jueves. 25.04.2024
1

“No se tendrá por valido un tratado de paz cuyo trasfondo secreto oculte las bases de una guerra venidera.- Los ejércitos permanentes deben suprimirse totalmente con el tiempo.- Ningún Estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución o el gobierno de otro (I. Kant, Hacia la paz perpetua, 1796)


Tras cuatro años padeciendo las extravagancias del trumpismo, Biden supuso una bocanada de aire fresco. En lugar de añorar una perdida grandeza norteamericana, su pretensión era poner de nuevo a su país en el escenario mundial. Sus aliados podían volver a contar con su influencia para preservar la democracia y los derechos humanos. Rusia perdía un presidente demasiado afín a sus intereses y poco interesado en sus relaciones con una Unión Europea que ya no cuenta con el Reino Unido. Por su parte China debía contar otra vez con este contrapeso en el podio de la hegemonía geoestratégica.

Desde un principio el estilo y las primeras medidas de la nueva presidencia norteamericana daban una imagen muy diferente, como refleja la eficacia en un proceso de vacunación que marchó a buena velocidad hasta topar con los partidarios más recalcitrantes del ideario trumpista. Sin embargo, Biden y su administración también quedarán asociados a las imágenes de la evacuación del cuerpo diplomático estadounidense con helicópteros, al igual que sucedió hace casi medio siglo en la embajada de Saigón.

Nuestro imaginario colectivo evoca fácilmente cuanto se asocia con la sombra de Vietnam, aunque no parezca obvio establecer grandes paralelismos. La Guerra Fría no lo fue tanto en algunos lugares del planeta. Corea quedó dividida en dos mitades, como lo había sido Alemania. Berlín era el símbolo del telón de acero, pero su muro tenía correlatos como ese Paralelo Diecisiete que debía separar provisionalmente al Norte del Sur hasta celebrarse unas elecciones libres. Entre 1954 y 1975 se cometieron muchos errores de todo tipo, que convendría repasar para tenerlos en cuenta y no repetirlos.

Sobre Afganistán planea la sombra del conflicto vietnamita, de los errores políticos que se cometieron, de los horrores bélicos que padeció la población civil y de las mentiras con que sucesivas administraciones fueron intentando sepultar tanta necedad

Los norteamericanos fueron involucrándose cada vez más en ese conflicto, aunque se cuidaban de no reconocerlo así, para eludir el varapalo de su propia opinión pública. En Vietnam cada nuevo paso lo era hacia el abismo. No se supo reconocer una tradición cultural que había sobrevivido al colonialismo francés y la invasión japonesa. Se apoyó a un presidente dictatorial que hacia gala de su catolicismo entre una población mayoritariamente budista. 

La expresión “quemarse a lo bonzo” se debe al monje budista que decidió inmolarse prendiéndose fuego para manifestar su protesta. Una bala en la sien de un prisionero maniatado y una niña desnuda que corre por la carretera con su piel quemada por el nepal, son otras estampas imborrables de la guerra del Vietnam. Quienes pretendían oficiar como liberadores de un pueblo expuesto a los grilletes del comunismo, pronto fueron considerados nuevos invasores. 

Los marines norteamericanos quemaban aldeas y ejecutaban campesinos de toda condición, incluyendo ancianos, mujeres y criaturas. Al no poder distinguir a unos guerrilleros y tomar a todos por tales, tiroteaban a quienes únicamente huían aterrorizados de los helicópteros inmortalizados en Apocalipsis now. Estas tropelías incentivaban sobremanera el reclutamiento de voluntarios para el ejercito enemigo.

Finalmente los marines no sabían por qué luchaban y tampoco entendían que no fueran jaleados como héroes en su patria, mientras que los vietnamitas defendían con ardor su independencia para liberar a su país de una nueva opresión, sumándose así a quienes creían en el socialismo. Muchos veteranos de guerra lanzaron sus medallas en la escalinata del Capitolio para mostrar su rechazo a una contienda que les había traumatizado.

Recién finalizada la guerra de Vietnam se declaró un conflicto bélico en Afganistán. Como la Unión Soviética decidió prestar su apoyo al gobierno comunista en la flamante República Democrática de Afganistán, Estados Unidos y sus coaligados del momento hicieron lo propio con la guerrilla islámica. 

Esta guerra civil acabó generando el Emirato Islámico de Afganistán en 1996. La reacción estadounidense por el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York fraguó una coalición internacional que derrocó a los talibanes y auspició la constitución de una República Islámica, dando lugar a una nueva guerra civil. 

Las negociaciones tendentes a instaurar la paz fueron tan exitosas como los intentos de acabar con el sempiterno conflicto entre Palestina e Israel. Biden defiende su decisión de retirar las tropas aduciendo un compromiso contraído por Trump, lo que resulta desconcertante, si tenemos en cuenta que no reconocía deudas con las arbitrariedades políticas de su predecesor. 

Al decir que Afganistán cuenta con unas fuerzas armadas propias, bien pertrechadas y capaces de poder defender al país por su cuenta, nos viene a la memoria esa vietnamización del ejército surcoreano que intentó vender Nixón al electorado norteamericano. Esta fue una más de las muchas mentiras que provocarían su dimisión. 

Ahora nos encontramos con que las tropas afganas han cedido su armamento al enemigo y los talibanes han incrementado considerablemente su arsenal gracias al sofisticado material militar cedido por los estadounidenses durante las dos últimas décadas. Nada más retirarse las tropas estadounidenses, los talibanes han avanzado hacia la capital sin encontrar ninguna resistencia. En estas condiciones hablar de una transición pacífica y ordenada no parece muy atinado. Si ha mediado alguna negociación, el fracaso no puede ser más estrepitoso.  

Las declaraciones de los portavoces talibanes quedan pronto desmentidas por sus hechos y su historial. Asistimos una vez más al abandono masivo de un país y a otro movimiento migratorio determinado por la situación política. Ciudadanos despavoridos corren por las pistas del aeropuerto y se aferran a la cola de un avión cuyo despegue les hará precipitarse al vacío, porque temen las espantosas represalias que puedan tener los sospechosos de colaborar con el gobierno saliente. 

En definitiva la comunidad internacional no deja de reconocer implícitamente al gobierno talibán, a cuya merced quedan muchos ciudadanos afganos y todas las mujeres en general, que ya se vieron en su día privadas de la educación y fueron consideradas tan sólo un objeto incitador de la lujuria del varón, causa por la cual no se le permitía mostrar ni un centímetro de su piel.

Para este viaje no se necesitaban semejantes alforjas. Históricamente los ejércitos más poderosos no han doblegado a una guerrilla que conoce su territorio. Va siendo hora de aprender la lección y utilizar otro tipo de instrumentos, evitando engañar a la opinión pública de las democracias liberales con pantomimas que no se sostienen. 

Estados Unidos invadió Irak con un pretexto que se reveló falso e intervino en Afganistán buscando al incitador del 11S. Ahora se nos dice que no tienen por misión el poner o derrocar gobiernos, como si no lo hubieran hecho en más de un lugar e intentado en muchos otros, de una u otra forma más o menos encubierta.

Sobre Afganistán planea la sombra del conflicto vietnamita, de los errores políticos que se cometieron, de los horrores bélicos que padeció la población civil y de las mentiras con que sucesivas administraciones fueron intentando sepultar tanta necedad.

Afganistán y la sombra de Vietnam