jueves. 25.04.2024

@gab2301 / En los tres últimos meses de este año, mas de mil personas fueron rescatadas en situación de esclavitud moderna en Brasil, la mayor parte en zonas rurales. Sometidos a jornadas exhaustivas, malos tratos, violencia física y psicológica, condiciones degradantes de alojamiento y trabajo, con salario irrisorios o sin remuneración, estos hombres y mujeres integran la parte visible de una trágica realidad que persiste en Brasil. Son personas sumetidas a “situación análoga a la esclavitud”, como la práctica criminal es llamada en el país, 135 años después de la ley que abolió la esclavitud.

Un caso reciente ganó gran repercusion, cuando 207 hombres fueron encontrados en trabajo forzado en el cultivo de uva para grandes empresas vinícolas -Aurora, Salton y Cooperativa Garivaldi- en la región de Bento Gonçalves, en el estado de Río Grande del Sur. Causó conmoción la crueldad a que eran sometidos los trabajadores, en el corazón de una zona asociada al turismo y la produccion de vinos. El episodio llegó a las primeras páginas de los diarios y provocó indignación en las redes sociales, con llamamientos al boicot a los vinos y otros productos de las empresas involucradas.

Los trabajadores relataron que vivían en condiciones precarias y bajo vigilancia de hombres armados. Las palizas eran frecuentes. La mayor parte de los trabajadores fue reclutada en Bahía, nordeste del país, por una empresa tercerizada. Cuando llegaban a Bento Gonçalves descubrían que tenían deudas de alimentación y transporte y que tendrían que trabajar para pagarlas. Para alimentarse, tenían que comprar en una tienda que pertenecía al empleador, haciendo que la deuda fuese impagable. Un trabajador consiguió huir e hizo la denuncia.

El episodio de las vinícolas está lejos de ser un caso aislado. Pocos días después, una operación del Ministerio Público de Trabajo rescató a 82 hombres en situación semejante en una hacienda de arroz, en el mismo estado de Río Grande del Sur. Otros 200 hombres fueron encontrados en una plantación de caña de azúcar en Goiás, en el centro oeste del país. Otros 17, entre ellos un adolescente, también en una hacienda de caña de azúcar en el interior de São Paulo, solo por mencionar algunos ejemplos.

El modus operandi es siempre semejante: los trabajadores son personas muy pobres, reclutadas en zonas distantes del lugar de trabajo y ya llegan con deudas de transporte y alimentación, que deben ser pagadas con trabajo mal remunerado. Desde 1985, cuando el Estado reconoció la existencia del trabajo análogo a la esclavitud y adoptó políticas para erradicarlos, más de 57 mil trabajadores fueron rescatados. El año pasado tuvo el mayor aumento de casos en 10 años.

Los números oficiales pueden estar bastante por debajo de la realidad. La pobreza extrema, agravada los últimos años por la pandemia, provocó que muchos trabajadores no se reconozcan en situación de explotación laboral. Además, la falta de acceso de los trabajadores a los medios de denuncia, también contribuye para la subnotificación.

“Son trabajadaores en una situación de vulnerabilidad tan grande que la mayor parte de ellos entiende aquello como la única forma de sobrevivir. No saben que están siendo sometidos a una ilegalidad”, dice la abogada laboralista Janaina Bastos al diario O Globo.

La práctica es un drama global. Un informe de la Organización Mundial del Trabajo, de la Walk Free y de la Organización Mundial para las Mitraciones, de septiembre del año pasado, muestra que 27,6 millones de personas fueron víctimas de explotación en el mundo en 2021. “Ninguna región del mundo está libre de trabajos forzados”, dijo el documento. La OIT considera esclavitud moderna tanto el trabajo como el casamiento forzado. Según el informe, 22 millones de personas están en este segunda situación, sumando 49,6 millones de “esclavos modernos”.

Asia y la región del Pacífico son responsables por más de la mitad de los casos (15,1 millones), seguidos por Europa y Asia Central 84,1 millones), África (3,8 millones), las Américas (3,6 millones) y países árabes (0.9 millones). El ranking cambia cuado se considera el número de personas sometidas a trabajos forzados en relación a la población de los países. En este caso, en primer lugar están los países árabes, seguidos de Europa y Asia Central, las Américas empatadas con Asia y la región del Pacífico y, por último, África.

Brasil ya fue el mayor territorio esclavista de Occidente durante 350 años y fue el último en abolir el tráfico negrero. No es coincidencia que aquí la esclavitud moderna tenga un claro sesgo racial. Según datos oficiales, el 83 % de las personas rescatadas en estas condiciones son negras. En entrevista reciente al portal G1, la abogada Livia Miraglia afirmó que la herencia colonial y esclavista pesa en las relaciones de trabajo hasta el día de hoy.

“Vivimos todavía una desvalorización de los trabajos manuales y los trabajos del campo, y en un racismo estructural. Los hacendados contemporáneos se consideran superiores, al punto de subyugar a otros brasileños”, dice Miraglia, que es presidente de la Comsión de Combate al Trabajo Esclavo de la Orden de Abogados Brasil de Minas Gerais.

También se ven reflejos del período colonial y esclavista en el trabajo doméstico. Muchos casos de esclavitud moderna ocurren en zonas urbanas, dentro de las casas de familias de clase media y alta. Las víctimas casi siempre son mujeres, que viven y trabajan sin recibir salarios, sin derecho al descanso, conviviendo íntimamente con los integrantes de la familia, pero en condiciones inhumanas.

Fue el caso de una mujer negra de 84 años rescatada después de trabajar 72 años para una familia en Río de Janeiro. Es el más largo caso de explotación laboral registrado en Brasil. Sirvió a tres generaciones de la misma familia desde que tenía 12 años. Nunca recibió salario. Tampoco tenía derecho a vacaciones ni a descanso semanal. Sin salir de casa, no tuvo oportunidad de estudiar, de hacer amigos o constituir una familia. A pesar de la edad avanzada, continuaba lavando y planchando ropa, haciendo la comida y cuidando de su patrona, tan anciana como ella misma.

“Ella no tiene ninguna noción de que fue esclava todos esos años”, dice Cristiane Lessa, directora de la central de ancianos de la Secretaría Mundicial de Asistencia Social de Río de Janeiro al portal Metrópolis. El empleador, nieto de la anciana a la que cuidaba la víctima, alegó al auditor fiscal de trabajo que “ella era como si fuese de la familia” y que no trabajaba, solo colaboraba voluntariamente en las tareas de la casa.

La explotación en el ámbito doméstico tiene características propias que difucultan la denuncia. Muchas veces se crean vínculos afectivos entre la víctima y la familia. Estos lazos funcionan como una barrera emocional para que la persona explotada declare contra su empleador, o siquiera reconozca la situación de víctima en que se encuentra.

En opinión de Yasmin França, coordinadora del proyecto Acción Integrada (una colaboración del Ministerio Público de Trabajo con Cáritas), muchas veces los trabajadores entienden que no son miembros de la familia, pero creen que, en un escenario sin opciones, esa fue la única que tuvieron. “Esto genera un sentimiento de lealtad, hay un vasallaje por deuda de gratitud”, afirma. Fue el caso de la señora de 84 años. Después de rescatada, lloró y dijo que necesitaba volver a casa para cuidar de su patrona.

El aumento de la esclavitud moderna confronta a Brasil con su pasado