martes. 19.03.2024
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Trump y Macron durante la cumbre del G-7.

La Diplomacia (así, con mayúsculas) bien puede considerarse un arte, en tanto que consigue hacer posible lo aparentemente imposible, cuál es convertir en acuerdo los conflictos, o embellecer la convivencia de intereses contrapuestos. Ciertamente, abundan los ejemplos en los que esta disciplina es un ejercicio de cinismo y se limita a disimular, esconder o impostar mecanismos de dominación. En contraste, la diplomacia (con minúsculas) se usa como tapadera de la chapuza. En las últimas semanas hemos asistido a ejemplos de todas estas variables, que no resulta difícil identificar.

SUTILEZAS GALAS

Los franceses tienen una expresión muy significativa que encuentra una aplicación muy frecuente en diplomacia: jouer au chaud et au froid (jugar al caliente y al frío). Presionar y relajar. Retirarse y acercarse. Amagar con romper para favorecer un pacto. Practicar este juego requiere disfrutar de una posición de poder con cierta solidez, pero no necesariamente la predominante. Es el ejercicio inteligente de la diplomacia lo que puede otorgar la ventaja.

Macron se concentra en la gestión de un orden mundial en crisis, de unos valores amenazados por viejos y nuevos demonios, en procurar un liderazgo ahora huérfano o, peor aún, pervertido por desvaríos peligrosos

La escuela francesa de diplomacia ha practicado estas y otras técnicas durante siglos, desde los tiempos del absolutismo luisiano hasta esta época del republicanismo con aires coronados del sistema político vigente. El gaullismo transformó el parlamentarismo para conferir al Jefe del Estado no sólo mayores atribuciones, sino una estatura internacional más visible, una personalización de la grandeur. En un mundo bipolar, el prestigio de Francia pasaba por procurarse un hueco, hacer oír su voz: entre los aliados occidentales (EEUU, Reino Unido o Alemania) casi más que frente al enemigo oficial (URSS). Desde De Gaulle, todos los presidentes franceses se han entregado con más o menos entusiasmo a esta pulsión.

Macron no es una excepción, pese a su juventud o a su pretendida frescura, a su modernidad tecnocrática, a sus aires de espontaneidad revisionista de las tradicionales estructuras de poder, a su pretendida superioridad de los rígidos esquemas partidistas (cada día más olvidados). Como les ha ocurrido a muchos de sus antecesores, el actual presidente atraviesa el meridiano de su mandato impulsado por la ambición exterior. Los accidentes domésticos, lejos de resolverse, no serán el principal cometido de sus desvelos, que delegará en sus prefectos (jefe de gobierno, ministros, operadores políticos leales del cada día más partido y menos movimiento). El jefe del Estado se concentrará en la gestión de un orden mundial en crisis, de unos valores amenazados por viejos y nuevos demonios, en procurar un liderazgo ahora huérfano o, peor aún, pervertido por desvaríos peligrosos.

La reciente reunión del G7 ha sido la ceremonia de lanzamiento de esta pretensión. Los resultados fueron modestos; la proyección, ambiciosa. Macron logró un reconocimiento generalizado. Se ha erigido en una especie de primus inter pares, de viga maestra en una arquitectura mundial plagada de grietas. Ha conseguido lo que previamente le había resultado esquivo: evitar que el presidente hotelero reventara la cumbre, al embridar sus peores instintos, halagar su vanidad y reducir a la nada sus repentes infantiles. En Europa, patio cercano, ha cogido por fin el testigo de la canciller alemana, que no ha opuesto resistencia, tanto por vocación como por necesidad: está de despedida y no es mujer de amagos.

El presidente francés ya está preparando el decorado y ha cursado las primeras invitaciones. El principal llamado a escena será su colega ruso, Vladimir Putin. Dos ministros franceses ya han hecho esta semana el camino de Moscú para afinar los preparativos (1).

LA VÍA RUSA

“Hay que recuperar a Rusia”, es el mantra de estos días en el Eliseo. Resulta imperativo “redefinir las relaciones con Moscú”, si se quiere emplear una expresión más oficial. Objetivo que va más allá de la dimensión bilateral: según el propio Macron, “la aproximación de Rusia y Europa” será el tema clave de la diplomacia francesa (2). Helás! Rusia como avenida del renacido liderazgo francés en la UE. Con o sin eje franco-alemán. Con o sin el Reino Unido.

Estos días se ha dejado claro que París no está dispuesta a conceder a Londres otra prórroga del Brexit. Se juega al caliente (nada de concesiones) pero se deja abierto el enfriamiento de las tensiones (“en las circunstancias actuales”). Macron no quiere más retrasos en su designio de “transformar Europa”. Otra evocación gaullista: el General nunca vio con buenos ojos sentar a las islas británicas en el continente. De nuevo hoy, parece haber más querencia en París por la decimonónica alianza franco-rusa que por la entente cordiale.

Macron plantea la aproximación a Moscú como una “utilidad estratégica”. Cuanto más cerca esté Rusia de Europa, más alejada estará de China

No se trata de nostalgia, por supuesto. Es puro pragmatismo. Macron plantea la aproximación a Moscú como una “utilidad estratégica”. Cuanto más cerca esté Rusia de Europa, más alejada estará de China. Cuanto más se acerque Europa a los Urales más autónoma será de Estados Unidos en esta época de desapego transatlántico y mayor será la influencia europea en Oriente Medio, donde Moscú ha recuperado influencia y poderío. Crimea no debe caer en el olvido pero tiene que dejar de ser un problema (3).

Los detalles y sutilezas diplomáticas francesas de este plato debieron formar parte del menú con que Macron agasajó a Trump en una terraza de Biarritz. Pero es improbable que el huésped fuera capaz de digerirlas. El presidente hotelero viaja siempre con prisas, con la vista puesta más en sus recorridos de golf en Florida que en las citas diplomáticas, incluso las más simbólicas, como el octogésimo aniversario de la invasión nazi de Polonia. Trump canceló el viaje con la excusa insostenible del huracán Dorian. Poco le importó que los actuales dirigentes polacos sean de los pocos en Europa que le hacen la ola (4). Ocasión diplomática malgastada.

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Trump y Macron durante la cumbre del G-7.

EL EMBROLLO AFGANO

Al cabo, ni siquiera se maneja bien Trump en el oportunismo. No contento con hacer el ridículo al timón de la resistencia contra el huracán, dejó escapar sus ramalazos autoritarios al amenazar con despedir a quienes dieran información rigurosa. El presidente de las 12.000 mentiras en 900 días no puede hacer otra cosa que castigar la verdad.

No ha sido el único estropicio de la semana. A los afanes profesionales por forjar un acuerdo en Afganistán (si no de paz, al menos de no guerra), desempeñados por el embajador Zalmay Jalilzad (afgano de origen), respondía el spoiler en jefe desbaratándolo todo. La vanidad le impedía coronar años de esfuerzo con una simple firma, y ya. Trump quería ser protagonista de algo que ni entiende ni le importa, salvo para sacarle jugo electoral.

Para solemnizar la ocasión, a él se le ocurrió o asumió la peregrina idea de invitar a los líderes talibán a Camp David, pequeño templo de la recogida presidencial, para solemnizar el principio del fin del conflicto, justo en el aniversario de su origen (11 de septiembre), fecha del mayor trauma nacional del siglo. Y no sólo eso: se concibió una cumbre tripartita, Trump, los talibán y el presidente afgano, cuando éste último ha sido excluido de las negociaciones, con el requiebro de que, en esta fase, se trataba de acordar las condiciones de una retirada militar norteamericana, aunque todo el mundo sabía que era una imposición talibán (5). Un plan “catastrófico”, según Ryan Croker, otro exembajador norteamericano en Afganistán (6).

Trump, el presidente de las 12.000 mentiras en 900 días no puede hacer otra cosa que castigar la verdad

Al hacerse público, había  que salir del embrollo y se hizo con otra torpeza similar (6). A pesar de que en el último año, durante el cénit de las negociaciones, se han registrado más de una docena de muertes de soldados norteamericanos, el fallecimiento de un marine en un atentado suicida la última semana sirvió como excusa no sólo para suspender la cumbre, sino para congelar las negociaciones sine die (7).

Y, como daño colateral, el triturador de altos cargos aprovechó para enseñarle la puerta de salida de la Casa Blanca a su consejero de seguridad nacional, el tercero en tres años. El aguerrido Bolton, un neocon superviviente, se había mostrado hostil a esas veleidades conciliatorias/electoralistas de Trump “con los enemigos de América” (los talibán, claro, pero también los ayatollahs, el norcoreano Kim; y Putin, por supuesto), en discordancia con el mucho más acomodaticio Mike Pompeo, Secretario de Estado y responsable de la diplomacia. ¿Sospechó Trump que Bolton había filtrado el secreto de la cumbre en Camp David para arruinarla?

En todo caso, se ha transitado así de la diplomacia como arte de lo casi imposible (instalar al díscolo Afganistán en un sendero de conciliación) a la diplomacia como tapadera fallida de la chapuza precipitada por el oportunismo y la ignorante arrogancia.  


NOTAS

(1) “Macron assume son virage russe”. MARC SEMO. LE MONDE, 7 de septiembre.
(2) “Por Paris, il est urgent récupérer Moscú”. COURRIER INTERNATIONAL, 9 de septiembre.
(3) Entrevista con Florence Parly, ministra francesa de Defensa. LE MONDE, 7 de septiembre.
(4) “Poland’s leaders are the better Trumps”. MITCHELL A. ORENSTEIN. FOREIGN POLICY, 30 de agosto.
(5) “How Trump’s plan secretly meet with the Taliban came together, and fell apart”. THE NEW YORK TIMES, 8 de septiembre.
(6) “Trump’s approach to Afghanistan ‘confusing his own negotiators’”. (Entrevista con Ryan Croker). FOREIGN POLICY, 10 de septiembre.
(7) “Trumps pronounces Taliban agreement ‘dead’ and peace talks over”. THE WASHINGTON POST, 10 de septiembre.

Diplomacia: arte y chapuza