jueves. 25.04.2024

In memoriam de George Steiner

Recordando a George Steiner

“Es preciso recordar que hay mucho que recordar. Heródoto planteó la siguiente cuestión: «Todos los años enviamos nuestros barcos con gran peligro para las vidas y grandes gastos a África para preguntar: “¿Quiénes sois? ¿Cómo son vuestras leyes? ¿Cómo es vuestra lengua?”. Ellos nunca enviaron un barco a preguntarnos a nosotros». No hay corrección política ni liberalismo a la moda que pueda destruir esa cuestión.” (G. Steiner, La idea de Europa, Siruela, 2005)

Steiner (1929-2020) dictó en el año 2007 en Barcelona, invitado por el Museu d'Història de la Ciutat de Barcelona, la conferencia "Remembering the Future": "(...) El futuro de nuestra vieja, entrañable, querida Europa pasa en buena parte por el hecho de que seamos capaces de transformar los lugares de memoria en lugares de posibilidad. Y créanme, empieza a hacérsenos tarde." Aquella memorable conferencia del año 2007 versaba sobre Europa, su futuro y, en particular, su lugar en el futuro de los jóvenes.

Este irónico, a veces melancólico, siempre agudo pensador no se sentía en posesión de la verdad, antes bien su humildad le hacía sentir, ante los retos que él mismo planteaba, incapaz:

"¿Puede Europa generar nuevos ideales para sus jóvenes? ¿Puede ofrecer una alternativa al modelo norteamericano, un modelo que a menudo ha tenido un éxito magnífico en casa, pero que ha sido destructivo cuando se ha exportado? ¿Qué puede llenar el vacío, el aburrimiento mortal de las vidas públicas y privadas de millones de adolescentes? No conozco ninguna respuesta convincente." (Steiner, Remembering the Future, Barcelona, 2007)

Y era el año 2007, y aún debían llegar estragos como las sub-prime, el covid-19 o la invasión rusa de Ucrania.

Con todo, el pensamiento de Steiner no era nihilista. Un par de años antes, en un librito suyo, "La idea de Europa", exponía una subyugante idea acerca de la historia reciente de Europa: calificaba la Unión Europea como el primer proceso pacífico en la historia de federalización, pues no se realizaba a través de guerras, revolución o invasión, sino justamente para evitar nuevas guerras civiles europeas, como él llamaba a las "dos guerras mundiales, que fueron en realidad guerras civiles europeas", en las que incluye a la española, por las que "entre 1914 y 1945, de Madrid al Volga y del Ártico a Sicilia, unos cien millones de seres humanos -niños, ancianos, mujeres- perecieron por obra de la guerra, las hambrunas, la deportación, las limpiezas étnicas y las bestialidades indescriptibles de Auschwitz o el Gulag" (ob. cit.).

De dónde vienes, Europa

Basta estar atentos a la historia europea, a cómo se formaron las naciones modernas, para entender el optimista asombro de Steiner ante el proceso pacífico de federalización (a trancas y barrancas, eso sí) cuyo objeto es la Unión Europea. La revolución francesa, la unificación de Italia, la creación de Alemania, todos ellos procesos centrípetos, crearon las actuales naciones modernas. Esos procesos trajeron “los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas [que] han sido la pesadilla de Europa. La limpieza étnica y el intento de genocidio…”.

La Unión Europea es por el contrario un proceso federalizante, pero no centrípeto, que busca responder a las preguntas que Stenier hace a “quienes son más sabios que yo”: “¿qué debemos hacer para equilibrar las contradictorias exigencias de la unificación político-económica y las de la particularidad creativa? ¿Cómo podemos disociar una salvadora riqueza de diferencias de la larga crónica de los aborrecimientos mutuos?”.

Estamos viviendo un tiempo histórico. Debajo de nuestras narices, y con una fuerza difícilmente visible, la historia se está desplegando: sí, estamos viviendo una época de las que, más adelante, seguramente cuando ya no lo podamos leer, dirán: fueron días históricos que marcaron para bien un antes y un después.

Dónde estamos, Europa

Permitan los lectores que usemos utilizar como símil el rugbi. Si seguimos de cerca el balón, y fuera de patadas adelante, de final ignoto, veremos que en las jugadas la pelota retrocede, o así lo parece, pues los jugadores sólo la pueden pasar con la mano hacia atrás. Pero si ampliamos el foco, si miramos el conjunto del campo, y no sólo la jugada, el balón, a pesar de todo, avanza en busca de la zona de ensayo. Y a veces el equipo consigue ensayar.

Aquí estamos, Europa, en un tiempo que se merece el calificativo de histórico, pues es la primera vez en la historia, a lo largo y ancho del tiempo, a lo largo y ancho de la geografía mundial, que se está ensayando la creación de una federación sin que en su avance medie guerra alguna ni alianzas basadas en la acumulación de fuerzas para belicosamente defenderse de -o atacar a- un tercero. Aún más: no ya sin que medie, sino haciendo de su renuncia a la violencia público y notorio estandarte tanto para integrar nuevos estados socios, como para permitir la renuncia de alguno de ellos.

Y el Brexit es prueba de la cualidad y de la calidad excepcional de este intento de ensayo histórico. El proceso de negociación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea es señal de hasta que punto el proyecto de la Unión Europea, en su ánimo político de ensayar (en términos rugbistas, pero también en términos del conocimiento) una federación desde la paz, es un proyecto del que cabe decir que desarrolla -y se desarrolla en- un verdadero tiempo histórico. Y nos ha sido dado vivirlo.

Conseguirá o no el equipo el ensayo, aún no lo podemos saber, pero mientras tanto debería poder reconfortarnos la idea de poder vivir en estos tiempos y en estos lugares: la Unión Europea.

Dónde queremos llevarte, Europa

Ningún Estado se halla seguro frente a otro respecto de su independencia o patrimonio. Para esto sólo hay una solución: instaurar un Derecho internacional fundado en leyes publicas coercitivas a las que todo Estado habría de someterse. Pues una paz universal y duradera lograda gracias al denominado equilibro de las potencias en Europa es una simple quimera” (Kant, Teoría y práctica,)

El pesimismo de Steiner es pragmático. Si alguien lee su entrevista póstuma en El País (“Me faltó valor para crear”, 04/02/2020) o alguno de sus ensayos cortos (y pensamos en “Deu raons (posibles) de la tristessa del pensament”, Arcàdia, 2006) entenderá a qué nos referimos, pues no se refocila en un pesimismo nihilista, al contrario: lo usa como base para deducir qué hacer, qué intentar, pues, aunque afirme sin tapujos que "No conozco ninguna respuesta convincente", sabe dar pistas. Sustanciosas y perspicaces pistas.

Pero, igualmente, huye del optimismo como un gato escaldado del agua fría, y una y otra vez nos recordará que:

"La política parlamentaria es menospreciada. La incapacidad de las organizaciones de una Europa unida para provocar interés, y ya no hablemos de entusiasmo, entre los jóvenes es casi ridícula. Esta conferencia se celebra en un museo. Lo único que me atrevo a decirles es esto: el destino de nuestra antigua, cansada y querida Europa depende de que podamos convertir les ‘lieux de mémoire’ en les ‘lieux de la possibilité’. Se nos acaba el tiempo." (Steiner, Remembering the Future, Barcelona, 2007)

¿Qué futuro queremos para Europa? No valen, nunca han valido, respuestas obvias, desiderativas, de algún modo muchas veces contrafácticas. Por eso debemos reformular la pregunta, porque no es el qué, cuya omnipresencia y global aceptación casi lo convierten en banal, y por ello no suscita interés y aún menos entusiasmo, sino el cómo. Cómo convertir los lugares de memoria en espacios de posibilidad, esa es la pregunta que debemos responder.

Cómo queremos llevarte, Europa

En su conferencia en el Centre de Cultura Contemporània de Barcelona, “Reinventar Europa, una visión cosmopolita”, Ulrich Beck nos mostró la necesidad de entender el proceso que estamos viviendo como un ensayo, ensayo cuyo objeto todavía está pendiente de ser nombrado, pues según Beck, no pudiendo ser una nación, aún está por definir el sujeto político que debe ser la Unión Europea:

¿Qué es la Ilustración en los inicios del siglo XXI? Evidentemente, incluye el coraje de aplicar nuestra perspectiva cosmopolita para confesar nuestras identidades diversas, para adoptar sistemas de vida derivados de la lengua, el color de la piel, la nacionalidad o la religión, y sumarnos a ellos, con la conciencia de que, en la incertidumbre radical del mundo, todo el mundo es igual y cada uno es diferente.

Aplicada en Europa, la perspectiva cosmopolita reconoce que el viejo continente todavía sufre a causa de sus turbulencias, pero incluso más debido a su ontología nacional de la política y la sociedad, que infravalora su singularidad histórica y que aboca a callejones políticos. La paradoja a entender es que el hecho de ver a Europa como una gran nación atiza los miedos nacionales primigenios de los europeos. O Europa o las naciones europeas: no hay una tercera alternativa posible. Al final, este auto malentendido nacional convierte en archirivales a Europa y los países miembros, porque su existencia constituye una amenaza mutua. La europeización, así mal interpretada, se convierte en un juego diabólico de suma cero, en el que, en última instancia, salen perdiendo todos, Europa y sus naciones.” (U. Beck, CCCB, 27/10/2005) (la negrita es nuestra)

Estamos totalmente de acuerdo con Beck, como sin duda también lo está el ideario de Steiner al tildar “los odios étnicos, los nacionalismos chovinistas, las reivindicaciones regionalistas” como el peor enemigo de la «idea de Europa», en que “la idea de nación no es adecuada para unificar Europa. Un gran supeerestado europeo provoca miedo en la gente… Contra más seguros y convencidos se sientan los europeos de su dignidad nacional, tanto menos se cerrarán en sus estados-nación”.

Beck planteó en esa conferencia sobre una Europa reinventada cinco líneas de pensamiento que deben conformar ese cómo llevar adelante Europa: la primera, abordar la dinámica de desigualdad sobrevenida por el impacto del desmantelamiento de las fronteras, poniendo como ejemplo la diferencia entre un planteamiento progresista (“a igual trabajo, igual salario”) y su opuesto neoliberal (“A condición de que sea el salario más bajo”); la segunda, convertir la europeización “en un juego de suma positiva nuevo en la historia”, “El problema nacional de los alemanes”, sostiene, ”-por ejemplo, el dumping salarial [de la mano de obra del Este, el famoso lampista polaco]- sólo puede ser abordado a través de un salario mínimo europeo”; La tercera, “una memoria histórica que traspase fronteras”, y recordando el “¡Ay, Europa!” que Thomas Mann exclamó ante la guerra del 14, pide esa memoria que obliga a llamar, con Steiner, guerras civiles a todas las guerras europeas (y aquí deberíamos mirar como una nueva guerra civil la agresión de Rusia a Ucrania, y sacar consecuencias de esta nueva mirada), solo así será cierto que:

En Europa se ha producido un milagro. ¡Los enemigos se han convertido en vecinos! Este prodigio es único en la historia; en realidad, es incluso inconcebible. Precisamente en el momento más inesperado de la historia de los estados aparece un invento político que hace posible lo inimaginable: los propios estados transforman su monopolio del poder en un tabú sobre la violencia. La amenaza de la violencia como opción política, sea entre los estados miembros o contra las instituciones supra nacionales, se ha desvanecido de una vez por todas del horizonte posible en Europa.” (la negrita es nuestra

La cuarta es interpretar a -y asumir las consecuencias de- “la sociedad europea como una sociedad regional del riesgo”, y en tanto que la Europa deseable es hija de una modernidad reflexiva debemos entender (“subrayar”) -y aceptar el reto de dar solución a- que “las diferentes regiones del mundo se ven afectadas de forma desigual” no sólo por los fracasos de unos, sino también por los éxitos de los otros (de nuestros éxitos); y la quinta y última, y seguramente más inquietante, responde a la pregunta ¿Cómo compatibilizar, cómo hacer realidad “un imperio de la ley y un consenso europeos”? El cosmopolitismo ha llegado, pero no de una forma ordenada: el Otro, a quien las fronteras no pueden mantener apartado, aparece en cualquier sitio, pero a escondidas, como sin querer, “sin la intervención de decisión o voluntad política alguna”. Para que este cosmopolitismo resulte de la síntesis entre imperio de la ley y consenso, se hace necesario abordarlo con un nuevo paradigma: “la diversidad no es el problema, sino la solución”:

La nueva integración europea no debe orientarse de acuerdo con los conceptos tradicionales de uniformidad inherentes a un «estado federal» europeo. Por el contrario, la integración debe tomar como punto de partida la irrevocable diversidad de Europa. Es la única manera de unir, en la europeización, dos exigencias que a primera vista parecen excluirse mutuamente: la necesidad de reconocer la diferencia y la necesidad de integrar las divergencias”.

¿Será cierto que Europa se hace en las crisis?

Las cinco líneas del reinventar europeo de Beck (abordar la desigualdad sobrevenida, profundizar en la europeización de las decisiones, pensar en Europa como nuestro lugar común, aceptar los riesgos de los éxitos e integrar sin uniformizar) son aún hoy de una actualidad e importancia singular. Y la diferente respuesta que se dio a cada una de las líneas en la crisis de las sub-prime y en la del covid-19 (estamos aún demasiado inmersos en la que Rusia ha provocado con su invasión de Ucrania como para valorar sosegadamente el impacto) muestran dos caminos diferentes y hacen verdad aquello de que Europa se crece en las crisis. A la postre, fue domar un toro lo que hizo de Europa reina de Creta.

Ni en todas las crisis ni en todos los temas, cierto, pero qué duda cabe que en cualquiera de los cinco ejes beckianos, “quienes son”, según Stenier, “más sabios que yo” han sabido ver la necesidad de avanzar hacia esa idea de Europa que, según Beck, “genera una luz especial y una atracción que se suele subestimar”.

Afirmemos, a la forma kennedyana, que la pregunta no es ¿Dónde vas, Europa?, sino ¿Dónde te llevamos, Europa?

De dónde vienes, Europa