020 entre Israel y Baréin y los Emiratos Árabes Unidos (además de Sudán y Marruecos) con previsión de que se ampliaran a Arabia Saudí y otros países árabes, hoy día en cuarentena debido a la Guerra de Gaza. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Emiratos Árabes Unidos (septiembre de 2022) y Arabia Saudí (marzo de 2023) bajo los auspicios de China, complementado con la incorporación (1 de enero de 2024) de Irán y Arabia Saudí en los BRICS, que, en cierta forma, también juegan de contrapeso y freno a los Acuerdos de Abraham. 

Y, por último (last but not least), el 7 de octubre de 2023, Hamás ataca Israel (Operación Inundación de al-Aqsa) y éste desencadena la Operación Espadas de Hierro. El Gobierno de Saná (Ánsar al-Allah) intenta apoyar a su socio, Hamás, en el Frente o Eje de Resistencia bombardeando Israel con drones y misiles, que son interceptados por el despliegue naval estadounidense en el mar Rojo (solamente uno de estos ataques logró, al parecer, impactar en territorio israelí, en Eilat, el único puerto israelí en el mar Rojo). 

Ante la poca eficacia de estos intentos de bombardeo directo a Israel, el Gobierno de Saná decide pasar a la estrategia indirecta de dañar la economía israelí impidiendo el comercio marítimo israelí (desde y hacia Israel) por el mar Rojo, aprovechando su magnífica posición estratégica respecto a estas aguas, que domina desde su entrada por el estrecho de Bab al-Mandeb desde el Indico hasta su mitad aproximadamente. El Reino Unido se incorpora al despliegue naval estadounidense, que amplía sus actividades al bombardeo y destrucción de instalaciones de Ánsar al-Allah (fuerzas armadas del Gobierno de Saná o hutíes) en el interior del territorio controlado por el mismo. Arabía Saudí, que ve con disgusto acercarse la guerra a sus fronteras, critica veladamente estas acciones angloestadounidenses, haciendo mención “a la contención” y mostrando “su preocupación” ante una posible escalada regional”. 

Simultáneamente, Estados Unidos genera la Operación Guardián de la Prosperidad (Estados Unidos, Reino Unido, Australia, Bahréin, Canadá, Países Bajos, pero ni Francia, Italia o España) para la protección del comercio internacional y la navegación a través del mar Rojo y el estrecho de Bab al-Mandeb y evitar su dislocamiento por la ruta, mucho más cara, del cabo de Buena Esperanza. Con este mismo objetivo, el Servicio de Acción Exterior de la Unión Europea está desplegando una operación europea en el mar Rojo (Operación Áspide), para colaborar con la Operación Guardián de la Prosperidad, con la que intercambiará información, pero sin misión de ataque a tierra o en alta mar. España no participa, pero no obstaculiza.

Según las últimas noticias (febrero de 2024), el Gobierno de Saná ha amenazado con destruir el cable de fibra óptica submarino del mar Rojo, medio de comunicación entre Europa, África y Oriente Próximo, si continúan los ataques angloestadounidenses a sus instalaciones en tierra. Y su ministro de Telecomunicaciones ha informado (5 marzo 2024) de que, en lo sucesivo, los buques de tendido y reparación de cables submarinos requerirán permiso para transitar por sus aguas.

Demasiada tarea para tan solo una familia (la al-Hutí) o una agrupación religiosa zaydí (shií) del montañoso noroeste yemení. Los hutíes son algo más que los hutíes.

Sobre los Hutíes